Literatura

Las curiosas clases de Jorge Luis Borges guardadas en casetes por más de 40 años que se convirtieron en un libro fascinante

“Quiero advertirles que no pienso enseñarles literatura argentina porque esas cosas no se enseñan. Yo he sido profesor de Literatura Inglesa y Americana durante unos veinte años en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires, y me di cuenta de que era absurdo enseñar literatura. Creo que lo que uno puede enseñar es el goce de ciertos libros, el hábito de ciertos libros y que un profesor no tiene derecho a imponer sus opiniones”. Con esas palabras se presentó, a comienzos de 1976, Jorge Luis Borges ante un pequeño auditorio de estudiantes de un centro especializado en Literatura Hispánica de la Universidad de Michigan, en los Estados Unidos. Un grupo reducido que tuvo el privilegio de escuchar, a lo largo de diez encuentros, al mítico escritor hablando de Domingo Faustino Sarmiento, de Hilario Ascasubi, del Martín Fierro de José Hernández, de Almafuerte, del modernismo en Leopoldo Lugones, de Paul Groussac y Ricardo Güiraldes

Aquellas singulares clases, especialmente preparadas por el autor de Ficciones para esa ocasión, quedaron registradas en casetes que permanecieron guardados por más de cuarenta años y, gracias al trabajo de rescate y transcripción realizado por el investigador argentino Nicolás Helft, salieron a la luz y se convirtieron en un extraordinario libro que acaba de ser publicado por la editorial Sudamericana bajo el título Curso de literatura argentina. Universidad de Michigan, 1976.

Tal como relata Helft en el prólogo del libro, Borges llegó a Michigan acompañado por María Kodama el 2 de enero de 1976 invitado por Donald Yates, uno de sus primeros traductores al inglés. Por entonces Yates era profesor de la universidad estadounidense y se había hecho admirador del escritor luego de leer algunos de sus cuentos en 1954 cuando estudiaba Literatura Hispánica.

Tanto fervor despertaron en él esos relatos, que se propuso traducirlo. Para eso, le escribió al escritor argentino Rodolfo Walsh, con quien mantenía asidua correspondencia por su trabajo en la editorial Hachette a mediados de los ‘50. Luego de conseguir los derechos de traducción, Yates siguió interesado por la obra de Borges hasta que llegó a convertirse en uno de sus mayores promotores en los Estados Unidos. Tanto fue así que llegó a pasar algunas temporadas en Buenos Aires, donde se instalaba para trabajar con Borges en las traducciones de sus textos, visitaba con él a sus amigos Adolfo Bioy Casares y Silvina Ocampo y paseaban juntos por la ciudad.

Un escritor de gira

Luego de dos viajes a Michigan, uno en 1972 y otro en 1975, Yates le propuso a Borges una suerte de gira estadounidense para comienzos de 1976.

“Lo más notable de los viajes de Borges en los años 60 y 70, es el contraste que se daba. Borges era acá visto como un viejo conservador leyendo libros antiguos que no le interesaban a nadie, vestido con un traje gris mal cortado, tomando un vaso de leche a la noche antes de acostarse, viviendo a los 60 años con la mamá. Los escritores un poco de moda entre los jóvenes argentinos aquellos años eran (Julio) Cortázar o (Ernesto) Sábato, mientras que a Borges muchos lo veían a Borges como distante, como un viejo carcamán. Por eso impacta a toda esta clase el éxito que tiene Borges afuera entre grupos con intereses sociales más progresistas y de ámbitos universitarios”, explica Helft ante elDiarioAR y agrega: “El primer impacto fue en 1955, cuando (Jean Paul) Sartre, que era el ídolo de toda esta gente en aquellos años, lo publica en Les Temps Modernes. Y después está esto de Borges en los campus universitarios de Estados Unidos, con gente muy joven que quedaba fascinada al verlo y escucharlo”

Helft, experto en la obra de Borges y admirador del escritor desde su infancia, estuvo en contacto con el profesor Yates desde mediados de la década de los ‘90 hasta su muerte, en 2017. Por esa afinidad que compartían, el estadounidense le facilitó los casetes donde quedaron registradas las diez clases que Borges dio en Michigan en 1976 y que hoy integran el libro.

Para reconstruir los entretelones de aquel viaje, Helft indagó no solamente en las grabaciones, sino también en la correspondencia del escritor con sus amigos y colegas, en los medios que dieron cobertura de aquellos días y también en libros de la época. Eran tiempos turbulentos: el 24 de marzo de 1976, cuando las fuerzas armadas argentinas ejecutaron el golpe de Estado que dio inicio a la última dictadura, Borges se encontraba en California. Desde allí, según le contó en una carta a su amiga Susana Bombal, el escritor celebró la noticia: “Compartimos desde lejos, un poco a oscuras, la alegría de la patria”.

Sobre la decisión particular de realizar aquel viaje, Helft analiza: “Eran las últimas semanas del gobierno de Isabelita (N. de la R: Isabel Martínez de Perón), con lo que fue el caos del país en ese momento, una inflación insoportable y mucha violencia en la calle. Sabemos lo que Borges pensaba del peronismo y en particular de ese peronismo final. Estaba eso por un lado. Y por el otro, hay un evento personal muy importante que hace que este viaje sea distinto de sus viajes anteriores: la muerte de su madre. Borges aterriza en Detroit por invitación de Yates el 2 de enero del ‘76 y la madre, que fue una figura central en su vida, había muerto a mediados del ‘75. A veces uno lo olvida, pero Borges necesitaba a la madre para vestirse, para peinarse, para cruzar la calle. Una figura muy abrumadora, una relación muy complicada que marcó mucho su vida y su literatura”.

Además de dar las clases para las que se había comprometido, Borges también tenía pautada una pequeña gira por el país que incluyó una visita a Washington donde fue recibido por el vicepresidente estadounidense Nelson Rockefeller, dos cursos, varias entrevistas y cinco conferencias.

“Es un viaje muy lindo que hacen con María Kodama. Después, de hecho, van a Islandia que es el lugar donde habían concretado su relación unos años antes. Es curioso porque Borges fue muy poco adicto a la fama. Pero en el fondo también le gustaba y disfrutó mucho, pese a que Yates le había armado un tour un poco cansador. En ese momento Borges tenía 76 años, era un señor ya de salud complicada por su ceguera, era difícil desplazarse y sin embargo va y cumple con todo”, agrega Helft.

Las clases

Helft, que escuchó y tiene en su poder todas las grabaciones, transcribió aquellas clases manteniendo el tono coloquial de Borges, con breves notas que complementan algunos datos. El auditorio, según el investigador, era un grupo pequeño de estudiantes de Literatura Hispánica que escucharon a Borges dictando su curso en español.

Sobre las palabras del autor en el primero de los encuentros, Helft analiza: “Cuando dice eso de que no va a ponerse a enseñar porque la literatura argentina no se enseña, lo que de alguna manera expresa es que no está ahí para dar una clase típica universitaria. Como si dijera ‘no soy académico’. Y da un curso con un tono coloquial repleto de frases e ideas brillantes. Por ejemplo, cuando habla de Almafuerte y dice que era un hombre de genio. Entonces empieza a preguntarse qué es el genio y se pregunta si el genio es simplemente un poco más que la inteligencia o que el talento, y dice que no, que el escritor controla su talento pero el genio lo controla a uno”.

“Quiero advertirles que no pienso enseñarles literatura argentina porque esas cosas no se enseñan. Yo he sido profesor de Literatura Inglesa y Americana durante unos veinte años en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires, y me di cuenta de que era absurdo enseñar literatura. Creo que lo que uno puede enseñar es el goce de ciertos libros, el hábito de ciertos libros y que un profesor no tiene derecho a imponer sus opiniones”, dijo Borges a los estudiantes estadounidenses.

Sobre el programa que armó Borges para el curso, Helft apunta que el autor tomó una serie de decisiones bastante singulares. La primera fue darle a las clases un tono muy personal, con anécdotas que recupera de su propia familia y también con detalles de las vidas privadas de los autores que analiza.

“Esto es algo que no suele estar en sus ensayos, que él se permite en esta clases, donde hay un giro muy personal, Personal porque habla él de manera personal y única de la literatura y nadie coincide con eso. Personal porque están los recuerdos familiares. Y es personal porque se mete muy, muy sorprendentemente con la vida personal íntima de los escritores. En las clases se ve que Borges siente una enorme compasión por Lugones y Groussac, los dos con vidas muy desgraciadas. Lugones, de hecho, se terminó suicidando. Lo que cuenta de Groussac es que era un tipo odiado por los empleados de la Biblioteca Nacional. Cuenta cosas que parecen irrelevantes, como que pasaba el dedo por las estanterías y como había un poco de polvo y entonces castigaba al ordenanza. Sobre ellos también dice, y lo hace dos veces, que eran tipos admirados, pero no queridos. Tal vez porque él mismo lo haya sentido alguna vez o porque fue una gran dificultad de su vida: se le acercaba todo el mundo por admiración y sentía que no era suficientemente querido”, afirma Helft.

El investigador, que escuchó todos los encuentros y también las intervenciones de los estudiantes, destaca que sigue quedando impactado con la erudición del escritor, que a lo largo de los diez encuentros citaba poemas y textos de memoria.

“Lo comenté mucho con Ernesto Montequin, que fue una especie de copiloto para mi trabajo en el libro. Borges tenía una memoria inhumana, directamente. Y en estas clases vuelve a dar muestras de esto. Incluso porque no habla solamente de literatura argentina, sino que cita a todo tipo de autores y libros de todos lados”, apunta Helft.

Irónico, encantador, polemista, por las páginas de Clases de literatura argentina se puede leer a Borges elogiando “la grandeza desordenada pero atlética” de Sarmiento, señalando el error de atribuirle a los gauchos la poesía gauchesca (“Es como decir que la astronomía ha sido inventada por las estrellas o la botánica por las plantas. El gaucho es el tema de esa poesía, pero no fue el inventor”, apunta) o afirmando que “si hay una pasión argentina, esa pasión es la amistad” para destacar la aparición de la figura de Cruz en el Martín Fierro.

Entre los autores elegidos, según el experto, está la particular selección de Almafuerte, un escritor que no suele aparecer con frecuencia en el canon. “Esa tal vez sea la clase más particular por varias cosas. Primero porque, digamos, de todos los demás escritores que dio en el curso había hablado alguna vez en otras clases. Y, segundo, porque se termina convirtiendo en una crítica feroz al establishment literario: Almafuerte es un autor bastante olvidado, alguien que no figura en ningún canon. Y Borges en Estados Unidos llega a decir que Almafuerte fue uno de los grandes hombres de genio de la Argentina, 'quizá el único hombre de genio que dio nuestro país'. O sea, se lo está diciendo a todos los profesores que no lo incluyen, que dejan afuera a un autor así”, concluye Helft.

AL/JJD