¿El Eternauta fue premonitorio? A Héctor Oesterheld, su autor, le sorprendería esta lectura retrospectiva que se repite y actualiza en cada época. Aunque es probable que también se sentiría halagado. No por esotérico sino por fanfarrón: dicen, quienes lo conocieron y nos hablaron sobre él, que así como muchas veces escuchaba a los demás en silencio, atento e interesado, cada tanto le gustaba mandarse la parte.
Pero también es probable que reconociera el exceso de interpretación. Como alguien formado en las ciencias exactas –se recibió de geólogo aunque casi no ejerció– y, sobre todo, como lector voraz de literatura, historia, geografía, política (y siguen los temas), respondería que su imaginación se alimentaba de todas esas lecturas pasadas y que su escritura se moldeaba en el cruce con el presente: lo que pasaba ahí afuera, en el barrio, en la calle, en los titulares de los diarios, en el tren.
¿Estoy especulando? Estoy especulando. Estoy cayendo, acaso, en la peor tentación de quien se aventura en una biografía. “¿Cómo se escribe una vida?”, se pregunta el inglés Michael Holroyd –un crack del género– en el título de uno de sus libros. Y más que una pregunta es una duda, indispensable y necesaria, que debe estar ahí, en el grado cero de cualquier biografía.
Cuando en 2011 con Alicia Beltrami empezamos la investigación de Los Oesterheld –libro en el que reconstruimos la historia de Héctor, sus cuatro hijas y tres yernos, todos militantes de Montoneros y desaparecidos o asesinados por la dictadura militar entre 1976 y 1977– nos encontramos frente a una galaxia repleta de agujeros negros. Excepto por Elsa, la ex mujer de Héctor, a quien pudimos entrevistar, no teníamos la voz de ninguno de ellos. Frente a ese silencio definitivo, iríamos iluminando la historia con las voces de los otros: cientos de testimonios hechos de fragmentos, recuerdos tabicados, destellos de una época en la que tener información en exceso era peligroso. La memoria sería, entonces, nuestra principal fuente. Una materia tan valiosa como cambiante.
Pero también teníamos un documento fundamental: la obra. Holroyd también dice, como tantos otros, que todo libro encierra un subtexto autobiográfico. Ahí estaba El Eternauta, con la casa de Beccar que alquilaban los Oesterheld inmortalizada por Solano López en el primer cuadro y con Germán –el segundo nombre de Héctor, y el que adoptaría para la militancia– como testigo y relator de la historia que le cuenta Juan Salvo, el Eternauta. Pero también teníamos los otros Eternautas.
Así como Walsh cambiaba el prólogo de Operación Masacre a medida qué él cambiaba su postura ideológica (frente al golpe del 55, frente al poder judicial, frente al peronismo) y le imprimía una nueva clave de lectura a su obra maestra, Oesterheld también reversionó su mayor creación a la par de que las ideas de la época y, sobre todo, la militancia atravesaban su vida: fue dejando marcas de lo real en medio de un guión fantástico. Marcas que nosotras fuimos descubriendo, o validando, a medida que armábamos el rompecabezas.
Otras voces, otras versiones
El mismo día que estalló el Cordobazo, la revista Gente hizo la primera entrega de El Eternauta. Como insignia de editorial Atlántida, la revista buscaba modernizarse estéticamente y le había propuesto a Héctor –que era empleado de la editorial– publicar su historieta. «Hemos pensado muy bien el caso y terminamos por decidirnos por éste —para nosotros— nuevo idioma, porque lo consideramos el apropiado para llevar al lector, en toda su fuerza, la creación de los autores, a quienes hemos pedido una “historieta para adultos” con toda la explosión imaginativa (en el guion y en el dibujo) con que puedan encarnar un tema muy de hoy: EL ETERNAUTA. Dentro de una semana comenzaremos la publicación de la historieta», anunciaba el director editorial de entonces, Carlos Fontanarrosa.
El Eternauta no era tan nuevo pero sí tremendamente popular: unos meses antes, el propio Héctor había anunciado en una entrevista que una productora de publicidad había comprado los derechos con la intención de llevar El Eternauta a la animación televisiva, y que el corto iba a competir en la Bienal Mundial de Historieta en el Instituto Di Tella. También fuimos tras esta pista para el libro, pero confirmamos que nunca se concretó.
De todos modos, el texto con el que se anunciaba la salida de El Eternauta no estaba tan errado. La versión que apareció el 29 de mayo de 1969 en Gente —que traía en tapa al conductor Roberto Galán y a sus secretarias Joyce, Gladys, Jorgelina, Dorita y Celia—, no era la que todos conocían. El dibujo ya no estaba en manos de un clásico Solano López sino de un experimental Alberto Breccia y el guion no era el del mismo Oesterheld.
Si en un primer momento su pulsión narrativa había surgido de esa mezcla de lecturas clásicas y un mundo marcado por los avances tecnológicos en el marco de la Guerra Fría, diez años después Héctor ya había escrito la biografía del Che (también ilustrada por Breccia y su hijo, Alberto) y su motor creativo se alimentaba de otro contexto: el Mayo Francés, la revolución Cubana, las huelgas estudiantiles, las protestas contra Vietnam, las luchas de liberación del Tercer Mundo.
Mientras en la realidad los estudiantes y obreros tomaban de manera masiva las calles de Córdoba y resistían la represión ordenada por Onganía, en la ficción un grupo de amigos sintonizaba la radio para entender el origen de la nevada mortal. Pero los locutores ya no hablaban de desconcierto y de una amenaza ajena y externa, ni reproducían mensajes desde Washington. Ahora el enemigo y sus cómplices estarían claros desde un principio: «Traición inconcebible de grandes potencias. Sudamérica entregada al invasor para salvarse… ». El Ejército dejaría de ser un aliado de la resistencia popular y ahora podía fusilar a un civil por disentir con una orden. Los integrantes del chalet de Vicente López también serían otros: además de su habilidad y sabiduría, a Favalli se le sumaba la mirada política. Él le explica a Juan Salvo que los grandes países los traicionaron: «Sí, Juan, toda Sudamérica será el territorio de los invasores. Empezaron la conquista atacando con la nevada a las ciudades, es una guerra total de exterminio».
Curiosamente, las cartas de lectores que empezaron a llegar a partir de la tercera entrega —número que en tapa tenía el título «El dramático momento que vive el país. La muerte de Vandor. Los atentados terroristas»—, no se quejaban del texto, sino de la ilustración, de esas imágenes dramáticas que no eran tan diferentes a las de los diarios: barricadas, autos incendiados, fuego en las calles, uniformados apuntando a civiles. Los lectores pedían ilustraciones más sencillas y menos artísticas dirigidas a «gente normal». A los cuatro meses, Fontanarrosa decidió levantar la historieta y responsabilizó al dibujante.
Seis años después, cuando ediciones Récord publicó El Eternauta en formato de libro apaisado y con tapa dura, Héctor ya estaba clandestino. Se había ido de su casa de Beccar un año antes y militaba en prensa y difusión de Montoneros. La historieta saldría en su versión original, con los dibujos de Solano, y con un epígrafe: “ El único héroe válido es el héroe en grupo, nunca el héroe individual, el héroe solo”.
La segunda parte de El Eternauta, que Héctor escribió durante 1976 y empezó a publicarse en diciembre de ese año, cuando dos de sus hijas –Diana y Beatriz– ya habían desaparecido, es quizá el testimonio escrito más contundente del cruce entre obra y vida de Oesterheld.
Están Juan Salvo y sus amigos; están los Manos, los Ellos, los zarpos y los hombres robot dispuestos a exterminar a los humanos. Pero la acción ya no sucede en el siglo XX sino en el XXII, y el Eternauta se convirtió en un líder endurecido que llega para rescatar a los hombres de las cuevas, un puñado de sobrevivientes que quedaron esclavos de los Ellos. Entre los sobrevivientes está María, tan bella y aguerrida como su hija Beatriz y con el mismo nombre de guerra. Pero la clave de este Eternauta II no está solo en la historia, sino en el lugar que ocupa Germán, el alter ego de Oesterheld: si antes simplemente se limitaba a narrar, ahora es el protagonista de la aventura.
Como escribió Juan Sasturain en el hermoso prólogo a la edición de El Eternauta que publicó Planeta a partir de la recuperación y restauración de los originales: “Oesterheld, cuando escribía no inventaba ni imaginaba: aventuraba. Y la acción de aventurar y la pasión de aventurarse entendidas como el gesto de poner el cuerpo detrás, delante o junto con la palabra, son la cifra que mejor da cuenta del sentido de El Eternauta, y del gesto vital de su excepcional narrador”.
La autora escribió, junto a Alicia Beltrami, Los Oesterheld (Sudamericana), que va por su quinta edición.
FN/DTC