Guadalupe Nettel nació en México en 1973. Con un nombre bien mexicano, Guadalupe, y un apellido que nos transporta a Europa Central –Nettel es el apellido de su madre, descendiente de José Nettel, nacido en República Checa, quien llegó a México a finales del XIX, donde se bautizó católico, se casó y se afincó en Tapachula, Chiapas– es una de las escritoras mexicanas más leídas y traducidas en la actualidad, un referente crucial, un torrente de luz en medio de tanta oscuridad y confusión.
Nació en México, pero a los once años se fue con su madre y su hermano a vivir a Aix-en-Provence, en el sur de Francia, donde entró en contacto con la lengua y la cultura francesas, pero también con la multicultural marginal y marginada de muchos marroquíes y argelinos. Años después, cursó estudios de Letras Hispánicas en la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM y se doctoró en Ciencias del Lenguaje por la École des Hautes Études en Sciences Sociales de París. Así, aparte de México, París y Barcelona, donde vivió durante tres años y medio, fueron también sus ciudades y se convirtieron en escenarios de algunas de sus novelas y historias como es el caso de Los divagantes, su último libro de cuentos.
En la literatura de Nettel, ya sea cuento, novela o ensayo, hay mucho leído y mucho vivido y, sobre todo, tal como ella confirma, muchas horas de reescritura. “Nunca me conformo con las primeras versiones, soy muy exigente, puedo llegar a revisar una novela muchas veces, como ocurrió con La hija única”.
Ganadora de premios como el Ana Seghers, de Alemania, y el Herralde de novela por Después del invierno (2014), Nettel lleva años desmontando tabúes en libros como El huésped (2006), El cuerpo en que nací (2011), su obra más autobiográfica, o La hija única (2020), una de sus obras más traducida y leída. Una historia, esta última, sobre muchos temas: para empezar, la maternidad vista desde el binomio instinto-imposición social versus deseo-elección, y sus rincones oscuros, “secretos” —como apunta en el libro— de cara a asegurar la continuidad de la especie, la maternidad endulzada por un discurso público, social y cultural. Pero también una historia sobre la sacralización de los lazos sanguíneos, la importancia de la familia afectiva, a veces incluso más fuerte que la biológica, y una defensa de la crianza como una tarea colectiva. Además, la novela trata temas como la enfermedad, la deformidad, la belleza de la fealdad, la violencia hacia las mujeres, la fragilidad de los niños, el temor por que desaparezcan o alguien se los robe. En definitiva, angustias y lacras que sobrevuelan la sociedad mexicana desde hace décadas y que se han ido agudizando en los últimos años.
Desde hace casi veinte años Guadalupe Nettel no ha dejado de escribir y seducir lectores. En 2008 publicó el libro de cuentos Pétalos y otras historias incómodas. “Cuando íbamos a traducirlo al italiano, mi editor italiano me decía que estaba loca, que dónde iba con aquellas historias. Tardó quince años en publicarlo. A veces ocurren estas cosas. Ahora le apasiona el libro e Italia se ha vuelto muy importante para mí. Mis libros funcionan muy bien en Italia”. En 2013 fue el turno de El matrimonio de los peces rojos y, entre tanto, los ensayos Para entender a Julio Cortázar y Octavio Paz, las palabras en libertad, a partir de su tesis doctoral sobre el poeta mexicano.
Paralelamente a su obra narrativa, Nettel colaboró en revistas y publicaciones como El País, The New York TImes en español, La República y La Stampa, entre otras, y durante los últimos siete años fue directora de la Revista de la Universidad de México (UNAM), la revista más longeva de México, una publicación de prestigio que resiste heroicamente en su formato de papel mes tras mes, y que supuso una etapa muy especial en la vida profesional y personal de Guadalupe Nettel: “La posibilidad de suscitar la reflexión en cada número sobre un tema a partir de 12 o 15 autores de disciplinas distintas ha sido una experiencia única. He leído mucho y he aprendido de todos durante este tiempo”.
Nos sentamos en dos butacas situadas al fondo en una sala grande reservada para entrevistas, parece que falta la audiencia, pero en realidad es un espacio para dos personas y poco más. Jesús Císcar se queda con nosotras mientras retrata a Guadalupe, abducido, como yo, por la conversación, su dicción y sus gestos suaves. Es una mujer bella, atractiva, tiene un rostro dulce y una percibe a través de sus palabras, las que escribe, las que lee en voz alta y las que cuenta, que vivió mucho, que es valiente, que lucha por lo que quiere y por las cosas en las que cree.
Empezamos a hablar y acuden a la conversación muchos temas: países vividos, mudanzas, viajes, casas, lecturas, otras escritoras, los hijos, temores, el desconcierto en el que vivimos, la lectura como acto de recogimiento, México y sus sinsabores, el placer de publicar y leer en papel. Nettel emana inteligencia y creatividad. De todo ello conversamos antes de poder disfrutar de su conferencia en Festival En Otras Palabras, organizado por CaixaForum, donde Nettel y Marta Sanz dialogaron el jueves 23 de mayo sobre literatura y mucho más.
-Guadalupe, sus libros se leen en muchas lenguas y muchos países. Me comentaba hace un momento que Italia, un país donde también la leen y aprecian mucho, se volvió muy importante en su vida. No sé si un día llegará al punto de la autora norteamericana de origen indio Jumpa Lahiri, que escribió sus últimos libros en italiano.
-No lo creo. No creo que llegue a tanto. Hay tres países importantes para mí, México, Francia y España. Italia también ocupa ahora un lugar crucial, porque tengo muchos lectores italianos. Pero no creo que llegue a ese punto de adoptar la lengua italiana [sonríe]. No lo he hecho con el francés, que es mi otra lengua desde la infancia también. Me impresionan los escritores que se mudan de lengua, yo puedo mudarme de país, pero no de lengua.
-¿Qué es autobiográfico en Guadalupe Nettel?
-El cuerpo en que nací es mi libro más autobiográfico. En él hablo de mi infancia, pero también del exilio latinoamericano, sobre todo, del exilio de Chile, Argentina y Uruguay, los países que sufrieron las dictaduras militares, hacia México, un tema que retomo en el relato “Los divagantes”, a través de los albatros, esas aves que se extravían.
-Y escribe: “¿Qué hacía un albatros en un lugar tan alejado de su hábitat natural? El amigo de mi padre nos explicó que es muy raro verlos fuera de su rango geográfico, pero de cuando en cuando ocurre que alguno se ve arrastrado por una tormenta y se pierde. El problema, dijo, no es que haya salido de su territorio, sino que, cuando lo hace, le resulta muy difícil cruzar el ecuador y volver a él”.
-Esa es la cuestión, y por eso lanzo esta pregunta en el relato “Los divagantes”: “¿Después de veinte años de echar raíces en otro país, puede uno volver a integrarse como si nada a la colonia de origen?” He escrito sobre la experiencia de mirar el lugar donde vives desde fuera, desde la extranjería, y también sobre la diferencia física, como en el caso la niña de El huésped, mi primera novela, donde trato la ceguera. Luego seguí haciendo apología de la belleza disruptiva, “la del monstruo”, creando mi pequeño catálogo de monstruos, como hice en los relatos de Pétalos y otras historias incómodas. Esas son constantes en mi obra: la belleza disruptiva, los seres diferentes que nos ayudan a abrir nuestras consciencias, y a salirnos de las cajas de la normalidad y la homogeneidad.
-La naturaleza y los animales también están muy presentes en sus libros. Son espejo, metáfora, desafío…
-Los animales regresan a mis historias desde 2013, en El matrimonio de los peces rojos, en La hija única, en Los divagantes. Se han convertido en una presencia importante. Son metáfora, espejo y mucho más.
-Echar raíces es un tema que se repite en 'Los divagantes', en el mismo relato que da nombre al libro, pero también en el cuento "Un bosque bajo la tierra".
-Sí, es un tema que enlaza con lo anterior, el dilema entre la extranjería y la pertenencia a un lugar, y lo retomo en diferentes historias.
-Eso me lleva a México. En una entrevista de 2020 en 'La Vanguardia' Lucha Castro, abogada y defensora de los derechos humanos, hablaba de un genocidio: “En México son asesinadas diez mujeres al día” y decía: “estoy casada, tengo cuatro hijos y siete nietos, todos viven fuera de México”. ¿Expulsa México a su gente?
-En México una vive con el miedo constante a que algo malo ocurra. Tengo dos hijos que van entrando ya en la edad de salir y eso me causa mucho miedo. Hay mala prensa, porque la prensa mexicana no puede cubrirlo todo, y parece que la prensa mexicana fuera la prensa amarilla, la nota roja que ofrece lo escabroso y no da las buenas noticias, que siempre las hay también. Es una prensa que busca el escándalo y como consecuencia se genera y se siente un miedo colectivo. Yo misma evito salir a la calle a partir de las nueve de la noche. Algunas mujeres se rebelan a eso, incluso amigas mías, pero saben que arriesgan la vida. Y si dejas a una amiga en la calle después de un acto, del cine, de cenar, o lo que sea, le pides que te escriba cuando llegue a casa. Son medidas y situaciones que me gustaría descubrir y señalar, también en mi literatura, como algo dentro de lo anormal, porque no deberíamos vivir así, con ese miedo.
-¿Qué hace la literatura en medio de este caos de vida, de violencia y desazón?
-La literatura pone sobre la mesa temas y preguntas de toda clase para que los lectores busquen y encuentren sus propias respuestas, porque durante el mismo cuestionamiento es donde empiezan las respuestas. Las respuestas cuestan mucho de encontrar, y por ello hay que detenerse un tiempo en las preguntas, a preguntarse.
-En esa búsqueda de respuestas, en la construcción de preguntas, navega la lectura. Un acto de recogimiento, como usted ha dicho.
-Cada vez tenemos mayor dificultad para concentrarnos y es muy saludable para la mente poder parar, aislarnos. La lectura nos ayuda a eso.
-Un aislamiento que nos conecta con el mundo, más allá de las redes sociales, por cierto. También hay algo que nos conecta, como por ejemplo su trabajo en la 'Revista de la Universidad de México'. Hablemos de él.
-Ha sido un proyecto muy intenso. Le he dedicado siete años y ahora lo dejo para marcharme a Francia con mis hijos. Me concedieron una residencia en Francia y siento que es hora de cambiar, de volver a escribir. En la Revista hemos tratado temas muy diversos: la menopausia, la andropausia, la discapacidad, el extractivismo, la lucha de los pueblos originarios, el racismo, y siempre con autores y autores de diferentes latitudes, generaciones y géneros. La posibilidad de suscitar la reflexión en cada número sobre un tema a partir de 12 o 15 autores de disciplinas distintas ha sido una experiencia única. Sacamos 10 números al año, dos son dobles, así que salimos mensualmente. Durante estos años dirigiendo la revista he aprendido mucho, he leído mucho y he conocido a muchos autores. Para mí ha sido un gran aporte personal y profesional. Hoy la revolución cultural se confía simplemente a la web, y poder imprimir esta revista era casi un acto de militancia, una aportación a un país, a su cultura. Hemos dado a conocer y hablado de muchos libros, de poesía, hemos descubierto a 1.840 autores en 80 números.
-De alguna manera, esta revista alza un puente entre la sociedad y la universidad, para poder conectarlas o reconectarlas.
-Sí, ha sido una ocasión para vincular la Universidad con la sociedad y la lucha de muchos movimientos, el movimiento LGTBI, el anticolonial, el ecologista. Porque a veces la sociedad y la Universidad funcionan dándose la espalda. Poder provocar este acercamiento con textos legibles y atractivos, haciéndolos dialogar con la literatura y el arte ha sido una gran experiencia bella y fructífiera. Queríamos buscar la crítica hermosa, compleja, inteligente, porque la crítica está dejando de ser todo esto. Ahora me voy de allá, pero valió la pena. También hicimos la página web gratuita, un archivo enorme en línea, ahora modernizado. Una fuente de investigación importante, donde puedes acceder a muchos artículos a partir de una palabra clave. Me marcho con un sabor agridulce, pero continuarán. Es la publicación más longeva del país, se publica desde 1930, con tan sólo un par de interrupciones durante la II Guerra Mundial.
-¿Qué lleva entre manos ahora Guadalupe Nettel?
-Una novela. Y la alegría de volver a Francia, de proyectos nuevos. Estamos asustados y emocionados al mismo tiempo.
-¿En qué terreno se siente más cómoda, en el relato o en la novela?
-Depende de la historia que quiera contar y cómo la quiera contar, analizo cuánto tiempo quiero pasar con ella en la cabeza. La novela es más arriesgada, porque si a la página 150 te das cuenta que no funciona, hay que desechar mucho. Hay que decir fuera. O ponerse a arreglarlo muy seriamente.
-¿Y eso le ha sucedido a usted?
-Sí, claro.
-Digamos que en ese camino también están los editores. Los lectores que desde fuera le pueden dar opiniones.
-Sí, claro, pero eso suele llegar más al final, cuando tienes ya un primer borrador, una primera versión. De todas maneras, es una tradición que se ha perdido la del editor que te da consejos, que te dice y te guía. Yo insisto para que esto suceda porque el manuscrito puede ganar mucho, provoco que esto ocurra. También ocurre lo contrario, hay muchos autores, y eso lo he vivido en la revista, a quienes no les gusta que se les sugiera cambios en la estructura o en el título. Depende de cada uno. Yo soy de la opinión que la mirada desde fuera puede mejorar los textos.
-Su última novela fue 'La hija única'. La novela se ha leído mayormente como una historia sobre las maternidades, pero va mucho más allá: la violencia hacia las mujeres, los lazos no sanguíneos, la amistad.
-Partí de un hecho veraz y próximo a mí, de la noticia de mi amiga, de su realidad, y de como ella transformó la fatalidad en una vida llena de sentido, con ganas de vivirla, y ello me pareció una proeza. Yo quería hablar de eso, divulgar la proeza. Al mismo tiempo, como soy madre y he reflexionado mucho sobre la maternidad, este tema fue impregnando la novela. Y de vez en cuando surgía una voz vehemente y enardecida que se rebelaba, la voz de Laura, que decía algo así como “todo el trabajo del cuidado de los hijos recae sobre la mujer: pongámonos en huelga”. El resultado de la novela finalmente fue bien distinto de lo que me planteé en un inicio y la historia creció orgánicamente. La literatura es como la masa madre del pan, cuando haces el pan con masa madre adquiero todo lo que hay en el aire, el olor del jardín, la planta de romero, el aroma de la cocina. La masa madre se impregna de todo lo que le rodea mientras preparas el pan y cuando escribes ocurre lo mismo. Cuando acabé la novela lo sentí así. Mucho de lo que he puesto en esta novela está en mi interior: los problemas en mi casa, la vida de las mujeres en México y América Latina, los feminicidios, Empezó por ser una novela sobre mi amiga y acabó siendo una novela sobre la condición femenina en México en el siglo XXI, en la clase media, está claro. Si miro hacia atrás, sé que no me habría permitido escribir este libro cuando tenía 30 años. Entonces había un gran prejuicio sobre la literatura sobre mujeres, no se hacía una literatura tan centrada en la mujer, en sus vidas en la intimidad.
-De manera que la novela tomó vida propia
-Ocurrió que cuando salió la novela, el tema de la maternidad estaba en auge. El asunto de una niña con una discapacidad, que era el tema central y de origen, resultaba también un era un tema crucial, pero en general a los lectores no les gustan estos temas porque dan miedo, nos enfrentan con nuestros temores, y quizás piensan que muchos lectores prefieren no enfrentarse a ellos y por ello prefirieron no mencionarlo y que fuera sorpresa.
-Precisamente usted misma escribe en la novela: “Hay personas que consideran la desgracia como una enfermedad contagiosa y prefieren alejarse de los que enfrentan un sufrimiento crónico, así sean sus propios padres o sus mejores amigos”
-Cierto. Sin embargo, este, el de las discapacidades y el dolor, es un tema que ha aterrizado en la literatura, obras como Quiet de Màrius Serra o La hora violeta de Sergio Del Molino lo tratan también. En realidad, hay muchas puertas abiertas en esta novela, y una también muy importante es la amistad. La amistad entre mujeres, en este caso.
-Imagino que en el camino hecho para llegar hasta aquí, hay muchas lecturas.
-Todas las autoras previas a mí me lo han permitido. Me han permitido adentrarme en la vida de las mujeres. Escritoras como Natalia Ginzburg, Vivian Gornick, Rosario Castellanos, Elena Garro, Sara Mesa, Marta Sanz, sobre todo su novela Clavícula, donde entra en la intimidad. Todas ellas me han llevado y acompañado al lugar donde estoy.
-Usted ha vivido en diferentes países, ahora vuelve a Francia. ¿Dónde se siente más a gusto?
-Me siento muy a gusto en muchos lugares. En Barcelona me sentía muy bien, y pasé más de tres años viviendo allí, pero vino la crisis del 2008 y nos expulsó como al albatros de mi cuento, que busca divagar y acaba viviendo en otro lugar. Ahora vuelvo a tener ganas de cambiar, de salir de México.
-México se ha vuelto un país hostil con las mujeres.
-Es una situación muy alarmante. Los derechos de las mujeres han ido retrocediendo en todo el mundo, también en Estados Unidos con la re penalización del aborto y el puritanismo imperante que hunde a cualquier persona. En México todavía es peor, los que cometen feminicidios no van a la cárcel, no son juzgados. Y mucha gente tampoco denuncia porque hay una absoluta desconfianza con el estado y sus mecanismos, desconfianza ante del peso y el chantaje del narco y la extorsión de las redes de la droga. Hace poco en un pueblo la gente linchó a los extorsionadores de la droga. Y en Cuernavaca secuestraron a una niña y los vecinos mataron al secuestrador. No hay un estado de derecho, son los vecinos los que hacen justicia por su cuenta, pero a veces la turba también se puede equivocar, y esa situación tampoco es segura, nos vemos volviendo al medievo en ciertos comportamientos.
-¿Qué significa la editorial Anagrama para usted?
-Es la relación más larga que he tenido nunca. Ellos son como mi familia. Jorge Herralde y Silvia Sesé son personas a quien quiero mucho, forman parte de mi vida.
-Cuando una lee sus cuentos y sus novelas tiene la sensación que aquello ha sido pulido hasta el último detalle. ¿Es Guadalupe Nettel una escritora de rescritura?
-Trabajo la reescritura hasta un extremo obsesivo. Releo, encajo, reencajo. Le doy vueltas. Por ejemplo, en el relato “Jugar con fuego” de Los divagantes, la acción empezaba con el fuego y acabé por darle un vuelco total. Pensé que mejor ir creando la tensión y dejar que estallara al final. Y si hablamos de La hija única, la rescribí mucho.
-Uno des los relatos, “El sopor”, es un relato distópico, y justo con “Jugar con fuego” se sitúan en el confinamiento pandémico. En ambos casos la angustia, la asfixia y el sopor, como dice el mismo título del relato, pesan mucho y se sienten en el ambiente.
-Nosotros tuvimos varios confinamientos. Se iban y venían, era un arriba y abajo constante. Avanzábamos y retrocedíamos. Y cada vez era una “nueva normalidad”. Estos dos relatos están escritos desde la angustia. Además, durante los confinamientos sufrí una anemia muy fuerte, a muchas escritoras les sucedió también, y me sentía muy débil, agotada, como arrastrándome. Todo ese estado de ánimo se refleja en estos relatos. Además, está el aspecto del calor extremo, del sopor, provocado por el calentamiento global. La asfixia y la angustia también por la manera y el mundo en que vivimos. Por el desconcierto, la falta de referentes, la incógnita ante catástrofes inminentes. Vivimos desorientados, ya no creemos en el poder de lo artístico, es solo una distracción, y tampoco en el progreso de la ciencia. Es todo un estrago extraordinario y los gobiernos no lo ven, Perdemos la brújula y nos quedamos desconcertados, perdidos. De todo eso buscaba hablar en Los divagantes.
-Hay en 'La hija única' un aspecto que me ha llamado la atención por la angustia adicional que genera en Alina, añadida a la que ya tiene de por sí, y es du deuda con el banco.
-Alina es una compradora compulsiva, y este es un problema real. Cuando tenemos problemas reales, angustias, buscamos vías de escape y el consumismo es una, porque genera dopamina, un subidón rápido, que luego baja y te deja fatal, además de arruinada. Las tarjetas de crédito son una gran trampa. Los bancos te dan más y más crédito, te manipulan, para atraparte cuando ya no puedes más. La presión de las deudas es un tema muy serio, que ha llevado al suicidio en muchas ocasiones. El escritor Emmanuel Carrère lo ha trata muy bien en su libro De vidas ajenas.
LT/CRM