Lecturas

Mujeres armadas

23 de marzo de 2021 07:36 h

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Introducción

En abril de 2016 participé en una mesa redonda titulada «Mujeres y fuerzas de seguridad» en la Universidad Nacional de San Martín, coordinada por Mariana Gutiérrez. Mi presentación tuvo como tema central los ciclos de incorporación de mujeres en las instituciones de seguridad y su contracara: las razones que promovieron esa incorporación. La charla incluyó un momento para pensar el ingreso de mujeres al delito profesionalizado y a la militancia política que se expresaba en movilizaciones callejeras, en tanto constituyeron algunos de los argumentos políticos para formar cuerpos de mujeres policías. Cuando la charla se situó en la segunda mitad del siglo XX, insistí en las experiencias de organización de las mujeres de las fuerzas que exigían igualdad de trato y en las posibilidades de ascender en la carrera, denunciaban abusos de poder y acoso sexual, cuestionaban las represalias que sufrían luego de que pedían licencias por maternidad y la obligación que pesaba sobre ellas de hacer trabajos no calificados, como tender la cama del comisario, simplemente por el hecho de ser mujeres. Repuse las nefastas dinámicas laborales que demandaban una entrega a tiempo completo que solo pueden cumplir si otra persona cuida a los hijos, hace la comida, se encarga de la casa y de la vestimenta, dinámicas que, habida cuenta de los mandatos sociales, difícilmente las mujeres pueden sostener. Cuando terminó el panel, después de las fotos y de los agradecimientos, se me acercó Ivana, que había estado en la sala atenta entre el público durante toda la charla.

—¿Te puedo decir algo? —me preguntó mientras yo atravesaba la puerta.

—Sí, claro.

—Gracias por lo que dijiste. Creemos que es tal cual —afirmó involucrando a una compañera que la secundaba—, pero no sabíamos que les pasaba a todas. Yo pensaba que era un problema mío.

Me congelé un segundo debajo del marco de la puerta y fui atónita hacia el hall del edificio de ciencias sociales. Ivana era de la Gendarmería Nacional Argentina y, me dijo, habitaba la fuerza con una serie de incomodidades que no había podido nombrar y visualizar hasta ese día. Era una reparación para ella, pero lo que quiero contar aquí es el descubrimiento que significó para mí. Después de años de estudio, archivos, entrevistas, proyectos y revisiones, tuve plena conciencia de la circulación y la libre recepción de todo ese trabajo, algo que no había dimensionado antes. Ivana encontraba en la investigación que presenté una manera de pensarse, pasando de lo personal a lo político, como reza ese hermoso lema del feminismo.

Mujeres integrantes de cuerpos encargados de aplicar, a veces brutalmente, la fuerza sobre la ciudadanía. Mujeres no necesaria ni invariablemente débiles. En este libro atravesé la dificultad de escribir con la perturbación de la imposibilidad de catalogarlas. Ni esencialmente buenas ni esencialmente malas. A veces perpetradoras de la violencia y a veces objeto de ella. En el esquema de género construido en las fuerzas, expresando alguna feminidad que siempre, en este punto hay pocos matices, queda relegada a las masculinidades, se arman y ubican sus herramientas y habilidades para que, como si fueran piezas, den como resultado un modelo respetable. «Armarse», en primer lugar, en el sentido de abastecerse de armas, pero también en el de adoptar actitudes para resistir la contrariedad. Eso es lo que hacen ellas.

No son muchas las obras que tratan sobre las mujeres que integran cuerpos policiales y armados en la Argentina o en el mundo. Esa es una primera novedad de este libro. La segunda es que es el único que aborda las policías y las Fuerzas Armadas y de Seguridad en clave comparada. Está hecho con un trabajo de campo de muchos años, diverso, con distintas formas de inserción y diferente escala de profundidad en un conjunto amplio de fuerzas policiales y armadas. Este enfoque permite ver las diferencias y notar las prácticas que se reiteran en unas y otras. Hasta el momento, todos los trabajos sobre fuerzas de seguridad se enfocaron solo en una agencia o repartición y ofrecen un análisis y datos interesantes, pero segmentados.

Aquí incluyo anécdotas, información y reflexiones sobre las cuatro fuerzas que, habitualmente, se denominan «federales»: la Gendarmería Nacional Argentina, la Policía Federal Argentina, la Prefectura Naval Argentina y la Policía de Seguridad Aeroportuaria. Se las llama así porque dependen del Estado nacional y operan en toda la extensión del territorio. Una manera de distinguirlas entre sí es considerar su misión primaria. La de la Gendarmería está vinculada con los pasos fronterizos formales e informales. La Prefectura se ocupa de la seguridad de las aguas navegables y el control de las fronteras húmedas. La Policía de Seguridad Aeroportuaria tiene asiento en los aeropuertos de todo el país y una mayor presencia en aquellos que operan vuelos comerciales internacionales. La Policía Federal, por su parte, viene atravesando un cambio de objetivos y de despliegue desde el año 2017: históricamente encargada de perseguir y evitar todo tipo de delitos en Buenos Aires y crímenes federales en todo el país, comenzó a ser desplazada de la ciudad capital tras la creación de una policía propia. Hoy su reconversión implica acentuar sus competencias en investigaciones criminales sobre narcotráfico, trata de personas, delitos económicos y cibernéticos.

Un capítulo aparte corresponde a la Policía de la Provincia de Buenos Aires, la institución con mayor cantidad de personal del país que está a cargo de un territorio «caliente», en términos criminales. La descendencia de esta institución son las Policías Locales, una innovación que se inició en el año 2014 e implicó que cada municipio de la provincia cuente con su propia policía que depende, a la vez, del intendente y de la policía de la provincia. En suma, son fuerzas con reglas, objetivos y carreras profesionales propias, pero que orgánicamente están regidas por la policía bonaerense. Hasta aquí, enumeramos las fuerzas policiales y de seguridad encargadas de la seguridad interior. Todas ellas orientan su trabajo hacia la cuestión criminal, lo que implica perseguir, investigar y hacer cesar el delito.

Un esquema distinto les corresponde a las Fuerzas Armadas, que están abocadas a la guerra. Si bien su misión ya no es la seguridad sino la defensa nacional, comparten con las policías su origen como profesión estatal, armada, verticalista y tradicionalmente masculina. Comparten, además, ser parte del aparato estatal ordenado para monopolizar la violencia legítima, tema que explicaremos en los próximos párrafos, y esta es la razón por la que tienen un capítulo en este libro.

Finalmente, consideramos otra institución que «arma» a sus integrantes, pero no con pistolas sino con mangueras contra incendios. Las bomberas componen el sistema de seguridad y se abocan a catástrofes y siniestros. Con este objetivo, varios cuerpos de bomberos crecen y se despliegan en el marco de instituciones de seguridad, compartiendo procesos de formación, ascenso, identidad corporativa y condiciones laborales. En ellos convive toda una tradición de bomberos comunitarios nacidos al calor de la inmigración italiana hacia la Argentina, de fines del siglo XIX, que perviven alimentando fuertes lazos vecinales y un sentimiento de profunda vocación.

El hilo que conecta este recorrido por diversas y, al mismo tiempo, similares instituciones y oficios, es decir, esos espacios policiales con campamentos militares y cuarteles de bomberos, y el foco de este libro son esas mujeres que incomodan, las que integran las Fuerzas Armadas y de Seguridad, y ejercen la violencia legítima que se expropia a cada ciudadano y ciudadana. Esta violencia fue reducida, contenida y aglutinada en el Estado, quien la administra a través de sus agencias. Si bien la policía y los ejércitos son las principales, no son las únicas entidades a través de las que se regula y reasegura esa monopolización. ¿Cómo garantizan y reproducen este poder? Con la fuerza. Esto no supone negar que, en sus prácticas, las policías y los ejércitos a menudo se alejan de la ley o que la interpretan de forma tan libre que a veces linda con lo discrecional, con lo ilegal y con lo socialmente inaceptable.

Por eso, las mujeres que elegimos mostrar en este libro incomodan: porque están en el centro o en la periferia de entidades que ejercen violencia. En la Argentina, con frecuencia, la orientación de ese ejercicio, de ese acto, es discutida, ilegítima, rechazada y hasta abiertamente ilegal. Sin embargo, no decidimos contar sus experiencias para festejarlas, eximirlas, perdonarlas o premiarlas, sino para conocerlas. ¿Por qué queremos conocerlas? Hay varias respuestas a esta pregunta. La primera es que saber quiénes son, qué hacen y cómo lo hacen nos da herramientas para conocer estas agencias del Estado, que no es otra cosa que conocer al Estado mismo.

La información reunida aquí nos acerca al modo de funcionamiento de esta estructura política compleja que es, también, cambiante, dinámica. Las prácticas de la policía o, mejor dicho, las prácticas que llevan adelante diariamente las mujeres policías son efecto del Estado. Dicho de otro modo, nuestro punto de partida es entender y seguir el conjunto de personas, grupos, trayectorias, tensiones, particularidades y desvíos que representan la actividad estatal más que la maquetación de las estructuras centrales del Estado y la política. La figura estatal no es tomada en estas páginas como la de un actor único y autoconsciente sino como un conglomerado de voces y expresiones de personas y grupos atravesado por alianzas y disputas políticas que enlazan a los agentes estatales con los de la sociedad civil. Esta mirada, entre otras cosas, nos permite captar la múltiple pertenencia de estas mujeres que son policías, activistas por los derechos de diversidades de género, estudiantes universitarias, funcionarias políticas y militantes religiosas.