Las pantallas personales han emergido como el espejo de la experiencia contemporánea de la abundancia informativa. Con frecuencia son la entrada principal a sus productos y servicios, convirtiéndose tanto en ventanas a nuestro proceso de sociabilidad como en espejos que reflejan una imagen poderosa de nuestras identidades e intereses colectivos. ¿Cuáles son los patrones clave que emergen de los datos sobre su recepción presentados en este capítulo, y cuáles son las principales implicancias para las preguntas que motivan a este libro y al acercamiento adoptado para contestarlas?
Los hallazgos de la encuesta indican que los factores estructurales dan formas variadas a las tasas diferenciales de acceso y uso. El análisis demuestra que la edad supera al nivel socioeconómico y al género como el principal motor de la propiedad y uso de las principales pantallas personales en la vida cotidiana. Este patrón es consistente transversalmente tanto para la propiedad de los teléfonos móviles –con y sin acceso a internet– y la frecuencia del acceso a las redes. La única excepción es la posesión de una computadora personal, que no es sorprendente si uno tiene en cuenta la combinación de un alto nivel de gasto por este dispositivo y el alto nivel de pobreza en el país. A la luz de la predominancia del teléfono móvil como pantalla personal preferida, la imagen que emerge es una donde la edad se ha convertido en el organizador estructural definitorio de la vida dentro y fuera de la pantalla personal. Esta imagen es consistente con las investigaciones recientes sobre el acceso y uso de computadoras personales, teléfonos inteligentes y redes sociales, que ha resaltado el papel central de la edad en estos procesos. Así, de acuerdo con la investigadora en comunicación Teresa Correa, “la edad sigue siendo la brecha digital más consistente y duradera” (2014: 104). Este patrón no solo atraviesa los grupos etarios, sino también a cada uno de ellos en su interior. Por ejemplo, en su evaluación de la “brecha digital entre adultos mayores”, el investigador de medios Thomas Friemel concluye que “la edad sigue teniendo un efecto diferenciante, más que cualquier otro factor” (Friemel, 2016: 328, énfasis en el original).
Los hallazgos de la encuesta solo cuentan una parte de la historia, incluso cuando se trata del papel de las variables estructurales como la edad. Las entrevistas revelan que mientras las personas de todos los grupos etarios aprecian la conectividad que sus teléfonos inteligentes habilitan, lo hacen por diferentes razones: los jóvenes priorizan los temas vinculados a la vida social y al entretenimiento, los de mediana edad otorgan un valor significativo al trabajo y a la comunicación tanto con sus hijos como con sus padres, y los adultos mayores aprecian los usos familiares y relacionales tanto como la sensación de seguridad que la conexión constante les garantiza. Las entrevistas también muestran que a veces las prácticas de uso convergen de manera sorprendente entre grupos etarios, como cuando Silvia, frustrada por la falta de comunicación familiar, demanda que sus nietos dejen de lado los teléfonos móviles durante sus almuerzos de domingo solo para darse cuenta de que tampoco puede separarse del de ella.
Estos distintos modos de uso cobran forma en parte por los distintos sentidos que las personas atribuyen a las tres pantallas personales evaluadas. Así, el teléfono móvil como prótesis, la computadora como herramienta y el televisor como compañía son construcciones simbólicas que se entrelazan profundamente con múltiples dimensiones de la vida diaria. Estas dinámicas se vuelven más visibles cuando complementamos los modelos que expresan la visión de la comunicación como transmisión con la visión ritual de la comunicación que motiva a este libro a través de su énfasis en la interpretación, la emoción y la práctica. Distintos sentidos se originan en la interacción social y convergen con la expansión de prácticas particulares en el tiempo. Cada uno de estos sentidos está vinculado a la funcionalidad de cada pantalla y las respectivas estrategias de marketing que sus fabricantes despliegan para venderlos. Pero estos significados no pueden ser inferidos de las funcionalidades tecnológicas y de las estrategias de marketing. Por ejemplo, aunque la computadora portátil ofrezca funcionalidades similares a las de los teléfonos inteligentes y su movilidad sea una pieza central en su estrategia de venta, la connotación prostética estuvo mayormente ausente de los discursos y prácticas de los entrevistados. De manera similar, mientras que una computadora de escritorio conectada a internet puede funcionar de un modo casi idéntico al de un televisor, pocas veces es vivenciada como una compañía cálida y reconfortante como el televisor, tiene la connotación fría e instrumental de una herramienta.
Esto resalta el papel de la agencia y el apego en la experiencia contemporánea de la abundancia informativa. Para comenzar, la combinación de la superposición de capacidades de las pantallas personales y los sentidos diferentes que les son atribuidos señala el grado significativo de agencia expresado en las distintas modalidades de uso. Además, esto también se manifiesta en la creatividad de las prácticas emprendidas para no usarlos mediante una serie de santuarios cotidianos no afectados por las pantallas personales. Este problema también está conectado con el alto nivel de apego que muchos entrevistados sienten con respecto a sus pantallas personales, más que nada en el caso de sus teléfonos móviles, lo cual revela diferentes tipos de conexiones con estos dispositivos y la atribución de roles en sus vidas cotidianas. Esto supera por lejos a los muchos otros artefactos que habitan nuestro paisaje material, desde la canilla de agua a la mesa, y de la silla al colchón. El poder de este nivel de apego no se ve solo a través de su presencia visible, sino también, y como en el caso de la agencia, a través de las reacciones ante la ausencia de una pantalla personal particularmente apreciada. Esta pérdida, al punto de experimentar sensaciones de abstinencia y similares a la muerte, es la señal más fuerte posible del valor fundamental que estos dispositivos han adquirido en el contexto contemporáneo.
En suma, este análisis de los sentidos, agencias y apego entrelazados demuestra el valor de la visión ritual de la comunicación para iluminar al menos cuatro dimensiones claves en la experiencia de la abundancia informativa, y también subraya las limitaciones correspondientes de las investigaciones previas con respecto a la sobrecarga informativa.
Primero, los entrevistados usan las pantallas personales no solamente para recolectar información para tomar decisiones, sino también para expresarse y relacionarse con otros. De un lado, de las tres pantallas personales evaluadas en este capítulo, el teléfono móvil parece ser el más directamente vinculado con los asuntos de la autoexpresión y la vincularidad. Pero los entrevistados sí dieron cantidades de ejemplos de recurrir a ellas para recolectar información para tomar decisiones. Por otro lado, usan la computadora personal con mayor frecuencia para procesar información vinculada a la toma de decisiones que las otras dos pantallas personales, pero los entrevistados también recurren a ella para tareas como las videollamadas a amigos y familiares y conectarse a las redes sociales. Así, un enfoque exclusivo sobre la toma de decisiones habría perdido de vista estos otros tipos de usos que suman a la experiencia contemporánea de la abundancia informativa.
Segundo, los entrevistados no usaban sus pantallas solamente de un modo instrumental, sino para su recreación, acceder a noticias, entretenerse y establecer y mantener relaciones, entre otros objetivos. Además, estos objetivos se diferencian pero están interconectados; y por ello, comprender por qué la computadora es considerada mayormente como una herramienta y usada principalmente para trabajar ayuda a arrojar luz sobre el papel de compañía atribuido con frecuencia al televisor y a las prácticas más diversas típicamente ejecutadas con los teléfonos móviles. Por ello, concentrar la mirada analítica en fines instrumentales habría pasado por alto la cantidad de propósitos por los cuales los individuos acuden a las pantallas personales y la experiencia integral que emana de estas prácticas.
Los entrevistados no usaban sus pantallas solamente de un modo instrumental, sino para su recreación, acceder a noticias, entretenerse y establecer y mantener relaciones, entre otros objetivos.
Tercero, la amplia diversidad de modos y propósitos de uso, vinculados en parte a una serie todavía mayor de circunstancias en las que los entrevistados usaban sus pantallas personales, rechaza cualquier posibilidad de establecer un nivel óptimo general de cantidad y calidad de información más allá del cual tendría efectos perjudiciales. ¿Es óptimo interactuar con y a través de un teléfono móvil durante la totalidad de un viaje en transporte público –como hace Mariela– o es mejor dormir una siesta? ¿Es óptimo apagar la computadora durante las horas fuera del trabajo –como hacen Juanita, Lucas, Joaquín y Mariana– o es mejor seguir utilizándola, aunque sea por razones no vinculadas al trabajo, durante ese tiempo? ¿Es óptimo tener la televisión encendida durante muchas más horas que las que uno le está prestando atención –como hacen Humberto, Sara y Ángeles– o es mejor guardar energía y lidiar de otros modos con los problemas del silencio y la soledad? Sin importar lo tentadoras que puedan resultar las mediciones normativas del uso saludable de las pantallas personales, una vez que nos alejamos del enfoque estricto sobre la toma de decisiones con fines instrumentales, la idea de optimización se vuelve notablemente inapropiada para darle sentido a un espectro de dinámicas posicionales y contextuales que dan forma a las prácticas con pantallas.
Cuarto, en vez de un discurso sobre el déficit que abarque todo, lo que resulta de la combinación de dinámicas de agencia y apego es una valoración mixta de la experiencia de uso de las pantallas personales desde el punto de vista de los entrevistados. Con respecto a los teléfonos móviles, por ejemplo, por un lado, a Lola le gusta la sensación de seguridad que le da tenerlo siempre consigo: José aprecia sus capacidades para asistirlo al recorrer las calles por su discapacidad visual; Miriam disfruta su versatilidad en su práctica evangélica como Testigo de Jehová; a Marcela le gusta la eficiencia que le habilita en la comunicación con su hija sobre su nieto; y varios entrevistados comentaron cómo su uso los hace sentirse más conectados con amigos y familiares que están lejos, entre otras valoraciones positivas. Por el otro lado, Cecilia y Silvia se sienten desconectadas de sus respectivos nietos incluso cuando comparten el mismo espacio; Marta no quiere sentirse como una prisionera de los mensajes que le llegan a través de su dispositivo; a Emanuel y a Tatiana no les gusta cómo sus amigos están más enfocados en “otros lugares” en vez del “aquí y ahora” cuando se juntan; y varios entrevistados comparten una sensación de no estar completamente en control de sus teléfonos móviles, entre otras valoraciones negativas. Estas son algunas ilustraciones de los datos sobre la yuxtaposición de valoraciones positivas y negativas en el tapiz de la experiencia de la abundancia informativa. No es que vivir en un mundo de riqueza informativa sea siempre color de rosa, sino que el discurso blanco y negro del déficit que suele estar vinculado a la perspectiva del analista –con sus connotaciones distópicas frecuentes– no le hace justicia al espectro de tonalidades de gris que emergen de las voces de los sujetos.
La combinación de agencia y apego también señala una transformación en cómo las personas comprenden y encarnan su sociabilidad. Esta transformación es una expresión de la notable predisposición hacia las pantallas personales –en particular de los teléfonos móviles– y la información y conexiones a las que se accede a través de ellas. Esta predisposición está emparentada con la “lujuria informativa” que según la historiadora Ann Blair indicaba la valoración positiva de la información y la subsecuente acumulación de los productos resultantes por parte de las personas del siglo XIII. Pero en el ambiente contemporáneo la fuente de la información valorada no es tanto el mundo natural como las vidas de los otros. Esto también se relaciona con lo que el especialista en telecomunicaciones Christian Licoppe ha llamado “presencia conectada”:
Un desplazamiento gradual en el cual las tecnologías de la comunicación, en vez de ser utilizadas (aunque sin éxito) para compensar la ausencia de nuestros seres próximos, son explotados para proveer un patrón continuo de interacciones mediadas que se combinan en “relaciones conectadas”, en las cuales las fronteras entre ausencia y presencia eventualmente se desdibujan. (Licoppe, 2004: 135-136)
Combinar el desplazamiento del objeto de la lujuria informativa con las ideas de boyd sobre los públicos interconectados y la presencia conectada de Licoppe nos brinda un punto de entrada a la reconstitución continua de la sociabilidad que caracteriza la experiencia de la abundancia informativa. Por ejemplo, el papel de WhatsApp como un incentivo importante en las prácticas con pantallas personales, particularmente vinculado a los teléfonos móviles, señala la centralidad de las plataformas de redes sociales al habilitar la posibilidad de participar en procesos comunicativos simultáneos a través del tiempo y el espacio con una intensidad antes desconocida. Esto sugiere que esta reconstitución ha emergido en la intersección entre las pantallas personales y las redes sociales. Por ello, para darle sentido, primero es necesario examinar los usos –y a veces abusos– de las plataformas en la vida cotidiana, a lo cual me dedicaré en el próximo capítulo.
PB