La revolución de 1952 además de haber significado una modernización del capitalismo local dejó una profunda huella en la cultura política boliviana, que iría desde la permanente disputa por las calles hasta un extremismo verbal difícil de comprender para el observador externo. La cultura política legada del pasado siglo XX se manifiesta en los sectores populares en fuertes tendencias a la organización social y sindical, y si bien ha venido siendo socavada durante todo el ciclo neoliberal, aún continúa siendo la tendencia más fuerte entre los trabajadores y los sectores populares. Pero lamentablemente este hecho terminó conduciendo a las organizaciones de izquierda a buscar atajos que permitieran superar ese estado de raquitismo político, al precio de terminar sacrificando una estrategia y una política independientes en pos de una práctica estrechamente corporativa y sindicalista. Entonces, surge de forma inevitable la siguiente pregunta: ¿si la revolución de 1952 terminó de sancionar una cultura política que podríamos definir junto con Zavaleta de “resistencia”, de qué modo podríamos recuperar de ese mismo acontecimiento histórico las lecciones que permitan sembrar otra cultura política centrada en cómo pasar a la “ofensiva”?¿Qué lecciones extraer de la revolución para recuperar una estrategia y una política independientes que nos permitan vencer? De estas cuestiones clave versa el trabajo de Eduardo, es decir, es un texto que apoyándose en el pasado, en la historia, busca contribuir a la preparación del futuro. Su entusiasmo en la elaboración del presente libro estaba profundamente ligado a la necesidad de extraer lecciones revolucionarias de la gesta de Abril. Lo hacía con el propósito de contribuir a la preparación de los y las trabajadoras, así como de su vanguardia política, a un rearme teórico, programático y político que contribuyese a forjar las herramientas necesarias para la construcción de una organización socialista revolucionaria que, como parte de su estrategia, avance en conquistar una disposición y la voluntad de vencer a las clases dominantes.
(…) La elaboración de Eduardo Molina que presentamos en estas páginas tiene un doble carácter polémico ya que, por un lado, pretende avanzar en la recuperación histórica de la mayor experiencia de lucha social desplegada en el país frente a la construcción histórica impuesta por el MNR [Movimiento Nacionalista Revolucionario] de “revolución nacional”. Por otro lado, porque polemiza con una tendencia surgida en los últimos años de inspiración indigenista o autonomista que ha buscado relativizar la importancia de la revolución, sobre la base de tomar como referencia la extensión de los derechos de los pueblos originarios establecida con el gobierno de Evo Morales y la Constitución Política del Estado de 2009 en contraste con 1952, momento en el cual lo “nacional y popular” buscó homogeneizar a estos pueblos en la bolivianidad. La visión del MNR construida al servicio de un capitalismo nacional precisó relativizar a lo largo de la historia la importancia de la acción obrera que dio lugar a la revolución. Esta visión es compartida por la intelectualidad académica y política del país, que desde un ángulo de izquierda coincide con la historiografía nacionalista en disminuir la potencialidad de la clase trabajadora, contribuyendo de esta manera a una naturalización del resultado histórico, obstaculizando la posibilidad de pensar un desarrollo alternativo de los acontecimientos, es decir, obturando la posibilidad de explorar las condiciones que hubieran permitido la transformación de la revolución de 1952 en una revolución anticapitalista sobre la base de un posible gobierno de las y los trabajadores en alianza con el campesinado y los sectores populares.
Esta posibilidad teórico-política implicaba desde el inicio un combate al MNR, cuestión que Zavaleta y más en general los intelectuales rechazaron. La intelectualidad contemporánea, dejando de lado ciertos trabajos historiográficos interesantes que abordan desde ángulos diversos el ciclo político 1952-1964 con los que dialoga también esta obra, en general tiende a tomar en todas sus elaboraciones los trabajos de Zavaleta Mercado como punto de partida. Los postulados de Zavaleta son aceptados acríticamente por un amplio espectro intelectual, que va desde el mismo oficialismo del MAS, con Álvaro García Linera al frente, hasta llegar a quienes sostuvieron el golpe de Estado de octubre-noviembre de 2019, como el autonomista y ex viceministro del MAS, Raúl Prada; pasando por académicos destacados y estudiosos de la obra de dicho autor como Luis Tapia, hasta sectores del indianismo posmoderno como Silvia Rivera Cusicanqui.(…)
En este sentido, en las páginas del libro encontraremos que Eduardo Molina buscó reconstruir los acontecimientos destacados de los procesos pre y pos revolucionarios sobre la base de una interpretación marxista de los mismos, que combatiera a ese “mundo” construido sobre el papel paradigmático que ha cumplido el nacionalismo-burgués del MNR.
JF