ENTREVISTA

Marina Abiuso: “Para decir toda la verdad a veces hay que hacer ficción”

9 de noviembre de 2024 00:00 h

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Laura tiene veintipico, una carrera promisoria como productora periodística, amigas, historias esporádicas con hombres que más o menos la entusiasman y un único deseo persistente, con el impulso de llevarse puesto todos los demás: estar más flaca. Salta de dieta en dieta, se aferra a los métodos que le proponen diversos nutricionistas, hace avances y retrocesos en su misión de pesar menos de setenta kilos y mide su éxito en base a la distancia que separa su presente de esa meta. Laura es la protagonista de Gelatina libre (Planeta), la primera novela de la periodista Marina Abiuso, y para encontrar en ella algún parecido con la realidad no hace falta buscar demasiado lejos: todas las mujeres tenemos por lo menos una amiga que se le parece, si es que nosotras mismas no somos esa persona que, de vez en cuando, subordina todos sus demás logros al de conquistar un cuerpo que se ajuste a los cánones de belleza.

Con su primer libro de ficción –fresco, gracioso, ligero en el mejor de los sentidos–, Abiuso se da el permiso de probarse en el género de la chick lit después de haber coescrito junto a Soledad Vallejos la biografía de Amalia Lacroze de Fortabat, Amalita. Y sale más que airosa de este nuevo reto: su flamante Gelatina libre promete ser una de esas propuestas en las que el boca a boca hará lo suyo, no solamente por el poderoso imán que puede ser la identificación en la literatura, sino porque la historia se deja leer a la velocidad de un rayo. Después de un año en que sufrió en primera persona el hostigamiento en redes sociales que derivó en un proceso judicial con cinco acusados cumpliendo probation y la llevó a alejarse de su trabajo como conductora y editora de género de TN y Canal 13, Abiuso encontró un nuevo formato donde encauzar su talento para comunicar y contar historias. 

–Difícil no pensar en tu debut literario como una vía de escape momentánea del periodismo, después del año de mayor exposición en tu carrera. ¿Podría decirse que la ficción fue una suerte de refugio? 

–Tengo que decir que yo había empezado a pensar esta historia un tiempo antes de todo lo que pasó. Y creo que eso fue bastante clave, porque me hubiera costado más arrancar un proyecto de cero en aquel momento. Escribir es algo que me gustó mucho siempre; de hecho, tengo muchos más años de gráfica que en cualquier otro lugar del periodismo. Durante muchos años hice talleres de crónica y en una época me empecé a interesar mucho por el periodismo narrativo. Escribir me hacía sentir colmada y, cuando empecé a trabajar en tele, me anoté en un taller de escritura con Inés Garland para no perder el hábito. Ahí nació el texto que terminó convirtiéndose en Gelatina libre. Primero empecé a trabajar un proyecto de autoficción. Recién después apareció esta historia que al final se impuso y me dieron ganas de continuar. Y me di cuenta de que solo podía escribirla en clave 100% ficcional. 

¿Por qué? 

–Para empezar, porque mi historia personal no es tan interesante. Y porque, a veces, para decir toda la verdad hay que hacer ficción. En su taller, Inés siempre habla de escribir sobre lo que te da vergüenza. Y me di cuenta de que para contar todas las cosas que yo quería contar, para poder jugar a fondo con el patetismo del personaje, tenía que convertirlo en un personaje de novela. Eso me daba la posibilidad, además, de juntar anécdotas de muchas de mis amigas, sumadas a otras que jamás voy a reconocer si son mías o inventadas. También me traía alivio, en cierto sentido: trato de no ser ingenua y entiendo que puede llegar a haber cierta expectativa sobre las cosas que digo, porque soy una periodista con determinado perfil, porque tengo una militancia en el feminismo. Y yo quería hacer un libro, no un panfleto ni un manual de instrucciones sobre cómo lidiar con ser mujer y tener un cuerpo. El terreno de la ficción me eximía de eso. 

En este mismo sentido, se nota que también hubo un permiso para volver un poco maliciosa la protagonista. Laura no es necesariamente sorora, a veces piensa barbaridades de otras mujeres. 

–El diálogo interno, eso que las personas van charlando consigo mismas, es algo que me vuelve loca. Me interesa un montón dilucidar en qué está pensando la gente, supongo que en parte porque es información inaccesible: incluso si alguien te llega a contar qué está pensando, te lo va a contar filtrado. Y esa maldad de Laura –que se está comparando todo el tiempo con otras mujeres, que se sube al transporte público y se fija si las otras pasajeras son más gordas o más flacas que ella, pero a las “feas” ni las considera porque no son competencia, y que a su vez puede ser medio mala amiga por momentos– era importantísima en la construcción de su voz. Le daba sustancia también a ese diálogo constante que hace avanzar el relato. Y traía a colación algo que no siempre nos gusta recordar: que vos podés tener muchos ideales, tener clarísimo cómo querés que sea el mundo y cómo querés conducirte en la vida; incluso podés querer ser mejor persona que tus peores pensamientos. Pero tu cabeza es tu cabeza. 

–La historia transcurre hace unos quince años, en una época de Blackberrys, palms y sistemas de chat rudimentarios, en una Argentina en la que el gran suceso nacional es el conflicto entre el gobierno y el campo. ¿Qué te interesó de situar la historia en ese presente? 

–Por empezar, me interesaba que la historia sucediera en un momento en que había menos redes sociales. Laura ya tiene una cuenta de Facebook y tiene que empezar a lidiar con todo lo que eso implica: que cualquiera, por ejemplo, pueda subir una foto tuya, etiquetarte, compartirla con los demás. Pensado desde hoy parece una obviedad, pero hay que retrotraerse a esos primeros momentos de las redes: fue toda una experiencia vital que ahora olvidamos porque estamos completamente descontrolados. Hasta hace no tanto, teníamos la ilusión de que nuestra presencia digital era algo que podíamos controlar. Había otra cuestión y es que, si bien los feminismos no nacieron con la primera marcha de Ni una menos, a partir de ese momento comenzaron a hacerse más accesibles muchos discursos que hasta entonces no eran masivos. Y me parecía bien que el personaje no tuviera tan a mano los discursos feministas, para que la alternativa de no tratar de modificar su cuerpo ni siquiera estuviera en el menú de opciones. 

–Seguramente habrá otras, pero fundamentalmente imagino para esta novela dos tipos de lectoras medio arquetípicas: la mujer que siempre tuvo problemas de peso y conectará con Gelatina libre desde la identificación, y la flaca que a través de esta ficción se ponga por primera vez en los zapatos de las que históricamente vivimos pensando en el peso, quizá con cierta angustia por nosotras, quizá con admiración. 

–Yo igual creo que la incomodidad con el cuerpo trasciende la cuestión del peso, sobre todo a los veinti, la edad que tiene Laura. Yo este libro se lo dedico “a las inadecuadas, o sea, a todas”. Obvio, no es lo mismo tener un tema con el peso que no tenerlo, pero está lleno de flacas conflictuadas con su cuerpo. Por trabajo yo traté con algunas de las minas más lindas del país, y las he visto controlar el ángulo desde el que les sacaban una foto porque las acomplejaba el tamaño de su lóbulo. No quiero sonar militante o pesada con esto, pero es evidente que hay una presión sobre nuestros cuerpos que está absolutamente ligada al capitalismo y al patriarcado, y que nos afecta mucho más a las mujeres. 

–De todas formas, justo el tema del peso está además bastante atravesado por una mirada moral: está muy arraigada la idea de que si una persona no adelgaza, no lo hace porque no tiene la voluntad. 

–Sí, en el libro de hecho aparece una anécdota así, el papá de una amiga de Laura dice que no contrata gordos por eso, y eso es algo que yo alguna vez escuché decir a alguien, no me lo contaron. El sobrepeso tiene muchísimas características negativas asociadas: al gordo se lo asocia con una persona que no está en control de su cuerpo, que no es capaz de contenerse, características que nadie le adjudicaría, por ejemplo, a un fumador. Como gordo tenés que estar todo el tiempo tratando de demostrar que estás en vías de modificarte, que estás tratando de hacer algo para no ser eso que sos. 

–Pasó poco más de un año y medio desde tu renuncia a Canal 13 y TN, a la que siguió un proceso judicial contra las personas de las que recibiste amenazas de violación y muerte. Ahora que la espuma bajó, ¿qué dirías que aprendiste de esa situación? 

–Me cuesta mucho pensar en esos términos, en la idea de aprendizaje, porque implicaría conceder que yo podría haber hecho algo distinto. Y todo lo que aprendí, en tal caso, fueron estrategias de defensa, pero no a prevenir ataques. Porque no tuvo que ver con algo que yo haya hecho, simplemente fui una cara visible, un vehículo para atacar una idea. Hubo quienes deliberadamente construyeron en mí la cara visible de una idea, me levantaron el perfil, hicieron crecer mi fama para poder pegar más fuerte después. Y eso me excede por completo. Porque a mí no me pegaron por una declaración sacada de contexto; se inventaron cosas, se creó la percepción de que a mí no me importaba el abuso de menores, que instigué y encubrí el caso atroz de Lucio Dupuy, cuando el canal para el que yo trabajaba hizo infinidad de notas sobre el tema y yo misma había entrevistado a su abuelo. No es verdad que yo guardé silencio. Pero me tuve que reconciliar con la idea de que, a pesar de que hay videos que prueban que yo traté el tema, habrá un montón de gente que va seguir creyendo que no. Eso genera una impotencia inexplicable. Soy periodista desde los 18 años: discernir lo que es cierto y lo que no lo es para mí un vector de vida. 

NL/DTC