“Nunca me gustó esa idea de que mi trabajo consiste en ‘darles voz a los que no tienen voz’. Prefiero pensarme como un traductor, alguien que trata de entender para narrar después”, dice el fotógrafo Pablo Piovano sentado en un café de Bariloche, adonde llegó el jueves para presentar la exposición Mapuche, el retorno de las voces antiguas en el marco del festival NAVE de No ficción. Que las imágenes de esta serie, premiada en el último concurso de World Press Photo, puedan verse en el Puerto San Carlos, enclave principal de la tercera edición del encuentro de periodismo narrativo que organiza la Fundación de Periodismo Patagónico, tiene sentido por múltiples razones. El primero: Piovano es ante todo un fotorreportero, alguien con su libido profesional y su ojo siempre puestos en documentar historias de personas en sus entornos. No menos importante: hasta ahora, las fotos de este proyecto de largo aliento no se habían mostrado en el lado argentino del Wallmapu, este extenso territorio que la nación mapuche considera su tierra ancestral. En julio de este año, Piovano había organizado una exposición junto a gran parte de las comunidades de la zona de Valdivia, Chile. Pero de este lado de la cordillera su trabajo se había visto, hasta ahora, solamente en Buenos Aires.
La exposición reúne una treintena de fotos, apenas una pequeña fracción de un proyecto que incluye cientos de imágenes tomadas a lo largo de más de seis años. En ellas, Piovano documenta la vida de habitantes originarios en tres regiones clave, donde hoy disputan el acceso a sus tierras para protegerlas de la explotación empresarial: La Araucanía (Chile), zona que la industria forestal está dejando sin bosques nativos; Río Bueno, donde un grupo de mapuches lucha por preservar el Río Pilmaiquén frente a proyectos hidroeléctricos; y Añelo, en Neuquén, donde funciona Vaca Muerta. “De un lado y del otro de la Cordillera, los mapuches son la primera línea de resistencia frente a las grandes corporaciones, que explotan los recursos naturales de manera indiscriminada. Me gusta pensarlos como los grandes cuidadores del agua y de la tierra, que en muchos casos ponen su cuerpo y su vida por eso”, reflexiona Piovano.
La primera vez que el fotógrafo reparó en el pueblo mapuche fue en 2017, a partir de la muerte de Santiago Maldonado. Se preguntó quiénes eran aquellas personas por las que había dado la vida ese chico cuya desaparición había movilizado a gran parte del país. Esa curiosidad inicial se intensificó en noviembre del mismo año, cuando, durante el velorio de Maldonado, un integrante del grupo Albatros de la Prefectura Naval asesinó por la espalda a Rafael Nahuel, joven mapuche de 22 años de la comunidad Lafken Winkul Mapu en Río Negro. Cuando un año después, el 14 de noviembre de 2018, un carabinero chileno disparó y mató al comunero mapuche Camilo Catrillanca en La Araucanía, su interés se transformó en necesidad de entender más y acudir.
Por aquel entonces, Piovano había ganado una beca de Greenpeace y acababa de comprar un pasaje a Santa Cruz con la intención de fotografiar las minas de carbón de Río Turbio, como parte de un proyecto sobre zonas de sacrificio ambiental que también incluía Vaca Muerta, las salmoneras y las empresas forestales en Chile. Pero la noticia de la muerte de Catrillanca cambió su rumbo y sus planes. Piovano llamó a Maxi Goldschmidt, un periodista de la zona, para armar equipo con él. Un día después habían llegado a La Araucanía, donde la comunidad de Catrillanca estaba comenzando el tercer día de su funeral. Fue un viaje en el tiempo que los conmovió: “Se sintió como estar en un ritual de hace 400 años”. Goldschmidt y Piovano hablaron con la familia de Catrillanca, su padre les dio el visto bueno para documentar sus historias. “Tienen libertad de acción, digan la verdad”, pidió. Desde entonces Piovano volvió una y otra vez a distintas zonas del Wallmapu y estableció con la comunidad un vínculo de aprendizaje mutuo y admiración. “Para mí, los mapuches son de una inspiración inmensa”, dice. “En tiempos como este, en el que estamos viviendo una derrota atrás de otra, me resulta increíble ver esta lucha, que suceda tan cerca nuestro, acá, en Latinoamérica. Es una revolución silenciosa y poco estudiada”.
La exposición Mapuche, el retorno de las voces antiguas se puede ver durante todo el día en el Puerto San Carlos (Juan Manuel de Rosas 71, Bariloche), con entrada libre y gratuita.