A los 74 años y tras haber plantado una huella literaria con una familia de novelas de más de quince títulos que se tradujeron a cuarenta idiomas, el escritor norteamericano Paul Auster asumió el desafío de involucrarse durante tres años en una investigación para escribir “La llama inmortal de Stephen Crane”, una biografía voluminosa del autor de “La roja insignia del valor”, quien murió en 1900 a los 28 años y a quien considera “un artista que ya entonces hablaba de lo que sucede hoy y que debe integrar el podio de los escritores norteamericanos”.
Desde su casa a cuadras del Prospect Park de Brooklyn, donde vive con su esposa, la escritora Siri Hustvedt, con la que el próximo 24 de octubre sostendrá un diálogo público en el marco del Festival de Literatura de Buenos Aires (Filba), el autor de “La trilogía de Nueva York”, “Leviatán”, “El palacio de la Luna” y “El país de las últimas cosas” se dispuso a contar, por Zoom y en el marco de una conferencia de prensa con medios de toda Latinoamérica, qué lo llevó a escribir 800 páginas sobre la vida y obra de Stephen Crane, autor de dos novelas fundamentales, “Maggie, una chica de la calle” y “La roja insignia del valor”, con las que “cambió el curso de la literatura norteamericana” antes de morir joven, víctima de la tuberculosis. “Hoy no se lo lee en las escuelas, pero no creo que sea marginal. Merece estar en el mismo nivel que Nathaniel Hawthorne o Mark Twain. Escribí este libro para que muchos lectores puedan conocerlo y acceder a su obra”, asumió.
“Como escritor, no tomo decisiones. Cuando terminé ”4321“, aquella novela larga, estaba agotado. Entonces, me tomé un tiempo para leer libros que siempre había querido y que no había podido. Crane estaba en esa lista. Tenía una antología de 500 páginas. Empecé con ´El monstruo´, un relato que me sorprendió. Leí rápidamente el resto y me conseguí una edición de 1.400 páginas de sus obras escogidas. Así avancé con los diez volúmenes de sus obras completas donde hay ficción, periodismo, poesía, piezas breves”, contó Auster sobre cómo se interesó en la figura de Crane. Después, abordó las cuestiones más biográficas: “Me puse a investigar sobre su vida, llena de episodios apasionantes, y finalmente decidí escribir un libro sobre él, lo imaginaba breve, de unas 200 páginas. Pero al final necesité unas 800”. Consultado sobre por qué fueron necesarias tantas páginas y sobre si eso no lo alejaba de sus lectores, respondió de forma categórica. “Nadie tiene que leerme. Solo el deseo de leer libros activa la lectura. Este libro está escrito para aquellos que simplemente quieren leer. Sé que está dirigido a una porción muy pequeña de nuestras sociedades, pero a ellos les digo: esto, la obra de Crane, realmente vale la pena”.
Poeta, guionista de cine, traductor del francés y también ensayista, Auster dialogó durante una hora sobre los rincones, los guiños y los detalles de su último libro. En la sala desde donde conversó sobre todo esto, se dejaba ver otro de esos detalles literarios que hacen a una vida y a una obra: en la pared del living familiar cuelga un cuadro con una mujer de espaldas, con un vestido rojo que descubre la espalda, una reproducción del cuadro de Bill Wechsler que motoriza la gran novela de Hustvedt, “Todo cuanto amé”.
Si bien el narrador pudo contar cómo escribió el libro que presenta, le resulta muy difícil explicar cuáles son los impulsos últimos que lo guían como escritor: “No tengo un plan, todos los días son una aventura en la que me enseño cómo escribir. Siempre soy principiante”.
Consciente de que el formato de su último libro se aleja del resto de su obra literaria, insistió en que no aborda la biografía como un especialista o erudito, sino como un “viejo escritor sobrecogido por el genio de un autor joven”. Esta voluntad de sacar la obra de Crane del nicho más literario está en sintonía con una confesión que hace Auster en las primeras líneas del libro: “Me da la impresión de que está ahora en manos de los especialistas, licenciados, aspirantes al doctorado y catedráticos de Literatura, mientras que el ejército invisible que forma el llamado lector general, es decir, quienes no son ni universitarios ni escritores, los mismos que aún disfrutan leyendo a clásicos consolidados como Melville y Whitman, ya no leen a Crane. Sin esto, nunca se me habría ocurrido escribir este libro”.
El primer acercamiento de Auster a la obra de Crane fue hace cinco décadas, cuando descubrió un poema breve y conmovedor que recitó de para quienes lo escuchaban:
En el desierto
vi una criatura, desnuda, bestial,
que, agachándose en el suelo,
tomó su corazón con las manos
y se lo comió.
Dije: “¿Está bueno, amigo?”.
“Está amargo, amargo”, me respondió,
pero me gusta
porque está amargo
y porque es mi corazón“.
“Su poesía es tan extraña que no es algo que haya leído alguna vez. Casi no parece poesía ¿No?. En su momento, se reían de lo que hacía”, acotó después de recitar aquellos versos de Crane que lo acompañaron todos estos años.
Si bien “La llama inmortal de Stephen Crane” es una biografía, Auster confesó que para escribirla usó “la misma energía emocional e intelectual” que usa cuando escribe una novela. “Incluí gran parte de la obra de Crane porque partí de la base de que mis lectores no lo habían leído nunca. Pero además, hice un planteo típicamente de novela y me pone feliz cuando me cuentan que lo han leído así”.
Al ser consultado sobre si estaba identificado con alguno de los aspectos de la vida de su biografiado, se desligó de esa lectura: “Crane es diferente a mí en todos los aspectos que pueda pensar. Su personalidad y su forma de escribir -a la que admiro pero jamás podría decir que me influenció- son distintas”. Aceptó, sin embargo, un punto de contacto entre ambos recorridos: “Se enfrentó a lo mismo que me enfrenté de joven, la dificultad para publicar, cierto rechazo”.
Luego, se mostró conmovido por el hecho de que el personaje de su novela hubiera logrado edificar una obra prolífica con solo 28 años. “A esa edad yo estaba empezando, recién me sentí sobre mis pies a mediados de los treinta”, confesó y advirtió que, a diferencia de la música o el deporte, es difícil encontrar genios precoces en la historia de la literatura porque requiere de una práctica y un dominio del lenguaje que, necesariamente, se adquiere con los años.
Sobre el final de la charla, fue consultado sobre cómo debería leerse a un autor que murió en 1900. ¿Acaso la distancia temporal habilita “lecturas cancelatorias” como ocurre con otros autores? Auster, quién participó del movimiento “Escritores contra Trump” y ha sostenido durante toda su carrera una postura política comprometida, eligió una respuesta más política que literaria: “Con el poder enorme que tiene la derecha en mi país, no tengo margen para preocuparme por la cancelación. El legado de Trump me resulta mucho más amenazador”. En esa línea, sostuvo que la cuestión de la cancelación se reduce en gran parte al ámbito universitario “e involucra a jóvenes que crecerán y seguramente cambien de opinión”. Auster cerró la charla con una definición categórica: “En cambio, si la derecha avanza, no habrá más una nación tal como la conocemos”.
Agencia Télam.
IG