Incluso quien no conoce a Pilar Dibujito seguramente se cruzó, aun sin saberlo, con alguno de sus diseños: durante el scrolleo cotidiano por Instagram, en la remera de un amigo, en stickers, postales o quizá durante la primera Marcha Federal Universitaria, en abril del año pasado, cuando una de sus ilustraciones se viralizó hasta convertirse en símbolo de la jornada. Quienes están familiarizados con su trabajo, por el contrario, de inmediato sabrán reconocer cualquier pieza de su serie más conocida: con impronta de cómic, el retrato de algún ícono nacional –desde Lionel Messi hasta Evita, pasando por una medialuna mojada en café con leche– se recorta sobre un fondo lleno de detalles robados a los grabados antiguos, en una composición que evoca la estética de las estampillas clásicas. Detrás de cada uno de esos trazos está Pilar Veiga (La Plata, 2000), estudiante avanzada de Diseño Gráfico en la UBA que en 2018 empezó a darle rienda suelta a su talento para el dibujo, probando con distintos estilos y temas, hasta llegar a darle forma a Filatelia Argentina, una serie de estampillas inspiradas en la cultura popular de nuestro país. ¿Cómo es posible que esta piba, que todavía no cumplió 25 años, logre sintetizar con tanta precisión el espíritu nacional? Una posible respuesta está en su método de trabajo: “Siempre trato de abrirme y salir de mis propias referencias, porque siento que ahí es donde la puedo pifiar. Antes de sentarme a dibujar, hago encuestas entre amigos, o a veces entre mis seguidores. ‘Si yo te digo figura nacional, ¿en quién pensás?’ ‘Si yo te digo Charly o Diego, ¿qué imagen se te viene a la cabeza?’. Yo pregunto y después anoto todo. Me parece clave no pensar sola”.
—¿Te acordás de algún caso en particular donde el pensamiento colectivo haya cambiado por completo el resultado?
—Bueno, me pasó algo muy gracioso con la estampilla de la universidad. Me acuerdo de que la empecé un viernes y el martes era la marcha, así que tuve que hacerla a toda velocidad, sin el tiempo que normalmente me lleva un trabajo así. En el medio, subí un adelanto a Twitter y alguien comentó: “Che, la cara de la diosa que estás dibujando es igual a Iñaki”. Y yo pensé: Dios mío, es verdad. Si no lo hubiera mostrado antes, la estampilla hubiera terminado siendo un meme sin que yo me diera cuenta. A veces, cuando estás muy metido en un proceso, te volvés un poco ciego sin querer. La opinión externa muchas veces me acomoda y me ayuda a ver otras cosas.
—En el Índice de Café con dos medialunas, que releva precios de un centenar de bares porteños, la colaboración externa también es fundamental: imagino que sería imposible scoutear todos esos lugares sin ayuda de otros.
—Recontra. Además, es un método que nos deslinda de cierta responsabilidad a Jere Madrazo (n. de la R.: su novio y socio), y a mí. El índice tiene un disclaimer que dice: “Esta infografía fue construida gracias al aporte de cientos de usuarios de Internet”. Lo que es casi como decir ‘cualquier cosa, busquen el usuario y agárrense con esa persona, yo soy solo el medio…’ (risas).
—De un tiempo a esta parte, las redes alcanzaron nuevos picos de agresividad y es difícil ser una persona pública sin recibir coletazos. ¿Cómo se sobrevive al hate en internet?
—Por un lado, buscando estrategias: en Twitter, solo me llegan las menciones de gente que me sigue, lo cual ya achica un poco el rango. Y aunque es una cagada, también creo que con el tiempo te vas cohibiendo un poco. Antes, yo era más provocativa o peleadora, no me importaba discutir, ahora no me dan más ganas. Me gano la idea de que no sirve para nada. Si al menos sirviera pelearse con alguien en Twitter, quizá lo seguiría haciendo... Pero a los cinco minutos te olvidaste o te quedás con la bronca al pedo. Tengo la sensación de que Twitter se volvió un medio muy poco productivo en ese sentido, es un lugar que genera confrontamiento por el confrontamiento mismo. Y me da mucha pena, porque yo tengo Twitter desde los nueve años, una gran parte de mí se desarrolló ahí adentro, y siento que este es su peor momento.
—¿¡Desde los nueve años!?
—Sí. En un momento cacharon que era menor de edad y me borraron todos los tweets de cuando era chica, así que se perdió un gran registro mío en internet. Ahora pienso: ¡menos mal! Pero lo que me da pena es que a mí la onda foro me encanta, me parece productiva para trabajar y para aprender. Siento que Twitter es medio irremplazable, que es perfecto. Pero ahora estamos todos en pie de guerra… Por lo pronto, en mi trabajo trato de esquivar un poco esa manera de pensar a la que invita Internet hoy. Últimamente estuve pensando mucho sobre eso. Y creo que en mis procesos —tomarme meses para un laburo, tratar de incluir muchas voces en la creación— también hay algo de antídoto contra esa lógica del impacto rápido y de la pelea vacía.
—Y además parecería que tenés mucho amor por los objetos analógicos.
—Soy muy adicta a recolectar papeles. Junto eso: además de porquerías de cerámica, mucha porquería de papel. Me encanta. El plan de ir a Parque Rivadavia a comprar estampillas, por ejemplo, me fascina. Los viejos filatelistas no terminan de entender que a mí me guste una estampilla solo porque es linda, sin importar su valor. Me han dicho ‘¿Esta porquería sola te vas a llevar?’ y yo: ‘¿Pero viste lo bella que es?’. También me encanta escanear viejas etiquetas, Verlas muy de cerca, explorar cada detalle. Es una forma de estimular el ojo muy distinta al bombardeo de imágenes de Pinterest. Buscar referencias en internet es muy distinto a hacerlo en la vida real. Obvio que también uso Pinterest, porque me ayuda a encontrar referencias, pero es muy distinto ver 12.000 imágenes a la vez que sentarse a mirar un cuadernito, detenerse en una foto y tratar de sacarle todo el jugo.
—La serie comenzó en 2022, inspirada en una colección de estampillas que heredaste. ¿Cuántas ilustraciones forman parte de la colección hoy?
—Exacto, la primera fue Naranjo en flor, que hice emulando una estampilla de Correos de Chile, medio como un ejercicio para mí: me había propuesto mirar algo que ya existía y tratar de recrearlo para entender de qué forma estaba hecho. Cuando salió, empecé a probar hacer mis propias estampillas desde cero. Hoy son más de veinte las ilustraciones que conforman la serie. Pero, como alguna vez dijo Paula Scher, la Mick Jagger del diseño gráfico, en una charla TED buenísima, los procesos creativos son como un círculo. Empezás con el enamoramiento de algo nuevo, en algún momento te lo tomás en serio y lo bajás a un método que te funciona. Ese es el momento, digamos, en el que te sentís en la cima del proyecto. Después de un tiempo, cuando ya lo entendiste del todo, el proceso corre el riesgo de volverse solemne o de perder en esa posibilidad de ser replicado sin esfuerzo. Y es ahí donde conviene encontrar otro proyecto que también te entusiasme, no necesariamente para reemplazar el anterior, sí para airearte, para hacerlos coexistir.
—Ese nuevo proyecto, parece, ya apareció: un mapeo ilustrado de los azulejos porteños, que sin embargo podría pensarse como una extensión de ese amor por lo argentino y por lo analógico. ¿Cómo se te ocurrió?
—Creo que el lugar más hermoso de nuestra red de subtes es la combinación de las líneas C y la D: específicamente, el pasaje que lleva de una estación a la otra, lleno de azulejos preciosos justo ahí donde nadie los mira. Como platense que se tomó esa combinación mil veces, sé que de ahí solo querés salir rápido, que difícilmente te pares a observar. Pero si, por una de esas casualidad, te parás y mirás, te vas a dar cuenta de que las paredes son hermosísimas.
—Algo que hacemos muchísimo cuando somos turistas y nos cuesta hacer estando en nuestra ciudad.
—Totalmente. Hace un año fui a Portugal y entre muchas otras cosas visité el Museo del Azulejo. Me fasciné, y empecé a prestar atención a todos los azulejos que encontraba por la ciudad. Y me pregunté: ¿por qué casi nunca me paro a hacer esto mismo en Buenos Aires? ¡Si están ahí! Obviamente, a veces hay que hacer un pequeño esfuerzo para mirar los azulejos con amor, porque en muchos casos tienen una terrible capa de mugre arriba, pero ahí están, y son re lindos.
–¿Tenés algún objetivo concreto con este nuevo proyecto?
—Hace unas semanas me pasó algo hermoso: bajé a la estación Bulnes, camino a la marcha antifascista, y escucho que una chica, señalando los azulejos, le dice a su amiga: ‘Vi en Internet que una chica está dibujando unos muy parecidos a estos, y me los puse de fondo de pantalla, porque tienen los colores de Boca’. No pude evitar meterme y decirle ¡esa chica soy yo! Creo que lo que más feliz me hace es que a partir de un dibujo mío alguien repare en un rincón que hasta entonces no había mirado. Quizá suene frívolo, pero para mí la belleza es muy importante. Y compartirla es una receta para evitar la locura de estos tiempos.
—¿Te acordás de quién fue para vos ‘la chica de Internet que dibujaba azulejos’? Si es que existió esa persona o momento que te espabiló la mirada para hacer tu trabajo.
—Si bien la tipografía no es mi fuerte, como estudiante de diseño gráfico es algo que miro un montón; y admiro mucho a los buenos tipógrafos. Cuando descubrí la tipografía Montserrat, que creó Julieta Ulanovsky inspirada el barrio porteño homónimo, entendí algo sobre el trabajo en diseño, sobre la posibilidad de basarse en cosas que ya existen y traducirlas a un lenguaje propio.
—Pertenecés a una generación que, por lo general, está un poco peleada con Argentina y sueña con vivir afuera. ¿De dónde dirías que sale el amor por este país?
—Mis amigos se dividen en dos: los que apenas se recibieron decidieron emigrar y los que nos quedamos acá, casi todos emprendiendo. Somos, te diría, mitad y mitad. Los que nos quedamos, estamos todos en una muy parecida, que es: ‘Che, quedan muchas cosas por hacer en Argentina’. Es cierto que es un síntoma de época, pero nosotros estamos convencidos de que lo que nos gusta hacer, nos gusta hacerlo acá.
DTC