Roberto Saviano es el azote de la mafia camorrista, la joven promesa de la escritura y el periodismo que a los 26 años renunció a todo para publicar Gomorra, que escupía sobre siglos de códigos criminales y la sangre derramada en su Nápoles natal. El libro le procuró éxito mundial y una tranquilidad económica de por vida. Cualquier otro atisbo de serenidad acabó en 2006, cuando la mafia lo convirtió en un objetivo.
Saviano es un hombre de 43 años que lleva quince escondido en pisos francos. Sufre ataques de pánico constantes, tiene que pedir permiso a su escolta si quiere ir al baño y no puede subir las persianas de su departamento. Por supuesto, esta vida le negó el derecho a formar una familia y un círculo normal de amistades.
Todavía estoy vivo (Reservoir Books) son sus esperadas memorias en forma de novela gráfica. Fenomenalmente ilustradas, afiladas como un cuchillo y desapacibles como el departamento en el que cada noche un guardaespaldas mira debajo de la cama.
Él dice que la mafia no lo mató, pero lo condenó a algo peor. “No es cierto que de la batalla vuelves vivo o no vuelves; en caso de que vuelvas, volverás herido”. Mientras el sol ilumina una mitad de la pantalla desde España, en Italia Saviano atiende la entrevista con tres lámparas encendidas. Son las cuatro de la tarde.
¿Por qué decidió hacer un cómic sobre las consecuencias de haber publicado Gomorra?
Sentía que las personas empezaban a percibir estos 15 años como normales. Normalizaron que viviese encerrado o que hubieran condenado a un capo de la mafia por amenazarme, que es algo muy grande. Después del asesinato de Dafne Caruana en Malta, Peter de Bris en Ámsterdam y Jan Kuciak en Bratislava, me di cuenta de que quería contar todo lo que pasé. Ponerlo de la forma menos dramática posible. Y supe que un cómic era la mejor opción.
¿Es más fácil exponer la maldad ajena que los demonios internos?
Ah, sí. Totalmente. Mis demonios internos son muchos y están muy enfadados. 15 años viviendo así no te hacen mejor persona. Te hacen peor. Soy un hombre lleno de miedo, no puedo dormir sin ayuda química, estoy solo y perdí la confianza en todo el mundo que camina sobre la tierra. Siempre desconfío de que me puedan vender o de que se acerquen a mí y me hagan daño. Estar dentro de una batalla así es insoportable a nivel psíquico.
Con la novela gráfica tuve la oportunidad de materializar todo esto. Porque Asaf Hanuka, que es un genio, transformaba en formas físicas y visibles cosas muy difíciles de tematizar.
¿Cómo fue el día a día en estos 15 años de clandestinidad?
En el libro está todo. Y lo que no está es porque ni yo mismo lo he logrado construir, como un espacio auténtico de serenidad. Es como que todo estuviera comprometido por mi ambición de luchar, de formar parte de un cambio y de enfrentarme a pecho descubierto contra los que considero criminales políticos, como la derecha italiana. En mi parte privada todo esto creó un desequilibrio. También mucho mal humor.
No sé si toda la responsabilidad viene de afuera. Quizá otra persona hubiera encontrado esa serenidad. Pero mi cabeza siempre va al pasado, como les pasa a quienes sufren un trauma y un trozo de su vida se queda allí. Yo aún tengo 26 años y estoy en la habitación compartida con mi hermano jugando al fútbol de mesa, algo que nunca volverá.
Dicen los reporteros de guerra que, al regresar del conflicto, cualquiera les parece una amenaza. Que van al supermercado y no ven a pacíficos ciudadanos comprando el pan, sino a gente capaz de hacer el mal. ¿Siente algo parecido?
Me gusta mucho la metáfora, pero no. Yo sueño con salir al supermercado (ríe). No me falta esa adrenalina del reportero, que cuando están en la guerra quieren volver a casa y cuando están en casa todo les parece inútil. Yo antes me exponía porque pensaba que mi deber era luchar contra los criminales políticos. Y lo hacía porque estaba convencido de que no iba a llegar con vida a los 30. Pero el precio que pagué es muy alto: no estoy ni vivo ni muerto. Esa dualidad me complica mucho estar lúcido. ¿Pero hacer la cola en un supermercado? De verdad que lo deseo, es mi ambición.
¿Le da miedo acostumbrarse a este inusual estilo de vida?
Sí, me da mucho miedo seguir viviendo así. No creo que me pueda habituar. Estos 15 años me volvieron muy frágil. Es como si te fragmentaran hasta el punto de que ya no te queda piel y todo te hiere. De hecho, en una página Asaf me dibuja como con una coraza porque se lo pedí yo, porque ya no me siento dueño de mi cuerpo. Pido permiso para hacer cualquier cosa, hasta para ir al baño, y los demás son los que deciden.
En muchas de las páginas habla de este sentimiento, e incluso de pensamientos suicidas. ¿Cómo se resintió su salud mental? Además de protección, ¿le brindaron ayuda?
No me la ofrecieron, pero busqué yo ayuda psicológica. Y la sigo teniendo. Me ha sido muy difícil contener las crisis de pánico, en las que siento que una mano me estrangula y todo mi alrededor me amenaza. Psicológicamente tener millones de enemigos no es fácil. Les pasa a los políticos, pero ellos tienen militantes, encargos y poder. Yo no. Yo tengo el poder de mis lectores, y eso cuando están.
En Italia me consideran una diana, un símbolo de una izquierda cultural que está desapareciendo. Es muy fácil pegarme y atacarme les da un flujo de clics garantizado. Siempre que Salvini o Meloni bajan en las encuestas, llego yo. Sus seguidores me atacan en masa porque me odian, y vivir con eso es psicológicamente insoportable.
Es muy difícil contener las crisis de pánico. Siento que una mano me estrangula y que todo mi alrededor me amenaza
De momento sigue viviendo en Italia, pero en un momento buscó refugio en Estados Unidos para empezar de cero. ¿Por qué no llegó a funcionar el retiro en Nueva York?
Porque yo seguía escribiendo, denunciando y haciendo lucha política. Cambié de nombre, pero mi rostro lo reconocían y esa clandestinidad era relativa. Si iba a alquilar un apartamento, la gente tenía miedo. ¿Quién quiere meter a alguien perseguido por la Camorra en su propiedad? Y esto me va a pasar en cualquier lugar del mundo. Mi mente a veces sueña con ir a Nueva Zelanda, Islandia o Brasil, donde podría empezar una vida.
¿Perdió la esperanza en que algún Gobierno europeo pueda protegerlo de su situación?
Francia y Alemania me acogieron muy bien. España también, tengo amigos y con Ada Colau tenía muy buena relación. La parte no populista de Europa siempre se mostró generosa. Pero esto también tiene que ver con una batalla cultural sin alianzas. Los escritores raramente se unen en un proyecto. Se odian entre sí y compiten. Lo que yo hago divide a la gente y les hace tomar una posición, y con eso pierdes lectores. Así que no tengo esperanza de encontrar solidaridad entre mis colegas. Si sigo adelante es por venganza: para mostrar a los que me odian por qué no me han enterrado.
En este libro muestra por primera vez a su familia y reconoce que, con la publicación de Gomorra, ellos también pagaron un alto precio. ¿Es esta una de las cosas que alimentan su venganza?
Yo nunca me voy a perdonar por lo que hice a estas personas. Se vieron sometidas a una presión increíble y no se puede remediar. ¿Qué puedo hacer? Al final se convirtieron en la madre, el hermano y el pariente de Roberto Saviano. Y eso los selló. Intento encontrar un sentido a esto: “Estabas trabajando, hiciste grandes cosas”. Pero en resumidas cuentas, no vale la pena haber quemado estos años tan importantes de mi vida.
¿Confía en que la mafia se olvide de usted en algún momento o es un pensamiento idílico?
Es una regla: las mafias nunca olvidan. Aunque hay un 'pero'. La gente que me quiere ver muerto también se está muriendo o está en la cárcel. Pero a veces los objetivos pasamos de generación en generación. Acaban de matar a una persona de bien que había hecho una denuncia diez años antes de su ejecución, en cuanto le quitaron la escolta. Pero él se quedó en el territorio. Yo creo que podemos escapar, pero hay unas reglas y yo las conozco muy bien: tienes que desaparecer de los lugares donde ellos pueden derramar sangre y no relanzar ninguna ofensiva.
En junio un tribunal falló a su favor después de 13 años y condenó a un capo de la Camorra por amenazarlo en un juzgado. Usted llegó a decir entonces que “la mafia no es invencible”. ¿Le cambió algo la vida esta sentencia?
Lo creía así, pero no pasó. También fue porque nadie se hizo eco ni publicó nada. Para mí era algo inconmensurable y de lo que no se habló. Pensaba que era el inicio de algo nuevo, que es lo que predico enTodavía estoy vivo. Pero no sé cómo hacerlo. La opción será desaparecer y empezar a vivir.
Dice que uno de los tres tipos de personas que lo odian son los que querrían cambiarse por usted. ¿Este libro es una forma de responder a esas envidias?
Sí, porque no entiendo cómo alguien puede envidiar esta vida de mierda. Es una manera de deslegitimarme. Como decía Gabo García Márquez, debe existir un doble mío en algún lugar que sale de fiesta, conduce un coche potente y hace todo eso que los demás dicen que yo hago. Pero, pienso, “¿cómo puedes tener envidia de una vida como la mía?” Y entonces me doy cuenta de que no es envidia, sino una forma de desmontar a su objetivo político.
No entiendo cómo alguien puede envidiar esta vida de mierda
Una de las cosas que reconoce que perdió en la novela son las relaciones afectivas, las amorosas. ¿Echó en falta este tipo de compañía más que otra?
Ahora no me veo capaz. Si fuera libre, yo soy un hombre que puede cuidar y sabe curar. Pero en estos años que pasaron lo estropeé todo. Ahora me es más fácil echar la culpa a la situación. Una parte de mí todavía no entiende cómo es posible vivir de forma libre, fuera de esta habitación. Cómo es ir a una fiesta, salir a cenar o hacer un regalo. Ya no sé hacerlo. Parece que la vida con escolta es una excusa, pero en realidad siempre fui un hombre distraído. No sé cómo irá, pero sin duda tengo ganas de tenerla.
A raíz de Gomorra escribió otros libros y adaptó aquel a la televisión. En lo que a cifras se refiere, sigue siendo un autor de éxito. ¿De qué sirven el dinero y la fama en su situación?
El dinero sirve para los abogados, porque estoy en querellas con Salvini y Meloni. El dinero me permite sostener una vida tan complicada como esta. Pero el éxito, boh. A la persona visible se la considera un narcisita y un egoísta. Yo siempre digo que tengo la peor ambición, que es un pecado brutal si eres religioso: creí que con mis palabras podía cambiar la realidad. Estaba convencido de que con mi libro Italia se iba a dar cuenta de que es una plataforma de mafias y que los políticos iban a debatir. Era pura arrogancia. Hoy ya no lo creo.
Habla de sus causas legales contra políticos italianos, pero en el imaginario de la gente Roberto Saviano lucha contra la mafia. ¿Siente que se está enfrentando ahora más al establishment que a la Camorra?
El mundo criminal no actúa nunca de forma visible, aunque hayan pagado en el último juicio. Pero fue porque me amenazaron en un tribunal, si no nunca los hubieran condenado. Ellos usan los periódicos locales, tienen su propio lenguaje y se mueven en un limbo gris. Por eso, cuando me enfrento a la política, en realidad me sigo enfrentando a ellos.
Hace un tiempo dijo que estaba preparando un libro sobre la relación de España con las mafias. ¿Sigue entre su lista de tareas?
En realidad ese libro se transformó con los años en una ficción inspirada en hechos reales. Por una razón muy simple: no es tan fácil recabar datos en España como en Italia. No existe un poder nacional antimafia que los recoja. Los españoles se centran en el narcotráfico de Galicia, en el País Vasco y en la Costa del Sol. Mi sueño es llegar a hacer una novela que cuente la mafia ibérica. Pero ya me sé la reacción.
En Italia tardaron mucho en reconocer la existencia de organizaciones criminales que eran más antiguas que el propio Estado. La Camorra existía antes que la Italia unitaria, desde los borbones. Hay una leyenda en el mundillo que dice que las tres mafias italianas provienen de tres caballeros españoles que las fundaron (ríe). Imagínate hasta qué punto está involucrada España y allí no se habla de ello.
¿Y por qué cree que impera esta ley del silencio?
Hay un silencio por una cuestión cultural muy fácil de entender: los españoles nunca han creado una mafia. Colaboraron con las mafias financieras, del narcotráfico o de bandidos. Pero aunque sean católicos, familiares y con doble moral como los italianos, nunca produjeron una. Los ciudadanos no sienten que los ponga en peligro. El terrorismo sí, porque mata a inocentes. Pero para los españoles las mafias son gente que se mata entre ellos. En Nápoles se está librando una guerra en la que una de las facciones vive en España y los expertos la conocen, pero la opinión pública nada. Cero.
Por último, me gustaría preguntarle qué lo hace feliz, aun estando en su situación.
Salir a caminar, hablar con un amigo de cualquier cosa que no tenga que ver conmigo o escuchar música. De hecho, alguna vez me dejaron ver un concierto entre bastidores y eso me hace muy feliz. Pero mi sueño sería tomar una moto, que no conduzco desde los 26 años, y hacer una ruta por España. Me iría al mar. Andalucía es una tierra que amo mucho, donde me siento libre y en casa, porque tiene una luz muy similar a la de Nápoles. Como siempre estoy encerrado en espacios oscuros y casas donde no hay luz, eso sería lo primero que haría.
MZM