El pequeño y hermoso estadio Alfredo Di Stéfano, que el Real Madrid utiliza mientras reforma el Santiago Bernabéu, con el público pintado y el sampler de las hinchadas imaginarias, daba el marco ideal de un partido del FIFA 2004. En la cancha entraban en calor jugadores en apariencia reales pero con aspecto virtual, que pertenecen tanto a la elite de Europa como a la subcultura de la Play, ese cruel y maravilloso aparato que alejó a las nuevas generaciones de argentinos del barro del fútbol local con una mueca de suficiencia.
Tanto el Real (63 puntos) como el Barcelona (65) llegaban pisándole los talones al Atlético de Diego Simeone (66): le recordaban que de las últimas 20 temporadas, se repartieron 18 (diez para los catalanes, ocho para los de Madrid). Sin Sergio Ramos en el Real, por lesión, y sin Antoine Griezmann en el Barcelona, pero en el banco -exhausto por la extraña seguidilla de haber tenido el tercer hijo nacido el 8 de abril-. La amenaza de que fuera el último clásico de Lionel Messi, que quiere cambiar de aire y cuyo contrato vence en junio, daba al partido la posibilidad de salirse de lo coyuntural y entrar en una sintonía histórica.
Desde los primeros minutos se notó que el Real ofrecería al Barcelona lo que Jorge Asís denominaría el “caramelo de madera” de la posesión, la victoria pírrica del fútbol de la nueva normalidad, ese dominio estéril que mucho abarca pero poco aprieta. Por consecuencia lo más peligroso de los ataques del equipo de Ronald Koeman eran los contragolpes de los de Zinedine Zidane. Es que el Real se dedicaba a ejercer una clase de presión alta, “El Artista antes llamado Pressing”. El Barcelona merodeaba el área pero se encontraba con una pared defensiva que en menos de un segundo mutaba, cual Transformer, en un bloque ofensivo imparable. Y eso fue lo que sucedió a los 13’, cuando después de una corrida de Federico Valverde, con mucho espacio para pensar qué hacer con la pelota, Lucas Vázquez, por la derecha, habilitó a Karim Benzema, que definió de taco, con la soberbia característica de los goleadores tocados por la varita mágica. El Barcelona siguió yendo pero con cierta resignación y encima el Real, además de ser más efectivo, empezó a tener suerte: un tiro libre de Toni Kroos, después de pegar en la espalda de Sergiño Dest y en la cabeza de Jordi Alba, se metió adentro del arco de Ter Stegen. El 2 a 0 podría haberse convertido en goleada después de otra corrida, esta vez de Vinicius, pero el palo y una atajada posterior de Ted Stegen mantuvieron al Barcelona con vida.
Recién en tiempo de descuento, cuando ya había empezado a llover, el Barcelona tuvo sus llegadas más claras: un córner con el que Messi casi hace un gol olímpico y un mano a mano del argentino que atajó Thibaut Courtois. A Messi, igual, con esa predisposición a lo inhumano, le alcanza con haber marcado su último gol al Real el 6 de mayo del 2018 para ser el máximo anotador del clásico, con 24 goles. A la vez, con este partido, alcanzó a Sergio Ramos como jugador con más enfrentamientos de este tipo. Hay algo sobrenatural en este rosarino que se bajó del micro que lo llevó al estadio tomando mate, ya veterano, y que sigue batiendo récords aun cuando su equipo no está en su mejor época. Como le pasa a los grandes artistas del rock, Messi todavía cuenta con su cuota habitual de magia, pero compite con su propio pasado.
Para el segundo tiempo la llovizna se había transformado en diluvio bíblico e incluso por un momento los hinchas pintados parecieron diseñados en 8 bits. Entró Griezmann para ayudar a Messi y el Real bajó la intensidad, tal vez con la cabeza en la vuelta con el Liverpool por la Champions, lo que se comprobó cuando Zidane sacó del equipo nada menos que a Kroos y Benzema.
El partido era más abierto y el Real ya no recuperaba la pelota con tanta facilidad. A los 13, después de un centro de Jordi Alba, tras pase de Messi, descontó el goleador menos esperado, Óscar Mingueza, un pibe con rodete que debutó en Primera el año pasado. Daba toda la sensación de que el Barcelona lo empataba: después de ir perdiendo 2 a 0, era el resultado que le permitía olvidar por un momento la eliminación contra el PSG y, especialmente, depender de sí mismo, ya que todavía debe jugar contra el Atlético, pero como en los últimos tiempos en los partidos determinantes la suerte no estuvo de su lado. Messi tuvo el tiro libre salvador a los 45 pero fue a las manos de Courtois y en el último minuto de descuento, con Ter Stegen en el área en busca de épica, Ilaix Moriba reventó el travesaño.
Con este resultado el Real Madrid alcanzó al Atlético, que juega mañana. El Barcelona, mientras tanto, sigue extendiendo un periodo de transición que en la historia grande del fútbol será analizada como el fin de una época extraordinaria.