Ahora suena extraño pero, en el anterior partido contra Perú en Buenos Aires, por las Eliminatorias para el Mundial 2018, la Argentina de Jorge Sampaoli eligió la Bombonera porque creía que la cercanía de las tribunas le otorgaría la ventaja que no tenía en el juego. La selección campeona de América 2021, en cambio, podría imponer condiciones hasta en Machu Picchu: juega tan convencida que, aun sin brillo, termina ganando por decantación, por variantes, por insistencia, incluso por default. Si Argentina no encuentra los triunfos, los triunfos buscan a Argentina.
Ya con un invicto de 25 partidos, el 1-0 a Perú implica un paso gigantesco al Mundial Qatar 2022 y nuevas confirmaciones de lo ya sabido. La Selección está tan sólida en el continente que le sobra paño para ganar aún sin la mejor versión colectiva y de Lionel Messi; Lautaro Martínez es un 9 de primer nivel internacional (con 17 goles en 34 partidos del ciclo Lionel Scaloni); y el Dibu Emiliano Martínez tiene tanto ángel que es capaz de sobrevivir a sus errores. Si el arquero le había cometido una falta innecesaria a Jefferson Farfán, el penal de Yoshemir Yotún al travesaño actuó como una especie de pacto con el diablo.
Con siete puntos de nueve en la triple fecha -y el arco invicto ante Paraguay, Uruguay y Perú-, Argentina les sacó una diferencia tan grande a sus perseguidores que conseguirá la clasificación al Mundial muy pronto, sin necesitar las seis fechas que restan jugarse. En noviembre se viene una doble fecha difícil, ante Uruguay en el Centenario y contra Brasil en San Juan, pero esta Argentina no parece tener que preocuparse por los rivales. Más bien lo contrario.
Acorde a su último show del domingo contra Uruguay, cuando pareció una versión incluso mejor que la del equipo que festejó en el Maracaná en julio, la selección salió a jugar a toda velocidad, como si pudiera imitar los vientos huracanados que azotaron Buenos Aires desde un par de horas antes del partido. La selección arrancó ancha y angosta, como un bandoneón, atacando por el centro pero también por los costados, con Rodrigo de Paul escalando al fondo por la derecha a los 40 segundos y con Ángel Di María desbordando por la izquierda a los 3 minutos. Fue un momento en que ser arquero de Perú, como le tocó a Pedro Gallese, se parecía a un trabajo insalubre.
Hay partidos -cada vez más- que Argentina parece secuestrar la pelota: en el primer tiempo sumó 337 pases (con el 90 por ciento de efectividad) contra 112 peruanos (con el 74%), una superioridad también alargada al porcentaje de posesión, de 69% contra 29%. A falta del mejor Messi (que igual siempre es muy bueno), el equipo de Scaloni apostó a su versión colectiva, solidaria, gregaria, un equipo que tiene un mediocampo que produce fútbol: Leandro Paredes, Giovani Lo Celso y Rodrigo De Paul se formaron como números 10, típicos enganches, antes de reacondicionarse en otros lugares de la cancha. Pero ese adn lo mantienen y entonces Argentina tutea a la pelota.
Con Cristian Romero tan firme como un mariscal en los pocos avances de Perú, un rival que tiene un doctorado en enfriar el juego a la espera de su oportunidad, Argentina lastimó esta vez por los costados. Con Di María como viejo wing izquierdo, Nahuel Molina desbordó una vez y fue suficiente: recibió de De Paul y envió un centro a la cabeza de Lautaro Martínez, goleador implacable, camino a convertirse en un delantero de época. Fue el 1-0 a los 42 minutos y la confirmación que los goles son más lindos cuando inflan la red y cuando rompen resultados cerrados como abrelatas.
Con menos frescura que el domingo contra Uruguay, también porque Perú sabe tratar a la pelota (no en vano Ricardo Gareca hizo un milagro para el alicaído fútbol peruano de las últimas décadas), Argentina fluyó mucho menos a partir del segundo tiempo. El equipo de Scaloni dejó el traje y se puso el overol, o pasó a transpirar más que a brillar. Una estadística extraña dejó la noche: Argentina totalizó dos corners en todo el partido, contra uno a favor de Perú.
En todo caso, un dato define la solidez defensiva de este equipo: con Martínez en el arco, y con Romero y Nicolás Otamendi como centrales, la selección todavía no recibió ningún gol. El triunfo de Argentina -aún sin exhibición- fue merecido pero corrió serio peligro cuando el arquero, para hacer juego con sus palabras, se comió a Farfán en una salida apresurada a los 19 minutos del segundo tiempo. Pero tanta energía positiva transmite Martínez que la hinchada empezó a cantar “el Dibu se lo come, el Dibu se lo come”, y Yotún -¿condicionado?- remató al travesaño.
Desde entonces pasó poco, acorde a una noche que empezó para huracán y terminó en calma chicha, pero siempre bajo las condiciones impuestas por una Argentina en onda verde. Si Carlos Bianchi decía que una victoria llamaba a la otra, y Jorge Valdano declaró que un triunfo implicaba el 10% del triunfo en la fecha siguiente, Argentina y los triunfos siguen de luna de miel. Tantas veces mirada de costado, tantas veces ignorada, la Selección construyó un idilio con la gente tan grande como de Argentina a Qatar.