Desde el principio, la final de la Eurocopa entre Inglaterra e Italia se percibía como la punta del iceberg de un enfrentamiento de variadas reminiscencias. Por un lado, por los equipos a los que pertenecen la mayor parte de los dos planteles, parecía un duelo entre la Premier League, por consenso definida como la mejor liga del mundo, y la Serie A del Calcio, que atraviesa un declive marcado en la última década.
Si de duelo de estilos se tratara, la situación podría ser más compleja: tanto Inglaterra como Italia supieron jugar de diferentes maneras durante la Copa, como la tendencia camaleónica del fútbol actual lo impone.
Italia, que había sorprendió con un mediocampo de excepción (Nicolo Barella, Marco Verratti, Jorghinho) y un ímpetu en el ataque encarnado en las figuras de Lorenzo Insigne y Federico Chiesa, en la semifinal contra España no tuvo problemas en asumir una postura defensiva más clásica: sólo tuvo el 29 por ciento de la posesión (dato a veces superfluo que, en este caso, se vuelve relevante por la instancia que se jugaba). A Inglaterra le sobran los cracks de mitad de cancha hacia adelante (Harry Kane, Raheem Sterling, Mason Mount) pero frente a Dinamarca al técnico Gareth Southgate no le tembló el pulso para sacar a la joven estrella Jack Grealish por el lateral Kieran Trippie, sólo 36 minutos después de haberlo hecho ingresar. La razón: ganar solidez defensiva ante los avances de los daneses, que a esa altura, en realidad, estaban liquidados.
Tanto Inglaterra como Italia buscaban, en mayor o menor medida, ponerle punto final a una época marcada por las decepciones, una de ellas compartida, la de Brasil 2014, donde ninguna de las dos selecciones pudo pasar de ronda, al ser eliminadas en fase de grupos por Uruguay y Costa Rica. Aunque Italia ganó su última Euro en 1968-–en el medio ganó los Mundiales de 1982 y 2006-, Inglaterra cargaba con más peso: el Mundial de 1966 quedó tan lejos que una persona nacida el 5 de agosto de ese año, el día que se editó Revolver, de Los Beatles, 6 días después del título, jamás vio campeón a la Selección mayor de Inglaterra. Por otra parte, era su primera final de Eurocopa y su técnico, que podría protagonizar una serie de la BBC sobre la Segunda Guerra Mundial, había fallado un penal decisivo en la edición de 1996.
Después de obtener el Mundial del 2006, Italia entró en una transición traumática, que llevó al equipo a no clasificar a Rusia 2018. La llegada de Roberto Mancini se inició entre cuestionamientos pero ya firmó un contrato hasta el 2026. En el medio renovó el plantel, la forma de jugar (no sólo más ofensiva sino también vistosa) y la confianza de los hinchas en el equipo. La victoria ante Bélgica, fue un espaldarazo tan grande como el que recibió Inglaterra al eliminar a Alemania en Octavos. El pase a la final de los de Southgate quedó algo manchado por el penal inexistente con el que fue beneficiado frente a Dinamarca. De ahí a dudar de la jerarquía de semejante plantel hay un gran trecho.
Llovía en Londres, y el césped del Wembley parecía incluso más verde. Fue el clásico truco de la línea de cinco falsa, con tres centrales y dos laterales que se proyectan como extremos, lo que explicó el 1 a 0 a favor de Inglaterra en el primer tiempo. A simple vista (de ahí la vigencia del viejo truco) podía llegar a parecer que el cambio de Kieran Trippier por Buyako Saka era defensivo, pero fue todo lo contrario. O más bien, eso y lo contrario. Es decir, Inglaterra hizo el gol a los 2 minutos, con Kane tirado atrás, como armador, y un pase al mismísimo Trippier, que efectuó un cambio de frente para que Luke Shaw defina de primera con un zurdazo efectivo. Al minuto de juego, Harry Maguire había mandado al córner una pelota por no poder salir del fondo. Italia quedó tambaleante durante algunos minutos, como si no pudiera coordinar los dos hechos antagónicos con el partido.
El medio de Italia no lograba encontrar espacios, ante una Inglaterra amorfa pero al mismo tiempo organizada, que se comprimía para defender, logrando una superioridad numérica marcada, para luego desplegarse, como el mantel de la mesa de Isabel II. A veces con no más de tres toques, llegaba al área rival. Los problemas de Italia se resumen en el hecho de que Chiesa tenía que estar más atento a Shaw, que a generar juego. Sin embargo fue él, ante un Insigne apagado, quien llevó el peligro al arco de Jordan Pickford, aunque llamarlo “peligro” tal vez sea excesivo. Esto tampoco implica que Inglaterra haya hecho muchísimo, más bien se conformó con la idea de salir de contra. Incluso en los últimos minutos Italia recuperó la pelota pero la única forma de que los de Mancini mejoraran parecía el descanso, una charla y el inicio del complemento.
Los primeros minutos del segundo tempo fueron el indicio de lo que sucedería en buena parte del resto del partido: Inglaterra se tiró atrás y espero a Italia con excesiva prudencia. El temor eran las contras rápidas de los de Mancini y la esperanza de una jugada opuesta a favor, con Sterling y Kane. A los diez minutos, salió Inmobile, que hizo honor a la sonoridad de su apellido, para que entre Domenico Bernardi. A los 16, avisó Chiesa, el mejor intérprete del ataque de Italia, que ahora se veía respaldado por la mejoría de Jorginho y el soporte de la dupla de centrales, Leonardo Bonucci y Giorgio Chiellini. Fue el primero de ellos quien, a los 22, después de un par de rebotes en el área, empató el partido. Cinco minutos después, Berardi, que había entrado bien, estuvo cerca.
Uno de los dos cambios que realizó Southgate, ante el avance de Italia, fue sintomático: ubicó a Saka por Trippier. El partido del primer tiempo ya no existía. A los 30, los centrales de Inglaterra sacaban desde el fondo con pelotazos. La tension del partido le jugaba una mala pasada a Inglaterra, que mostraba su faceta más conservadora. Al finalizar el partido, la posesión por parte de Italia sería del 66 por ciento, pero tal vez la mala noche de Insigne y la salida de Chiesa, que se tuvo que ir, golpeado, no ayudaron para que además de equiparar el partido, pudiera darlo vuelta en los noventa minutos.
Poco antes de que empezaran los dos tiempos de prórroga, un hincha, que la televisión decidió ignorar en su edición, entró a la cancha. Fue el divertimento fugaz (e invisible) de un partido cuyos equipos se bloquearon como dos ajedrecistas expertos, inhibidos de arriesgar. Una apilada de Sterling, muy esporádico, le dio a Inglaterra la oportunidad de empezar los primeros 15 del suplementario con una fuerza anímica distinta.
En Italia entró Andrea Belotti por Insigne. Inglaterra, por su parte, entró en la sintonía del recién ingresado Grealish y merodeó el área de Italia con peligro. Recién en los últimos 15, retomó realmente la iniciativa que había tenido en el inicio del partido, que había quedado muy lejos. Una falta para roja de Jorginho, que fuera de eso jugó un gran partido, disminuyó el rendimiento de Grealish. Inglaterra parecía temerosa de chocar la calesita de la Euro en casa, e Italia, aguantaba atrás, con la esperanza de alguna contra, pero en líneas generales satisfecha por lo hecho a partir del segundo tiempo.
Southgate había ingresado a Marcus Rashford y Jadon Sancho para patear penales. Los primeros de la serie fueron ejecutados y convertidos por Berardi y Kane respectivamente. La emoción que no había tenido el partido apareció cuando Jordan Pickford atajó el penal a Belloti. Todo indicaba que Inglaterra cortaba la racha histórica cuando el flemático Harry Maguire convirtió su penal. Bonucci, por Italia, no lo erró y ahí empezó el Maracanazó en Wembley. Nada menos que Rashford fue el primero que amagó al tirar. La pelota pegó en el palo y se fue. Federico Bernardeschi no desaprovechó la oportunidad. Ahí emergió la figura de Gianluigi Donnarumma, que se lo atajó, sí, a Sancho. La suerte ahora parecía escaparse para Inglaterra pero Pickford capturó el remate de Jorginho.
Cuando Donnarumma adivinó la dirección del penal de Saka, Italia volvió a surgir en el fútbol mundial con una victoria y la obtención de una Eurocopa que huele, como la Copa América de ayer, a reivindicación y hazaña. Después de todo hubo un merecimiento tras el planteo algo volátil de Inglaterra que, como en los penales y en los últimos 55 años, amagó con llevarse todo y se quedó sin nada.
MZ/MGF