Desde el aire, con la vista biónica de un dron, se ven como pequeñas montañas de oro desperdigadas en el medio del campo. En la tierra se constata que no son pequeñas ni son de oro: son cientos de toneladas de limones en perfecto estado –limones “de exportación”– apilados, destinados a descomponerse en el lugar. Lo que ocurre ahora en las provincias del norte con el limón, donde se estima que se desecharán más de 300.000 toneladas por los bajos precios y la falta de mercado, se repite sistemáticamente con otros productos en distintos lugares del país. Tiran tomates en Corrientes, bananas en Formosa, peras en Río Negro. Alimentos que nunca llegan a las mesas que los necesitan porque es más barato dejar que se pudran.
Agustín Suárez, coordinador nacional de la Unión de Trabajadores y Trabajadoras de la Tierra (UTT), explica que en la Argentina no se produce la cantidad de fruta y verdura que la Organización Mundial de la Salud (OMS) recomienda como ingesta diaria, por lo que, en líneas generales, hay necesidad de producir más. Aun así, todos los años mucho de lo que se produce termina sin ser comido.
“Yo soy productor, tengo tres hectáreas de tomate. Levantar el tomate, mandarlo a embalar y venderlo me genera un costo y, si el valor del tomate está por debajo de ese costo, lo dejo en la planta, paso el tractor y vuelvo a sembrar. Ese es el razonamiento”, señala.
Para Suárez lo que falta es mayor intervención del Estado en la planificación de la producción: cuántas hectáreas de cada cosa se necesitan para el consumo interno, dónde se producirá, qué incentivos se ofrecerán para que eso suceda. En la Secretaría de Agricultura admiten que en el país no existe ese esquema “oferta en función de la demanda” que sí rige en algunas de las economías más desarrolladas. “Lleva mucho tiempo de planificación e implica mapear las necesidades. El modelo no es ‘producís, producís, producís’, sino que lo estructuran en función de cuánto te van a comprar”, apuntan.
De todas maneras, cada producto tiene su particularidad. En el caso del limón, al ser un producto sobre todo de exportación, depende de lo que suceda a nivel global. En diálogo con elDiarioAR desde Sudáfrica, a donde llegó como empleado de la citrícola tucumana San Miguel y se quedó como empresario independiente, Juan Pablo Robin explica que en los últimos 10 años el negocio del limón fue muy rentable, motivo por el que muchos productores decidieron pasarse a ese cultivo o renovar viejas plantaciones.
Eso pasó en la Argentina, que es el principal productor del hemisferio sur, pero también aumentó significativamente la producción en Sudáfrica y otros países como España y Turquía. “Veíamos venir esta situación desde hace varios años y se precipitó con los aumentos de los costos de producción a nivel global. Hoy sobra limón por todos lados”, dijo. Para el empresario, esto generará una “limpieza de productores” en los próximos años: sobrevivirán los más fuertes.
Exequiel Stivanello, de La Calandria Cítricos, dice que esta situación –tirar cosechas por falta de rentabilidad– no es nueva, sino que se repite periódicamente. “Son los llamados años malos, que provocan desaliento, desinversión y escasez de producción algunos años más adelante”, dice. De todos modos hay que contratar trabajadores y cosechar la fruta (“alivianar la planta”), aunque sea para apilarla en montañas sin destino.
La pregunta es obvia: ¿Cómo se puede tirar comida en un país con el 37,3% de la población bajo la línea de pobreza? ¿Cómo cuadra la imagen de esos alimentos abandonados en una escena en la que más de la mitad de los menores de 15 años no tienen las necesidades básicas satisfechas y que millones de hogares se saltean comidas porque no les alcanza el dinero?
La respuesta corta podría ser: subordinando el valor social del alimento a su valor comercial. Luna Miguens, coordinadora del área Derechos económicos, sociales y culturales del Centro de Estudios Legales y Sociales (CELS), señala que en la Argentina el sistema de producción, distribución y comercialización de alimentos se rige principalmente por la lógica del mercado. “Concibe a los alimentos principalmente como una mercancía y no como un producto esencial para garantizar la reproducción de la vida. Esto tiene como consecuencia un déficit importante en garantizar un acceso equitativo a los alimentos de calidad”, señala. Algo de eso, asegura, quedó brutalmente expuesto en la pandemia: “Durante los primeros meses, en un contexto de emergencia social inédita, las grandes cadenas de supermercados subieron los precios con una lógica puramente especulativa”.
La Argentina tiene una ley de Reducción de Pérdidas y Desperdicio de Alimentos, votada en 2018, y la Secretaría de Agricultura está a punto de lanzar un “Programa Federal de Fortalecimiento para la Reducción de Pérdidas y Desperdicio de Alimentos para Provincias y Municipios Sostenibles”. Este programa, que fue reglamentado en mayo pasado, busca eficientizar las cadenas de producción, identificar las causas de las pérdidas y desperdicios de alimentos y articular soluciones entre las distintas jurisdicciones.
Pero más allá de algunas iniciativas incipientes, el Estado Nacional no tiene mecanismos sólidos para intervenir en situaciones de este tipo y suele reposar en ONGs. Puede, por ejemplo, detectar una situación en la que se tirarán alimentos y alertar a la Red de Bancos de Alimentos de Argentina, que integra a 25 organizaciones distribuidas en 14 provincias.
Estos bancos “rescatan” alimentos aptos para el consumo que por algún motivo salieron del circuito comercial (desde una falla en el packaging externo a alguna traba burocrática), los clasifican, los almacenan y los distribuyen entre distintas organizaciones sociales que dan de comer a personas que lo necesitan. “El nuestro es un modelo de oferta. Una vez que organizamos lo que tenemos en stock, llamamos a las organizaciones para preguntarles si les sirve o no. Un día pueden ser uvas frescas y otro día arroz. Si les sirve, lo pasan a buscar por nuestro depósito en San Martín”, explica Virgina Ronco, responsable de Comunicación del Banco de Alimentos de Buenos Aires.
Según el reporte 2021, el conjunto de organizaciones que integra la la Red de Bancos de Alimentos entregaron a lo largo de ese año más de 16,8 millones de kilos de alimentos. Sobre todo frutas y verduras (31%), cereales y legumbres (18%) y productos lácteos (15%). Pese al esfuerzo, el número todavía está lejos de lo que la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO, por sus siglas en inglés) calcula que se desperdicia cada año en alimentos en la Argentina: 16 millones de toneladas.
Fuentes del sector aseguran que algunas veces los propios productores son reticentes a donar, porque temen que la mercadería, vuelta a poner en el circuito, contribuya a hundir todavía más la demanda del producto y su precio. En el caso de las industrias o los supermercados, muchos ya tienen circuitos aceitados y donan sistemáticamente los stocks que no pueden colocar en góndolas.
Alimentos Nutritivos Formosa (y su marca comercial Nutrifor) es otro ejemplo de alternativas para evitar los desperdicios. La empresa, propiedad del estado formoseño, le compra a pequeños y medianos productores de la provincia productos que tienen baja demanda en el mercado y elabora productos que distribuye en escuelas y comedores estatales. Fabrica, por ejemplo tres tipos de mermelada de banana y también banana liofilizada para snacks. “Ahora estamos desarrollando la harina de banana, que se consume mucho en Latinoamérica”, explica Walter Maldonado, director de la empresa.
También tiene productos de pomelo –otras de las cosechas provinciales– y usa mensualmente una abundante cantidad de tomate para las salsas liofilizadas. Según Maldonado, la provincia les ofrece mejores precios a los productores que la industria, lo que contribuye a sostener los valores comerciales. Nutrifor también incluye productos propios en los bolsones que entrega el Gobierno en el marco del Plan Nutrir. Son, en total, entre 100.000 y 120.000 paquetes de productos que despacha de manera mensual.
Evitar la pérdida de alimentos es también una contribución al medio ambiente. Según la FAO, para producir un solo tomate se necesitan 17 litros de agua; para producir una manzana, 50 litros, y por cada vaso de leche, 200. Son recursos naturales que ya fueron consumidos, emisiones de carbono que ya fueron emitidas y trabajo humano que ya fue realizado y que, si no es el mercado, alguien podría valorar.
DT