Pospandemia: ¿los nuevos locos años '20?

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La pandemia dejó 50 millones de muertos y una recesión mundial sin precedentes, con caídas de la actividad de entre 16% y 25% en solamente un año, en varios países. Tuvo que ver la decisión oficial de cerrar escuelas, hoteles, restaurantes y lugares de entretenimiento bajo techo, que se sumó a la restricción al movimiento en transporte público y al cierre de fronteras.  Los gobiernos han intentado compensar el desastre con políticas activas, pero sus finanzas se deterioraron gravemente y necesitarán años para normalizarse. La alta inflación resultante afectó los retornos de la inversión y la incertidumbre salpica las expectativas empresariales. Las perspectivas desde el lado productivo también son sombrías. Buena parte de los fallecidos por el virus fueron adultos en condiciones de trabajar. Los niños no sólo detuvieron su educación; los afectados por la gripe sufrirán consecuencias de salud en su vida adulta. La devastación se siente también en el hartazgo social, y hay focos de revolución en varias partes del mundo. 

Este no es un relato de la historia presente, sino de la del mundo casi exactamente cien años atrás. La gripe española hizo estragos en la economía y la salud y, pese al final de la Gran Guerra, la economía mundial no paraba de empeorar. Y sin embargo… ese fue el preludio de una de las décadas más prósperas del capitalismo: los dorados años '20. Los roaring twenties se plantaron fuerte sobre la tecnología, el fordismo y el entretenimiento de masas. Había razones de sobra: la generalización de la electricidad, la aparición de electrodomésticos ahorradores de mano de obra, la adopción de la línea de montaje, el invento de la radio y del cine, la explosión de la moda y del jazz revolucionaron la vida de millones. Fueron marcas de una década que contagió a muchos, pero en lugar de un virus, el agente transmisor fue el consumismo y la cultura de masas.  

Estas novedades significaron diez años de exuberancia y experimentación reflejada en una euforia económica y financiera sin precedentes. La fiebre del progreso no encontró obstáculos en la profusión de gobiernos autoritarios, ni en instituciones públicas poco confiables, ni en los crecientes aranceles al comercio. La psicología de los negocios pudo más y las bolsas del mundo se excitaron con retornos financieros dantescos, sostenidos en buena medida en la recuperación de un gasto largamente reprimido, más la fantasía de que el nuevo mundo duraría para siempre. La mixtura de imágenes pinta aquel tiempo con colores variados: para algunos un logro fantástico del capitalismo, para otros un abuso de opulencia decadente de creciente desigualdad social.

Parados en 2021, los paralelismos cabalísticos no se hicieron esperar. El semanario The Economist confía en una nueva década de prosperidad basada en el “efecto adopción” de las tecnologías disponibles. Una vez que las personas descubran cómo emplear los inventos que están ahí afuera la economía se pondrá en marcha y la productividad pegará un salto de calidad. Personalidades destacadas como Paul Krugman, Matt Yglesias o Tyler Cowen se suman al coro de los tecno-optimistas y presagian una fuerte recuperación tras el desastre. ¿Será que debemos disponernos a gozar de unos renovados locos años 20?

Algunas correspondencias entre los 20 actuales y los de hace un siglo son manifiestas. El consumo que la pandemia contuvo debería explotar en los primeros años tras el éxodo del Covid. La vuelta definitiva del turismo, de los eventos multitudinarios y de las salidas a cenar activarán el comercio y la producción. Pero la simple aritmética nos alerta que esto no puede sostenerse. Tras volver a los niveles pre-pandemia, es la incorporación de nuevos procesos productivos y tecnologías lo que hará que la bonanza perdure. Así, necesitamos que esas modernidades que nos sorprenden en las redes se apresuren a formar parte de nuestra realidad diaria. Hay que abrazar de una vez las fuentes alternativas de energía limpia, incorporar la inteligencia artificial, apostar a los robots cuidadores, formalizar el teletrabajo, y encarar reformas ingeniosas del espacio público. La pandemia coordinó el decisivo paso de animarnos a algunas de estas novedades, y las empresas han prometido aggiornarse a venideros '20 modernizando su relación con sus empleados.

Pero a las ilusiones tecno-optimistas podríamos oponer el desencanto de los ciclo-pesimistas. Si los nuevos locos '20 se exceden en hedonismo y voluptuosidad nadie nos asegura que no vayamos a terminar, como hace un siglo, en otra Gran Depresión. Los ciclos de maduración de la tecnología son tan reales como los ciclos de crisis creados por negocios con expectativas demasiado confiadas. Después de todo, si los viejos '20 fueron pródigos en ganancias de productividad gracias a tecnologías auténticas, ¿a quién debemos culpar por el crack del 29 y su posterior drama económico-social de casi 5 años?

Tampoco se deben subestimar los riesgos de una desigualdad creciente. El mundo ya ha alcanzado niveles de inequidad chocantes, y si los beneficios de la prosperidad irán a engrosar las fortunas del uno por mil, es lícito preguntarse si la cuerda de la paciencia social no se tensará demasiado. Y no hay que olvidar que, si bien un famoso economista se animó a decir que “el problema macroeconómico ha sido resuelto”, esto sólo vale para un pequeño grupo de países. No es nada obvio cómo se las arreglarán las economías menos desarrolladas para beneficiarse de la esperada rave tecno de la década que empieza.

Quizás estos malos augurios puedan ser prevenidos por gobiernos más maduros y con una centuria de experiencia. Y quizás la sociedad esté lista para apoyar a las autoridades y plegarse a una utopía de un cambio social basado en la solidaridad y el amor al prójimo. De la pandemia saldremos mejores, sostienen algunos. Pero esto ya lo vivimos. Como ocurre cada vez que se toca fondo, las estrategias colectivas y solidarias ganan adeptos, pero duran lo que un juego de una sola vuelta de Nash. Pronto las conductas se tornan egoístas y la empatía cede lugar a una creciente indulgencia hacia los acaparadores de siempre. 

Por ahora, el único milagro económico palpable es el chino. El resto del mundo está esperando hace tiempo que el respeto al libre comercio y al mercado redunde en una dinámica de crecimiento que se parezca un poco más a los “milagros” de posguerra. Pero quizás los dorados '50 y '60, como aquellos locos '20, no vuelvan nunca más. Al menos para la mayoría de los humanos.