Servidor público
El Ventorro es un restaurante de tres plantas del distrito Ciutat Vella de Valencia, situado en el N°8 de la calle Bonaire, equidistante de la Plaza de la Reina y de la Plaza de la Virgen, a un paso de la Calle de la Paz. Existe en el mismo sitio desde 1967, donde se conservan sus azulejos y sus maderas originales. No tiene carta. A cambio, se ofrece lo que digan las estaciones y los días, y se come lo que hay, generalmente los llamados “platos de cuchara” y carnes, que se acompañan con vinos de unas trescientas etiquetas.
En los comentarios que los comensales dejan en la página de TripAdvisor, prevalecen los reconocimientos. Es un restaurante entre excelente y muy bueno. El último que puede leerse, de una antigüedad de unos pocos días, es de una cuenta falsa a nombre de Carlos M., acompañada por una foto verdadera de Carlos Mazón, presidente de la Generalitat de Valencia.
El título es “El tiempo pasa volando”, y dice: “Un lugar excelente para eludir tus obligaciones públicas, el tiempo pasa volando. Comí en un lugar especial con una persona especial. Los garbanzos de la dana, perdón de la yaya están para chuparse los dedos y otras cosas. Amunt Valencia y sus garbanzos, los oscuros también”.
Más abajo, se lee una reseña complementaria de la anterior, firmada por Ugarte Cabellos y dirigida al dueño de El Ventorro: “Alfredo, tienes una clase tremenda. Tu atención es inmejorable, pero hombre... ¿no podías decirle a Mazón que estaba lloviendo?”.
Son humoradas sobre la tragedia causada por la DANA (Depresión Aislada en Niveles Altos) o “gota fría”, de la que el último 29 de octubre se desplomaron más de 600 milímetros de lluvias, desbordando ríos y arrasando varias provincias, sobre todo Valencia, en la que hubo más de doscientos muertos.
Es que mientras las aguas crecían y la catástrofe iba desplegando sus ejércitos de lodo sobre los valles, Carlos Mazón estaba en El Ventorro. Por afuera de su agenda oficial, almorzaba con Maribel Vilaplana, una periodista del club Levante con experiencia en radio, televisión y animaciones de eventos corporativos y, últimamente, lanzada a dictar clases de oratoria, disciplina parauniversitaria, tal vez un poco mística, que en la Argentina se conoce como “venta de humo”.
El reloj nos dijo que ese 29 de octubre, Carlos Mazón y Maribel Vilaplana estuvieron reunidos allí más de tres horas, durante las cuales el teléfono oficial de Mazón estuvo inhallable. Cuando las papas quemaron, el pueblo quiso saber dónde había estado este pedazo de Nino Bravo mientras la fuerza acelerada de la catástrofe ya era irreversible. Mazón primero mandó a decir por sus oficinas de comunicación que no había estado en ningún lado; luego, que habían tenido un encuentro con empresarios. Más tarde, se insinuó que, simplemente, estaba realizando gestiones ordinarias de gobierno, todas ajenas a la visita dañina de las lluvias.
Así podría haber seguido inventando su Las mil y una noches de sobrevida, si no fuera porque se filtró que había estado en El Ventorro, y en dulce y secreta compañía, valga la redundancia. Evento del corazón del que no habría que reprocharle nada a Mazón, si no fuese porque antes de dignarse a ir a la reunión de emergencia (a la que llegó dos horas tarde) ya habían empezado a flotar los primeros cadáveres.
Acorralado, recién dijo que había estado con Maribel Vilaplana cuando le dijeron que había estado con Maribel Villaplana. A la luz de las velas y de la tibieza del reservado le había ofrecido a su acompañante de guiso dirigir la televisión valenciana, À Punt. Tres horas insistiéndole para ser rechazado, suena a verso burocrático.
El resumen de gestión de ese día consistió en no hacer. Mazón tuiteó a las 13: “Según la previsión, el temporal se desplaza hacia la Serranía de Cuenca, por lo que se espera que en torno a las 18 horas disminuya su intensidad en todo el resto de la Comunitat Valenciana”. Luego, ninguna de sus reuniones (especialmente la secreta, junto a Vilaplana) estuvieron vinculadas a la emergencia, salvo la del CECOPI (Centro de Coordinación Operativa Integrado), a la que llegó las 19:30, dos horas y media más tarde de lo previsto, cuando el agua llegaba al cuello de Valencia. Recién a las 20:11 ordenó activar el sistema ES-Alert, que miles de ciudadanos recibieron manejando sus autos.
Pero ¿qué pasó en esas tres horas en El Ventorro? Las pinzas de la condición humana abren un hueco en la tragedia, en el que se vislumbra bajo una luz negra una triste maldición de amor. Carlos Mazón, idiota de Estado, en el mejor de los casos idiotizado, se desentendió de la herramienta elemental del buen político: la que anuncia y, sobre todo, mide el peligro. Si hay algo que se manifestó en Mazón durante esas horas trágicas es su talento nulo para la protección. Digamos que simplemente pensó en él (en él como un poder sin rendición de la más mínima cuenta) y, tal vez lo más imperdonable, no supo leer una catástrofe anunciada como un libro abierto.
Pero, ¿qué pasó en El Ventorro durante esas horas de coqueteo en la que Mazón y Vilaplana estuvieron afuera de un mundo que no perdona las distracciones? ¡¿Qué pasó?! Después de casi un mes de misterio y habladurías (la más interesada: El Ventorro tiene habitaciones en los entresijos de su arquitectura), Maribel Vilaplana decidió deslizar sus comentarios sobre aquel encuentro a través de “una fuente autorizada”.
En efecto, ella y Mazón estuvieron durante varias horas en El Ventorro de Valencia. En ese lapso de encantamiento, el Presidente de la Generalitat nunca le transmitió “la sensación de que estuviera pasando algo” vinculado a la destrucción operada por la DANA. Dijo la fuente: “Cuando tienes una comida profesional hay una máxima que es la discreción. Si tu cliente coge el teléfono, tú oyes, pero no escuchas”. Es muy buena la introducción de la palabra “profesional”, como quien dice: “cuando almuerzan durante tres horas dos robots…”.
Lo que Vilaplana manda a decir es que ella nunca supo lo que estaba ocurriendo entretanto en la provincia de Valencia, hasta que se fue a su casa y comenzó “a tomar conciencia”. Razón por la cual, llamó más tarde a Mazón para decirle: “Por favor, no me metas en esto”. El “testimonio” incluye, también, la confirmación de que Mazón le ofreció la dirección de À Punt, aclarándole que para acceder al cargo debía presentarse a un proceso de selección. De las ofertas que se pueden oír, es la más extraña. Tipo: “che, te invito a comer, pero pagás vos”.
Ahora, lo importante: no tomaron gin-tonic, como se anduvo diciendo por ahí. Vino, sí: tiene menos alcohol, es más institucional y mucho más español. No pidieron plato principal sino “entradas para el centro”: tomate con ventresca y setas de temporada. Bien, muy bien. Lo que se dice un menú livianito, a la altura de alguna actividad atlética que se quiera emprender luego. Para liquidar la fiesta: café y torta para compartir. Un menú del que la oposición parlamentaria de Valencia anda pidiendo el ticket.
JJB/MF
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