Nicolás trabajaba en un local de alarmas contra incendio cuando en 2018 se disparó el dólar y la venta de esos productos, con precio atado a la moneda extranjera, se paralizó y lo despidieron. Un amigo se compró un auto “para ponerlo a laburar” y, mientras emprendía la búsqueda de un nuevo empleo, comenzó a alquilárselo por las horas que él no lo usara para generar un ingreso como chofer de Cabify. En plena pandemia, su amigo necesitó vender el auto, así que hizo el mismo arreglo con otro conocido que también compró un auto como herramienta de trabajo. “Yo sigo buscando algo en relación de dependencia, pero a mi edad, 45 años, es muy difícil insertarse de vuelta”, dice Nicolás, que vive en Devoto con su madre de 80 años. “Este tipo de trabajo tiene la ventaja de permitirte manejar tus días y horarios, pero no te da estabilidad económica, que es lo que yo busco”, suma.
Mariela tiene 30 años e ingresó en noviembre de 2019, como arquitecta recién recibida, a una constructora que durante la pandemia estuvo a cargo del montaje de dos de los hospitales modulares impulsados por el Estado. Era, según cuenta, un trabajo muy demandante, por el que le pagaban el salario mínimo. A principios de 2021 renunció, del mismo modo que varios de sus compañeros que con la incipiente reactivación de la economía apostaron a encontrar otras oportunidades. Ahora trabaja de manera independiente: “Me rinde muchísimo más. Y ni hablar de la paz mental”, dice. Tiene clientes del extranjero que le pagan por cinco horas de trabajo el equivalente a su salario anterior. Además, sin la obligación de ir a una oficina todos los días, se mudó de un departamento en el centro de la La Plata a una casa con jardín en las afueras, en Ringuelet.
Franco trabajaba en mensajería para una empresa de insumos médicos cuando en medio del caos de la pandemia tuvo un conflicto con su jefe y dejó su puesto. Se descargó la aplicación PedidosYa y empezó a repartir con su moto a tiempo completo hasta el año pasado, en que ingresó como preceptor con media jornada a un colegio y ahora reparte solo tres días por semana o cuando está “corto” de dinero.
“Yo empecé full time y ahora es un complemento, elijo los días, lo que no es la situación de todos los repartidores, sino lo contrario. Cada vez hay más compañeros en todo el país que trabajan jornadas de 9, 10, 11, 12 horas porque es su único sustento”, dice Franco, para quien eso trae aparejado un aumento del riesgo de sufrir accidentes. “No tenés la capacidad física ni mental para estar conduciendo un vehículo por la ciudad durante esa cantidad de horas, empujado por las apps para que coloques la mayor cantidad de pedidos en el menor tiempo posible”, asegura.
Con sus particularidades, estos tres casos ilustran una de las características que adquirió el mercado laboral argentino en los últimos años: durante las fases de recuperación, se evidencia un sustitución de empleo asalariado por la modalidad de cuenta propia. Es un fenómeno que se advierte mejor en un segundo nivel de lectura de los datos de empleo.
Tal como detalla un informe reciente de la consultora Analytica, si se atiende estrictamente a los números, se ve que la economía creció 9,8% en 2021 y posibilitó la recuperación de 642.000 puestos de trabajo hacia el tercer trimestre. Como consecuencia, los indicadores del mercado laboral (tasas de actividad, desempleo y empleo) volvieron a los niveles de 2017, año en que se registró el máximo empleo de los últimos 5 años, aun cuando el producto está 3 puntos por debajo. Es decir, hay más trabajo para una producción inferior.
Sin embargo, el informe muestra que en una mirada al interior del mercado de trabajo “queda claro que la recuperación es parcial y que dista mucho respecto de otros períodos de crecimiento. En promedio, la gente trabaja menos horas (los asalariados registrados son quienes tienen mayor probabilidad de encontrarse empleados plenamente, mientras que para el resto de las categorías esta no es la norma), cayó su remuneración y se redujo la protección laboral”.
La comparación de los registros oficiales de septiembre de 2021 con los de febrero de 2020 —antes del inicio de la pandemia— suma argumentos en el mismo sentido. La ocupación registrada total creció 1,2%, pero el mayor impulso está dado por los monotributistas, que en ese período aumentaron 6,9%. Los monotributistas sociales —figura en la que se inscriben, sobre todo, trabajadoras y trabajadores de la economía popular— también crecieron, 9,8%. Asimismo, la evolución es positiva en lo que respecta a los asalariados del sector público (3%). En cambio, en el sector de asalariados registrados privados, que suele tomarse como el parámetro del “empleo genuino”, los datos continúan en rojo (-0,8%).
El cuentapropismo de jóvenes profesionales, que posiblemente le huyan a una relación de dependencia, no tiene nada que ver con el de subsistencia, que daría cualquier cosa por un empleo en blanco
Para Luis Campos, coordinador del Observatorio del Derecho Social de la CTA Autónoma, el aumento del trabajo por cuenta propia no es un fenómeno homogéneo ni puede ser explicado de manera lineal. “El cuentapropismo de jóvenes profesionales, que posiblemente le huyan a una relación de dependencia, no tiene nada que ver con el de subsistencia, que daría cualquier cosa por un empleo en blanco”, resume.
Para el especialista, hay una “combinación letal entre un mercado formal de fuerza de trabajo que hace rato no funciona, con el desarrollo de herramientas tecnológicas que favorecen la proliferación de puestos de trabajo precarios”. “Las apps son las más conocidas, pero no las únicas. ¿Cuánta gente trabaja por su cuenta vendiendo cosas en Mercado Libre?”, apunta. Dentro de este escenario heterogéneo, Campos arriesga una segmentación. Por un lado, jóvenes profesionales –aunque no únicamente– que se deciden a trabajar por cuenta propia. Aquí aparecen como ejemplo paradigmático los programadores, que multiplican sus ingresos si en vez de ofrecer sus servicios dentro de empresas de tecnología locales (que, por otra parte, son las que mejores condiciones laborales ofrecen) lo hacen de manera freelance para el exterior, algo que se volvió un problema crítico para el sector.
Identifica un segundo grupo de trabajadores que salieron del empleo formal o que ya eran cuentapropistas y que trabajan vía apps. Y, en tercer lugar, “trabajadores que salen a hacer el mango como pueden” y le dan volumen a lo que se conoce como la economía popular. Recicladores, vendedores ambulantes, albañiles o personas que hacen limpieza, arreglos, entre muchas otras changas posibles.
“Creo que el mercado formal no tiene mucho para ofrecerles a los primeros, pero si a los segundos y terceros. El tema es que para eso tendría que haber demanda de fuerza de trabajo y empresas dispuestas a pagar salarios más elevados, y eso está bastante complicado hace tiempo”, cierra Campos.
Martín Trombetta, economista y coordinador del Centro de Estudios para la Producción (CEP XXI), opina que es algo habitual en la Argentina que el empleo formal reaccione más lento a la recuperación que el informal, algo que sucedió también en 2016 y 2017. “Seguramente las aplicaciones están jugando un rol. Hay dudas respecto del tamaño real del trabajo en aplicaciones; las estimaciones más interesantes que vi lo situaban en torno al 1% del total del empleo, pero antes de la pandemia, con lo cual es dable pensar que eso haya aumentado por la destrucción de empleo formal en el 2020, pero también porque hay más demanda ahora de este tipo de servicios”, apunta.
Según sus estimaciones, sería razonable pensar en que las aplicaciones representan al 1,5%, incluso el 2%, del total de ocupados. Un crecimiento impulsado sobre todo por la posibilidad de empezar a trabajar inmediatamente, con un costo de creación del puesto casi nulo. De acuerdo con información provista por Rappi a elDiarioAR, desde el inicio de la pandemia la cantidad de personas que se registraron en su plataforma para comenzar a repartir se duplicó y solo en diciembre más de 24.000 repartidores realizaron al menos un pedido en la aplicación.
De acuerdo con el informe de Analytica la tasa de asalariados registrados es 0,6 puntos inferior a la de 2017 mientras que la de los asalariados no registrados cayó 1,8 puntos. Es decir, los asalariados perdieron 2,5 puntos de participación sobre los ocupados totales. Significa que más de un millón de personas quedaron fuera de los convenios colectivos de trabajo y con menos chances de mantener el poder de compra en un contexto de inflación al 3,5% mensual en velocidad crucero. Situación que amplió la brecha entre los salarios del sector registrado y el resto de las categorías.
DT