Son las 10 de la mañana y Catherine Ache desarma las rejas que protegen el frente de su local, ubicado en Teodoro García casi Zapiola, en el barrio de Colegiales. Aunque la mañana ya anticipa una jornada de temperaturas máximas, tiene puestos guantes de lana para hacer esa tarea: no quiere arruinarse las manos. Catherine abrió este local en el que realiza extensiones de pestañas, perfilado de cejas y manicura en junio pasado —justo antes de que la ciudad de Buenos Aires enfrentara un nuevo confinamiento estricto— para intentar expandir el servicio que durante la mayor parte de la pandemia ofreció en su casa.
Al lado de su local, sobre la misma esquina de Colegiales, hay otros dos locales estrenados en los últimos meses: un “café de especialidad” y un almacén de productos veganos. Apuestas fuertes luego de un período de gran oscuridad para la mayoría de los comerciantes argentinos. Según dijo a elDiarioAR Fabián Castillo, presidente de la Federación de Comercio e Industria de la Ciudad de Buenos Aires (Fecoba) reabrieron 17.000 de los 21.000 locales que se registraron cerrados en el peor momento de la pandemia, en octubre de 2020.
“De esos 21.000 locales cerrados, en enero quedaban 15.000 y ahora, entre los que se reconvirtieron y los que volvieron abrir hay alrededor de 4.000. Es un número que está un poco por encima de la marca histórica, que es de 3.000”, precisó Castillo, para quien la zona más afectada sigue siendo el micro y macro centro de la ciudad. A partir del trabajo remoto ganaron importancia los comercios ubicados en los barrios.
Catherine es venezolana y llegó hace tres años al país con su marido y su hijo de, por entonces, dos años y medio. Vive muy cerca del local y la idea de alquilarlo se le ocurrió de tanto pasar por el frente de esas persianas bajas, que hasta la pandemia eran el espacio de trabajo de una costurera. “Nos costó mucho esfuerzo remodelarlo; pusimos nuestros ahorros y lo hicimos todo nosotros”, dice. A su espalda, el local pintado con franjas en color verde agua y blanco, dos camillas, espejos enmarcados por una corona de focos de luz.
Con la apertura del local sumó a su madre al trabajo y contrató a una persona más “para que ayude con las uñas”. La primera semana no pudo abrir por las medidas de confinamiento, pero luego, y de a poco, empezó a sumar clientes. “Fue un riesgo —resume sobre la decisión de abrir el local— pero nosotros estamos en un país extraño; si no trabajamos no comemos. Hay que avanzar y dar lo más que uno pueda. Además, después de haber hecho la inversión, tengo que apostar a que esto funcione. Tiene que funcionar”, se convence.
Unos metros más allá, justo en la esquina, está el café de especialidad Hijos del Mar. Abrió en agosto, unos meses después de que cerrara el almacén familiar que había funcionado en ese lugar durante años. César Mirson, uno de los tres socios, desayuna sentado en el piso del local, con la computadora apoyada en un banco bajo. Dentro del café no hay mesas ni mozos: el formato es take away, con el espacio para consumir dispuesto sobre la vereda.
Mirson tiene experiencia en el rubro gastronómico. Además de este café —que es la segunda sucursal de uno que nació en San Bernardo, de ahí la referencia al mar y las reminiscencias surfers de la decoración—, en pandemia abrió La Manteca Negra, que ofrece comida vegana y vegetariana en Chacarita y en Saavedra.
“Las cosas andan, pero en ese formato: un local chiquito, take away, con espacio para que la gente se siente afuera, para que venga de día. La gente tiene muchas ganas de salir, de ver caras, de tomar algo en un lugar con onda”, dice. El primer local de La Manteca Negra está ubicado en el garage de su casa: dos portones de hierro que se abren y, detrás, un par de heladeras exhibidoras y una botella de alcohol en gel. Nada más.
“Yo soy optimista con el negocio que tengo yo y cómo lo planteo yo. En medio de la pandemia no me voy a arriesgar a abrir un lugar para meter a 50 personas sentadas adentro, eso es una locura. Si querés seguir siendo un old school y hacer lo que se hacía antes, creo que vas a fallar. Vi que algunos colegas lo hicieron; contrataron 40 empleados, y los agarraron de vuelta los cierres”, señaló. “Nosotros tenemos la ventanita de venta al costado, nos adaptamos perfectamente si pasa algo así”, sumó Mirson, para quien hay que “cambiar la mirada del negocio” y también “mostrarle al consumidor que el sistema es otro”.
Por los nuevos formatos y otros factores, la reapertura de locales no va al mismo ritmo que la recuperación de los puestos de trabajo formales en el sector gastronómico. Según datos del Sistema Integrado Previsional Argentino (SIPA) en febrero de 2020, antes del inicio de la pandemia, había 280.100 personas empleadas en el sector hoteles y gastronomía. En octubre de ese mismo año, el número había caído a 216.000 (64.100 puestos menos) y el número siguió empeorando desde entonces. En julio de 2021, el último dato disponible, los empleados formales en el rubro eran 200.800, 79.300 menos que antes de la pandemia. Un síntoma de la Argentina: luego de cada crisis, la recuperación no alcanza para equiparar la situación del punto inicial del ciclo.
La zapatería Fausto Milano nació en 2019, se hizo fuerte durante la pandemia con la venta online y en junio de 2021 abrió un local físico para satisfacer la demanda de los clientes que, antes de comprar, querían ver el producto. “Abrimos antes del Dia del Padre porque la marca venía con un muy buen posicionamiento en la venta online gracias a los movimientos que hicimos para conseguir influencers nuevos, publicidad, gestión de social media”, dice Nicolás Barroso, uno de los dos socios.
“Somos una marca que está bien, pero gracias al empuje propio; no hay ningún indicio que diga que la situación vaya a mejorar en el corto plazo”, apuntó. De todos modos, luego de una caída de consumo sostenida desde 2015, espera que en los próximos años haya un repunte, basándose en la “cuestión cíclica” de la economía argentina. “Si eso pasa nos va a ir muy bien, pero por ahora no hay nada que indique un crecimiento en el corto plazo. De hecho fabricar es cada vez más difícil, se acortaron los plazos para la compra, no hay crédito para las pymes”, enumera.
El local, ubicado en la calle Juncal, frente a la plaza Vicente López de Recoleta, es un “local tradicional”, al que le sumaron un punto de “pick up” para recoger las compras hechas por internet. Según apuntó Barroso, es un local que requeriría cuatro empleados y podría estar abierto de las 10 a las 22, pero decidieron acortar el horario —abre de 10 a 19— y resolverlo con tres personas: un encargado full time, un vendedor part time y él mismo, que va todos los días.
A diferencia de Mirson, que notó cierta cierta rapidez en las habilitaciones de los nuevos locales (“salieron en una semana”) Barroso dice que no tuvieron ninguna facilidad para abrir, pero que sí encontraron una buena oportunidad con el alquiler: un local grande y bien ubicado a buen precio. “La inversión se va recuperando de a poco, pero el local está en positivo, que es lo importante”, dijo.
¿Cuál es la clave para que un nuevo negocio funcione en este contexto? “Buen producto, acertar el lugar, trabajar bien en las redes sociales y apostar mucho. Si todo eso lo hacés bien en definitiva el cliente está: lo ve y compra”, consideró Barroso, antes de agregar. “Ahora, si estuviéramos haciendo esto en 2012 nos estaría yendo mucho mejor. Hoy estamos en una situación buena, pero que todavía no te hace despegar”.
En Monte Castro, el vivero y florería Mi Yuyito fue uno de los locales no esenciales que debieron cerrar varios meses en la cuarentena de 2020. “Cuando reabrimos, la gente que estaba en su casa se volcó a comprar plantas, a arreglar su jardín, patio o terraza”, cuenta María Ribaudo, dueña de Mi Yuyito. Pese a todo, confía en el futuro: “Soy una mujer grande y he vivido muchas incertidumbres económicas. Y siempre con trabajo y dedicación hemos salido adelante. Vivimos en un país maravilloso, siempre mirando hacia adelante para disfrutar lo que hacemos bien y corregir lo que tenemos que mejorar. Amo a la Argentina”, proclama María.
DTC/WC