La tapa del contenedor de basura cae de repente, golpea como una aleta negra contra el plástico. Hace un ruido leve, amortiguado por la cinta de goma que recubre el borde, pero casi constante. Quienes viven en la cuadra de ese contenedor –que está en Palermo pero podría ser cualquiera de los miles que hay en la ciudad de Buenos Aires– son testigos del movimiento que genera. No pasan muchos minutos sin que su contenido sea revisado por alguna persona. Hay quienes se meten adentro, otros usan un palo para sostener la tapa abierta e inspeccionan desde afuera, otros enganchan con un fierro de punta corva las bolsas y las arrastran a la vereda.
No todas las personas que pasan por el contenedor buscan lo mismo, ni están en idéntica situación. Por un lado están los cartoneros y cartoneras en busca de materiales reciclables; personas que convirtieron una necesidad en un trabajo organizado y que en algunos casos tienen uniforme, bolsones provistos por el Estado para acumular el material, carros. Por otro, hombres y mujeres que buscan cualquier cosa que puedan vender a cambio de unos pesos –juguetes, ropa, frascos de perfume– o incluso comida. En cualquier caso, distintas fuentes coinciden en que, en el último tiempo, ambos universos crecieron. La impresión coincide con los datos: hay más gente revolviendo la basura.
De acuerdo con números del Registro Nacional de Trabajadores de la Economía Popular (Renatep) a los que accedió elDiarioAR, la cantidad de personas inscriptas en tareas de “recuperación, reciclado y servicios ambientales” se disparó entre agosto de 2021 y febrero de 2022. Del total de 118.002 trabajadores informales que se cuentan actualmente dentro de esa actividad en todo el país, el 16% (18.918) se sumó en los últimos seis meses.
Si dentro de esa misma actividad se mira solo a quienes están en contacto directo con la basura arrojada a la vía pública (carreros, cartoneros, recicladores) los números se achican, pero el porcentaje de crecimiento en el último medio año es similar: 15%. De los 48.134 inscriptos en el registro, 7.260 se sumaron a partir de agosto.
En el Ministerio de Desarrollo Social aclararon que el registro, al ser nuevo y no haber llegado todavía a construir la base total de la economía popular, incluye en el porcentaje un crecimiento de la registración y no necesariamente de la actividad en sí. De todos modos, coincide en que esa situación administrativa no invalida la lectura de un aumento de la actividad.
El registro capta solo una porción del universo. Según estima María Castillo, directora nacional de Economía Popular del Ministerio de Desarrollo Social y excartonera, la actividad se incrementó por la pandemia y todos los días recorren las calles del país en busca de materiales reciclables más de 150.000 personas. “Yo salgo a comprar acá en Lomas de Zamora y veo caras nuevas; me doy cuenta cuando hay un compañero nuevo cartoneando (...). Veo lo que me pasó a mí cuando empecé a cartonear en 2000; la mirada como diciendo qué hago”, relata la funcionaria en una entrevista con este medio.
Hay algunos datos que permiten darle una magnitud al universo de personas que viven en la calle (son 2.573 en Buenos Aires, según el Gobierno de la Ciudad, un número que las organizaciones sociales creen muy subestimado), pero ninguno que indique cuántas personas revuelven la basura para vivir, sin dedicarse estrictamente al cartoneo. Pablo Chena, doctor en economía y director nacional de Economía Social y Desarrollo Local, sostiene que ese número, que nadie tiene, está muy vinculado a dos indicadores: el incremento del precio de los alimentos y el nivel de indigencia.
En los últimos 12 meses los alimentos se encarecieron 55,8%, 3,5 puntos por encima de la inflación general del mismo período. En el Gran Buenos Aires, que junto con el Noreste es la región con mayor porcentaje de hogares indigentes (8,9%), la brecha fue todavía superior: la suba de los alimentos escaló a 58,8%. Esto tiene un correlato directo en el deterioro de las condiciones de vida sobre todo de las familias más humildes, que destinan la mayor parte de sus ingresos a la comida. “Los sectores populares están viviendo con una inflación muy superior al promedio. Eso explica mucho de los fenómenos que estamos viviendo de recuperación económica sin mejora significativa en los indicadores sociales”, apunta Chena.
A juzgar por los últimos informes oficiales, el horizonte inmediato no parece ser de mejora. En febrero la inflación de los alimentos fue 7,5%, el registro más alto de las últimas décadas, y la Canasta Básica Alimentaria, que traza la línea de la indigencia, se encareció 9%. Los ingresos de las familias no tienen manera de seguir el ritmo que imponen los precios y menos aún aquellos que provienen del inmenso mundo de la economía informal, que según el Indec perdieron 10 puntos contra la inflación en 2021.
“Es evidente que la situación social se ha deteriorado”, dice Isaac Rudnik, director del Instituto de Investigación Social Económica y Política Ciudadana, vinculado a la organización Barrios de Pie. Y ofrece un termómetro personal: las casi ocho cuadras de carpas que se montaron sobre la avenida 9 de Julio esta semana, en un reclamo al Ministerio de Desarrollo Social por la ampliación de los planes Potenciar Trabajo y la entrega de alimentos.
“Mirá que ha habido movilizaciones importantes, pero yo no recuerdo un acampe tan grande –asegura–. Que la gente se quede con su carpa a pasar la noche y atraviese todos los incordios que significa estar ahí es una manifestación de una situación cada vez más complicada, que motiva que la gente salga y participe aun cuando no está organizada dentro de los movimientos sociales”. Según su lectura, la manifestación sumó volumen con vecinos de barrios populares que, sin militar activamente, “están en contacto” con comedores y con una realidad que los interpela, los empuja a manifestarse excepcionalmente. Revolver la basura, apunta Rudnik, es otro síntoma del deterioro: el rebusque de última instancia.
Alejandro Katz, editor y ensayista, vuelve mentalmente a 2000 y recuerda la “impresión durísima” que produjo en la sociedad ver a personas hurgando en la basura. Él mismo pensaba, entonces, que se trataba de un efecto de la crisis que se revertiría en el corto plazo. “Veinte años después hay personas especializadas en hurgar en la basura, se convirtió en recurso habitual de la sociedad argentina y a nadie más escandaliza. A algunos les molesta, a algunos les da irritación, a otros otra cosa, pero es normal”, dice. “No es un problema urgente de esta sociedad resolver el modo en el que vive la gente sin que sea revisando la basura ajena”.
Esta nota se actualizó el 21 de marzo a las 13.55, con una precisión técnica solicitada por el Ministerio de Desarrollo Social.
DT