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Entre el Estado como enemigo y “la ideología de género”, la juventud antiprogresista

13 de junio de 2021 00:01 h

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Cuatro chicos en uniforme, que acaban de salir del secundario; uno de ellos, rubio, rostro angelical, viste gorrita roja con la insignia “Make America Great Again” y mantiene la frente en alto, porque acá nada se luce con vergüenza.

Son las seis de la tarde en el barrio de Belgrano, Ciudad de Buenos Aires, Argentina. La fila principal se posa sobre una avenida Cabildo abierta, con pocos autos; la línea del horizonte, donde ya es provincia, tiene un tono naranja. Es una de las últimas tardes del verano a comienzos de 2019 y las inmediaciones del Auditorio Belgrano están repletas. En unas horas el politólogo Agustín Laje, el economista Javier Milei y el abogado Nicolás Márquez van a compartir por primera vez un escenario ante más de 1.300 personas, la mayoría jóvenes, que los recibirán eufóricos. Pero eso después. Ahora, sobre la manzana de Cabildo, Virrey Loreto y Vuelta de Obligado, un tsunami de gente empieza a colorear la escena.

Más pibes que acaban de salir de clase, sin uniforme. Pibes que acaban de surfear la mayoría de edad. Alternan remera o camisa fuera del pantalón, jeans y zapatos cuya antigüedad delata préstamo familiar. Un look casi impostado, diseñado a medida de la ocasión. El patrón se repite y solo varían las tonadas -hay varios chicos que vienen de otras provincias- y los accesorios, o más bien los colores: el amarillo, color de la libertad, se manifiesta en banderas, remeras, pines y pañuelos con una serpiente y el lema “Don’t Tread On Me” (no me amenaces), rezo libertario; el celeste, propiedad de los “Pro Vida”, aparece también en algunos pañuelos y pines. Pibes de corte más skinhead, ropa pesada y varios tatuajes matizan la espera con lata de cerveza en mano; tienen algunos años más encima. También, más difícil de captar por lo dispersos, están los retraídos, que van solos o de a dos; mirada hacia al piso, con look más aniñado, muchos de ellos con anteojos, todos con un libro pegado a la cintura, custodiado, a salvo. 

La mayoría son varones, pero también hay grupos mixtos y sólo de pibas. Todo se empieza a mezclar. Son ellos quienes gobiernan la infraestructura que rodea al evento: el puesto del Partido Libertario buscando afiliar; el stand donde se venden remeras que van desde la cara de Milei y su frase célebre “Viva la libertad carajo” hasta la de “No fueron 30.000” (en alusión a la cifra de desaparecidos en la última dictadura militar) en letras blancas y fondo negro; la entrada al auditorio vigilada por los que curten estética de barrio cerrado, del think tank Cruz del Sur, organizadores del evento, el espacio tipo bar que se encuentra dentro del predio pero fuera del auditorio, colmado por los referentes virtuales, los influencers, que no se mezclan con el resto de la plebe juvenil que espera afuera. 

“Esto es como un recital”, suelta un joven, a propósito del clima que se respira. Hace unos minutos Milei llegó al Auditorio en su auto antiguo, conocido como “el batimóvil libertario”, al compás de una sirena. Algunos jóvenes perdieron su lugar en la fila y se amontonaron en la entrada para verlo abrazarse con los influencers y organizadores. Sobre Cabildo, la youtuber Lilia Lemoine recorre la fila a paso apurado, celular en mano y modo selfie, para registrar a la multitud, que se acopla a sus gritos.

Unos metros detrás de la intervención de la youtuber, una chica que promedia los veinte, alta, flaquísima, decide matar el tiempo viendo videos de Milei. Como si se tratara de un ritual de previa, para entrar en calor antes de entrar al show. La chica, con pañuelo amarillo del Partido Libertario amarrado a su mochila, se queda hipnotizada ante la parte final del video, donde Milei grita “que se vayan a la concha de su madre”. Ese fragmento, que reproduce apenas una de las famosas peleas del economista con sus interlocutores “zurdos”, se va a repetir en loop, unas cuatro veces, todas con sonrisa asegurada. Mientras ella deglute su ritual de espera se le anexa gente: un compañero del Partido Libertario con el que después del evento irán a cenar junto con el resto de militantes; su pareja, o el chico con el que sale, con el que comparten algunas impresiones del evento, y así. Las referencias en nombres propios, las caras conocidas (“¡Tengo que saludar a Vicky Pita!”) , las picas con otros sectores de la fila, más conservadores, con símbolos del Partido Autonomista Nacional (PAN), que miran con desconfianza. 

Pero no son sólo jóvenes los que componen la postal. Sobre Cabildo, con su familia bien arreglada, la defensora de represores de la última dictadura Cecilia Pando relojea a los peatones que se detienen a observar. Otras madres de impronta católica acompañan a sus hijos en este evento que promete ser único. También hay padres solos, padres con un solo hijo, padres con otros padres y sus respectivos hijos esperando por entrar. A la vuelta, sobre Virrey Loreto, también repleta, aparecen abuelas y otras señoras de estética y acento norteño. Juan José Gomez Centurion, flamante candidato presidencial, busca abrirse paso entre la multitud cuando es detenido por unos gritos desde la vereda de enfrente. “¡Juanjo!, ¡Juanjo!, vení” le indica un señor de traje con camisa abierta y collares bailando en el cuello. Juanjo obedece.

Cuando el evento comience, Gómez Centurión estará presente en la primera fila y será presentado por Segundo Carafí, el director de Cruz del Sur y principal responsable de que este evento se lleve a cabo, como “el próximo presidente de la República Argentina”. No importa que Carafi sólo tenga 23 años; unos meses más tarde va a estar trabajando como asesor en la campaña presidencial del excarapintada. Pero el militar es apenas uno de los nombres que se pronuncian en las palabras iniciales, que también se encuentran en primera fila. Referentes como Gabriel Ballarini y otros activistas que superan los 40 años son reconocidos por el presentador. El público juvenil, sin embargo, sólo responderá con ovaciones a los nombres del mundo de internet: el youtuber Emmanuel Danann, Carlos Maslatón y el abogado mediático Francisco Oneto.

La conferencia de Milei es idéntica a su marca registrada. Desde el tema, el Estado como enemigo, hasta su estilo. Que el Estado te roba a través de impuestos. Que todos los impuestos son malos y generan daño. Que es imposible que el Estado gaste bien. Por momentos pierde el hilo y desliza un sinfín de conceptos económicos para acompañar un punto; es ahí donde el público comienza a perderse. Solo retoma el hilo, y la atención del público, con un gancho, un insulto a los zurdos, mientras cambia el tono de voz, apretando los dientes. 

El público responde con aplausos y risas, como cuando Milei explica la redistribución del ingreso así: “Los zurdos son el club de las porongas cortas. El que la tiene chica pide amputación. El que la tiene grande no”. Al final de su conferencia, Milei enumera las ventajas del capitalismo. No es únicamente que sean superiores en términos morales y productivos, dice, es que también lo son en un sentido estético. Antes había aclarado que “el zurdaje odia la tecnología”. Como no podía ser de otra manera, Milei termina su conferencia al grito de “Viva la libertad, carajo”. Lo repite varias veces. El público está parado, aplaudiendo y gritando, y sólo se sentará una vez que Laje se apodere del centro del escenario.

A diferencia de Milei, Laje se sale del libreto. No es una más de sus conferencias, donde despliega presentaciones idénticas sobre la “ideología de género”. Laje cambió el contenido de su presentación con un objetivo: convencer a los jóvenes liberales seducidos por las ideas de Milei para que también acepten dar la batalla en el plano cultural. “La cultura es poder”, dice una de las dispositivas, y Laje lo repite: “Se están comiendo una revolución cultural por no darse cuenta de esto”. 

El adversario de hoy, para el politólogo cordobés, no son las “feminazis” sino los “liberprogres”. Laje insta a los liberales a que defiendan no sólo la no intromisión del Estado en la economía sino también en la familia, entre otros espacios de la sociedad civil. “Ellos son los verdaderos héroes”, dice, mientras muestra fotos de la campaña “Con mis hijos no te metas”. La gente aplaude. Laje exuda seguridad, flota. Por momentos el público deja de seguirlo, sobre todo en la parte de las definiciones, pero ahora, sobre el final, el público lo ovaciona. Entendió el punto: todos somos liberales. “Me encantó. Más que la de Milei”, le susurra una madre a su hijo. El hijo asiente. Después de 40 minutos de conferencia, casi el doble de lo que tenía estipulado para hablar, Laje lo logró. Tarea cumplida.

Nicolás Márquez es el encargado de dar la estocada final. En los primeros minutos reconoce que no es alguien querido por los libertarios, pero que le den tiempo para explicarse, que intenten hacer a un lado sus prejuicios. Una madre le pregunta a su hijo de qué se trata esta aclaración: “Es que es conservador”, le responde. Márquez pone el foco en los anticuerpos que van a dar la batalla contra la amenaza a la libertad, “pensar la reacción”. El liberalismo, sostiene, no tiene representación política, no tiene partido jurídico, ni senadores o diputados: apenas son un grupo de think tanks que se dedican “a hacer guita” y no dicen nada sobre el feminismo, el aborto, los militares presos injustamente. Si en los 70 había guerrillas armadas, hoy se combate una revolución desarmada, simpática, que no causa indignación en la opinión pública.

¿Cuál es el modo de combatir, entonces? Márquez pone énfasis en la tradición cultural de una comunidad política; una tradición cristiana y occidental. Si -cita al filósofo católico Rubén Calderon Bouchet- la derecha es todo lo que se le opone a la izquierda (que es la que amenaza a la libertad), entonces hay que hacerlo desde la derecha y sus tres sectores: liberales, conservadores y nacionalistas. A todos los traicionó Macri, dice. Pero si el liberalismo (anticuado) son los famosos think tanks, los liberales del futuro son la nueva legión de jóvenes que se levantó gracias a “este señor”, señalando a Milei. Márquez es el primero de los tres en hablar de la experiencia global, de lo que “funcionó”: Vox en España, el Frente Nacional de Le Pen en Francia, Orban en Hungría, Salvini en Italia. Todos ellos han reunido a los diversos sectores de la derecha. Eso mismo debe suceder, sugiere, en la Argentina.

Márquez iguala el ascenso de la extrema derecha a nivel global con la “derecha alternativa” o “Alt-Right”. El líder católico se refiere al fenómeno nacido en los Estados Unidos y compuesto mayormente por jóvenes menores de 30 años que no hubiese salido de los foros donde nació –como 4chan y Reddit– si no hubiera sido porque tanto la candidata demócrata Hillary Clinton, como los medios de comunicación norteamericanos, empezaron a nombrarlos en el marco de la campaña del 2016 como uno de los factores de apoyo a Trump, sobre todo en el mundo de internet. Si bien el movimiento original está compuesto por jóvenes abiertamente supremacistas blancos, el término se convirtió en una expresión “catch-all”, un paraguas para nombrar a un nuevo movimiento de derecha diferente de otros movimientos conservadores o de centroderecha, de corte juvenil, donde el humor, los memes y la virtualidad juegan un rol central. En esa nueva acepción, el movimiento se volvió global.

Esta nueva derecha o derecha alternativa, según palabras de Márquez, se debe guiar por la siguiente definición: La Argentina debe tener una síntesis en donde haya “liberales que crean en la vida desde la concepción, conservadores que crean que la tradición debe estar al servicio del progreso y nacionalistas que no confundan el amor a la patria con el amor al Estado”. Despierta una ovación. Márquez se redime por primera vez en estos espacios. Por eso, horas más tarde, va a ser tema de discusión en los grupos de WhatsAapp de estos jóvenes: “Márquez la rompió”, coinciden.

Carafí cierra el evento instando a los jóvenes, que no vivieron las grietas sociales del pasado -los 70, Malvinas- a “salir a la cancha”.

La derecha rebelde

Esa noche de marzo de 2019, gracias al lugar privilegiado que consiguió como influencer, Francisco conoció a Laje y a Márquez. Se tomó unas cervezas con ellos. Fue la primera vez que los vio en vivo, pero ya había interactuado con ambos en Twitter y en WhatsApp, sobre todo con Laje, con el que comparte algunos grupos junto a otros influencers jóvenes. Francisco tiene 19 años y se considera un “liberal de derecha”: dice que el mejor vehículo para que las ideas de la libertad se lleven a cabo es a través de una fuerza abiertamente de derecha. No como el PRO, al que rotula como “el socialismo amarillo”. 

Su acercamiento a “las ideas de libertad” se dio a partir de John Locke, un autor que le dieron para leer en la UADE, donde estudia Derecho gracias a una beca. Después comenzó a meterse con otros autores liberales, mientras seguía por las redes a Laje y Milei. Hoy él mismo se considera influencer: tiene más de 20.000 seguidores en 

Twitter, que consiguió escribiendo hilos informativos sobre temáticas que van desde la presidencia del General Julio Argentino Roca, pasando por la crítica al aborto con argumentos del Derecho hasta los países donde la tenencia de armas es libre y las escuelas se financian mediante un sistema de vouchers. Es fánatico de Trump y comparte un grupo con otros influencers jóvenes llamado “trumpismo bilardista”. Dice que el ex entrenador de la Selección argentina, conocido por sus métodos para ganar a toda costa, es “un símbolo de la derecha”. 

Para Francisco, ser de derecha hoy es “estar en los márgenes”. Eso lo percibe a partir de lo que llama “la policía del pensamiento”, encargada de controlar que “nadie se salga de la prisión de lo políticamente incorrecto”. “Si te salís de eso, sos de inmediato tachado de facho, racista, misógino y homófobo”, dice. Reconoce, de todas maneras, que le atrae la idea de estar en los márgenes. 

La historia de Francisco es muy similar a la de otros jóvenes que se interiorizaron en el movimiento gracias al contacto con posteos de Milei o Laje, o de otros jóvenes influencers como el youtuber Emanuel Dannan, El Presto, Carlos Maslatón… la lista es cada vez mayor. La oferta se reproduce tanto en Instagram, como en Youtube o Twitter, las dos redes más politizadas. No todos los jóvenes se reconocen públicamente como de derecha. Algunos son “liberales”, otros “libertarios”. Inclusive hay quienes se definen como “apolíticos”, pero que están en contra de la legalización del aborto. 

El pegamento simbólico de este movimiento juvenil, aquello que los une a pesar de las diferencias ideológicas o conceptuales que puedan tener, es el rechazo al progresismo. El rechazo a las feministas, a los políticos que hablan de justicia social y de redistribución del ingreso, a quienes usan lenguaje inclusivo, a las campañas en contra del acoso sexual, a los activistas por el cambio climático. Para ellos, el progresismo ganó la batalla cultural y hoy “está de moda”. Lo ven en la política, en sus aulas, en los medios y hasta en “las series de Netflix”. 

La percepción de que el progresismo “está de moda” (que es seguida, además, por la mayoría de la juventud actual) dota de épica a los esfuerzos por enfrentarlo, ya sea en las redes o de manera física, en protestas o en discusiones verbales con amigos o compañeros del aula. Ser antiprogresista, entonces, es visto como un sinónimo de rebeldía. Como dice Francisco, “ser joven y de derecha hoy es ser políticamente incorrecto”. Un orgullo similar se advierte en el discurso libertario y “provida”. 

Muchos jóvenes llegaron a sentirse parte del movimiento antiprogresista a través de experiencias personales. Blas, un joven de 20 años que vive en el barrio porteño de Recoleta y trabaja como vendedor en un shopping, se acercó a los videos de Laje y el abogado antifeminista Francisco Oneto a raíz de la ola de escraches masivos que siguieron a la denuncia pública por violación de la actriz Thelma Fardin al actor Juan Darthés. Empezó a ver cómo en sus redes sociales, especialmente Instagram, algunas de sus conocidas denunciaban a pares varones. Hasta tuvo amigos que fueron escrachados. Ahí entendió, dice, que “a las feministas se les fue la mano”. Se sintió identificado con los posteos de Laje y Oneto, a los que conocía tibiamente porque algunos de sus amigos lo seguían. Blas no se reconoce ni de derecha ni liberal ni libertario. Rechaza las etiquetas. Pero está seguro cuando dice que odia “a los zurdos”. 

En otros casos el punto de inflexión fue la discusión por la legalización del aborto. Es el caso de Victoria Pita, una influencer “pro vida” que se hizo conocida por sus posteos en el marco del debate de 2018. Pita se acercó a la ONG Frente Joven con su amiga Belén para “encontrar mejores argumentos y estar más preparada para enfrentarse a las feministas”. Dice que su apoyo a la causa celeste le valió la exclusión en el grupo de chicas de su secundaria, pero lo terminó reemplazando con sus compañeros de militancia. Ella, como muchos otros jóvenes antiprogresistas, sólo interviene en el debate por el aborto. No opina sobre economía u otros temas que alientan otras cuentas en las redes. 

Así como Pita tuvo protagonismo en el debate por la legalización del aborto en 2018, en 2020 fue Guadalupe Batallán, otra referente del Frente Joven, quien se destacó en el movimiento juvenil “pro vida”. Batallán también expuso en el plenario de comisiones del Congreso en el primer debate, pero en ese entonces su discurso era otro: se identificaba como una adolescente atea, que había estudiado en el prestigioso Colegio Nacional Buenos Aires, y defendía la oposición a la legalización del aborto con argumentos no religiosos. Su militancia, al igual que la de Pita, se centraba exclusivamente en la cuestión “pro vida”. Pero, en el último tiempo, Batallán cambió de fórmula: expresó deseos de bautizarse y comenzó a defender abiertamente a instituciones católicas como FASTA; también se volcó hacia otros temas como la política y la economía, interactuando con los jóvenes abiertamente de derecha en conversaciones acerca de Trump o su rechazo al gobierno actual.

Lucas tiene 17 años y se identifica como libertario, llegó al movimiento a través de Milei, a quien conoció en Youtube gracias a videos que recopilaban sus intervenciones en programas de televisión, en los que el economista ataca a interlocutores progresistas y defiende sus posturas en contra de los impuestos y cualquier tipo de intervención estatal. Milei es el vector principal de los libertarios, que suelen ser los más jóvenes dentro del movimiento antiprogresista. Otras figuras como el ex candidato presidencial José Luis Espert o el economista Manuel Adorni también son, aunque menor, un polo de atracción en televisión –y por ende Youtube– y Twitter. 

Encuentros como el de Auditorio Belgrano, donde coexistieron los distintos sectores del movimiento –que, a modo de síntesis, tiene un ala económica donde Milei es el máximo referente y una cultural, con el rechazo al feminismo en primer plano y que tiene a Laje como cara visible–, son muchas veces una excusa para que estos jóvenes, que entablaron vínculos principalmente por Twitter, puedan conocerse en persona. Muchos encuentran, en estos espacios, un lugar de pertenencia que no consiguen en la escuela o en otros grupos sociales. Allí comparten experiencias personales, difunden material de lectura y videos sobre la coyuntura local o internacional, con los Estados Unidos y Brasil como destinos predilectos, entablan vínculos y se burlan de los progresistas. Como describió uno de los jóvenes: “Yo acá vengo a divertirme”.

A trolear

Gran parte de esa diversión se encuentra en el “troleo”, que se da en el ámbito virtual y consiste en la provocación a otros usuarios, sobre todo progresistas. La actividad puede ser individual pero la mayor de las veces se da manera grupal. Y aunque pueda tener un objetivo detrás, como desacreditar una voz de autoridad, cambiar el tópico de una discusión o atraer atención sobre un determinado tema, la mayor parte de las veces el origen es la diversión. Pero es justamente a través de estas interacciones que el movimiento se hace visible para otros usuarios de las redes y donde se genera el interés y la captación de nuevos jóvenes. Los troleos pueden transformarse rápidamente en agresiones y hostigamiento, como es el caso con la legisladora feminista Ofelia Fernández, uno de los blancos más buscados por los jóvenes antiprogresistas. “Ofelia representa todo lo que odiamos”, describió uno de ellos.

En el último año, los nuevos influencers antiprogresistas deben su fama exclusivamente al troleo. Es el caso, por ejemplo, de la cuenta de Twitter @MonstruoGordo_, que se hizo conocido por difundir mensajes de odio sin ningún tipo de filtro. Este tipo de posiciones extremistas en tono de burla, que incluyen, por ejemplo, una producción de memes con la cara del represor Jorge Rafael Videla, es una parte constitutiva de la identidad de este movimiento. Muchos jóvenes reconocen que, aunque muchas veces no están de acuerdo con el mensaje, lo difunden para provocar a “los progres”. Si estos se ofenden o los denuncian, la tarea está cumplida. Youtubers como Emanuel Dannan o el abogado Carlos Maslatón utilizan una fórmula similar para atraer seguidores

La explosión de las cuentas que se dedican pura y exclusivamente a la provocación tuvo lugar en 2020, cuando la pandemia y las medidas de aislamiento les ofrecieron a los jóvenes antiprogresistas un nuevo foco de atención. Así, los usuarios compartían fotos violando las restricciones o redactaban mensajes con insultos contra las autoridades nacionales y locales. El contexto también fue propicio para la organización de marchas y protestas anticuarentena, en la que los jóvenes cumplieron un rol vital en materia de asistencia y difusión de las convocatorias.

2020 fue también el año en el que esta juventud, rotulada por los medios como “libertaria” o “de derecha”, comenzó a ser reconocida como sujeto político. En rigor, su protagonismo en la avanzada de la nueva derecha ya estaba presente al menos desde 2019. Eventos como el de Auditorio Belgrano, donde los jóvenes ocuparon un rol central en una postal diversa, lo demuestran. Además, los candidatos José Luis Espert y Gómez Centurión contrataron a influencers antiprogresistas como asesores de campaña y en algunos casos los integraron a las listas, como el caso de Lemoine con Espert y del youtuber El Presto con el Partido Libertario en Córdoba. 

Recientemente, un sector de Juntos por el Cambio liderado por la presidenta del Pro y ex ministra de Seguridad 2015-2019 Patricia Bullrich comenzó a organizar reuniones presenciales con algunos influencers como Emanuel Dannan o El Presto para integrarlos en sus filas de cara a las elecciones de 2021. Tanto Bullrich como el ex senador peronista y ex candidato a vicepresidente en la fórmula con Mauricio Macri, Miguel Ángel Pichetto, son figuras respetadas dentro del ecosistema antiprogresista, al igual que el diputado Francisco Sánchez, que es conocido por tener contacto asiduo con los influencers juveniles, algunos inclusive contratados como asesores. 

Las redes sociales ocupan un lugar central en este movimiento. Por un lado, son el espacio que acerca a muchos jóvenes al discurso antiprogresista, ya sea en su vertiente liberal, reaccionaria, conservadora o nacionalista. Ese acercamiento puede ser a través de algún video o tweet de un influencer, o mediante las interacciones entre usuarios del mismo ecosistema. Pero además, los patrones de esa interacción, marcados por la voluntad de provocar y muchas veces hostigar progresistas, son constitutivos de la identidad del grupo. Esas lógicas y discursos contribuyen a la producción de sentido y son susceptibles de ser exportados hacia escenarios físicos, como una discusión en un aula o una protesta.

El vertiginoso crecimiento que experimentó el movimiento juvenil antiprogresista es uno de los hitos más resonantes dentro de la avanzada conservadora, en la que estos jóvenes cumplen un rol central. Sin embargo, a diferencia de otros actores del ecosistema conservador o de la nueva derecha, este movimiento se destaca por tener prácticas, discursos, estilos y lugares de pertenencia propios. Si bien no pueden ser desprendidos del movimiento mayor, tampoco deben ser igualados. 

“A nosotros se nos enseñó que el progresismo es el faro moral. Todo el tiempo nos lo quieren imponer”, dice Ignacio, un joven de 24 años que tiene pasado en la fundación Cruz del Sur y colaboró tanto con la campaña de Espert como con la de Gómez Centurión. “Pero nosotros nos cagamos en eso. Esto es rebeldía pura.” 

Cuatro chicos en uniforme, que acaban de salir del secundario; uno de ellos, rubio, rostro angelical, viste gorrita roja con la insignia “Make America Great Again” y mantiene la frente en alto, porque acá nada se luce con vergüenza.

Son las seis de la tarde en el barrio de Belgrano, Ciudad de Buenos Aires, Argentina. La fila principal se posa sobre una avenida Cabildo abierta, con pocos autos; la línea del horizonte, donde ya es provincia, tiene un tono naranja. Es una de las últimas tardes del verano a comienzos de 2019 y las inmediaciones del Auditorio Belgrano están repletas. En unas horas el politólogo Agustín Laje, el economista Javier Milei y el abogado Nicolás Márquez van a compartir por primera vez un escenario ante más de 1.300 personas, la mayoría jóvenes, que los recibirán eufóricos. Pero eso después. Ahora, sobre la manzana de Cabildo, Virrey Loreto y Vuelta de Obligado, un tsunami de gente empieza a colorear la escena.