La frágil línea que hay entre un concierto de punk y una fiesta tecno es quizás la señal más reveladora del camino que toma un género musical con décadas de historia. Las nuevas generaciones del punk contemporáneo utilizan sintetizadores, cajas de ritmos y autotune; experimentan con la electrónica, el tecnopop y también con el lado más convencional del punk. Se mueven entre las influencias de míticos como Cicatriz, Parálisis Permanente o Joy Division, y la referencia de una música nueva plagada de nuevos recursos e infinitos estilos. Muchos no sabían de música antes de empezar a crear. Y no tienen límites.
Que el disco de La Élite se llame Nuevo punk parece la señal más clara del tránsito que vive su género musical en la era contemporánea, pero lo cierto es que Diosito y Nil Roig titularon así a su más reciente y primer álbum largo un poco “por la risa” y otro poco “para provocar”. No quieren ser “abanderados de nada”, dicen en una conversación con elDiario.es, y aunque en realidad forman parte de la nueva generación del cambio en las sonoridades, herramientas, mensajes y formas del punk, opinan que no traen nada nuevo más allá de lo que ya ofrecen otros grupos con los que comparten un periodo histórico musical enormemente ambicioso y lleno de posibilidades. Dicen que lo más punk es, precisamente, no definirse. Y eso es lo que hacen.
Escuchan a Los Nastys, a La Zowi, a Eskorbuto y a El Fary, y todo el mundo les mira mal. Son amigos desde pequeños y cuando empezaron a tocar la batería y la guitarra se les daba “fatal”, recuerdan riéndose. Pero acabó naciendo La Élite. Cuentan que al principio ni siquiera sabían qué estilo de música estaban haciendo y que lo único que tenían era “influencias”, pero lo que sí sabían casi a ciencia cierta es que era “algo nuevo” que en ese momento “ni se escuchaba ni se estaba haciendo mucho”.
Quizás porque aquel era el momento exacto en el que las nuevas generaciones comenzaban a explotar al máximo los elementos musicales que ahora son ya definitorios de lo milenial y lo 'zeta', el punk se estaba transformando. Y lo hizo, muchas veces, en convivencia con las referencias musicales que los artistas habían crecido escuchando. El resultado, un género que varía insistentemente pero que continúa, precisamente, con la misma esencia de aquel originario punk de los 70: la libertad musical.
Del punk convencional al synthpunk
Escuchar Albacete rural crew es como estar en una rave a las ocho de la mañana en mitad de un campo de La Mancha. Los de La Élite describen a Nerve Agent como un grupo de “música maquinera con letras muy punkis”, y ellos mismos les dan la razón: Rodol, Patri, Carlos y Arturo empezaron hace años con un punk mucho más convencional —de mucha guitarra, mucha batería y mucha voz— y acabaron con voces autotuneadas sobre sonidos electrónicos. Están de gira por todo el país porque hace apenas unos días sacaron su segundo álbum Dejad Ke Los Niños se Acerquen a Nerve Agent, y su nombre también parece toda una declaración de intenciones: que la gente se aproxime, dejando de lado los puritanismos musicales, a uno de los grupos que mejor definen las ambiciones artísticas del panorama joven de hoy.
Hablan de una violenta dicotomía entre la vida y el trabajo, del odio de clase, de un ocio quebrantado por el contexto socioeconómico de las nuevas generaciones o de las cosas más banales que hay en un día feliz. “Intentamos que las letras hablen de cosas nuestras pero también las hacemos para partirnos la polla”, dicen en una conversación con este periódico. “Solo cogemos lo que nos gusta y ya está. Nos gusta el punk y nos gusta la máquina, así que a veces nos apetece hacer punk de máquina”.
Los integrantes de Sin Bragas —Anna Banana y Víctor Skipper (el ilustrador Skip O'Neil)— forman parte también de otros grupos como Sistema de Entretenimiento o Leonor SS, aunque cada uno guarda, de alguna manera, formas diferentes. Explican en una entrevista con este medio que empezaron también haciendo una banda “más al uso” de guitarra, bajo y batería, “sin saber tocar nada, lo que es nada”, pero dejándose llevar “por el sueño de pertenecer a ello”. Y ahí estaba el punk.
Empezaron a usar sintetizadores “para poder hacer música en casa”, dice Anna. “Si no me voy a un local de ensayo lejano a tocar la batería, no toco, pero eso no pasa con el sintetizador. De otra forma, hay que tener tiempo y un lugar. Es, sobre todo, rapidez y comodidad”. Pero también hay algo de influencia: “En el punk de los ochenta ya se utilizaban teclados, sintetizadores y cajas de ritmos, y la música que nosotros hemos escuchado y que más nos gusta ya usaban estas herramientas”. Eso sí, comenta Skipper, “eran instrumentos analógicos con millones de cables y muy caros. Ahora solo hace falta comprarse un ordenador”.
Quizás el postpunk contemporáneo simplemente continúa con la lógica que determina también el resto de condiciones socioculturales de la nueva década: más tecnología, más herramientas, nuevos recursos, democratización del arte y libertad musical. Los de Nerve Agent dicen: “El común denominador de los grupos que estamos saliendo con estos sonidos es la electrónica, y la mezcla de la electrónica con las cosas que nos han gustado toda la vida. Eso es lo que está creando una escena”. Y esa escena está llena de diversidad.
A menudo es más punk ser abuela y cocinar lentejas que tener cresta y hacer botellón
Pero también esa escena trae controversias. Explica Maritxu de Uterzine —“un espacio de activismo” que nació como fanzine y que a día de hoy organiza “actividades, charlas, talleres, conciertos” y autoedita “material ruidoso-político”— que cuando el año pasado incluyeron en el recopilatorio No Más Punkis Muertas a Las Marikarmen, “una propuesta político-musical que se aleja del sonido más tradicional del punk” y que utiliza “el autotune, la performance y el drag”, dice, “la respuesta fue inmediata: los machunos de la escena nos quitaron el carnet”.
Definir qué es y qué no es punk puede ser un problema y puede tener mucho que ver con las formas de opresión, incluso dentro del propio género. “Todas aquellas categorizaciones que se convierten en una nueva guisa fascista y policial para establecer quiénes encajan o no en un molde recto, homogéneo y monótono nos dan mucha alergia. A menudo es más punk ser abuela y cocinar lentejas que tener cresta y hacer botellón”, dice Maritxu. “Las nuevas bandas están incorporando al mensaje clásico las formas actuales que tenemos de expresarnos, lo que resulta acorde y fluido con los tiempos que nos está tocando (sobre)vivir. Nadie puede negar que la escena anarcopunk también se expresa mediante tecno-pop, synthpop, música dance o italo-disco”. Recuerda Skypper que una vez salieron de un concierto de trap y en el bar coincidieron con el público de Lendakaris Muertos. Estaban desconcertados. “Uno me preguntó: 'Pero tú, ¿de dónde vienes?', y le dije: '¿Yo? Del futuro'”
Nadie puede juzgar qué es y qué deja de ser punk. Si tú lo sientes, ya lo es
Lo punk, una esencia
Lo punk, más que un género, parece ser una forma de estar en el mundo. Encontrar una definición es realmente difícil —y, de hecho, contradice su propia identidad—, aunque Víctor Skipper lo hace de un modo muy valioso: “El punk es una forma de interpretar el arte”. Los miembros de La Élite reniegan de las fronteras musicales “porque probablemente en el punk no las haya”, dicen, “y es mejor así: si es algo libre y antidogmas, nadie puede juzgar qué es y qué deja de ser punk. Si tú lo sientes, ya lo es”. Las tres bandas coinciden en que lo interesante es entender el punk no como un tipo de música, sino como una intención. Una esencia. Y también están de acuerdo en que siempre, de alguna manera, se esconde detrás un anhelo de rebeldía.
El punk es una forma de interpretar el arte
“Siempre hay una disconformidad con lo impuesto”, opina Diosito. “En el punk hay un cabreo. Te quejas de algo, estás rayado y te reivindicas a ti mismo y a tu forma de vivir la vida”. Las canciones de La Élite tienen implícita una rabia que no se deja ver a simple vista. Pero está ahí. Recrearse desvergonzadamente en la imaginación de un viaje imposible a París después de una fiesta —y gritarle a Carla Bruni: “Déjame vivir”—; criticar al neohippie por 'salvador blanco', por esteta y por burgués; sentir miedo y asco en casa o cargarse la falsa amabilidad de tu jefe es también un acto político. En ese enfado está el espíritu punk.
El mensaje de enfado siempre va a estar ahí. Nosotros somos muy directos
Y todavía quedan muchas cosas que reclamar: “Toda la historia del punk está pendiente de (re)escritura” advierte Maritxu, “ya que conocemos solamente su mitad, es decir, aquella que estuvo protagonizada por hombres cishetero”. Se han negado años de aportación “de nuestras ancestras”, comenta, “y por eso desde que empezamos hemos rescatado las grabaciones subterráneas de Voces de Ultratumba, el estallido visual del fanzine Páginas Anarkillas o los testimonios en primera persona de pioneras punkis como Pilar Bueno, Ángela Saura o Tere González. Las punkis tenemos muy claro que nuestras primigenias pancartas continúan a la orden del día, y por eso, continuaremos tejiendo alianzas transfeministas que afiancen la escena hasta que esta sea efectivamente inclusiva”.
Pero incluso aunque el nuevo punk no logre ser “tan panfletario y provocador como el de los grupos de los ochenta”, explican los de Nerve Agent, “el mensaje siempre va a estar ahí. Nosotros somos muy directos”. Y en lo cambiante está la virtud. Existen mil formas de punk —hardcore, rap punk, cyberpunk...— que varían “según el contexto y las posibilidades de cada uno”, opina Nil Roig, “pero cada uno lo hace y lo interpreta a su manera”. Dice Maritxu de Uterzine que si bien todas las personas punks comparten “ciertos códigos, referencias y filosofía”, en realidad, “hay tantas formas de ser punk como punks hay en el mundo”. No es casual.
Hubo un momento en el que se dijo “que el trap es el nuevo punk”, dice Anna Banana, y justifica que se debe a que “es peña muy joven haciendo música superrápido”, y eso tiene mucho que ver con lo punk. La inmediatez forma parte también de la esencia que lo define: “El punk es como la juventud”, explica Anna, “la frescura de un joven que está descubriendo y flipando con toda esta mierda y quiere destruirla y convertirla a su manera”.
Synthpunk y otras formas de democratizar la música
La construcción de la música del 'nuevo punk' también significa muchas cosas. “Las nuevas generaciones podemos tener una tarjeta de sonido, un programa y un micrófono barato para hacer música sin gastar dinero. La digitalización de la música es lo mejor que le ha podido pasar a la música”, comentan desde Nerve Agent. “Ahora mismo, todo el mundo puede hacerla sin tener unos padres ricos que paguen el estudio ni hostias”. El punk, el género de la libertad por excelencia, tiene mucho de esto. Y todavía más el punk contemporáneo. “Lo que tenemos en común muchos grupos de ahora también es eso: todos grabamos desde casa o desde estudios pequeños, y llegamos a mucha gente gracias a internet”, dicen en la banda, y opinan que sin este condicionante “no podríamos escuchar todo lo que podemos escuchar hoy en día. La mitad de estos sonidos no los hubiéramos escuchado en la vida”.
Por eso el synthpunk también es una forma de democratizar el arte. “La música tiene que ser lo más accesible posible”, opina Skipper. “Que a nadie se le olvide que todo el mundo puede hacer música. Yo antes pensaba que la música era de músicos, hasta que descubrí un estilo de música que me vino a decir lo contrario, y me animé. Odiaba la asignatura de música y se me daba fatal. Luego descubrí que la música es para todo el mundo”.
Lejos de criticar las nuevas sonoridades del punk electrónico, lo valioso es acoger las propuestas musicales de lo 'zeta' como modelos de emancipación artística, social y política, porque “lo punk siempre ha sido un lugar variopinto plagado de subescenas sonoras de todo tipo” defiende Uterzine, “por lo tanto los prejuicios hacia la experimentación ruidosa —o de cualquier otra índole— no deberían tener aquí cabida”. Otorgar y comprender un espacio para la innovación es también, precisamente, continuar con el espíritu punk: salirse de la norma, ofrecer honestidad. “Tal vez lo señoro, facha y carca sea quedarse en lo de siempre, por mantener lo de siempre. Así que el punk no puede tener nada que ver con eso”. Negar la electrónica sería negar aquel punk de los setenta, el del grito, la desobediencia, la inconformidad y la vanguardia. La vieja rabia de siempre.