Smiley es la nueva serie española LGTBIQ+ de Netflix. Protagonizada por Carlos Cuevas y Miki Esparbé, la ficción adapta la obra homónima teatral de Guillem Clua, y se estrena en la plataforma de streaming este miércoles 7 de diciembre.
La serie cuenta la historia de Álex y Bruno. Álex (Carlos Cuevas) sufre de desamor después de haber tenido una cita con un chico que le gustaba de verdad. Sin embargo, este parece haber desaparecido del panorama terrenal, y no contesta a ninguno de sus mensajes. Por ello, Álex decide llamarle para desahogarse y expresar todo lo que sentía por él.
Sin embargo, marca el número incorrecto, y por cosas del destino, el mensaje acaba en el buzón de voz de Bruno (Miki Esparbé), quien lo escucha y decide devolverle la llamada. Siendo este gesto el inicio de encuentros y desencuentros amorosos entre ambos personajes que tendrán que hacer frente a problemas personales y de comunicación para poder darse una primera oportunidad para estar juntos.
La liberación de las cadenas
Dirigida por David Martín Porras y Marta Pahissa, la serie parece prometer inicialmente mucho más de lo que acaba ofreciendo. Su estructura amorosa arquetípica de desencuentros y encuentros termina difuminando cualquier buena intención de diferenciarse de otras series en lo que a calidad de guion se refiere. Su duración de 8 episodios termina siendo un “estirar el chicle” con dificultades repetidas hasta la saciedad que podrían solucionarse con una palabra: Comunicándose. Y es que los problemas de comunicación entre los personajes de la ficción es la principal traba a la que tienen que hacer frente en sus distintos niveles y tramas.
Sin embargo, si hay algo que la serie trata de conseguir y sí parece que lo hace, es la ruptura de estereotipos que rodean a la comunidad LGTBIQ+. Lo consigue principalmente con su trama protagonista, la de Álex y Bruno, mientras que las secundarias tratan de poner su granito de arena.
Es por ello que su trabajo principal parece centrarse en la ruptura de cadenas y clichés dentro de la comunidad, alejándose de estereotipos para tratar de contar una historia de amor que represente la realidad, y que se aleje de prejuicios y de la toxicidad de las apps de citas que catalogan a sus usuarios con etiquetas. Así es como Álex y Bruno se presentan a sí mismos como clichés, cada uno muy distinto al otro. Y es la progresiva eliminación de las capas superiores las que les permiten acercarse mutuamente, destruyendo toda esa coraza de prejuicios que se parecía observar al inicio.
Este es un objetivo más que conseguido por la serie, que respira naturalidad y frescura en sus historias que se van elaborando de manera orgánica. Y pese a ello, aunque la destrucción de clichés dentro de la comunidad es una tarea más que lograda, las relaciones de amor acaban cayendo en los estereotipos cotidianos de las historias románticas.
Tropezar con la misma piedra
Smiley tropieza, y lo hace en numerosas ocasiones, con la misma piedra. La historia de ambos protagonistas, en cuanto al amor se refiere, supone una réplica de otras comedias románticas que hemos visto en numerosas ocasiones. No logra diferenciarse de estos productos, y su conocida estructura termina por difuminar la experiencia en lo que a empatizar con los protagonistas se refiere, ya que el tropiezo una y otra vez en clichés amorosos conocidos termina llevando a la desesperación y al agotamiento.
Por ese motivo, no es una ficción realmente innovadora, más bien podría resumirse como un producto ligero y simple, perfecto para aquel espectador que busque comerse el mismo turrón de cada Navidad. Quien disfrute de los encuentros y desencuentros amorosos típicos de las comedias románticas, sin duda disfrutará la serie como al abrir un regalo de Navidad del que ya conoces el contenido. Para quién busque algo más, puede que tras finalizar el producto no acabe realmente saciado.
A pesar de ello, la historia de Álex y Bruno funciona, y juntos tienen varias escenas que lucen con un brillo particular de emoción, como un cálido abrazo al espectador que sonreirá levemente al verlas en pantalla.
Una equilibrada balanza de errores y aciertos
La dirección de David Martín Porras y Marta Pahissa consigue ofrecer una balanza equilibrada entre aciertos y errores. Su labor se luce a la hora de planificar los movimientos de cámara para dar cabida a los distintos relatos entre las multitudes, logrando un gran control del foco y la puesta en escena, y a la vez conseguir narrar sin pausa y de forma ligera sin que el resultado parezca metódico y demasiado artificioso.
En estas escenas tan pobladas de gente se logra transmitir el sentimiento de inmediatez del teatro, logrando que la secuencialidad de las acciones no parezcan planificadas, sino naturales y realizadas en el instante, logrando meter de lleno al espectador en el universo de la escena.
No obstante, no todo es positivo, y es que la ficción peca de recursos artificiales que le restan naturalidad al relato. Este se llena de elementos barrocos, como flashforwards, que no funcionan una vez que ya repites el recurso, y más si encima lo haces al instante. Estos se ejecutan en apoyo a la narrativa interior de los personajes, en lo que acaba siendo una inmensa sobre-explicación de sus sentimientos. En su lugar, haber confiado más en la labor interpretativa de sus protagonistas hubiera sido más útil y remaría más en favor de la historia que estas herramientas que, aunque el lenguaje cinematográfico permita su empleo, en esta ocasión acaba afectando a la naturaleza de la narración.
Por otro lado, el añadir nuevas tramas le permite a la obra teatral alargar su duración lo suficiente para convertirse en una serie de Netflix. Pero el valor reside en la creación de estas para sumar a la historia principal, o para apoyar la crítica social de la serie. En ese aspecto, las tramas se sienten bien incrustadas en la narración, y suman al conjunto.
Un tándem perfecto
Smiley goza de una buena interpretación por parte de todo su elenco, que consigue en numerosas ocasiones provocar algunas que otras carcajadas en el espectador. Sin embargo, la labor de sus dos actores protagonistas, Carlos Cuevas y Miki Esparbé, logra ponerse en el foco por su posición privilegiada.
El dúo de intérpretes funciona a la perfección, y a pesar de su notable diferencia de edad, su relación amorosa resulta convincente y no se siente extraña. Ambos gozan de carisma y cierta conexión que logra traspasar la pantalla, convirtiendo dichas escenas en algo especial y con magia. En conjunto, consiguen comunicar muy bien con la mirada, en particular Carlos Cuevas, quien en numerosas ocasiones traslada una mirada pura, humilde y con cierto brillo al espectador.
El trabajo de ambos se resume en un perfecto tándem para esta serie de Netflix, siendo ellos el principal motor de una serie que, sin mucho que aportar al género romántico, consigue ser entretenida y ligera para aquellos que busquen un producto con el que distraerse esta Navidad, pero sin ser muy trascendental.