Si Chile no hubiera postergado las suyas de convencionales constituyentes, gobernadores regionales, alcaldes y concejales, cuatro países andinos habrían celebrado elecciones el domingo. Bolivia eligió gobernadores en segunda vuelta de sus elecciones ‘subnacionales’ para cuatro de sus nueve departamentos, Ecuador eligió presidente en segunda vuelta, y Perú eligió en primera vuelta qué rivales se disputarán la presidencia en segunda vuelta el 6 de junio. A pesar de diferencias determinantes en magnitud, proporción, escala y significatividad, fueron sin embargo sustancialmente equiparables los desenlaces de los balotajes en Bolivia y Ecuador. Estos dos países vieron derrotas electorales de la fuerza política que en cada uno de ellos originariamente representaba al ‘socialismo del siglo XXI’ sudamericano de las dos décadas pasadas.
El ‘Proceso de Cambio’ boliviano parece haber sido vencido en La Paz, Chuquisaca, Pando y Tarija por candidaturas a la gobernación disidentes u opositoras al oficialismo del Movimiento al Socialismo (MAS). La ‘Revolución Ciudadana’ ecuatoriana fue vencida por una figura y una candidatura liberal-conservadora derrotada en primera vuelta en 2013 y en segunda vuelta en 2016. El triunfo de Guillermo Lasso en las presidenciales de Ecuador aleja aún más al país del proyecto que marcó el decenio del ‘correísmo’ en el poder (2007-2017), más todavía de lo que se apartó con el actual presidente Lenín Moreno, primero heredero ungido y después disidente despectivo y apóstata enfático de la Revolución Ciudadana, que se desalineó ideológica y comercialmente con China y alineó con EEUU, lo que no fue estéril a la hora de acordar dúctiles líneas de créditos y amigables planes de pagos de las deudas con el FMI. Ha quedado abierto un cuestionamiento legítimo sobre la vigencia actual y futura del liderazgo del propio Rafael Correa.
Parejo fenómeno de derrota electoral merece distinta, e inclusive contraria, interpretación en Bolivia. Los resultados departamentales adversos para el MAS-IPSP (Instrumento Político para la Soberanía de los Pueblos) parecen descender del linaje de la ‘vieja normalidad’ de tensiones y litigios que engendró el casi decenio y medio de los tres mandatos de Evo Morales (2006-2020), cuya capacidad singular y personalísima para resolverlos con alternativas progresistas en las encrucijadas más exigentes y amenazantes había sido a la vez prueba de una destreza política excepcional y motivo de que se prefiriera una y otra vez en las bases y movimientos sociales partidarios repostular su candidatura a la presidencia, como la opción menos expuesta a riesgos en la gestión venidera. Si la derrota de Andrés Arauz en el balotaje presidencial ecuatoriano fue un revés severo, y duradero, para el progresismo y su líder Correa auto exiliado en Bélgica por un lawfare que la nueva administración no llamará por ese nombre, la relativa indiferencia de gobierno y votantes bolivianos por la derrota masista en el balotaje regional señala que reconocen que es más de lo mismo antes que cualquier giro al que deba atenderse con prioritaria atención.
Cuatro balotajes con cuatro ganadores distintos y un único perdedor
Con tendencias que lucían irreversibles, en los cuatro departamentos sometidos al balotaje para elegir a sus gobernadores habrían ganado candidatos de agrupaciones opositoras o cismáticas del MAS. De los cinco departamentos restantes, cuyas gobernaciones fueron decididas en primera vuelta el 7 de marzo, los occidentales Potosí, Cochabamba y Oruro quedaron en manos oficialistas, y los orientales Beni y Santa Cruz de la Sierra en las opositoras.
En el departamento de La Paz, se imponía Santos Quispe, de origen aymara, candidato por la alianza Jallalla, sobre el masista Franklin Flores, también de raíces aymaras. Quispe es hijo del célebre líder indígena y campesino de izquierda Felipe Quispe Huanca, el Mallku (en aymara, cóndor o señor de la gran altura). Ya lo anunció en marzo el candidato ganador del domingo: “Si entro a la Gobernación, Felipe Quispe va entrar junto conmigo, con su ajayu (en aymara, ‘alma viviente’)”.
En el departamento occidental de Chuquisaca, el líder cívico Damián Condori del partido Chuquisaca Somos Todos, derrotaba al masista Juan Carlos León. En el norteño y amazónico Pando, el candidato masista Regis Germán Richter Alencar quedó atrás de su contrincante Miguel Becerra Suárez, del Movimiento Tercer Sistema (MTS). Y en Tarija, departamento rico en gas natural y en viñedos del Chaco boliviano, al sureste del país, el primer lugar se lo lleva el representante de Unidos por Tarija, Óscar Montes, sobre el masista Álvaro Ruiz.
El expresidente Evo Morales reconoció temprano el domingo mismo, antes de que estuvieran los resultados, aun antes de que estuvieran cerradas todas las actas, que el MAS habría perdido la gobernación de los cuatro departamentos en pugna. No era el final deseado. Fue un recorte muy drástico del escenario esperado: desde antes de la primera vuelta, Morales había colaborado en las campañas con el horizonte de expectativa de ampliar la victoria hasta siete de los nueve departamentos.
Una oposición diversa y dispersa
A diferencia de lo ocurrido en Ecuador -en una elección presidencial que el MAS boliviano había seguido muy de cerca con la esperanza irredentista de restablecer la histórica solidaridad Correa-Morales- donde ganó un candidato empresario con una plataforma electoral programáticamente consistente en su liberalismo económico pro negocios, la oposición boliviana es un conjunto de fuerzas heteróclitas a las que hacia fuera sólo aúna el rechazo al masismo, y que hacia dentro no parecen tener doctrina más sólida que esa misma repugnancia. A diferencia del Brasil o de la Argentina, la forma de estado elegida por la República Boliviana nacida en 1825 fue unitaria; el Estado Plurinacional, nacido de la Constitución Política del Estado de 2009, ha enmendado el centralismo de la capital boliviana (la ciudad de Sucre, en el departamento de Chuquisaca) y de la sede de gobierno (la ciudad de La Paz, en el departamento de La Paz), aunque no se ha inclinado en forma completa por la adopción del federalismo. Aquí se halla una de las razones por las cuales las elecciones subnacionales bolivianas importen, en la distribución del poder total efectivo, algo menos de lo que significan en los países federales. El mismo Morales y otros dirigentes partidarios han advertido que pueden influir de manera decisiva en el gobierno de estos departamentos alienados al MAS desde las asambleas legislativas regionales donde disponen de mayorías suficientes para no quedarles ajenos temas clave de gestión como los presupuestos.
La campañas para el balotaje del domingo tuvieron su telón de fondo en la detención, un mes atrás, de la presidenta de facto y ex senadora beniana Jeanine Áñez y de algunos de sus ministros del gabinete de facto, ahora en prisión preventiva y procesados por el delito de ‘sedición’, como si fueran los golpistas instigadores, y no los beneficiarios, de los conflictos que llevaron a la renuncia forzada del presidente Morales y del vice Álvaro García Linera en noviembre de 2019. Con la autoridad que les ha prestado el voto popular, es posible que los nuevos gobernadores opositores ahonden la grieta con el gobierno central haciendo hincapié en este diferendo.
La Paz, el departamento más peleado
No parece seguro, sin embargo, que todos los electos, que jurarán para ocupar sus nuevas posiciones el 3 de mayo, elijan este camino de confrontación sobre la disputa, enojosa para cuantos participan en ella guiados por sus intereses, del especioso golpe de Estado de noviembre. Porque esto podría implicarles lesiones incurables infligidas por daños colaterales y consecuencias, políticas y aun judiciales, de seguir esta línea de acción. El espacio político Jallalla (en aymara, ‘¡Viva!’), que triunfó en La Paz -el segundo departamento en población e importancia en un país de 11 millones y medio de habitantes-, es una escisión masista, cuya figura más importante, Eva Copa, que ganó el 7 de marzo en primera vuelta de las subnacionales bolivianas la alcaldía paceña de El Alto con el abrumador apoyo del casi 69% de los votos, era la presidenta del Senado en funciones en los casi 365 días que Áñez llegó a gobernar de facto como titular del Ejecutivo.
Sobre los números del departamento de La Paz, escritor y periodista paceño Wilmer Urrelo Zárate ofrece desde allí a elDiarioAR esta explicación: “Los resultados de esta segunda vuelta de las elecciones subnacionales no hicieron más que comprobar la profunda polarización, la profunda división de la sociedad boliviana. De los cuatro departamentos parece ser que el partido del gobernante perdió en todas las regiones y por márgenes considerables.”
¿Qué significa esto? ¿Cómo leer esta segunda vuelta?, se pregunta Urrelo. “Creo que, en parte, esta sin duda esa división histórica que Bolivia no puede superar, pero también está presente el voto antimasista, por lo menos en la ciudad de La Paz. La gobernación de esta urbe boliviana no es precisamente la más importante en cuanto a gestión y visibilidad se refiere. La presencia del gobierno central nacional y del gobierno municipal de dos alcaldías (El Alto y La Paz) siempre opaca la gestión de esta gubernatura. Digo esto porque el candidato masista (Franklin Flores) tuvo todo el aparato estatal para hacer una campaña ganadora y sin duda era la más activa, por lo menos en las calles. Y no así el otro candidato, Santos Quispe, hijo del extinto líder indígena crítico a la gestión Morales, Felipe Quispe, el Mallku. Ambos candidatos provienen de una cuna indígena, por lo tanto, aquella división de la que hablé, no sería una explicación lógica. Pienso que Santos Quispe ganó porque se sumaron para él los votos antimasistas dentro de la misma sociedad que se siente indígena. Este electorado se inclinó por Quispe para evitar que el MAS ganara un plaza extra. Esto es algo de lo que se habló mucho antes de la votación de este domingo. Los votos que Santos Quispe acumuló son los votos de aquellos indígenas que, o se sintieron traicionados por Morales, o que jamás creyeron en él.”
Censura y elogio de la apatía electoral
La jornada electoral, tranquila y pacífica, estuvo marcada por una baja participación de votantes, pese a que el voto en Bolivia es obligatorio. Según Salvador Romero Ballivián, presidente del Tribunal Supremo Electoral (TSE), es “normal que en las segundas vueltas la participación sea menor que la que se produce en la primera vuelta”.
Para el grado de apatía de quienes no fueron a votar y de castigo al oficialismo de quienes sí fueron, el investigador cruceño Mauricio Souza Crespo, de la Universidad pública boliviana, ofrece explicaciones y argumentos más precisos que el recuerdo de la reiteración de estadísticas pasadas: “El balotaje por cuatro gobernaciones fue un ejercicio de poca energía: menos electores, poca o ninguna campaña masiva (los candidatos se concentraron más bien en negociar pactos corporativos ‘al por menor’). Aunque algunos candidatos opositores se declararon ganadores (Damián Condori en Chuquisaca, Regis Richter en Pando), de los resultados no se supo mucho porque no hubo ni ‘encuestas a boca de urna’ ni ‘conteo rápido’ y los tribunales electorales no se apuraron en absoluto. Pero por lo visto (que al principio fue poco), parece que el MAS va a pagar un cierto precio por sus errores recientes: por la ‘captura’ a la mala de Áñez y sus ministros, pero sobre todo por la debacle con la vacuna (luego de anunciadas y programadas las campañas de vacunación por dos meses, las vacunas nunca llegaron; Arce atribuyó la culpa ‘a los países ricos’. Al ritmo que vamos, se necesitarán años, no meses, para vacunarnos).”
A la baja intensidad electoral, dice Ximena Soruco Sologuren, catedrática en la Universidad de San Andrés, puede atribuírsele otra fuente, o adscribírsele otro sentido: “Este domingo lluvioso en La Paz vio menos votantes que en las elecciones nacionales y subnacionales pasadas. Pero sí se notó que los jurados electorales que acudieron a cumplir su obligación, y así no sufrir una multa monetaria, provienen de los rangos más jóvenes de votantes (entre 18 y 30 años) y cuyo trabajo aseguró una votación expedita y segura en términos sanitarios. Con este balotaje, se concluye un ciclo electoral que consolida la institucionalidad democrática resquebrajada en Bolivia en noviembre de 2019 y se demuestra que es posible administrar elecciones seguras y confiables en un contexto de pandemia y de continuos ataques a la credibilidad del órgano electoral nacional.”
En la baja de la aceleración, en la disminución de la urgencia por acudir a las urnas, habría acaso así un rasgo, anodino pero certero, de regreso a la normalidad democrática, al poder dar por sentadas las elecciones regulares.