Desde hace tiempo, se sabe de los perjuicios que el consumo excesivo de azúcar en la dieta tiene sobre la salud. No tanto tiempo, sin embargo, ya que durante décadas la industria azucarera manipuló y ocultó documentos que lo evidenciaban, tal como lo reveló una investigación publicada en 2016. Pero se sabe.
Por supuesto, no se trata solo del azúcar refinado que se añade al café o las infusiones, sino del llamado azúcar fantasma: un ingrediente oculto –a menudo en cantidades desproporcionadas– en muchos productos alimenticios.
Entre esos productos se pueden mencionar desde el pan de molde y las salsas industriales hasta otros supuestamente “saludables”, como yogures light, barritas dietéticas y jugos de fruta industriales. Y desde luego también las gaseosas: una sola lata de Coca Cola duplica el consumo diario recomendado de azúcar.
Cuando la dieta incluye azúcar en grandes cantidades, aumenta el riesgo de padecer enfermedades cardiovasculares, sobrepeso y obesidad (en particular, en los niños), hipertensión, diabetes, problemas bucodentales e incluso cáncer. Estos son sus posibles efectos negativos más conocidos.
Sin embargo, hay varios más, que conviene conocer para tener más claro todo lo nocivo que puede ser el abuso de este elemento. A continuación se enumeran seis de esas otras posibles consecuencias negativas.
1. Problemas de memoria
Diversos estudios, en los últimos años, han hallado una relación entre el consumo excesivo de azúcar y problemas de memoria. Ya en 2012, un trabajo de científicos de la Universidad de California Los Angeles concluyó que “una dieta alta en fructosa a largo plazo altera la capacidad del cerebro de aprender y recordar información”.
Un año después, otro estudio arribó a resultados similares. En este caso, los investigadores especificaron que el alto consumo de azúcar se asocia con daños en la región cerebral del hipocampo.
A principios de 2021, una nueva investigación –también realizada en Estados Unidos– corroboró esos efectos sobre la memoria, sobre todo en adultos que durante su infancia hayan comido muchos dulces. En este caso, la hipótesis se relaciona con los cambios que el exceso de azúcar genera sobre el microbioma intestinal.
En concreto, la presencia de dos tipos de bacterias intestinales –favorecida por el consumo de azúcar– terminaría causando alteraciones en el hipocampo. Aunque aún no está claro el mecanismo por el cual el azúcar propiciaría el deterioro del hipocampo, la relación entre ambos hechos, a partir de todos estos estudios, parece evidente.
2. Alzhéimer
La conexión entre el exceso de azúcar y un mayor riesgo de padecer Alzhéimer se explica a partir de la diabetes. Esta enfermedad aumenta las probabilidades de sufrir un deterioro cognitivo, el cual puede derivar en algún tipo de demencia. Y la más común de esas demencias es el Alzhéimer, que representa el 60%-70% de los casos.
Y aunque las posibles conexiones entre la diabetes y el Alzhéimer “aún no se comprenden del todo”, según explica un documento de la clínica Mayo, de Estados Unidos, hay especialistas que han llegado al punto de proponer que el Alzhéimer sea considerado una nueva forma de diabetes: diabetes mellitus tipo 3.
De acuerdo con esta visión, el Alzheimer sería un tercer tipo de diabetes, más allá de los dos conocidos hasta ahora. En cualquier caso, lo que sí parece claro es que un consumo excesivo de azúcar a lo largo de la vida resulta un factor de riesgo para esta enfermedad.
3. Ansiedad, depresión y otros problemas mentales
Con frecuencia se cree que las consecuencias negativas de una alimentación desequilibrada son exclusivamente físicos o fisiológicos. Sin embargo, al verse afectado el cerebro –como quedó claro en los puntos anteriores– también pueden aparecer problemas relacionados con la salud mental.
“Las personas con trastornos del estado de ánimo suelen tener dietas de mala calidad, bajas en frutas y verduras pero elevadas en grasas y azúcares”, apunta un estudio sobre la ansiedad relacionada con la dieta, publicado por científicos del Reino Unido en 2013.
Otros investigadores del mismo país se preguntaron si no podía haber una “causalidad inversa”, es decir, si no podía ser que fuera el estado de ánimo el que influyera sobre la dieta y no al revés. La respuesta a la que llegaron fue que no: ni la depresión ni los trastornos mentales comunes predijeron cambios en la alimentación.
En cambio, el mismo estudio (publicado en 2017) reveló que los hombres en el tercio más alto de ingesta de alimentos dulces o bebidas azucaradas mostraron –después de cinco años– un 23% más de probabilidades de sufrir un trastorno mental.
4. Problemas en la piel
Los azúcares en la sangre, al unirse a las proteínas, llevan a cabo un proceso conocido como glicación, que tiene como resultado unos compuestos llamados productos finales de glicación avanzada (conocidos como AGE, por sus siglas en inglés). Esto es natural, pero uno de sus efectos es la muerte celular y, por lo tanto, el envejecimiento.
Si se consume azúcar en exceso, todo este proceso se acelera, lo que provoca que las arrugas y otras marcas del paso del tiempo aparezcan antes. La glicación también altera la calidad del colágeno. Además de una mayor cantidad de líneas faciales, esto contribuye con que el aspecto de la piel sea más seco y apagado.
Más aún, los azúcares promueven la inflamación, y esto aumenta el riesgo de sufrir trastornos dermatológicos como el acné y la rosácea, sobre todo en personas propensas a estos problemas.
5. Dificultad para saciar el hambre
La insulina es una hormona segregada por el páncreas, que permite al organismo aprovechar la glucosa en forma de energía. Si una persona ingiere demasiado azúcar, el páncreas trabaja de más: genera muy elevadas cantidades de insulina, que no solo son un factor de riesgo de diabetes, sino que también alteran la regulación del apetito.
Esto se debe a que la hiperinsulinemia –la presencia de una cantidad de insulina en la sangre mayor de lo normal– interviene en ese proceso, junto con otras hormonas como la leptina (que inhibe la sensación de hambre, es decir, estimula la saciedad) y la grelina (que hace lo contrario: induce las ganas de comer).
Por eso, los azúcares no solo tienen efectos negativos por su ingesta en sí misma, sino también porque animan a seguir ingiriendo. Algo que favorece el sobrepeso y la obesidad, con todas sus consecuencias negativas derivadas, y que además se relaciona con el último punto de este listado.
6. Posible adicción
No hay un consenso entre los profesionales de la salud acerca de si se puede asegurar –aun en casos de ingesta compulsiva de algún producto– que exista una adicción a los alimentos. Sí, en cambio, se puede considerar que algunos productos, entre ellos los dulces (y también los muy salados, los carbohidratos, las grasas y los ultraprocesados), son “potencialmente adictivos”.
Eso se debe a que el consumo de azúcar hace que el cerebro libere dopamina y opioides, sustancias que también se activan cuando se realizan otras actividades placenteras y adictivas, desde consumir drogas hasta tener relaciones sexuales.
Por eso, aunque en seres humanos no está confirmado que pueda hablarse de “adicción al azúcar”, las conductas que este producto genera en ciertas ocasiones lo ubican también en un lugar de riesgo.
C.V.