Amo ser el topo dentro del Estado, yo soy el que destruye el Estado desde adentro. Es como estar infiltrado en las filas enemigas, la reforma del Estado la tiene que hacer alguien que odie el Estado y yo odio tanto al Estado que estoy dispuesto a soportar todo este tipo de mentiras, calumnias, injurias, tanto sobre mi persona como mis seres más queridos, que son mi hermana y mis perros y mis padres, con tal de destruir al Estado
Milei maneja dos registros principales en sus apariciones públicas. El primero y más conocido, que lo llevó del panel televisivo a la jefatura de Estado, es el de un inadaptado que agravia y queda a un tris de la violencia física. Milei supo leer a tiempo que esa modalidad es un activo en los años que nos tocan.
Cuando elige calmarse, el Presidente se reserva un tono erudito para repetir el mismo texto desde su discurso inaugural, hace un año. Una letanía de megalomanía, estadísticas falsas, “agenda asesina del aborto”, “estoy entre sus sábanas”, “el socialismo es cáncer” y, cada tanto, un desliz gestual bochornoso.
Un tercer registro, más esporádico, aparece en Milei cuando es entrevistado por medios anglosajones. Acaso como un efecto extraño de quien se sabe traducido, da paso a una voz adolescente que busca impresionar. La distorsión es doble, no sólo porque el Presidente incurre en una cadencia del castellano impropia de una persona de su edad, sino porque tampoco se corresponde con la tonalidad adolescente de la década de 1980, que fue la suya. El modo teen de Milei se aproxima al de Caro Pardíaco, muy del siglo XXI.
En ese terreno se metió de lleno Milei cuando fue entrevistado en el canal de Youtube Free Press por la estadounidense Bari Weiss, azote de los “justicieros sociales” e implacable detectora de lo que ella entiende como antisemitismo y doble vara entre los liberals de su país.
Ante tamaña entrevistadora, Milei lanzó un “amoooooo” agudo y largo, como si saliera del personaje que Julián Kartun construyó a partir de la escucha de las amigas de su hermana. ¿Qué ama?
“Amo ser el topo dentro del Estado, yo soy el que destruye el Estado desde adentro”, dijo el Presidente para solaz de la antiprogre Weiss. Se vanaglorió de odiar tanto el Estado que estaba dispuesto a recibir calumnias e injurias dirigidas a él y a sus seres más queridos: “Que son mi hermana y mis perros, y mis padres”.
Así nos enteramos de que no sólo resucitó Conan, sino también Norberto y Alicia, a quienes Milei consideraba muertos a mediados de 2018. “Para mí es como que ya no existen”, le confesó a Andy Kusnetzoff en Podemos Hablar. “Los dos están muertos”. Un drama.
Fue la misma noche en que Milei contó que le decían “vaca mala”, porque podía estar tres meses sin producir leche y, así y todo, sostener una firme erección. Pura diversión, a la luz de las risotadas que despertó en el conductor y los otros invitados. La vaca y el topo extasiaban por igual a la televisión argentina.
Existen dudas legítimas sobre si Milei avisó que recortaría cerca de 30% el gasto público en el primer año de gestión. Es cierto que enarboló la motosierra, pero dijo que el ajuste lo pagaría exclusivamente “la casta”; es decir, según su concepción, los políticos y parte de la élite vinculada al Estado.
Las estadísticas oficiales indican que la guadaña se ensañó con las jubilaciones, los salarios, las universidades, la investigación científica y la construcción de cloacas. Alguien muy desesperado o muy desaprensivo pudo haber hilado que la motosierra desmembraría sólo a asesores de diputados, sin dañar la idea de un país en el que estudiar, recibir una vacuna, prevenir el embarazo adolescente, cobrar una jubilación y trasladarse al trabajo en transporte público fueran considerados derechos.
Lo que Milei no ocultó en ningún momento de su recorrido público es que odia el Estado. Lo tuvo clarito cada uno de sus 14.476.462 votantes.
Por un instante, no nos detengamos en la vaca mala, el panelista irascible, el teen que se derrite por Sylvester Stallone, el que provoca a las víctimas los 8 y los 24 de marzo, el megalómano, el que hiere.
Tampoco, y no porque no sea central, en pensar cómo ocurrió que unos cuantos que necesitan mucho al Estado terminaron votando a quien levanta la bandera de su destrucción, acaso porque no percibieron gran diferencia con quienes decían defenderlo.
Cada una de esas facetas es importante, pero hay una prioridad: quiénes están detrás del topo, hacia dónde se produce la fuga, qué intereses ancestrales se están llevando su tajada, quiénes encontraron en Milei un vehículo útil, quizás momentáneo, para acometer una redistribución del ingreso definitiva que aleje a Argentina del país que soñó hasta hace no mucho.
El topo dice que es un genio. No lo es. Por momentos parece sagaz e intuitivo; en otros, torpe, poco instruido y mal rodeado. El riesgo del descarte lo acompaña.
Tarde o temprano, el topo pasará. Para seguir, convendrá tener claro quién se llevó la tuya, contribuyente.
FN