Un detalle insignificante refleja la relevancia del momento histórico. Mohamedou Ould Salahi, mauritano detenido en Guantánamo y que fue liberado en 2016, sabe que Barack Obama es zurdo porque siempre lo acompañará la imagen del expresidente firmando con la mano izquierda la orden para cerrar la prisión construida como un limbo legal: Guantánamo. Entonces, la cárcel acababa de cumplir ocho años. Los mismos que llevaba Salahi allí detenido. Este mes, Guantánamo ha cumplido 19 años y sigue funcionando. Una cosa aprendió el presidente Biden de aquel fracaso histórico de Obama: no hablar de Guantánamo.
El día que Obama firmó aquel decreto, todo el mundo en Guantánamo se lo tomó como algo serio, recuerda Salahi. Las autoridades militares le dieron a cada detenido una copia del texto firmado por el presidente. “Enviaron a dos militares de muy alto rango que nos explicaron a todos que la intención del presidente era cerrar Guantánamo y nos dijeron que se acabó la tortura”, dice Salahi, que en aquel momento no podía parar de pensar si volvería a su país, Mauritania, o a Alemania, donde tenía a algún miembro de su familia. “Pregunté al jefe de los interrogadores qué iba a pasar conmigo y me dijo que me ayudaría a que me reasentaran. Me dijo que máximo un año”. Pasaron ocho años. Aquel día, recuerda Salahi, todo fue más tranquilo de lo normal y no se escucharon los gritos habituales de los guardias a los presos.
De las 780 personas que han pasado por Guantánamo, hoy solo quedan 40. Solo dos de ellas cumplen condena tras haber sido juzgadas en comisiones militares –una fórmula criticada a nivel internacional–. Otras siete están acusadas, seis han sido autorizadas para un traslado y el resto sigue en prisión indefinida como prisioneros de guerra y sin cargos. El más joven tiene 38 años y el más mayor, 73. Todos llevan más de 12 años en Guantánamo.
“Las comisiones militares violan los requisitos de imparcialidad, independencia y no discriminación y nunca deberían haber sido utilizadas”, señalaron en una declaración varios relatores especiales de la ONU, entre ellos Nils Melzer, relator sobre tortura y otros tratos degradantes, Agnes Callamard, relatora sobre ejecuciones sumarias, arbitrarias o extrajudiciales y Fionnuala Ní Aoláin, relatora sobre la promoción y protección de los derechos humanos y las libertades fundamentales en la lucha antiterrorista. “La detención indefinida y prolongada de personas que no han sido condenadas es arbitraria y constituye una forma de trato inhumano y degradante o incluso tortura”.
El proceso de Obama
Para conseguir vaciar la prisión, Obama creó un proceso mediante el cual los detenidos tienen derecho a una revisión de su caso, que es estudiado por seis agencias de seguridad. Si deciden que el detenido no es una amenaza para la seguridad nacional, pueden liberarlo. Eso fue lo que le pasó a Salahi, que lo recuerda como una experiencia “humillante”.
Años antes, en 2010, un juez ordenó su liberación, pero nunca se llegó a cumplir. “No son el FBI, la CIA, etc los que tienen que decidir si soy una amenaza. Un juez ya había dicho que era inocente y se negaron a ponerme en libertad”, dice. “EEUU no puede decir que yo soy una mala persona. Pueden acusarme de serlo, pero no pueden ponerme en prisión porque piensen que lo soy. Guantanmo fue una completa falta de respeto de los valores sobre los que EEUU se fundó”. Salahi escribió y publicó un libro estando en prisión y el 12 de febrero se estrenará en EEUU una película sobre su vida.
“Yo no niego mi pasado. No niego que fui a Afganistán. Lo que digo es que no he cometido ningún crimen”, dice Salahi, que fue miembro de Al Qaeda, pero que asegura que cortó “todos los lazos” en 1992, justo cuando la organización declaró la guerra a EEUU. “No he matado ni he hecho daño a nadie. Ir a Afganistán no es ningún crimen: España, Alemania, EEUU estaban con los muyahidines. Incluso conocí allí a algunos de mis interrogadores. En una democracia, tener ideas no es ilegal y eso es lo bonito de la democracia. Era muy joven y por supuesto que ya no tengo esas ideas”.
Obama culpó de su fracaso al Congreso por aprobar una ley que impedía trasladar a los presos a territorio estadounidense. “No hay ninguna justificación más allá de la política para que el Congreso nos impida cerrar una instalación que nunca debió abrirse”, afirmó el expresidente en 2013. “Imaginen un futuro dentro de 10 o 20 años en el que EEUU sigue teniendo bajo custodia a gente que no ha sido acusada de ningún crimen en un pedazo de tierra que no es parte de nuestro país”.
Luego llegó Trump, que no solo justificó y apoyó las torturas, sino que prometió “llenarla de tipo malos”. “¿Que si aprobaría el ahogamiento simulado? Te puedes apostar el culo a que sí. Funciona”, afirmó Trump en campaña. “Y si no funciona, igualmente se lo merecen por lo que nos hacen”, añadió. Trump, sin embargo, no metió a nadie en Guantánamo, aunque obviamente tampoco cerró la prisión. Lo que sí cerró fue la oficina del enviado especial para el cierre de Guantánamo, creada por su predecesor. Esta oficina era la encargada de negociar la liberación y traslado al extranjero de prisioneros, así como del seguimiento de aquellos que habían sido puestos en libertad. Sin ella, es más difícil conseguir el traslado de presos para vaciar el centro.
Perfil bajo de Biden
Biden conoce en primera persona las dificultades para cerrar la prisión y por eso ha mantenido un perfil bajo al respecto. “Biden continúa apoyando el cierre del centro de detención”, señaló su equipo durante la campaña, alegando que “debilita la seguridad nacional de EEUU alimentando el reclutamiento de terroristas”. Obama no fue el primero en contemplar el cierre de la prisión.
El propio Bush dijo en 2006: “Me gustaría cerrar Guantánamo, pero reconozco que algunas de las personas que tenemos son muy peligrosas y más nos vale tener un plan para tratar con ellos en los tribunales”. Un año después se volvió a pronunciar al respecto: “Debería ser un objetivo de la nación cerrar Guantánamo”.
El McDonalds y el limbo legal
La prisión de Guantánamo fue concebida como un limbo legal en el que los prisioneros no estarían protegidos por la legislación estadounidense porque la prisión está situada en una base militar de Estados Unidos en Cuba.
“Esto ha sido objeto de un gran debate y algunos abogados que han defendido a los prisioneros han hablado de lo que popularmente se conoce como el argumento McDonalds. la base militar tiene un mcDonalds y los abogados argumentaron que si para la franquicia rige una normativa estadounidense, puesto que en Cuba no hay McDonalds, para los prisioneros, también”, dice Emma Reverter periodista autora de dos libros sobre la cárcel, uno en su fundación y otro en su décimo aniversario.
Este limbo deliberado es lo que hace especial a Guantánamo, argumenta Reverter. “La cárcel de Guantánamo, aunque en realidad podríamos hablar de varias cárceles que se gestionan de forma distinta y que se sitúan en la base naval de Guantánamo, está situada en un territorio que es cubano, pero que en virtud de un tratado fue arrendado a Estados Unidos”, dice. “La cifra acordada de alquiler es ridícula, pero se pactó en el tratado que para terminar con el arrendamiento las dos partes debían acordarlo. Obviamente Estados Unidos no tiene ningún interés en irse porque es una posición estratégica”.
Guantánamo ha cumplido 19 años y ha pasado por las manos de tres presidentes. Biden es el cuarto y Salahi muestra un optimismo irremediable. “Tengo que tener esperanza. Dicen que es lo último que se pierde. Pasé 16 años entre Guantánamo y prisiones secretas y solo me agarraba a la esperanza. Creo que hemos salido de esta pesadilla que era Trump y ahora tenemos a Biden, que cree que Guantánamo no debería existir”.