POR QUÉ CHILE VOTA NO AL CAMBIO Análisis

El limbo constitucional chileno: de Aristóteles y Platón a Pinochet

Julián Portela

19 de diciembre de 2023 16:03 h

0

En el reciente y galardonado film El Conde el reconocido cineasta Pablo Larraín imagina aún entre nosotros a Augusto Pinochet como un vampiro inmortal, que sigue perturbando y viviendo a costa de los chilenos. Lejos de ser una artística metáfora, pareciera que el rechazo mayoritario del plebiscito del 17 de diciembre se ha vuelto una sensación tangible, donde los chilenos parecen condenados a vivir indefinidamente bajo la matriz constitucional pinochetista. 

El pasado domingo el pueblo trasandino votó por quinta vez para cambiar su Constitución (entre elecciones a convencionales y plebiscitos del último lustro), rechazando ahora en plebiscito al último proyecto reforma de inspiración conservadora que con ligeros cambios, pretendía meramente actualizar al texto vigente, sancionado hace más de 40 años en periodo de dictadura  y con fuerte inspiración de perpetuación del régimen dictatorial de entonces (signado por un esquema neoliberal, estratificación social de limitada movilidad y un estado mínimo y subsidiario).

En 2019 recorrió todo el largo y angosto país un clamor popular de reforma profunda del sistema vigente, en forma de estallido social que fue coronado por un acuerdo nacional para iniciar un proceso de renovación constitucional en Chile.

Tras décadas de retoques a la Carta Magna trasandina (las del presidente socialista Ricardo Lagos como insignia), en 2019 recorrió todo el largo y angosto país un clamor popular de reforma profunda del sistema vigente, en forma de estallido que fue coronado por un acuerdo nacional para iniciar un proceso de renovación constitucional.  

Constitución es consenso

En Chile toda reforma constitucional debe ser plebiscitada con la sociedad, que la legitima o no con su voto, y así ahorra experimentos sociales más costosos si las reformas son demasiado profundas o no. Constituciones efímeras como la de la República de Weimar en Alemania en 1919 o la peronista en la Argentina de 1949 demuestran que si no hay fuerte consenso cívico no puede imponerse un nuevo modelo social y político en forma prolongada.

En este punto, es dable reseñar que el ejercicio de diseño de una sociedad (poder constituyente) es una de las facetas más delicadas de lo político y de lo jurídico, e históricamente se ha debatido en la academia sobre la conveniencia de tipologías de estructuración democrática o tecnocrática, Por tanto tiempo, que casi podría decirse desde hace más de dos milenios, cuando nacía una dialéctica filosófica que impacta aún hoy en día en toda organización política. Mientras Aristóteles sostenía la conveniencia de un autoridad surgida entre iguales, su maestro Platón solo confiaba en una dirección elaborada por sabios, una elite técnica gobernante, y costó largos siglos llegar a una visión contractualista superadora, que sintetizara ambas por medio del diálogo y la interacción republicana y democrática. 

Una convención aristotélica a la izquierda (sin la derecha)

Tras los Andes, el primer intento de reforma reciente fue en formato de convención al modo artistotélico (confiando en una representación fidedigna del tejido social), que duró más de un año y tuvo una impronta fuertemente reformista, tras un avasallante triunfo de la izquierda en la elección a convencionales. Por mayo del 2022 fui invitado al trabajo de la Convenciòn y pude entrevistar a representantes de todo el espectro, pasando por representantes indígenas (fruto de un inédito cupo representativo), defensores ambientales y de acceso al agua (un gran problema en la nación vecina), enfermeros y educadores de a pie, militantes universitarios (como lo fue el propio presidente Boric), políticos profesionales y unos pocos representantes de la derecha. A partir de esa experiencia y del fruto normativo proyectado publiqué en elDiarioAR un análisis.

En “El Mundial de Chile: una crónica argentina del proceso constituyente trasandino” anticipaba la oportunidad histórica de poner fin a una etapa de conservadurismo arcaico que congelaba una sociedad desigual en acceso a derechos básicos como la salud y la educación, pero con la advertencia obvia de que un texto que había sido diseñado con total olvido de la derecha (ausente totalmente en el debate convencional y parte fundamental de la sociedad chilena) y por un cuerpo constituyente jaqueado por un proceso largo y engorroso se había deslegitimado frente al pueblo.

El texto repudiado en 2022 había sido diseñado con olvido de la derecha (ausente en el debate convencional pero parte fundamental de la sociedad chilena) por un cuerpo constituyente jaqueado por un proceso largo y engorroso, deslegitimado frente al pueblo

Ese progresismo extremo (sin el matiz que hubiese salido de una negociación con la derecha) asustó a los ciudadanos, y el resultado del plebiscito del 2022 fue de amplio rechazo, lo cual motivó el reinicio de un nuevo proceso más tradicional y con formato a lo platónico o de sabios. 

Un proceso platónico a la derecha (o la ultraderecha)

Durante este 2023, se transitó progresivamente por un acuerdo parlamentario de bases de 12 puntos (imprecisos y genéricos), luego trabajado por una comisión de expertos (con mayoría de juristas) y finalmente tratado por una Convención corta (con fuerte representación de la derecha), que ha derivado en un proyecto normativo algo insípido y bastante conservador que poco innova en reformas cruciales de diseño social que exigió fervorosamente la ciudadanía allá por el 2019 en materia de igualdad y presencia activa del Estado. Las críticas del rechazo (que ha ganado por 10 puntos) tildaban al proyecto como de ultraderecha, al lado del actual texto de derecha.  

El texto rechazado el 17 de diciembre de 2023 en el segundo plebiscito de la era Gabriel Boric había sido tildado por sus detractores como ultraderecha, es decir, como más extremista que el actual texto vigente de derecha pinochetista modelo 1980.

Pues bien, este nuevo rechazo plebiscitario ha coronado el proceso constitucional al menos durante el gobierno actual a palabras del propio presidente, por lo que al menos por unos años más continuará este estado de limbo constitucional, donde -como el Conde- Pinochet todavía influye en el diseño de una sociedad desigual (con fuertes restricciones a la salud y a la educación públicas), con un Estado mínimo y subsidiario, políticas de seguridad de contención, y el desarrollo económico de una elite conformada por familias tradicionales. 

Del status al contrato, de ganar una elección a plebiscitar una Constitución

En este contexto, vale el ejemplo de este proceso del país hermano para analizar contrapuntos propios de un mal de época: la futilidad de las grietas ideológicas para trazar políticas de largo plazo con olímpica elusión a la contraparte del espectro político. No hay posibilidad de grandes políticas sin grandes consensos previos.  Es que para avanzar se precisan “todas las voces, TODAS…” como reza la mítica “Canción con Todos”, un clásico latinoamericano inmortalizado por Mercedes Sosa. 

Y es por eso, si se trata de pactar un nuevo mapa social, de diseñar un nuevo horizonte para todo un país, pareciera fundamental la irrupción de posturas dialoguistas y renovadoras que tiendan puentes entre las orillas y permitan cumplirse buena parte de las demandas de cambio y renovación que la sociedad exige. Los extremos ideológicos y las vertientes antagónicas pueden ser buenas tácticas para ganar debates y hasta elecciones en el corto plazo, pero son pésimas estrategias para construir puentes firmes para el futuro de toda sociedad: es que después de la antítesis de Platón y Aristóteles, llegamos al contractualismo de Hobbes y de Rousseau que potenció las revoluciones democráticas modernas, y sintetiza la visión contemporánea sobre la evolución social. 

Y si, esto vale tanto para uno como para el otro lado de los Andes, es hora de alejar vampiros y fantasmas omnipotentes del pasado y volver a confiar en el diálogo y el consenso de los vivos y sufrientes. 

AGB