El principal problema de Javier Milei es la falta de coherencia entre lo que dice y lo que hace. En ese sentido, no puede distinguirse de la mayoría de los políticos que forman parte de la casta internacional. De todas formas, el presidente argentino expresó un discurso que si se analiza libre de posiciones binarias, ofrece algunas verdades.
La ONU no ha logrado resolver los conflictos militares de los últimos años, ha dicho Milei, y es bastante cierto. Mientras el presidente estadounidense Joe Biden daba su discurso en la Asamblea General y pugnaba por la paz en Medio Oriente, las fuerzas armadas de Israel bombardeaban el Líbano, produciendo la muerte de más de 500 personas (sí, quinientas).
El caso de Medio Oriente es uno, pero pueden sumarse a la lista el conflicto entre Rusia y Ucrania, la guerra en Siria durante la década pasada, o los golpes de Estado y guerra civiles que asolan los países africanos en los últimos años, aunque de eso no sepamos mucho.
En ninguno de todos ellos ha prosperado ninguna solución de Naciones Unidas, y, en efecto, el veto de los países que integran el Consejo de Seguridad -que criticó Milei- fue uno de los principales impedimentos. En ocasiones por la acción de Rusia, en relación al conflicto en Ucrania; en ocasiones por la acción de Estados Unidos, respecto al enfrentamiento entre Israel y Hamás, entre otros.
Otro apunte que no merece demasiada explicación es la crítica que hizo el presidente libertario del funcionamiento del Fondo Monetario Internacional. “Se ha promovido una relación tóxica entre las políticas de gobernanza global y los organismos de crédito internacional, exigiéndole a los países más relegados que comprometan recursos que no tienen en programas que no necesitan, convirtiéndolos en deudores perpetuos para promover la agenda de las elites globales”, ha señalado.
El caso Argentino bastaría de ejemplo para corroborar lo que afirma Milei, pero por las dudas se pueden mencionar los casos de Nigeria y Egipto, que aparecen en la lista de principales deudores del FMI. El primero está inmerso en una crisis tan severa que no se descarta un próximo colapso.
El segundo está rematando sus tierras e infraestructura a los ricos países del Golfo para intentar honrar sus deudas y salir de una larga y dura crisis económica, que incluyó las medida de austeridad que exige a menudo el organismo, pero que también aplica de forma rigurosa el dúo Milei-Caputo.
Así como los dos países sirven para corroborar las críticas de Milei al FMI, pueden ser utilizados para probar las incoherencias del profeta libertario. En Nigeria, al igual que Argentina, los organismos de Derechos Humanos han denunciado violaciones a los derechos humanos cometidas por las fuerzas policiales nigerianas, pero también por las argentinas. El caso de Argentina, podría ser peor que el de la nación africana si consideramos los esfuerzos del ministerio de Seguridad para promover el miedo y la condena judicial entre los que protestan.
En cuanto a Egipto, habría que esperar algunos meses para ver si el RIGI es un andamiaje burocrático con el mismo espíritu del programa con que Egipto está vendiendo su territorio a cambio del ingreso de millones de dólares que logren detener la sangría de moneda extranjera que sufre el país africano.
Otro punto para señalar es la afirmación de Milei sobre los “programas de emisión cero” promovidos por el Foro Económico Mundial, que según el mandatario argentino “dañan a los países pobres”. Un buen ejemplo de esa situación la expresa Brasil. Mientras que el Gobierno de Lula podría convertir a su país en el cuarto productor mundial de petróleo, los analistas y la prensa internacional afirman que el líder brasileño caería en la contradicción luego de haberse presentado como uno de los abanderados en la lucha contra el cambio climático.
La verdad es que Brasil es el principal generador de energía renovable del G-20, y Lula ha afirmado que su gobierno ya emprendió la transición hacia las fuentes de energía no fósiles. Sin embargo, esta nota del Financial Times pone en evidencia que en los países desarrollados preferirían que Lula no desarrolle los recursos hidrocarburíferos del país.
En esta misma línea, Milei ha dicho que “las Naciones Unidas han perdido credibilidad ante los ciudadanos del mundo libre”; y si bien la afirmación no es falsa, es la credibilidad, precisamente, lo que en muy poco tiempo ha empezado a perder Milei en el país que gobierna.
Los datos de inicios de esta semana sobre la abrupta caída en el índice de confianza en el gobierno del presidente libertario, van de la mano con la represión, las restricciones a la libertad de protesta, el ataque permanente a la prensa, y la militancia de un discurso único en las redes sociales que recuerda a los regímenes totalitarios.
Todo ello, sin embargo, fue lo que criticó Milei en su discurso de Naciones Unidas atribuyéndolo a los partidos de izquierda: “Diseñan un modelo acorde a lo que el ser humano debería ser, según ellos, y cuando los individuos libremente actúan de otra manera, no tienen mejor solución que restringir, reprimir, y cuartar su libertad”.
El grado de contradicción es tan elevado que Milei no se da cuenta que cuando en su discurso asegura que cree en la “libertad para todos”, no entiende -o prefiere no entender- que él, como máxima autoridad del Estado, no está en las mismas condiciones que aquellos con los que rivaliza en la esfera pública. Ni hablar de las pérdida de libertades que ocasionan la pobreza económica, y la falta de educación y salud pública.
Al final, y como ha sucedido con Donald Trump y otros referentes de la ultraderecha global, Milei es capaz de señalar y criticar algunos de los problemas y contradicciones que expresa el establishment internacional, al tiempo que de manera progresiva va mimetizándose con ellos. Por lejos, el más notorio hasta ahora, la hipocresía con que profesa sus supuestas verdades. En ese sentido, con su discurso de ayer en Naciones Unidas, Milei firmó un rutilante ingreso a la casta internacional.