En estos tiempos en que algunas variables económicas le sonríen al presidente Milei, puede ser tentador rendirse a los supuestos beneficios de su plan económico. Sin embargo, la historia debería prevenirnos. La más reciente, de hecho.
En los años noventa, el expresidente Carlos Saúl Menem se alineó con Estados Unidos, adoptó el Consenso de Washington e, incluso, ayudó a que el país abrazara el espíritu de la sociedad norteamericana, que no es otro que el culto al beneficio económico. En ese contexto crecieron muchas iniciativas privadas de gran calidad —casi de “primer mundo”—, mientras que el Estado se retiró y dejó a las personas de menores ingresos con pocas o nulas oportunidades. El modelo de desigualdad rampante que explotó en el 2001.
Recuerdo un caso puntual de mi infancia. A principios de los noventa, mi familia decidió mudarse de la zona norte de Buenos Aires a la ciudad de Catamarca. Como miembros de una clase media recién llegada a una provincia desconocida, el polideportivo municipal se convirtió en la opción más económica y cercana para que mi hermano y yo hiciéramos deporte.
Era un predio grande con pocas instalaciones techadas. Probablemente se dictaran clases de vóley y básquet. Pero lo que más recuerdo eran las canchas de fútbol; de tierra, con apenas algún baches de césped. Chicos del barrio y de la zona, de distinta procedencia económica, se anotaban en las clases de fútbol, dos veces por semana, con la opción de jugar en alguna liga los sábados y domingos.
Ni siquiera recuerdo si se pagaba una cuota. Lo que sí recuerdo es la canilla comunitaria. Hacíamos cola para beber “del pico” un agua que, con los cuarenta grados de la primavera y el verano catamarqueño, se disfrutaba como un elixir. Hoy, la simple proyección de la escena podría darle un paro cardíaco a un padre primerizo. Pero ese es otro tema.
Algún día —quizás fuera durante un cumpleaños— conocí el Club Las Rejas, ubicado en el norte de la ciudad, cerca del barrio médico, una pequeña zona de casas grandes y bellas al estilo de un suburbio norteamericano. El club era hermoso, con una pileta de dimensiones nunca vistas, y unas canchas de tenis de polvo de ladrillo rodeadas de pinos. Privado, obviamente.
A mediados de los noventa, con mis padres ya asentados en la ciudad, podíamos ir los fines de semana a pasar un día de pileta. Un equipo de música con parlantes enormes reproducía temas de Elton John, y se podía comprar Gatorade, toda una novedad. No obstante, a nadie en mi familia se le pasó por la cabeza que pudiera jugar al tenis. Supongo que mis padres lo descartaron. Era demasiado caro.
Recuerdo aquellos tiempos mientras hablo con un profesor de tenis en el polideportivo municipal La Concepción, en la ciudad de Madrid. La capital española cuenta con unos setenta de estos complejos deportivos gestionados íntegramente con dinero público. Hay uno en casi cada barrio de la ciudad, y en buena parte de ellos hay piletas, algunas cubiertas, gimnasios, canchas de fútbol (con césped), canchas de vóley, básquetbol, pistas de atletismo, y, también, canchas de tenis.
El profesor, que no quiere dar su nombre por miedo “al loco de la motosierra que tienen allí” (circunstancias que creía reservadas solo para los tiempos en que era corresponsal en Moscú), cuenta que por 30 euros al mes un chico puede tomar clases de tenis dos veces a la semana en grupos de 8 personas, y por 65 euros al mes dos sesiones semanales en grupos de 4. “Con estos precios, el tenis es un deporte accesible para que los ciudadanos conozcan los aspectos básicos de la técnica, al mismo tiempo que se divierten y se promueven hábitos de vida saludables”, precisa.
La ciudad de Madrid tiene algunos clubes privados aunque son la opción de muy poca gente. Uno en el barrio de Chamartín, cerca del monstruoso estadio del Real Madrid, exige un primer y único pago de 5 mil euros para cubrir la membresía. Luego se pueden tomar clases aunque los precios están muy por encima de los 100 euros por mes. En los polideportivos, por el contrario, se puede alquilar una cancha por 6,90 euros la hora.
El tenis es un deporte popular en España. Al menos en los últimos treinta años, el país ibérico ha contado con uno o varios jugadores dentro del top ten del circuito ATP. Meses atrás se retiró Rafael Nadal, que dominó el ranking por años. En su lugar está ahora Carlos Alcaraz, que ocupa el puesto número 3. Los chicos y chicas españoles que quieren seguir los pasos de sus ídolos pueden darse el gusto de hacerlo sin tener que pagar una membresía de 5 mil euros.
El presidente Milei pondría el grito en el cielo si se enterara que los setenta polideportivos, con sus numerosos monitores, docentes, asistentes y empleados están pagados con los fondos estatales que administran sus aliados Isabel Díaz Ayuso y José Luis Martínez Almeida, presidenta de la Comunidad de Madrid y alcalde de la ciudad de Madrid, respectivamente.
Quizás perdone a este último por haber intentado sin éxito licitar algunos predios públicos para que fueran administrados de forma privada. Un artículo de elDiario.es muestra que algunas licitaciones quedaron desiertas a pesar de que el esquema que se había proyectado era el de olvidarse de los deportes de equipo, que son menos rentables, y concentrarse en las actividades dirigidas.
El presidente Milei no dudaría en llamar “comunistas” a los dirigentes que promueven los complejos deportivos estatales. Al polideportivo, por caso, lo tildaría de centro de inspiración comunista. El líder paleolibertario preferiría que solo existieran las iniciativas privadas, como aquel club de Catamarca, o como este de Chamartín aquí en Madrid. Lo que olvida —o prefiere ignorar— es que esa clase de clubes se construyen principalmente con el objetivo de maximizar los beneficios de sus dueños; sin cuotas sociales ni precios accesibles. El tenis, en ese contexto, sería un deporte de elite…
A las siete de la tarde, el polideportivo La Concepción está acercándose a su pico de actividad. El profesor español me despide, y yo emprendo el camino hacia la salida. En el trayecto, cruzo numerosos niños y niñas. Para mi sorpresa, nadie lleva el atuendo de los “pioneros” (camisa blanca y pañuelo rojo), aquella agrupación para chicos y adolescentes impulsada por el líder comunista Vladímir Lenin durante los tiempos soviéticos.
AF/DTC