El mundo con Trump en la Casa Blanca: su nuevo mandato en la escena internacional

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Donald Trump llega a la Casa Blanca en un escenario mundial tenso y cambiante, en el que la política internacional de las grandes potencias se traza condicionada por el control de nuevos yacimientos de recursos naturales, rutas comerciales y áreas de mercado. En este contexto, la competición comercial y tecnológica entre Estados Unidos y China marca buena parte de las dinámicas.

El presidente estadounidense mostró en varias ocasiones su interés en ampliar influencia en el hemisferio occidental y, en concreto en las áreas más cercanas al territorio estadounidense. 
Para ello insiste en lanzar desafíos a sus vecinos del norte y del sur, México y Canadá, afirmando que cambiará el nombre del Golfo de México por el de Golfo de América, declarando la emergencia en la frontera sur, diciendo que sería bueno anexionarse Canadá o anunciando que se hará con el control del canal de Panamá.

La guerra comercial con China es motivo del marcaje que expresa sobre áreas geoestratégicas de la zona, como Groenlandia -territorio bajo soberanía de Dinamarca, es decir, europea-, o el propio canal de Panamá: “China está operando el Canal y no se lo dimos a China, se lo dimos a Panamá y lo vamos a recuperar”, volvió a decir este lunes.

Otra de las políticas que dejó clara es la vinculada a la OTAN, la alianza militar atlántica liderada por Washington, para la que ya en su anterior mandato Trump exigió más gasto a todas las naciones aliadas. Poco después de su victoria electoral en noviembre, el secretario general de la OTAN, Mark Rutte, visitó a Trump en Florida, le elogió esa presión ejercida en su momento y señaló que “debemos hacer más”. La semana pasada Rutte insistió en ello: “No estamos en guerra, pero tampoco en paz. Debemos invertir más en defensa”.

El presidente republicano llegó a plantear un gasto militar del 5% a los miembros de la Alianza Atlántica, frente al compromiso del 2% actual. Algunas fuentes prevén que en la Cumbre de La Haya de este verano se eleve el objetivo del gasto militar de los países de la OTAN hasta el 3%, lo que obligaría a los países miembros a invertir menos en políticas sociales.

Trump pide a los países de la OTAN más gasto militar y cuenta para ello con el apoyo del jefe de la Alianza, Mark Rutte

Ante la guerra de Ucrania, el Gobierno de Biden apostó por el envío de armamento, ayuda militar y protección política al Gobierno de Zelenski, con el apoyo cerrado de la Unión Europea. En estos tres años la vía de la continuación de la guerra fue presentada como única opción válida. Donald Trump y sectores conservadores estadounidenses lo ven de otro modo.

El nuevo presidente da fuelle a las empresas armamentísticas pidiendo más gasto militar en la OTAN pero afirma ser contrario a la vía del belicismo en general: “Mediremos nuestro éxito no sólo por las batallas que ganemos, sino también por las guerras que terminemos y, lo más importante, por las guerras que evitemos... Quiero ser un pacificador y unificador”, decía este lunes en su investidura.

Su Secretario de Estado, Marco Rubio, dijo hace unos días que, ante la guerra, “es importante que todos sean realistas: tendrá que haber concesiones por parte de Rusia, pero también de los ucranianos” y, al igual que Trump, señaló que enviar ayuda estadounidense a Ucrania “por el tiempo que sea necesario” no es “una posición realista ni prudente”.

Las pasada semana el exdirector de análisis sobre Rusia en la CIA, George Beebe, señalaba que el conflicto “interminable está devastando a Ucrania e incentivando perversamente a Kiev a atraer a Estados Unidos más directamente a la guerra” y proponía “un equilibrio de poder estable en Europa que disuada, en lugar de provocar, la agresión rusa”. En ámbitos republicanos es grande la resistencia a seguir gastando dinero en la guerra ucraniana. Trump quiere centrar su atención y sus recursos en la renovación interna y en la competencia con China.

El embajador de Trump en China ha señalado a Pekín como amenaza y lo acusa de querer ser "el nuevo hegemón"

Hace poco más de un mes el Gobierno Biden anunció una ampliación de las limitaciones en la venta de tecnología avanzada estadounidense a la industria china de semiconductores, lo que supone frenar las exportaciones a 140 empresas chinas. Las promesas de Trump indican pasos más agresivos en este sentido, con imposición de aranceles de hasta el 60% a las importaciones procedentes de China, y también de entre el 10 y el 20% al resto del mundo, lo que tendrá consecuencias para las economías europeas.

El Gobierno chino reivindica su derecho a crecer económicamente, ampliar sus mercados e inversiones y a desarrollar avances tecnológicos sin restricciones. Estados Unidos contesta a este crecimiento con estrategias enfocadas en frenar su avance. Algunas se limitan al campo comercial; otras combinan planes militares, como la Estrategia Indo-Pacífico, impulsada por el Gobierno Biden en 2022, de la que el Gobierno chino dijo entonces que parecía un intento de establecer una especie de “OTAN” en la región.

En los últimos días Trump conversó con su homólogo chino y hay expectación. Por el momento, el embajador estadounidense que nombró para el gigante asiático es David Perdue, quien en septiembre publicó un artículo titulado “La nueva guerra de China: la libertad de EEUU depende de enfrentar la amenaza”. En él Perdue elogia a Trump por “enfrentar a China en materia comercial” y acusa a Pekín de querer ser “el nuevo hegemón”.

En la provocación a sus propios aliados, Trump esconde una estrategia de desorientación con la que busca acceso fácil y condiciones económicas, comerciales y extractivas ventajosas

En Oriente Medio Trump presumió de haber logrado el alto el fuego en Gaza, a través de su enviado especial a la región, Steve Witkoff, cuyas gestiones han sido destacadas por medios de comunicación israelíes y fuentes de Washington y de Qatar. Esto no significa que vaya a dar un vuelco a su posición ante Israel. El propio Netanyahu afirmó este sábado que el nuevo presidente estadounidense le había garantizado el carácter temporal del acuerdo.

Trump defiende la soberanía israelí sobre los Altos del Golán sirios -ocupados ilegalmente desde 1967- y en su anterior mandato trasladó la embajada a Jerusalén, en un gesto de reconocimiento de la Ciudad Santa como capital israelí, en contra de las resoluciones de la ONU y del derecho internacional. Además, defendió la posibilidad de un plan que consistía, básicamente, en la entrega de buena parte de Cisjordania a Israel.

Su gran apuesta fueron los Acuerdos Abraham, por los que varios países árabes -Emiratos, Sudán, Marruecos y Bahrein- normalizaron sus relaciones con Israel. Esos pactos dejaron de lado la cuestión palestina y permitieron la perpetuación de la impunidad israelí. Ahora intentará cerrar un pacto similar entre Arabia Saudí y Tel Aviv, y empujará por gobiernos afines a Israel en la región, en un momento de cambios en Siria y Líbano.

Trump dice de sí mismo que ejerce la política como gestiona su imperio empresarial: hace negocio. En sus declaraciones provocadoras, en sus expresiones de desafío a sus propios aliados, se esconde una estrategia de desorientación con la que busca acceso fácil y condiciones económicas, comerciales y extractivas ventajosas para EEUU en territorios ajenos, en un momento en el que se está normalizando, más aún, un (des)orden internacional basado en la legitimidad de la fuerza directa, en la idea de que la fuerza hace la ley y el derecho. El apoyo de EEUU, Canadá y aliados europeos a la impunidad israelí ha reforzado esa normalización del predominio de la fuerza bruta en el tablero internacional.

Con Trump y el trumpismo en la Casa Blanca, los autócratas y la ultraderecha europea y latinoamericana ganan terreno. Tanto el presidente estadounidense como su aliado Elon Musk hicieron grandes guiños en ese sentido, con mensajes elogiosos a Milei en Argentina o al partido AfD en Alemania.

La principal razón por la que votantes de Biden no votaron esta vez por Harris fue la continuación de "la violencia de Israel en Gaza", según la encuesta

Por último, para analizar qué supone Trump también es preciso entender cómo se llegó hasta aquí. En un sistema político duramente bipartidista y muy marcado por el poder del dinero y de los lobbies, la opción de candidatos dispuestos a grandes cambios en favor de la mayoría social es muy difícil. Bernie Sanders lo intentó en las primarias del Partido Demócrata, con millones de seguidores y de apoyos, pero el poder del establishment en su propia agrupación prefirió a Hillary Clinton, símbolo de la elite del país.

La campaña de Kamala Harris optó por defender el legado de Biden, dejó de lado propuestas y figuras que podrían haber atraído a electores indecisos y apostó por presumir del apoyo de personajes como el exvicepresidentre estadounidense Dick Cheney, impulsor de la invasión ilegal de Irak y de las mentiras sobre las armas de destrucción masiva. Además, cerró filas en torno a la posición de Biden con Israel, mientras EEUU seguía facilitando respaldo político y militar al Gobierno de Netanyahu, en medio de las masacres continuadas en Gaza.

Una encuesta de YouGov e IMEU publicada hace cinco días señala que ese posicionamiento fue clave para su pérdida de apoyo. Alrededor de diecinueve millones de personas que votaron a Biden en 2020 se quedaron en casa en estas elecciones. Según esta encuesta, su principal razón para no ir a votar, por encima de la economía o la inmigración, fue la continuación de “la violencia de Israel en Gaza”.