Europa y Estados Unidos vuelven a sintonizar sus intereses con la misma e histórica longitud de onda que ha unido sus designios desde el final de la Segunda Guerra Mundial. El detonante es Rusia, la república heredera del poder nuclear de la URSS.
La administración Biden y la diplomacia europea han empezado a activar las multas y sanciones financieras a Moscú por sus renovadas ínfulas belicistas hacia Ucrania, tras el reconocimiento de las regiones minero-industriales y fronterizas de Donetsk y Lugansk, en la región de Donbás, de mayoría pro-rusa, aduce el Kremlin, y en las que el sentimiento independentista se ha agudizado por los millones de pasaportes sellados por Putin en los últimos años.
La primera oleada de reacciones está lejos por ahora de ser la madre de todas las sanciones. Este martes, los 27 acordaban prohibir la entrada en territorio comunitario a decenas de altos cargos y políticos rusos, vetar a algunas entidades financieras y al Estado ruso para operar en el mercado financiero y el sector servicios europeo y decretar un embargo comercial a las dos provincias ucranianas declaradas en rebeldía.
Es solo el principio y Reino Unido, EEUU y la UE coinciden en varios frentes. Uno de ellos es suspender las transferencias de activos de cinco entidades financieras rusas con claros vínculos crediticios con la industria armamentística del Kremlin, entre ellas el Banco Rossiya o el Promsvyazbank, por parte británica. La UE ha sumado otro banco, VEB.RF.
Londres también ha anunciado sanciones contra oligarcas como Gennady Timchenko –dueño de la banca privada Volga Group– o Boris e Igor Rotenberg, próximos al clan de San Petersburgo que siempre ha apoyado a Putin. El primero es máximo ejecutivo del SMP Bank y el segundo, el empresario que controla la división de prospección de Gazprom. A Timchenko se le calcula una fortuna personal de 25.600 millones de dólares; a Boris Rotenberg, de 1.200 millones; y a su sobrino Igor, de 1.100 millones.
Europa ha añadido restricciones a los mercados de capitales y servicios financieros a autoridades rusas y sobre los flujos comerciales rusos hacia el espacio interior y los territorios de Donetsk y Lugansk. Mientras, el presidente estadounidense, Joe Biden, firmaba una orden ejecutiva ya el domingo pasado para bloquear inversiones en estos enclaves.
Todo ello, a la espera de una reunión entre Putin, Biden y el presidente francés, Emmanuel Macron, que está supeditada a que no se produzca la invasión de Ucrania. Este aspecto se abordará este jueves en un encuentro privado entre los jefes de las diplomacias rusa y estadounidense, Serguéi Lavrov y Antony Blinken, en suelo europeo. Del cauce que tomen los acontecimientos dependerá la adopción de nuevas medidas de mayor envergadura destinadas a estrangular las redes financieras y el acceso a créditos internacionales del Kremlin.
El martes, tras el reconocimiento de la independencia de esas dos regiones separatistas por parte de Moscú, y tras el despliegue de tropas rusas en el este de Ucrania, la primera reacción de los mercados se trasladaba con especial virulencia a las materias primas energéticas: el petróleo Brent acariciaba la cota de los 100 dólares, en máximos de ocho años, y el gas natural se disparaba más de un 10% en el mercado holandés TTF, después de que Alemania anunciase que va a retrasar sine die el certificado de uso del Nord Stream 2, el gasoducto que conecta los yacimientos de gas de los Urales y Siberia con la locomotora económica europea, altamente dependiente de las reservas rusas.
El nuevo canciller, Olaf Scholz, ha decidido suspender la puesta en marcha de esta instalación, ya construida y que, con una inversión de unos 10.000 millones, pretende doblar la capacidad del actual gasoducto Nord Stream 1, de unos 55 bcm (55.000 millones de metros cúbicos) anuales, sin pisar territorio ucranio.
Varias preguntas se plantean ahora. La principal, qué daños colaterales ocasionarán las sanciones de EEUU y Europa sobre la economía de la UE, el espacio más vulnerable por la escalada belicista, y del ya autárquico mercado ruso, aislado desde la invasión de Crimea en 2014, así como su efecto sobre la arquitectura financiera internacional, las inversiones y el ciclo de negocios post-COVID. Y la respuesta gira en función del nivel de las represalias.
El presidente Joe Biden ya advirtió de que una guerra en Ucrania será “dolorosa” para los americanos y significará precios energéticos más altos, y este martes, la cotización del gas llegaba a superar los 80 euros por megavatio hora (MWh) por primera vez desde principios de febrero. Los analistas ya presagian la vuelta a las cifras de tres dígitos a corto plazo, aunque el gas está lejos todavía de los más de 170 euros en los que llegó a cotizar la víspera de las pasadas navidades. Unos niveles que posiblemente no se van a alcanzar, según indicó este martes, minutos después del anuncio de Alemania, el presidente de Enagás, Antonio Llardén.
Del lado occidental, Rusia es uno de los mayores exportadores de petróleo, con una cada vez mayor ascendencia dentro de la OPEP+, y el gran abastecedor de gas a Europa, muy capaz de generar una nueva espiral de precios energéticos que podría traducirse en el escenario menos deseado: la estanflación o estancamiento del crecimiento con fuertes subidas de precios.
El actual inquilino de la Casa Blanca ha prometido actuar “con pasos decididos para aliviar las presiones de los mercados sobre las familias, empresas e industrias” americanas, sin olvidar la garantía del suministro, “para aprobar medidas adicionales que ayuden a proteger a los consumidores del impacto de los precios energéticos”.
Un temor que ha despertado incertidumbre en Wall Street. “Una guerra es siempre un juego en el que se pierde”, explica David Kelly, estratega jefe de mercados globales de JP Morgan Asset Management en una nota a clientes: “Los objetivos militares de toda invasión suponen, al mismo tiempo, pérdidas de vidas humanas y ruina para ambas partes en conflicto”. Y para los mercados implica “una subida de los precios energéticos, problemas de suministro desde Rusia para una tercera parte del gas natural que se consume en Europa e interrupciones sobre el 10% de la producción de petróleo mundial”.
En parecidos términos se expresa Mike Wilson, analista bursátil de Morgan Stanley, para quien una invasión de Ucrania haría saltar las cotizaciones del gas natural y del crudo hasta el punto de “poder destruir la demanda y, quizás, llevar a varias economías a la recesión”. Una especie de vórtice polar que conduciría a los mercados de capital a un desplome inmediato, “con pérdidas de más del 10%”, alerta.
El Bundesbank acaba de avisar de una posible nueva contracción del PIB germano en el primer trimestre del año, en un momento trascendental, en plena batalla en el seno del Banco Central Europeo (BCE) entre los halcones, partidarios de elevar tipos para contener la inflación, y las palomas, que se decantan por esperar y ver la evolución de la actividad económica.
Restricciones en la recámara
Fuentes diplomáticas occidentales explican que parte del arsenal sancionador por parte de Occidente dependerá de si algún altercado adicional desencadena las hostilidades. Quizás la de mayor repercusión para Moscú sería el cierre del llamado SWIFT, el sistema internacional de pagos que utilizan para los miles de millones de transferencias diarias que realizan las instituciones financieras en más de 200 países. En palabras del primer ministro británico, Boris Johnson, supondría una “potente bomba” sobre los activos de los bancos rusos que operan en el exterior.
Este instrumento se usó contra Irán en 2012 y le reportó pérdidas multimillonarias de ingresos por las restricciones a la venta de petróleo y otras prohibiciones comerciales. La Casa Blanca, además, sopesa impedir el uso del dólar como moneda de denominación de las operaciones financieras procedentes de Rusia. Esto penalizaría a cualquier empresa occidental que utilizara el billete verde en sus negocios con compañías de Rusia, lo que impactaría de forma notable sobre la economía rusa: afectaría a sus poderosos sectores del petróleo y el gas, ya que impediría negociar a firmas energéticas occidentales con gigantes como Gazprom o Rosneft.
En paralelo, las potencias occidentales podrían sellar el acceso de Rusia a los mercados de deuda y sumarse a la decisión ya en curso de restringir la compra de bonos soberanos del país. Otra fórmula con doble efecto bumerán, porque elevaría los costes de financiación y el acceso a las líneas de financiación internacionales de Rusia, por un lado, y debilitaría el valor del rublo, por otro.
Esa pinza se agudizaría si el bloqueo a los bancos se extiende a todo el espectro ruso. Y más si el cerco a las exportaciones de materias primas claves para Moscú se amplía a las ventas de tecnología, equipos electrónicos o software de empresas estadounidenses, británicas y europeas a Rusia, que también podría involucrar a semiconductores, microchips, componentes automovilísticos, smartphones u otras manufacturas industriales.
Por supuesto, a la economía rusa, cuyo PIB, pese a la gigantesca extensión del país, es similar al de España, las represalias le van a pasar factura. Desde la invasión de Crimea, en 2014, de la que salieron las primeras sanciones occidentales, Rusia es un mercado aislado y de bajo crecimiento. Una autarquía instaurada por Putin, lo que no ha impedido al país forzar un energy-crunch que ha dejado a Europa al borde de la estanflación, mientras la coraza del autoabastecimiento le reportaba a su economía cierta estabilidad frente a la Gran Pandemia.
La alianza con China
El problema para Occidente es la nueva alianza estratégica entre Moscú y Pekín a la que acaban de dar credibilidad tanto Putin como Xi Jinping. Y que obligará a Reino Unido, la UE y EEUU a preparar sanciones alternativas frente a los bancos y las empresas estatales chinas, asegura Aaron Arnold, investigador en el Centre for Financial Crime and Security Studies.
La comunión de intereses en todos los órdenes, como recalcó Jinping, hasta “en terrenos hasta ahora inexplorados” por dos enemigos irreconciliables en la Guerra Fría, dejaría sin coraza de protección sanciones como la interrupción de las líneas de préstamo de los acreedores foráneos a Rusia, alerta Anders Aslund, economista y uno de los autores del informe del Consejo Atlántico sobre sanciones a Rusia.