Surfear el timeline de Elon Musk en X puede resultar tentador. Videos de ciudades futuristas donde todo está sincronizado y las personas se desplazan en pequeñas naves espaciales; lanzamientos espectaculares de cohetes que suceden cada dos por tres, como si fuese algo sencillo; el desarrollo de pequeñas ciudades en planetas alejados; flujos constantes de criptomonedas, y mucho, mucho optimismo en el futuro.
Para el hombre más obscenamente rico del mundo, las posibilidades de la humanidad son infinitas, y recién estamos en la zona de largada. Si el Estado deja de estorbar, Musk y sus amigos van a encargarse de llevar a la civilización a un nivel de bienestar inédito. Necesitan convencer, manipular o coaccionar a dirigentes políticos como Donald Trump. Otros, como Javier Milei, están más convencidos que ellos mismos.
Con el magnate neoyorquino a punto de asumir su segundo mandato en la Casa Blanca, los anarco-libertarios nunca estuvieron en una mejor posición. Tendrán amplias posibilidades de plasmar sus proyecciones en los próximos años. Sin embargo, parte de lo que siempre soñaron ya existe, y va camino a convertirse en una verdadera pesadilla. El pasado, presente y futuro que imaginan Musk y sus aliados tecnócratas está planteado de forma aterradora en el libro del escritor, académico y productor de cine Jonathan Taplin, publicado recientemente.
Se titula The end of reality: how four billionaires are selling a fantasy future of the Metaverse, Mars and Crypto, y aborda los planes de Mark Zuckerberg, creador de Meta; Elon Musk; Peter Thiel, uno de los principales inversores de Silicon Valley; y Marc Andreessen, desarrollador e inversor tecnológico, para crear una nueva realidad, un nuevo mundo en el que vivamos, o, más bien, a duras penas habitemos.
Para los tecnócratas, escribe Taplin, no se trata solo de un proyecto económico (su programa libertario), “es un movimiento político que considera a la economía moderna como corrupta, dañina y necesitada de una transformación radical. Siguiendo el espíritu de sus héroes anarco-libertarios, como Ayn Rand, los cuatro tecnócratas creen que es necesario eliminar el 'estado administrativo’”.
La eliminación del Estado es el primer paso. Luego cada uno tiene sus proyectos personales. Taplin los plantea de la siguiente manera. El primero de ellos, auspiciado por Zuckerberg, es el de la Web3, un mundo virtual (el metaverso) al que se accede mediante unas gafas de realidad virtual, que convertirá la web libre en una especie de parque temático donde habrá puertas y cada una de ellas será abierta a través de un token cripto.
El segundo proyecto, es el de apoyar el desarrollo de las criptomonedas, del que Taplin luego hablará profusamente. El tercero, es el que patrocina principalmente Elon Musk. El fundador de Tesla “quiere abandonar nuestro planeta y comenzar todo desde cero en un ecosistema increíblemente hostil donde los humanos vivan dentro de cápsulas con oxígeno enviado desde la tierra”; el desarrollo de una “especie multiplaneta”.
El último lo impulsa Peter Thiel y se llama “trashumanismo”. Un movimiento “filosófico” dedicado a utilizar la investigación y el desarrollo de la tecnología para “mejorar al ser humano”. Según apunta Taplin, el “objetivo de Thiel a corto plazo es (que el hombre) pueda vivir hasta los 160 años”.
Claro que los denominados cuatro “tecnócratas” solo hablan de futuros promisorios, donde sus empresas son garantías de bienestar e infinitas posibilidades. Pero lo que cuenta muy bien Taplin es que buena parte de sus proyectos están en desarrollo desde hace años, algunos décadas, con unos resultados tan desastrosos que ponen en serio riesgo de supervivencia al Estado y al sistema democrático, y que dispararon la desigualdad económica a niveles desesperantes, empobrecieron a las clases trabajadoras, y sumergieron a las sociedades en un mundo de desinformación y teorías conspirativas alejado de la realidad, pero, incluso, alejado de cualquier forma de coexistencia social.
El infierno del metaverso
El caso de metaverso, en el que Zuckerberg espera que las personas pasen al menos siete horas al día, viene de la mano del empobrecimiento general de los trabajadores, y del empobrecimiento de la experiencia de trabajo. Taplin habla de un fenómeno de quiet-quitting, en que los empleados trabajan al mínimo de sus posibilidades pero lo suficiente para evitar que los echen. La razón es el salario mísero que reciben, y los pocos estímulos con que cuentan en sus puestos laborales. Ante esa realidad, el creador de Facebook plantea que las personas puedan vivir una vida mejor en el metaverso.
Sin embargo, el objetivo de Zuckerberg no es ni más ni menos que otro que enriquecerse a cuenta de las personas que pasen horas y horas en su parque temático adquiriendo criptomonedas para ingresar a determinados lugares, y pagando por los productos que ofrezca.
Musk, por otra parte, también está a favor del metaverso. Para él, los robots y máquinas inteligentes se ocuparán de hacer el trabajo necesario para que la rueda no pare de girar, mientras las personas disfrutan de su tiempo libre. ¿Dónde? ¿Cómo? En el universo creado por los tecnócratas. Y para aquellos que dispongan de más dinero y posibilidades que las de plantear su vida en un mundo virtual confeccionado por terceros, se ofrecerá la posibilidad de viajar al espacio exterior.
La grasa del Estado
El fundador de Tesla no asumió en el gobierno de Trump pero ya está haciendo planes para despedir a los trabajadores del Estado (que, probablemente reemplace por robots). Su aliado tecnócrata Marc Andersseen defendió este viernes los planes de Musk para echar empleados estatales. “No es cierto que la fuerza laboral de la administración pública es el motor clave del empleo en Estados Unidos”, posteó en X el inversor tecnológico con un link a una nota sobre los planes de Musk. “Los empleos se crean mediante el crecimiento de la productividad. El gasto público es un lastre para el crecimiento de la productividad y, por lo tanto, para la creación de empleo. Basta con preguntarle a Europa”.
Al igual que Marcos Galperín, muchos tecnócratas y anarco-libertarios no dejan de criticar a Europa por el Estado de Bienestar (en franca declinación las últimas décadas). En su opinión, Estados Unidos es la verdadera meca de la innovación y la productividad. Sin embargo, miran el vaso medio lleno. Esta semana, el principal editor del Financial Times, Martin Wolf, escribió una nota preguntándose si el modelo de crecimiento de Estados Unidos es inseparable de las patologías que sufre el país.
Los datos que difunde sobre Estados Unidos en comparación con Europa y el resto del mundo, son alarmantes. “Su tasa de homicidios en 2021 fue de 6,8 por cada 100.000 habitantes, casi seis veces más alta que la del Reino Unido y 30 veces la de Japón. La tasa más reciente de encarcelamiento en Estados Unidos fue de 541 por cada 100.000 personas, con un total de más de 1,8 millones de personas en prisión, frente a 139 por cada 100.000 en Inglaterra y Gales, 68 en Alemania y apenas 33 en Japón. Esta tasa estadounidense fue la quinta más alta del mundo, solo por detrás de El Salvador, Cuba, Ruanda y Turkmenistán”.
Sigue… “Según el Commonwealth Fund, las muertes maternas más recientes fueron de 19 por cada 100.000 nacidos vivos para mujeres blancas en Estados Unidos, frente a 5,5 en el Reino Unido, 3,5 en Alemania y 1,2 en Suiza. Para las mujeres negras en Estados Unidos, las tasas de mortalidad rondaron los 50 por cada 100.000 nacidos vivos. La mortalidad infantil también es relativamente alta: según el Banco Mundial, la mortalidad infantil (menores de cinco años) fue de 6,3 por cada 1.000 nacidos vivos en Estados Unidos en 2022, frente a 4,1 en el Reino Unido, 3,6 en Alemania y 2,3 en Japón”.
La forma en que Europa financia los servicios sociales de salud y educación que mejoran los índices de bienestar es el cobro de impuestos. Galperín, Musk, y el resto de tecnócratas están en contra del pago de impuestos. En realidad, están en contra de cualquier tipo de administración o regulación, también del dinero. Por eso apoyan las criptomonedas. Sobre este asunto, el escritor norteamericano apunta que en el sistema de “semi-Estado” que ellos sueñan, “nadie sabe realmente cuántas Bitcoin posee, ya que pueden mantenerse legalmente bajo un seudónimo o en la cuenta de una empresa fantasma”. Taplin lo escribe, pero, en realidad, son palabras del propio Peter Thiel.
En su libro, el exproductor de Bob Dylan y Martin Scorsese, señala que el 2% superior de las cuentas de Bitcoin posee el 95% de los US$800.000 millones en circulación de Bitcoin. También señala que un grupo de científicos y criptógrofos escribió una carta a los líderes del Congreso de los Estados Unidos advirtiendo sobre el desastre económico potencial que pueden causar las criptomonedas. Por supuesto, para los tecnócratas que las diseñan y las hacen circular no es un problema. Por el contrario, es una fuente más de ingresos.
La cruda verdad del Chat GPT
El libro de Taplin tiene 336 páginas. Son suficientes para explicar con lujo de detalles el pasado, presente y futuro de los anarco-libertarios. El horizonte es poco promisorio. Sobre todo cuando la principal potencia global estará gobernada por un dirigente (¿o debería llamarse “socio”?), que los apoya y estimula. Como casi siempre en estos casos, existen formas de ponerle freno al mal. Más democracia y más Estado, para empezar.
El problema es que los partidos de izquierda han sido complacientes con el desarrollo de esta creciente tecnocracia. Taplin, por ejemplo, señala que Bill Clinton y Barack Obama —dos presidentes demócratas— mantuvieron funcionarios y políticas del expresidente George Bush que lastraban el poder del Estado.
Para hacerle frente a las ideas del anarco-libertarismo, será clave que los próximos dirigentes progresistas tengan claro cuáles son las consecuencias de dejar el mundo en las manos de Musk y sus amigos. Paradójicamente, el propio Chat GPT conoce bien el riesgo de dejar el mando del mundo en manos de los tecnócratas. Tras hacerle la consulta sobre esta problemática, el asistente de Open I.A respondió: “La creciente desigualdad económica podría intensificar la polarización social, concentrar el poder político en manos de una élite, generar conflictos sociales, permitir que oligarquías tecnológicas dominen sectores clave y agravar el impacto ambiental y ético debido a la falta de regulación”. Fin.
AF/DTC