Bab Hutta, un barrio de la ciudad vieja de Jerusalén, se encuentra justo a las puertas del recinto religioso más disputado del mundo: el Monte del Templo, para los judíos, o Al Haram Al Sharif, para los musulmanes. Normalmente, este lugar es uno de los más bellos de la ciudad para celebrar la festividad del Ramadán, cuando se llena de luces y farolitos que una treintena de voluntarios tardan varias semanas en colocar.
Pero este año no hay decoraciones y en los estrechos callejones del barrio musulmán de la ciudad vieja reina el silencio. Cerca de la mitad de las habitualmente animados locales de recuerdos y restaurantes están cerrados, y en algunas calles hay más agentes de la Policía fronteriza israelí (encargada de la seguridad en las zonas ocupadas) que ciudadanos.
El mes sagrado de ayuno y fiestas empieza esta semana, pero con la guerra en Gaza y las tensiones en Jerusalén Este y Cisjordania, los palestinos tienen poco que celebrar. “Es difícil ayunar [por el día] y comer [por la noche] cuando sabemos que nuestra gente en Gaza se muere de hambre”, lamenta Zeki Al Basti, un vecino de Bab Hutta de 54 años. “No hubo celebraciones de Navidad ni habrá de Pascua [para los palestinos cristianos] mientras la guerra continúe... Sólo nos queda rezar”.
En el peor pico de violencia de las últimas décadas, más de 31.000 personas murieron en la ofensiva israelí sobre la Franja de Gaza y el 85% de los 2,3 millones de habitantes tuvieron que huir de sus hogares y ahora están desplazados, según datos del Ministerio de Sanidad gazatí y de la ONU. La guerra estalló tras los atentados transfronterizos del grupo islamista Hamas contra Israel el 7 de octubre, en los que murieron unas 1.200 personas y unas 250 fueron tomadas como rehenes, según cifras israelíes.
El alto el fuego se aleja
Cinco meses después, uno de cuatro habitantes de Gaza pasa hambre y un alto el fuego que permita que la ayuda humanitaria pueda llegar a todas las zonas del territorio asediado es más necesario que nunca. Cuanto más dure la guerra, mayor será el riesgo de conflagración: los grupos chiitas apoyados por Irán en Líbano, Irak, Siria y Yemen ya se vieron arrastrados al conflicto.
Sin embargo, a pesar de las recientes declaraciones de diversos actores sobre la posibilidad de una tregua inminente, tanto Israel como Hamas parecen estar aún lejos de llegar a un acuerdo. Durante el Ramadán el conflicto palestino-israelí suele recrudecerse y la posibilidad de alcanzar un alto el fuego antes de que comience se alejó a medida que se acercaba el inicio del mes sagrado, este lunes o martes (según el calendario lunar).
Israel insiste en que durante el Ramadán mantendrá la amenaza de una ofensiva terrestre sobre Rafah –el último refugio relativamente seguro de Gaza, donde están hacinados más de un millón de desplazados– si no se llega a un acuerdo para liberar a los rehenes israelíes. La comunidad internacional alertó de que un ataque a gran escalda contra Rafah provocaría una catástrofe humanitaria y podría desencadenar una escalada de violencia en toda la región.
Todos los años, sin excepción, el Ramadán pone en el punto de mira el control israelí del Monte del Templo o Al Haram Al Sharif, ya que cientos de miles de fieles musulmanes intentan acceder al recinto para las oraciones especiales que se realizan durante el mes de ayuno y purificación. Jordania es el guardián de los lugares sagrados de la Jerusalén ocupada, pero Israel controla en última instancia el acceso al recinto y a menudo lo limita alegando motivos de seguridad.
Cualquier intento de alterar el statu quo se convierte en un catalizador de la violencia: los enfrentamientos entre fieles y policías israelíes durante el Ramadán de 2021 contribuyeron a desencadenar la última ronda de violencia en Gaza. De hecho, Hamas citó las redadas policiales de 2022 y 2023 en la mezquita de Al Aqsa (situada en Al Haram Al Sharif y el tercer lugar más sagrado del islam) como una de las principales razones detrás del atentado del 7 de octubre, que los milicianos denominaron precisamente “tormenta de Al Aqsa”.
Tensión en torno a Al Aqsa
Desde que comenzó la guerra en Gaza, Israel sólo permitió entrar a la Explanada de las Mezquitas a los hombres musulmanes mayores de 60 años. El ministro de Seguridad Nacional israelí, el ultraderechista Itamar Ben-Gvir, causó revuelo el mes pasado cuando propuso al jefe del Ejecutivo, Benjamin Netanyahu, que este Ramadán prohibiera la entrada al recinto incluso a la minoría árabe-israelí, que representa alrededor del 18% de la población del país. El servicio de seguridad interior, el Shin Bet, lo desautorizó y el Gobierno israelí decidió no restringir el número de fieles, por el momento. Por su parte, Ismail Haniyeh, jefe político de Hamas en el exilio, aprovechó para pedir a los palestinos de Jerusalén y Cisjordania que iniciaran una marcha hacia Al Aqsa para protestar allí el primer día del Ramadán.
“El objetivo principal de Hamas en este momento es provocar un altercado en el Monte del Templo”, declaró a la prensa la semana pasada el ministro de Defensa israelí, Yoav Gallant. Indicó que el Gobierno está desplegando más efectivos de seguridad en Jerusalén y Cisjordania para hacer frente a esa supuesta amenaza.
Incluso antes del conflicto armado en Gaza, 2023 fue el más sangriento en la Cisjordania ocupada desde la segunda intifada (2000-2005). Desde el 7 de octubre, más de 400 palestinos murieron en el territorio ocupado en enfrentamientos con colonos israelíes o durante choques con soldados, y las operaciones del Ejército contra células de Hamas y otros grupos militantes alcanzaron su nivel más alto en 20 años.
La agencia de noticias palestina Wafa informó el lunes que las fuerzas israelíes llevaron a cabo la mayor redada en años en el campo de refugiados de Amaari, en la capital administrativa palestina, Ramalá, y mataron a un joven de 16 años. También se produjeron redadas en Yenín y Tulkarem, y al menos 55 personas fueron arrestadas, según la Sociedad de Prisioneros Palestinos. Las redadas israelíes en las ciudades de Yenín y Nablús, en el norte de Cisjordania, fueron recurrentes en los dos últimos años y, últimamente, también en la localidad occidental de Tulkarem. Sin embargo, las incursiones en Ramalá, sede de la Autoridad Nacional Palestina, son poco frecuentes y la operación del lunes fue interpretada como una señal preocupante de que la violencia podría extenderse.
“Incluso en otras guerras y en la intifada, o en la pandemia, jamás llegamos a este punto”, señala Alaa, de 32 años, propietario de una tienda de comestibles cercana a un puesto de control desde el que se accede al Muro de las Lamentaciones (donde los judíos rezan, ya que no pueden hacerlo en el Monte del Tempo). El hombre no esconde su preocupación: “El dolor y el hambre que sufren las familias de Gaza son insoportables y tememos que lo peor está por llegar”.
Traducción de Emma Reverter
BMK/CRM