El presidente chino, Xi Jinping, acaba de realizar un triple salto geoestratégico para ganar capacidad de influencia y liderazgo en el mutante orden mundial. Por un lado, decretó la restricción a EEUU y Europa de metales como el galio o el germanio, con el claro objetivo de alterar la fabricación de chips y semiconductores de sus rivales occidentales a partir del 1 de agosto. Por otro, busca aliviar los 9 billones de dólares de deuda municipal mediante facilidades prestamistas con devoluciones a 25 años y a un interés testimonial con cargo a la gran banca estatal y evitar así un colapso crediticio en pleno despegue del PIB. Finalmente, impuso un impasse en sus vínculos geoestratégicos con Moscú ante la incierta capacidad de contención del Kremlin a la contraofensiva de Ucrania tras el ruido de sables lanzado por el Grupo Wagner.
La prohibición de venta de varias de las materias primas metálicas que componen las llamadas tierras raras, de las que China es el indiscutible primer extractor y exportador mundial, pretende interrumpir suministros imprescindibles para sectores como el de las telecomunicaciones o el de los vehículos eléctricos. Esta medida se enmarca, según el régimen de Pekín, en la guerra tecnológica con Occidente.
El galio y el germanio, junto a otros componentes, estarán sujetos a controles por parte del Ministerio de Comercio chino para proteger la seguridad nacional. Solo podrán exportarse bajo licencia oficial, cuya rúbrica requerirá de informes detallados sobre sus clientes y sus aplicaciones industriales finales en los países adquirentes. Es la réplica de mayor calado de China al veto de la Casa Blanca a sus componentes tecnológicos, principalmente el software, y a bienes manufacturados que pudieran beneficiar a la segunda potencia económica global en su intento declarado de liderar la Inteligencia Artificial (IA) y dominar las cadenas de valor de componentes de equipo y semiconductores.
Esta medida supuso ya una alteración contundente del mercado de chips y de su logística global. La estabilidad del sector tecnológico “depende de los stocks e inventarios que manejan sus empresas”, asegura Roger Entner, analista de Recon Analytics. “Es el factor que les concede flexibilidad en los precios, en caso de descensos o de excesos productivos, y músculo operativo para garantizar sus envíos dentro de las condiciones que determinan sus contratos”.
China produce alrededor del 94% del galio que se adquiere en todo el planeta, según el Centro de Inteligencia Británico de Minerales Críticos y resulta, junto al germanio, fundamental para las marcas automovilísticas que ampliaron sus catálogos de coches eléctricos y también para las industrias armamentísticas. Es un mineral necesario para las compañías que fabrican pantallas digitales debido a su velocidad de transmisión y a la alta resolución que confiere a las imágenes.
Estos metales no son particularmente difíciles de encontrar, pero sí de extraer por su mano de obra intensiva y solo China es capaz de ofertar a precios bajos. Christopher Ecclestone, ejecutivo de Hallgarten, incide en que estos drásticos cambios de criterios de Pekín en los últimos tiempos provocaron fuertes oscilaciones de precio en el mercado de minerales para acomodar a su antojo los desajustes entre la oferta y la demanda globales. “Lo hizo en innumerables ocasiones con materiales como en antimonio, el wolframio o la práctica totalidad de minerales raros”, aclara a Bloomberg.
Movimientos en la nueva Era del Metal
El movimiento actual trata de anticiparse, además, a la nueva retórica estadounidense que alerta de bloqueos inminentes a las ventas de chips dirigidos a programas de innovación de Inteligencia Artificial, que fuentes próximas a la Administración Biden avanzan que podrían aprobarse en las próximas semanas. Se suma a la respuesta de Pekín de prohibir a la estadounidense Micron Technology operar en sectores a los que XI considera estratégicos como el de ciberseguridad.
Los activos de compañías estadounidenses como Wolfspeed o NXP Semiconductors perdieron capitalización en las últimas jornadas, frente a los aumentos de cotización de varias de sus rivales chinas -entre otras, Yunnan Lincang Xinyuan Germanium Industrial o Zhuzhou Smelter Group-, dedicadas al zinc y al aluminio. Además de poner en alerta productiva a competidoras de Japón, Corea del Sur y Rusia, extractoras de galio, y a sus rivales de Canadá, EEUU y Bélgica que operan en el mercado del germanio.
De igual modo, la maniobra china tensionó a la industria sajona de semiconductores que aporta casi la tercera parte de estos componentes al mercado europeo y que convulsionó las relaciones laborales de este länder alemán. La disrupción de las cadenas de valor globales alteró el ecosistema alemán de empresas manufactureras acostumbradas a engordar sus cuentas de resultados y sus márgenes de beneficios, como Infineon, Bosch o Globalfoundries. Hasta el punto de que se puso en duda la intención de la gran multinacional del sector, Taiwan Semiconductor Manufacturing Company (TSMC), de situar su sede europea en esta región germana.
El hub industrial de Sajonia acoge a 76.000 empleados de la industria de semiconductores y chips y, según cálculos de su lobby, podría superar los 100.000 trabajadores en 2030. Dresde, la capital de Sajonia, con una oferta académica de marcado perfil politécnico, se erigió en una de las grandes redes de atracción del talento tecnológico europeo. Asociaciones como Silicon Saxony, con más de 450 firmas de reciente creación de fabricación de chips de alta gama, ya captó una porción substancial de los 43.000 millones de euros de la EU Chips Act y de recursos formativos de la European Chips Skill 2030 Academy.
Sin embargo, desde finales de 2022 este land se queja de una paralización productiva que pasó factura a la economía alemana, que registra dos trimestres consecutivos en contracción, y en la que su indicador de gestores de compras, que anticipan pedidos trimestrales, coloca en recesión. El Ifo, el principal think-tank económico germano, anticipa un decenio de crecimiento de baja intensidad y califica a Alemania como el nuevo enfermo europeo.
La economía y la diplomacia china, bajo revisión
En este contexto, el modelo productivo chino que, como el alemán, atraviesa una ralentización desconocida en décadas y alejada de su tradicional dinamismo de dobles dígitos, desvela unas necesidades imperiosas de ayuda estatal. De ahí que Xi haya llamado a capítulo a los megabancos estatales para solventar el mayor foco de contagio financiero del país. Ya se superó, con aparente éxito, la amenaza de la promotora inmobiliaria Evergrande con recursos públicos y millonarias inyecciones soterradas de liquidez desde el otoño de 2021.
El Banco Industrial y Comercial y su gran rival estatal, el Banco de Reconstrucción, empezaron a otorgar créditos a 25 años -en vez de los 10 que soportan la mayoría de sus empresas- dentro de los llamados Local Government Financing Vehicles (LGFV), el instrumento que utilizan los gobiernos municipales para atender sus necesidades de financiación. El único propósito es relajar la tensión de un mercado de deuda local.
Para Goldman Sachs, esta aportación resulta esencial para que el poder municipal pueda ingerir los algo más de 23 billones de los vencimientos futuros mediante una “expansión crediticia que permita negociar y suscribir reestructuraciones de deuda” con relativa comodidad temporal.
La hoja de ruta china, en su desafío de superar a EEUU como primera potencia global y arrebatar a Washington su hegemonía monetaria y geopolítica a lo largo del próximo decenio, no parece llevar la dinámica adecuada tras la Gran Pandemia y el doble confinamiento social impuesto por Pekín. Desde entonces, el gasto del consumo se debilitó, el mercado inmobiliario se resintió, las exportaciones mermaron y el empleo juvenil se disparó. Todo ello, engendró dudas sobre el vigor de un despegue que no parece -ni mucho menos- fulgurante. Incluso existen voces del mercado que anticipan un largo periodo de baja intensidad; una especie de mal japonés en ciernes.
Incertidumbre geoestratégica
En el orden diplomático, China también transmite incertidumbre. En plena visita de Janet Yellen a Pekín para restablecer puentes bilaterales que sostengan la globalización, y el doble retraso del desplazamiento del ministro de Exteriores de la UE, Josep Borrell, Pekín “decidió poner distancia ideológica con Rusia”, asegura Alexandra Sharp, analista de Política Mundial en Foreign Policy.
A la espera de comprobar “el curso de la contraofensiva de Ucrania” que, de corroborar sus avances, “fortalecería la posición de EEUU, en detrimento de la influencia global de China”, cuyo régimen -enfatiza- “sopesa los efectos que una derrota rusa tendría sobre su reivindicación territorial y soberana de Taiwán”.
El motín del Grupo Wagner irritó a Xi -dice Sharp-, que ya no aprecia “una alianza sin límites” con Vladimir Putin. Aunque de puertas afuera la diplomacia china se afane en predicar lo contrario y pese a que “mantienen vínculos sólidos” con Moscú por sus “lazos de dependencia energética e intereses geoestratégicos” en común, el presidente chino se ha planteado una “tregua ideológica” por el “autoritarismo” que destila Putin.
IJD