Al final, no era tan así

Con Trump de regreso, Europa se debate entre tomar las riendas o alargar la procrastinación

Madrid —

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Al cierre de esta semana, el diario francés Le Figaro hizo una encuesta en su sitio web que respondía a la pregunta: “¿Europa es capaz de resistir a los Estados Unidos de Trump?” La respuesta mayoritaria —un 60% de más de 50.000 votos— decía que no. Era la pregunta del día, y su resultado no es lo que importa. Lo que importa es la relevancia de la consulta.

Una vez más, Europa está obligada a preguntarse cómo responder a la amenaza de unos Estados Unidos que no piensan velar por su suerte. Algunos pensaban que con Joe Biden, y un nuevo presidente surgido de las filas demócratas, el bloque europeo podría seguir en el estado de procrastinación y seguidismo de Washington que lleva desde hace décadas. Otros creen que Europa debe pensar su propio lugar en el sistema económico internacional, y resolver su propio esquema de seguridad.

Lo que sucede puede resultar un ejercicio interesante incluso para Argentina, ubicado a miles de kilómetros.  Alemania es un buen ejemplo para hacerlo. Esta semana, el gobierno liderado por el socialdemócrata Olaf Scholz quedó a un paso de la descomposición. Hay grandes probabilidades de que haya un llamado temprano a elecciones que entregue el poder nuevamente al partido de la ya retirada Ángela Merkel.

Desde que Berlín, Washington y París acordaron cortar con la dependencia del gas ruso tras la invasión de Rusia a Ucrania, la economía alemana está en caída libre. El modelo de exportación basado en la energía barata rusa se desplomó. 

Hoy Volkswagen y el ecosistema industrial ligado al sector automotor debaten cómo cerrar fábricas y echar empleados. Les resulta imposible enfrentar la competencia de las empresas chinas, mientras que la transición a los autos eléctricos es demasiado costosa. No solo por la producción, ¿quién puede comprar un BMW eléctrico que cuesta 50.000 euros con un salario promedio de 1500 euros, como sucede aquí en España? 

Muchos alemanes quieren volver a los tiempos preinvasión rusa. Efecto de ello es el crecimiento del partido de ultraderecha Una Alternativa para Alemania en los últimos años. Entre su prédica y el “Make America Great Again” no hay muchas diferencias. La clave es la economía, y el empleo, que aún en estos tiempos sigue dándole sentido a la vida de muchas personas. 

Claro que volver a hacer la paces con Rusia puede tener sus riesgos. O eso dirán quienes no cuentan esa opción como viable. Del lado opuesto se encuentra la presidenta de la Unión Europea, Ursula Von der Layen, que este viernes quiso darle la bienvenida a Trump ofreciéndole que el bloque deje de comprar GNL ruso y compre el que produce Estados Unidos. ¿Resolverá eso la crisis alemana? 

En Francia lo llevan algo mejor. El presidente Emmanuel Macron logró que Europa vuelva a considerar la energía atómica como un recurso no contaminante. Francia es el principal productor de este tipo de energía en el continente. 

Eso puede resolver parte de la crisis francesa, pero el país enfrenta graves problemas. Un objetivo de déficit que implica recortes por unos 50.000 millones de euros, y una pérdida de competitividad que solo esta semana se saldó con el despido de 1200 empleados de la fábrica de neumáticos Michelin. La empresa lo achaca a la “inevitable competencia asiática”.

Macron explicó la encrucijada en la reunión de la Comisión Política de esta semana en Hungría: “¿Queremos leer la historia que escriben otros, las guerras lanzadas por Vladímir Putin, las elecciones de Estados Unidos, las decisiones tecnológicas y comerciales hechas por los chinos, o queremos escribir nuestra propia historia?

En esa misma cumbre, el jefe del Consejo Europeo, Charles Michel, dijo que confía en la sociedad estadounidense, y que ellos saben que les conviene mostrar firmeza cuando nos relacionamos con regímenes autoritarios. “Si Estados Unidos fuera débil con Rusia, ¿qué significaría eso para China? Los autócratas del mundo deben recibir claro el mensaje de que no se trata del derecho de ser los más fuertes sino del imperio de la ley”.

El razonamiento de Michel recuerda mucho al de las elites argentinas, que ven en Estados Unidos el “imperio de la ley”. ¿Es el imperio de la ley el país donde es electo un presidente condenado por 34 delitos? ¿Cuán democrático es alentar una sublevación porque no estás conforme con el resultado electoral? 

Por el momento, solo preguntas. El historiador británico Timothy Garton Ash escribió en columnas recientes que con el triunfo de Trump, la Unión Europea podría dividirse, no institucionalmente, pero sí políticamente. “Europa está profundamente dividida en su respuesta a Trump. En muchos de los más de 40 países europeos representados en la cumbre de la Comunidad Política Europea en Budapest, hubo fuerzas políticas significativas que lo apoyan con entusiasmo, y algunas de ellas están en el poder.”

Entre los que lo apoyan están Orbán en Hungría, Meloni en Italia, Wilders en Países Bajos, Fico en Slovenia; y, sin estar en el poder, Le Pen en Francia, Vox en España, y Una alternativa para Alemania, entre otros. Paradójicamente, muchos de ellos tienen un proyecto para Europa. Desde limitar la inmigración a recuperar la industria europea. Creen que la agenda llevada adelante por Francia y Alemania en la última década es la agenda de las elites europeas, cuyo manual político no difiere mucho del de las élites demócratas.

Garton Ash tiene muy claro que aunque Trump se enfrente a Harris, es parte de la misma élite. Una reflexión que aplica también al propio Javier Milei. Pero, al mismo tiempo, tiene claro que en las últimas décadas los demócratas liberales no han cumplido el contrato básico que el Estado europeo tenía con sus ciudadanos: “Un mínimo de solidaridad e igualdad, como poder comprar una casa, tener un trabajo, recibir una educación decente, tener una fuerza policial que te protege bien, ese tipo de cosas”.

El partido demócrata de Estados Unidos también debe asumir que no cumplió parte de su contrato, y con la derrota frente a Trump quizás haga un nuevo diagnóstico, y adopte un nuevo repertorio de políticas. Las fuerzas progresistas de Europa deberían trabajar en ese diagnóstico antes de acabar fuera del gobierno, o perdiendo las elecciones. Alemania, por ejemplo, parece ya estar en el camino de una victoria de las fuerzas de derecha y ultraderecha.

Cuando el continente europeo discute su existencia, España parece quedar siempre afuera. El presidente Pedro Sánchez no fue al cónclave en Hungría. Lleva dos semanas atajando los problemas derivados de la catástrofe que provocaron las inundaciones en Valencia. Más de 200 muertos y un debate profundo sobre la organización política del país. Parece entonces que España está en lo suyo, con miles de valencianos luchando contra el fango que se instaló en varias ciudades. Sin embargo, no hay mejor símbolo del desafío que enfrenta Europa que esas toneladas de lodo de entre las que intenta levantarse el país.

AF