Parecida a un perro labrador y de color negro azabache, todos los vecinos del barrio estambulí de Yeldigermeni conocen su nombre: Kara (color negro en turco). Alguien le regaló en algún momento un collar rojo que hace pensar que tiene un dueño, pero en realidad Kara vive en la calle. Los vecinos le dan de comer y a veces la pasean en la plaza del barrio. Kara busca compañía en las veredas de los cafés y a veces recibe con cariño algo de comer.
Ahora, una nueva reforma legislativa aprobada por el Parlamento turco obliga a encerrarla en un refugio hasta que alguien la adopte. A ella y a los aproximadamente cuatro millones de perros que viven en las calles de Turquía y que, al igual que los gatos, fueron cuidados y alimentados por los vecinos durante décadas sin que fueran objeto de polémica.
La medida fue aprobada tras semanas de protestas multitudinarias y debates parlamentarios muy encendidos. Los críticos con la reforma aseguran que allana el camino para sacrificar a los animales y que se trata de una decisión más del presidente turco, Recep Tayyip Erdogan, para polarizar la sociedad y arremeter contra la oposición con políticas que no surgen de una necesidad real.
“Los perros en Turquía son parte de la sociedad. Mientras el Gobierno miraba para otro lado, nosotros les dábamos de comer, los dejábamos dormir en nuestros comercios, nosotros somos quienes los cuidamos. Y ahora quieren terminar con ellos”, denuncia Sibel Akbas, una ciudadana contraria a la ley, durante una manifestación en la ciudad egea de Esmirna.
“La ley de la masacre”
Apodada como “la ley de la masacre”, decenas de miles de ciudadanos se manifestaron en ciudades de Turquía contra la reforma. “No nos callaremos, no tenemos miedo, no les entregaremos a nuestros amigos”, gritaban en una protesta en el centro de Estambul. Las acciones de rechazo a la ley aglutinaron sectores muy diversos de la sociedad que hacía años que no protestaban en las calles juntos. No sólo salieron opositores al presidente turco, también nacionalistas cercanos a la ultraderecha, familias, grupos animalistas y estudiantes. “No cometas este crimen contra este país”, rezaba un cartel en una protesta.
Los perros callejeros son inseparables del paisaje en Turquía y, particularmente en Estambul, son una insignia de la ciudad desde hace mucho tiempo. Durante su paso por la metrópolis del Bósforo, al escritor Mark Twain le llamó la atención la gran presencia de estos animales: “Los perros duermen en las calles, por toda la ciudad”, escribió. “No se movían, ni aunque el propio sultán pasara por allí”.
A día de hoy, es habitual verlos durmiendo en la calle encima de cartones o mantas que algún vecino les trajo. En invierno son bienvenidos en los comercios, que los dejan dormir adentro para resguardarse del frío, mientras que en verano disfrutan del aire acondicionado en la entrada de los establecimientos. La mayoría de perros tiene un chip en la oreja que certifica que fueron castrados y vacunados.
Sin embargo, si uno se aleja de los centros urbanos, no es raro encontrarse con manadas de cinco o más perros callejeros que en ocasiones se muestran hostiles con los transeúntes, ciclistas o coches. “Es cierto que el número de animales aumentó en los últimos años. El motivo es el incumplimiento de las normativas por parte del Estado y los Ayuntamientos, que no vacunaron y esterilizaron a muchos animales”, explica la abogada Hacer Gizem Karatas, del Comité de Vigilancia de los Derechos de los Animales (Hakim).
“En los últimos años, detectamos que muchos Ayuntamientos recogían a los perros y los abandonaban en las montañas, en basureros, en carreteras o bosques, en fronteras de unos y otros. Allí se multiplicaron”, relata. En la última década, no se logró esterilizar al 70% de los perros, el porcentaje necesario para controlar el volumen de la población canina.
Para Karatas, la decisión de retirarlos de la calle, y quizás sacrificarlos, “es una decisión política”, debido a que las autoridades municipales no cumplieron con su deber y el Gobierno va a hacer que los perros paguen por ello. “Si se preocuparan por los animales, la ley introduciría penas por su cría, la compraventa de perros o el abandono”, añade.
Desde hace años, medios de comunicación cercanos al Gobierno difundieron noticias sobre perros callejeros agresivos que atacan a familias y niños, aunque el Ejecutivo no llevó la cuestión al Parlamento hasta hace apenas unas semanas. Varios diputados del partido de Erdogan, el islamista AKP, citaron las cifras de la asociación Güsoder, que busca retirar a los perros callejeros. Aseguran que 75 personas murieron en los últimos dos años por ataques de perros o accidentes de tráfico causados por éstos.
Una polémica política
Para el periodista y analista político Murat Yetkin, la medida es una estrategia del AKP para beneficiarse de la “división y polarización social”. En medio de una crisis inflacionaria, el Gobierno “crea una polémica sobre los perros callejeros que afecta predominantemente a las clases socioeconómicas más bajas”, apunta Yetkin. “Para el AKP, el debate en torno a los perros es un intento de crear una división al presentar a los activistas por los derechos de los animales como parte de la clase media alta”. En el año 2021, después de que un niño fuera herido por un perro callejero, Erdogan culpó a los “turcos blancos”, denominación que reciben las clases altas que viven en entornos urbanos. “Turcos blancos, asuman la responsabilidad de sus animales. Estos perros, son los perros de los ricos”, espetó entonces.
Inicialmente la reforma de ley contemplaba el sacrificio de todos los perros que no fueran adoptados en un período de treinta días, pero tras el rechazo social que provocó, el proyecto fue modificado y ahora establece el envío de todos los perros a refugios de los Ayuntamientos. La normativa permite el sacrificio de los perros “que suponen un peligro para la vida y la salud de las personas, y los animales, cuyo comportamiento no se pueda controlar o que padezcan enfermedades contagiosas”.
La abogada Karatas denuncia que el lenguaje es muy vago y no deja claro en qué circunstancias se debería aplicar. “Además debe ser un experto quien certifique si ciertas conductas agresivas de un perro son algo puntual porque está asustado o porque padece una enfermedad. Los Ayuntamientos, que son los encargados de aplicar esta normativa, no tienen esa figura”, alerta. “Con la propaganda que hay ahora contra los perros, cualquier vecino puede denunciar que un perro ladra mucho y se lo llevan. Un perro que ladra podría ser considerado peligroso y ser sacrificado”, lamenta.
La ley obliga a las autoridades locales a construir refugios para acoger a los perros en un plazo de cuatro años. Según datos oficiales, en Turquía solo hay 322 refugios con una capacidad para poco más de 100.000 perros, una cifra muy inferior a los cuatro millones de perros callejeros. El principal partido de la oposición, el socialdemócrata CHP, contrario a la reforma, anunció que no implementará la ley. “Han promulgado una ley que infringe la moral. No podemos lavarnos las manos con sangre”, dijo el diputado Murat Emir.
La legislación contempla hasta dos años de cárcel para los alcaldes que no la cumplan. Esta pena de prisión despertó sospechas de que la verdadera intención del Gobierno es castigar al partido CHP, que le arrebató el pasado marzo la mayoría de los Ayuntamientos en los comicios locales. Ahora recae sobre este partido la financiación y manejo de los refugios. “Los refugios ya están superpoblados y por mucho que los perros pasen parte del día al aire libre, se ponen muy nerviosos al estar encerrados”, explica Kasim Yildirim, voluntario en un refugio de perros en Pendik, Estambul. “Se habla mucho de recoger a los perros y alojarlos todos en un lugar, pero nadie dice nada de cómo los vamos a alimentar. Hasta ahora eran los vecinos”, añade.
No es la primera vez que los perros enfrentan al Ejecutivo central y a los Ayuntamientos en manos de la oposición. En 2022 ocurrió una disputa rocambolesca por un perro callejero llamado Boji, que se hizo famoso en redes sociales porque utilizaba el transporte público de Estambul. El consistorio promocionó al perro como símbolo de la ciudad, con videos del animal subiendo al tranvía o a los barcos que cruzan el Bósforo, pero medios progubernamentales publicaron imágenes acusando a Boji de ensuciar el tranvía. El Ayuntamiento consiguió demostrar que se trataba de una campaña de difamación y que alguien colocó los excrementos en el transporte público para culpar al famoso perro.
“A pesar de las provocaciones de la oposición y de las campañas basadas en mentiras y distorsiones, el Parlamento escuchó una vez más al pueblo, negándose a ignorar los gritos de la mayoría silenciosa”, afirmó el ministro de Justicia, Yilmaz Tunç.
Pese a su aprobación, la normativa sigue trayendo cola. Un diputado del AKP usó el tema para atizar a los opositores que no condenaron en público el asesinato del líder político de Hamas, Ismail Haniyeh. “Aquellos que no pueden decir ‘asesino Netanyahu’, aquellos que no condenan la muerte de Haniyeh, no tienen derecho a hablar sobre el amor canino”, aseguró Vahit Kirisçi, diputado y presidente de la comisión parlamentaria de Agricultura.
Para los defensores de los animales en Turquía la historia se repite. En 1910, el sultán Mahmud II decidió eliminar a los perros vagabundos enviándolos a una isla cerca de la ciudad. En aquel entonces la metrópolis contaba con unos 50.000 perros y la decisión formaba parte de un paquete de medidas para “occidentalizar” las calles. Existen fotografías de centenares de perros famélicos en la orilla de la isla y cuenta la leyenda que sus aullidos se oían desde el centro de Estambul.
El territorio, ahora apodado “isla desolada”, recibió una comitiva de activistas animalistas en los años 2000, que pidieron perdón por la masacre canina y prometieron que no volvería a ocurrir. Un manifestante con una pancarta con las fotos de 1910, con centenares de perros abandonados a su suerte, recordaba recientemente aquella promesa: “No se queden callados, griten contra la masacre!”.
LV/CRM