El penúltimo episodio de esta crisis, cuyas raíces se pueden rastrear muy lejos –el propio presidente ruso suele remontarse a 1919–, arrancó con Rusia queriendo repensar el modelo de seguridad europea con Estados Unidos y la OTAN –sin olvidar que el principal miembro de la OTAN es EEUU– y con la Unión Europea fuera de la mesa de negociaciones. “Esto no puede ser un Yalta 2”, decía el jefe de la diplomacia europea, Josep Borrell, a finales de 2021: “No se puede acordar nada sobre Europa sin Europa”.
Aquellos días la UE estaba desaparecida. Rusia se reunía con EEUU, con la OTAN, con la OSCE, pero nunca con la UE, que se tenía que informar por terceros de un conflicto que podía estallar en sus fronteras. En efecto, Ucrania limita con cuatro países de la UE: Rumanía, Hungría, Eslovaquia y Polonia.
La UE no estaba presente, avisaba de que tenía preparadas grandes sanciones, se alineaba con EEUU, jefes de Gobierno europeos se reunían con el presidente de EEUU, Joe Biden; y el presidente francés, Emmanuel Macron, se multiplicaba para intentar mediar. Pero ¿y la UE?
Las cosas, sin embargo, comenzaron a cambiar hace exactamente una semana. Hasta entonces, la UE ni siquiera había sido un interlocutor válido para el Kremlin. Pero, desde el momento en que Putin reconoce el pasado lunes a las autoproclamadas repúblicas de Donetsk y Lugansk y, además, firma un protocolo de defensa con ellas y ordena a sus ejércitos “mantener la paz” en el Donbás, la UE se pone en marcha.
Las primeras sanciones se publican el miércoles por la noche: afectan a un círculo próximo a Putin, además de a los diputados que votaron a favor de reconocer la independencia de Donetsk y Lugansk, así como a tres bancos y la granja de bots del Kremlin.
El presidente ucraniano, Volodímir Zelenski, no tarda ni medio segundo en poner el grito en el cielo. Aquella noche, quien se fue a la cama en Bruselas lo hizo con el ruido de una posible invasión rusa a las 4.00 de la mañana. Y así fue. El presidente del Consejo Europeo, Charles Michel, había convocado el día antes una cumbre de urgencia para el jueves por la tarde, que ya se celebra con las tropas rusas acechando Kiev, con la intervención agónica de Zelenski y con los líderes ultimando el segundo paquete de sanciones y empezando a hablar del tercero.
Aquella noche, cuando no se sabía si caería o no Kiev, los líderes se volvieron a sus países sin haber tomado una decisión sobre el desenganche ruso del sistema de pagos financiero internacional Swift ni sobre sanciones directas para Putin o su jefe de la diplomacia. Eso sí, Putin ya ha empezado a revolverse y anunciar sanciones equivalentes de Rusia a la UE y EEUU, además de avisar de que “la adhesión de Finlandia y Suecia a la OTAN, que es principalmente un bloque militar, tendría graves consecuencias militares y políticas que requerirían tomar medidas recíprocas”.
Cuando llega el sábado, el debate sobre sancionar a Putin, activar la desconexión del Swift –que tanto reclamaba Zelenski–, aunque fuera de manera parcial, o el cierre del espacio aéreo empieza a desbordar las capitales europeas. Y, cuando llega el domingo y ya la presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen, ha anunciado el sábado a última hora las nuevas sanciones en las que se está trabajando, el presidente ruso, Vladímir Putin, decide poner en alerta su arsenal nuclear.
“Estamos en una guerra”
En aquel momento, la UE ya no es un convidado de piedra en los debates sobre la seguridad en Europa entre las dos potencias. Pero, eso sí, tener un papel protagonista en medio de una guerra desencadenada por Rusia con su vecina Ucrania no sale gratis. “Estamos en una guerra. Estamos en una situación en la que nuestras acciones y reacciones a lo que haga Rusia van a tener repercusiones económicas y tenemos que estar preparados para ello”, ha dicho este lunes Josep Borrell.
Para Zelenski, quien presiona a todo el mundo todo lo que puede para resistir a la invasión rusa, la UE, sin embargo, es en estos momentos uno de sus principales salvavidas. Y no porque haya firmado este lunes la solicitud formal de adhesión a la UE, que por mucho que él reclame no será un proceso automático –ni siquiera tiene por qué ser fácil, como les pasa a Macedonia del Norte y Albania–. La UE es un salvavidas porque está dispuesta a “romper uno de sus tabúes”, en palabras de Borrell, y enviar armas.
La UE, una alianza nacida de la posguerra mundial, en plena Guerra Fría, como símbolo de la reconciliación entre enemigos eternos como Alemania y Francia, ahora, en 2022, da el paso de implicarse en una guerra facilitando armas a uno de los contendientes. “Las autoridades rusas han dicho que la ayuda que la Unión Europea va a dar a Ucrania constituye un acto inamistoso. Y que atacarán a cualquier persona o cualquier entidad que transporte esta ayuda hacia Ucrania”, ha recordado Borrell, quien ha insistido: “No tenemos más remedio que mantenernos juntos en el apoyo de Ucrania, teniendo en cuenta que no solo es apoyar al pueblo de Ucrania, sino también nuestra seguridad y la estabilidad mundial. Y esto tiene un precio. No sale gratis. Las sanciones van a repercutir en nosotros. Tienen un coste y esto es mejor reconocerlo y explicarlo a la opinión pública, que hay que estar dispuestos a pagar ahora este precio, porque, si no, mañana va a ser mucho más alto. Estamos dando un paso en la historia de la integración europea, en la historia de Europa, de la posguerra y de la Guerra Fría”.
Y, mientras eso pasa, Suiza, histórico país opaco, se apunta a las sanciones europeas a los oligarcas, y Finlandia y Suecia, que no están en la OTAN, participan como miembros de la UE en la operación militar comunitaria, lo que de alguna manera les acerca cada vez más a la Alianza Atlántica, en cuya cumbre participaron el viernes como invitados.
AG