A menos de una semana del inicio de la guerra, parece cada vez más probable que el presidente ruso, Vladímir Putin, se dirija hacia una derrota histórica. Puede que gane todas las batallas, pero que pierda la guerra.
El sueño de Putin de reconstruir el imperio ruso siempre se ha basado en las mentiras de que Ucrania no es un país real, los ucranianos no son un pueblo real y los habitantes de Kiev, Járkov y Leópolis anhelan que Moscú los gobierne. Eso es una completa mentira: Ucrania es una nación con más de mil años de historia y Kiev ya era una gran metrópolis cuando Moscú ni siquiera era un pueblo. Pero el déspota ruso ha repetido su mentira tantas veces que aparentemente él mismo se la cree.
Al planear la invasión de Ucrania, Putin podía contar con muchos hechos que ya estaban claros. Sabía que, desde el punto de vista militar, Rusia eclipsa a Ucrania. Sabía que la OTAN no enviaría tropas para ayudar a Ucrania. Sabía que la dependencia europea del petróleo y el gas rusos haría que países como Alemania dudarían al menos al principio en imponer sanciones severas. Sobre la base de estos hechos conocidos, su plan era golpear a Ucrania fuerte y rápidamente, decapitar a su Gobierno, establecer un régimen títere en Kiev y soportar la rabia impotente de las sanciones occidentales.
El pueblo resiste
Pero había una gran incógnita en este plan. Como aprendieron los estadounidenses en Irak y los soviéticos en Afganistán, es mucho más fácil conquistar un país que mantener el dominio sobre él. Putin sabía que tenía el poder de conquistar Ucrania. Pero ¿aceptaría el pueblo ucraniano el régimen títere proveniente de Moscú? Putin apostó a que los ucranianos lo harían. Después de todo, como explicó repetidamente a cualquiera que estuviera dispuesto a escuchar, Ucrania no es un país real y los ucranianos no son un pueblo real. En 2014, los habitantes de Crimea apenas opusieron resistencia a los invasores rusos. ¿Por qué habría de ser diferente en 2022?
Con cada día que pasa queda más claro que la apuesta de Putin está fracasando. El pueblo ucraniano está resistiendo con todo su corazón, ganándose la admiración del mundo entero –y ganando la guerra–. Se avecinan muchos días oscuros. Los rusos aún pueden conquistar toda Ucrania. Pero para ganar la guerra, los rusos tendrían que dominar a Ucrania, y solo podrán hacerlo si el pueblo ucraniano lo permite. Esto parece cada vez más improbable.
Cada tanque ruso destruido y cada soldado ruso muerto aumenta el valor de los ucranianos para resistir. Y cada ucraniano muerto aumenta el odio de los ucranianos. El odio es la más fea de las emociones. Pero para las naciones oprimidas, el odio es un tesoro oculto. Enterrado en lo más profundo del corazón, puede alimentar la resistencia durante generaciones.
Para restablecer el imperio ruso, Putin necesita una victoria relativamente incruenta que conduzca a una paz relativamente falta de odio. Al derramar más y más sangre ucraniana, Putin se está asegurando de que su sueño nunca se haga realidad. No será el nombre de Mijaíl Gorbachov el que se escriba en el certificado de defunción del imperio ruso: será el de Putin. Gorbachov hizo que rusos y ucranianos se sintieran como hermanos; Putin los ha convertido en enemigos y se ha asegurado de que, de aquí en adelante, la nación ucraniana se defina a sí misma en oposición a Rusia.
Historias
Las naciones se construyen, en última instancia, sobre la base de historias. Cada día que pasa añade más relatos que los ucranianos contarán no solo en los oscuros días que se avecinan, sino en las décadas y generaciones venideras. El presidente que se negó a huir de la capital, diciéndole a Estados Unidos que necesitaba “munición, no un viaje”; los soldados de la Isla de la Serpiente que mandaron a un buque de guerra ruso a “irse a la mierda”; los civiles que intentaron detener a los tanques rusos sentándose en su camino. Este es el material con el que se construyen las naciones. A la larga, estas historias valen más que los tanques.
El déspota ruso debería saberlo tan bien como cualquiera. De niño, creció alimentado por las historias sobre la valentía rusa en el asedio a Leningrado. Ahora está creando más historias de ese tipo, pero poniéndose en el papel de Hitler.
Las historias sobre la valentía ucraniana otorgan determinación no solo a los ucranianos, sino a todo el mundo. Dan valor a los gobiernos de los países europeos, al Gobierno estadounidense e incluso a los ciudadanos oprimidos en Rusia. Si los ucranianos se atreven a detener un tanque con sus propias manos, el Gobierno alemán puede atreverse a suministrarles algunos misiles antitanque, el Gobierno estadounidense puede atreverse a bloquear el acceso de Rusia a la red de pagos Swift y los ciudadanos rusos pueden atreverse a demostrar su oposición a esta guerra sin sentido.
Desgraciadamente, esta guerra es probable que sea duradera. Pero la cuestión más importante ya está decidida. Los últimos días han demostrado al mundo entero que Ucrania es un país real, que los ucranianos son un pueblo real y que definitivamente no quieren vivir bajo un nuevo imperio ruso. La principal pregunta que permanece abierta es cuánto tiempo tardará este mensaje en penetrar los gruesos muros del Kremlin.
* Yuval Noah Harari es historiador y autor de Sapiens. De animales a dioses.
Traducción de Julián Cnochaert.
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