LECTURAS

A 55 años del Cordobazo: recuerdos del futuro

29 de mayo de 2024 00:08 h

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La clase obrera cordobesa llegó a mayo de 1969 habiendo entrenado sus músculos en una persistente y dura lucha de clases. Una educación similar había tenido el movimiento estudiantil, el otro destacado protagonista de esas jornadas de furia colectiva.

En ese tiempo, el mundo empezaba a hablar el lenguaje de la rebelión social y de la revolución. La lucha de clases recorría Europa con el Mayo francés, la Primavera de Praga y el Otoño caliente italiano. El estudiantado aparecía como avanzada, apuntando discursiva e ideológicamente contra un sistema capitalista al que las condiciones de bonanza de posguerra empezaban a abandonar. Tras él, irrumpía potente –aunque un poco más moderado– el movimiento obrero. El planeta se conmovía, además, por la heroica –la palabra no tiene nada de exagerado– resistencia del pueblo vietnamita a la ofensiva militar de la principal potencia del mundo, dejando al desnudo los límites del poderío norteamericano.

Esas conmociones tenían que encontrar expresión en la Argentina que regimentaba Onganía. A inicios de 1969, el gobierno de facto empezaba a desdibujarse. Su desgaste reflejaba una progresiva resistencia a las políticas de ajuste. Resistencia que brotaba por todos los poros de la sociedad y que no haría más que profundizarse en el siguiente período. (…)

A fines de aquel mayo tenso, la cúpula nacional de la CGT confirmaba lo evidente: el fastidio social hacia la dictadura de Onganía se había extendido como una mancha de aceite por la superficie del territorio nacional. La conducción de Vandor y Cía. se vio obligada a abandonar el letargo sostenido por casi dos años: convocó a paro nacional el viernes 30 de mayo. Córdoba redobló la apuesta. La unidad sindical permitió adelantar la convocatoria y darle un carácter activo: el paro sería de 37 horas y se iniciaría el jueves 29 de mayo. Formalmente, el Cordobazo estaba llamado. El olor a llanta y madera quemada empezaba a sentirse en el aire.

La clase obrera toma las calles

A las 11 h, como estipulaba la decisión de las conducciones sindicales, se produjo el abandono de los lugares de trabajo. A esa hora, luego de dudas y polémicas, la UTA se había sumado a la medida de fuerza y la parálisis de la actividad era total. Desde diversos puntos se ponen en movimiento poderosas columnas obreras. Marchan al centro de la ciudad. Para ser más precisos, marchan al encuentro de la historia.

El combate ya palpitaba en cada músculo, en cada movimiento de brazos al tomar una barra de hierro o guardar bulones en los bolsillos mientras se dejaban atrás las plantas. Las molotov, lógicamente, se incorporan al arsenal. Lina Averna, obrera automotriz, lo recuerda casi al detalle: “A mí me tocó hacer la punta en el abandono de tareas del 29 a las diez y media. Nos subimos a una estanciera del Smata y enfilamos hacia el centro de Córdoba. Recuerdo que me agarré un susto grande cuando vi en la parte trasera del auto

un montón de molotov.“ (…)

La marea humana iba a chocar con la represión en aquel punto. Las fuerzas policiales, dispuestas a impedir el paso de la multitud hacia el centro, lanzan gases y disparan. La enorme columna se divide. Los enfrentamientos, que se habían iniciado en el microcentro media hora antes, se potencian. Cobran magnitud. Miles de combatientes se despliegan por las calles del barrio Güemes y los campos de la Ciudad Universitaria. La policía retrocede, deseando no dejarse envolver por aquel enjambre obrero y popular.

La ciudad empieza a poblarse de barricadas. En aquel sinfín de corridas, piedrazos y gritos, un levantamiento popular va emergiendo de las entrañas de la movilización y la huelga general. (…)

La fragilidad del poder empieza a hacerse evidente. Sánchez Lahoz, general titular del Tercer Cuerpo del Ejército, llama a la sede de la CGT y entabla un diálogo impotente con el secretario general. Amenaza y aconseja. Advierte de la eventual entrada de las FF.AA. en la ciudad. Al otro lado del teléfono, Miguel Ángel Correa confirma su incapacidad para detener el movimiento en curso. El burocrático dirigente le dice a su interlocutor que “no puede ordenar el cese del plan de lucha” y que esa facultad “es privativa de un plenario”. Los eufemismos son impotencia traducida en palabras (…).

Al poder político se le escapa el control del territorio. Lo retiene, en apariencia, sobre un punto minúsculo de la geografía urbana. La ciudad ya está en manos de decenas de miles de personas que combaten, apoyados por la simpatía de cientos de miles. Cada casa es una trinchera. Cada habitante un partisano: activo o en reserva. (…)

Las Fuerzas Armadas solo podían entrar a la ciudad cuando las multitudes hubieran abandonado la escena; en el momento en que las masas, agotada su energía en el combate, se retiraran del centro de la ciudad en centrífuga dinámica. Lo contrario implicaba poner al Ejército frente a las mismas; “un desastre de consecuencias imposibles de imaginar”.

La resistencia se concentra en Barrio Clínicas. Amparándose en la geografía de las calles estrechas y en la enorme solidaridad de la población, miles de estudiantes y obreros resisten la avanzada represiva. La hostilidad impide avanzar a las tropas; durante una parte importante de la jornada, el Ejército no puede hacerse con el control del barrio. A las 16 h, temiendo nuevas movilizaciones y acciones, el poder militar adelanta el toque de queda. (…)

La lucha dura horas. El avance militar no es un paseo; se combate cuadra a cuadra. Concentrados en los techos, los estudiantes dificultan el accionar de los efectivos. Hacia el final de la noche, sin embargo, el Clínicas ha sido tomado tras una persistente resistencia.

La crónica de estas horas da testimonio, también, del accionar popular en barrios como Yofre, Talleres y Nueva Italia. Se registran intentos de tomas de comisarías, barricadas y enfrentamientos parciales. Esos focos aislados son incapaces de torcer la dinámica general de los acontecimientos. (…)

Los números oficiales contabilizan 13 personas muertas o asesinadas. La memoria popular conservará cifras varias veces más altas. Los heridos se contarán por miles. Los daños alcanzarán montos siderales.

Una semi-insurrección de masas

El Cordobazo conmovió al país. Abrió, como hemos dicho, una etapa revolucionaria a escala nacional. Sin embargo, creemos que es posible precisar aún más la dinámica de los acontecimientos; encontrar los puntos de quiebre que marcan la importancia histórica de esa enorme rebelión popular.

Los hechos, en su conjunto, están estrechamente ligados al llamado a la huelga general. Sin el paro de 37 horas convocado unitariamente por los grandes sindicatos no podrían haberse desarrollado los sucesos posteriores. La narrativa de las conducciones gremiales burocráticas ha apelado a este argumento una y otra vez, buscando rescatar su lugar en la historia.

Décadas antes, conceptualizando distintos tipos de huelgas, Rosa Luxemburg había señalado la existencia de la “huelga de protesta pura”, definiéndola como “un acto aislado puramente político y breve, realizado y completado de acuerdo a un plan y llevado a cabo con prudencia”. La revolucionaria polaca contraponía aquella con la “huelga de combate”, que expresaba un movimiento de lucha que emerge en tiempos de revolución y donde se unifican los objetivos políticos y económicos.

 Desde su génesis, el Cordobazo es más que una huelga de protesta pura. Se inscribe en un ciclo ascendente de movilizaciones que recorren el país y tiene como vanguardia al movimiento estudiantil. No se trata de un hecho aislado. Aún con los límites impuestos por sus convocantes se emparenta, claramente, con una “huelga de combate”. Tiene un carácter complejo, dual, donde los objetivos económicos y políticos de la conducción sindical la empujan a la preparación de una medida de lucha dura contra un régimen represor.

En el fragor del combate callejero, la huelga con movilización se transformó en levantamiento popular. Al hacerlo, convirtió en anacrónicos los planes originales de la conducción sindical. Tras la represión inicial y los asesinatos, la acción de las masas pasó de un estadio defensivo a uno ofensivo. En ascendente dinámica, los enfrentamientos buscaron imponer la derrota a las fuerzas policiales. Lejos de replegarse ante las balas y los gases, trabajadores y estudiantes –conscientes de su superioridad numérica y del apoyo de la población– avanzaron paso a paso sobre cada esquina y cada cuadra.

La clase obrera, la juventud y el conjunto de la población, enfrentando la represión policial, se convirtieron en protagonistas de un hecho de indiscutible valor histórico. Se asistió, en los hechos, a lo que Lenin definió –décadas antes– como una acción histórica independiente de las masas; un proceso de movilización donde estas superan el control de sus direcciones burocráticas, enfrentando decididamente al poder político estatal y quebrantando, en esa dinámica, la legalidad del propio régimen. Ese tipo de acciones pueden implicar un giro en la historia; el punto de partida de una nueva temporalidad social y política. Y el Cordobazo lo fue.