Viví muchos años a la vuelta de una plaza con nombre de epopeya: Éxodo jujeño. Nos habían enseñado que el general Manuel Belgrano había diseñado una estrategia de tierra arrasada con su Ejército del Norte en Jujuy. La población entera debía dejar sus casas y las pertenencias que no pudieran acarrear e incendiarlo todo para que las tropas realistas que avanzaban no hicieran una masacre ni pudieran reabastecerse para seguir desplegándose en el territorio. Según esta historia, el General había emitido un bando en el cual amenazaba de muerte a quienes no cumplieran con la orden impuesta, que implicaba un desplazamiento forzado hacia Tucumán, luego a Córdoba. Según esta historia también, solo algunos hacendados y comerciantes adinerados no habrían acatado la orden, pero de todos modos, el plan se llevó a cabo y el 23 de agosto de 1812, el pueblo jujeño abandonó la provincia después de quemar casas y sembradíos. Todos los años para esa fecha, la población conmemora la epopeya.
La pueblada en Jujuy y la represión contra los pueblos indígenas, docentes, niños, mujeres, jóvenes, militantes, piqueteros y un largo etcétera ordenada por el gobernador Gerardo Morales, luego de establecer una reforma inconstitucional en su provincia para alentar el extractivismo, la producción minera y de litio y reprimir la protesta social, me llevó a aquel tiempo, al siglo XIX, previo a la conformación del estado nacional, pero también a otros dos momentos, uno del siglo XX y otro de este siglo, el XXI.
Algunos análisis políticos de los hechos recientes lo caracterizaron como un “laboratorio” de prueba para un porvenir que se presenta incierto y duro. Hubo muchas imágenes muy fuertes en Jujuy y un fuerte cerco mediático, compensado por las filtraciones por redes sociales de imágenes y declaraciones que dejaron en evidencia la violación de los derechos humanos, particularmente de los habitantes de los pueblos ancestrales. Chicos que perdieron un ojo, mujeres con sus trenzas y sus polleras y sus bebés “quepidos” corridas por la policía hicieron oír sus voces en videos que circularon por WhatsApp, en redes y en los medios que las escucharon. Un hombre le dijo a un periodista: “Esto es pueblo contra pueblo”, refiriéndose a la policía local, que cobra bajos sueldos, mientras se escuchaban los disparos.
La palabra me llevó al libro de Ana Jemio, socióloga tucumana, Tras las huellas del terror (Prometeo), donde contradice la teoría que siempre se tuvo por cierta sobre el Operativo Independencia. En una entrevista que le hice para elDiario.AR, Jemio explica por qué ese hito histórico no fue, como se sostiene, un “laboratorio”, sino que ya las fuerzas operativas estaban en marcha y ahí se instalaron los primeros campos de concentración. Jemio afirma: “El genocidio no comienza en Argentina el 24 de marzo de 1976, sino en febrero de 1975 en Tucumán”. Sin embargo, aquella vez el ataque fue sobre todo contra los trabajadores de los ingenios, militantes peronistas y de izquierda y (eran los 70) guerrilla.
La represión en Jujuy, en cambio, sí puede leerse como un “ensayo”. El despliegue de fuerzas de seguridad con sus armas largas, cascos y escudos me hace pensar en un ensayo, no sólo científico, sino teatral: una puesta en escena que necesita pruebas para confirmar que esto no es ficción, que es real.
Por otra parte, si queremos inscribir el hecho en la historia argentina, sin duda el Jujeñazo sería el último, hasta ahora, de los -azos, que son numerosos, tienen como antecedente el Cordobazo, el 29 de mayo de 1969 (ese mismo año ocurrió el Tucumanazo), y más cercano en el tiempo, el Argentinazo, que también estuvo “sonando” en nuestras campanas estos días (no por laboratorio, que no lo fue, sino por el poder represivo del estado frente a la pueblada), sobre todo a partir del estreno en Star+ de Diciembre 2001. La docuserie dirigida por Benjamín Ávila alterna imágenes de archivo con la representación de actores y está centrada en los tejes y manejes del poder. Desde otros lugares lo había analizado esta servidora en el artículo “El acontecimiento: la rebelión de 2001 en la serie de puebladas de la historia argentina”, que publicó la revista Cuaderno de la Biblioteca Nacional, cuando se cumplieron 20 años de ese hecho bisagra en la historia reciente. Y puede bajarse de aquí.
El Operativo Independencia en el siglo XX, el Argentinazo recién comenzado el XXI, el Jujeñazo ahora, cuando todos los fantasmas se reavivan y se agitan. ¿Qué tiene que ver todo esto con el Éxodo jujeño? ¿Por qué tantas vueltas? Porque buscando explicaciones fui a dar con una docuserie de canal Encuentro que desmitifica lugares comunes sobre la epopeya. Si bien muestra el valor y el significado que tiene como un hecho fundante en la identidad popular jujeña, en el episodio “La historia de la historia” cuenta otra versión. Una serie de entrevistas a historiadoras que investigaron en documentos, en un trabajo arqueológico, lleva a concluir que: no hubo quema de casas ni de tierras ni de cultivos; no hubo sacrificio ni desplazamiento masivo del pueblo jujeño; no se encontró el bando de Belgrano con la amenaza de muerte a quienes no partían con él al insilio. Algunas familias poderosas ya se habían trasladado antes, lo mismo que familias indígenas que se habían ocultado en la cordillera, y apenas un puñado de hombres lo acompañaron en la retirada. Y nunca nadie habló de “éxodo”, ni el propio Belgrano; la palabra no figura en las crónicas de la época.
El primero en escribir la palabra referida a esa gesta fue el historiador Joaquín Carrillo en 1877. Y un siglo después del hecho, Ricardo Rojas (Tucumán, 1882-Buenos Aires, 1957), en el centenario de la creación de la Bandera Nacional, escribió por encargo “Archivo Capitular de Jujuy”, dándole entidad nacional al acontecimiento, pero también “metiendo mano” en el relato, volviéndolo épico. Como Belgrano, Rojas fue un defensor de las culturas originarias, fue rector de la Universidad de Buenos Aires, escribió la primera Historia de la Literatura Argentina, fue un radical proscripto por el primer golpe militar del siglo XX. El Centro Cultural Rojas le debe su nombre.
La ficción de Rojas vuelve a demostrar su potencia transformadora de lo real, pero en una dirección muy diferente que la del ensayo violento de hoy en Jujuy. Que no haya ocurrido como él lo contó no habla mal del pueblo jujeño, sino todo lo contrario: habla de un gran poder de resiliencia, de valentía, de supervivencia. El Jujeñazo vuelve a mostrar eso que sabemos: que los pueblos resisten, que cuentan su propia historia.
Como corolario, y porque nos interpela hoy con fuerza, vale la pena volver a escuchar a Serrat en “Padre/Pare”, cuando dice que “el río ya no es el río”, “el campo ya no es ese campo”, que “ellos son los que han matado la tierra” y que “nos han declarado la guerra”. Miren, oigan, aquí:
GS