Relatos

Mi amiga poeta

6 de marzo de 2021 02:10 h

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Salvé a una mujer de morir. Paré el tránsito con mi cuerpo. Los autos frenaron casi en mis pies. Tres hombres la sacaron de la calle, ella se resistía y tiraba patadas al aire. Quería golpearme. Uno de los hombres me dijo que me fuera, que si no la que iba a morir era yo. Un par de días después la crucé por el barrio. No parecía estar tan mal como para querer morir. No quería que me viera y no me vio, aunque no pude dejar de mirarla. No parecía estar tan bien como para soportar toda una vida.

Clara Muschietti, La vida normal, Overol.

Clara es poeta, pero hace veinte años estudiaba teatro y sacaba fotos. Al igual que a esa señora y sin saberlo, a mí me salvó, no de un auto, pero sí de ser aplastada por la imposibilidad de nombrar.

La semana pasada la invito a leer en una lectura que organizo, me pregunta acerca del protocolo, dice que ve a su madre y a su padre y que no quiere exponerse innecesariamente. Si no me equivoco, la última vez que intercambiamos mensajes, que no fue hace tanto, me dijo que había visto una película que se hizo basada en un libro que escribí, y qué emoción le daba todo, el curso de los acontecimientos, y lo que habíamos hecho de nuestras vidas, en todo este tiempo.

Clara, hace poco más veinte años, a mí me salvó. Cuando le pareció que ya era demasiado que durmiera en la cama que se sacaba de debajo de la de ella, tantas noches, y tantos otros días sin poder hablar, sin poder decir. Esa amiga me llevó al Alvear a que me hicieran una entrevista para poder recibir ayuda psicológica gratuita. En esa entrevista en la que me preguntaron, entre otras cosas, si oía voces y aunque no me recibieran por tener obra social, por lo menos pusieron en movimiento mi voluntad de hablar con alguien y eso me condujo, también gracias a mi amiga, al sillón de la psicóloga de nombre por apellido, igual que yo, siempre, confiando en las señales.

Lo que me había terminado de hundir en el pozo en ese momento había sido la muerte del Potro Rodrigo. No es que yo fuera particularmente fanática de él ni mucho menos, aunque sí me simpatizaba. Pero Rodrigo era joven, fresco, bonito, le iba bien y podría haberse pensando que tenía todo por delante pero no, y claro que no, y va y se muere así de un soplo, en un accidente totalmente estúpido y evitable, así se va a morir. Y recuerdo que vi un programa de Susana Giménez al que va la novia del momento de él, no sé si era su mujer, su última novia al fin, y la tienen ahí maquillada sentada en el sillón y ella que no da crédito porque todo acaba de pasar y lo que menos se entiende de todo es qué demonios hace ella ahí maquillada en ese sillón, cuántas personas no la cuidaron para que a ella le pareciera una buena idea ir a sentarse ahí, y yo la veo en la paleta saturada de Telefé, naranja flúo en la piel, deshecha en ese sillón, respondiendo a preguntas sin sentido/destino, construyendo una historia de amor, y a la mí de ese entonces se le desmorona todo, sólo se puede morir, y entonces para todo qué, para qué todo, para qué. Asumo que es por la época de la muerte del Potro que esa amiga que me salva me lleva al Alvear, que me conduce a la señora que me recibe en su diván y todo eso hace que algo en mí se salve o se comience a salvar, de toda esa desazón.

Clara, en la clase de teatro en la que nos conocimos, me invitó a participar de una escena. Yo era tímida, hablaba poco, ella se me acercó. Lo más parecido al ¿querés ser mi amiga? que se pueda imaginar. No mucho después ya me había prácticamente instalado en la casa de su mamá con ella, sus hermanes, sus perros y sus gatos. Asistí al nacimiento de una tirada de gatitos que se arrastraban a nuestro alrededor. Clara nos sacaba fotos, ensayábamos escenas en su habitación, me prestaba ropa e íbamos al teatro y fiestas del ambiente teatral. En esas fiestas o en otras ocasiones, si andaba sola alguna de nosotras, igual se referían a nosotras en plural. A fin de año presentamos una escena en las clases de actuación: Clara hacía de una anciana malvada que me maltrataba a mí, que era una chica que la cuidaba. Transcurría durante la Navidad y ella no me dejaba ir a ver a mi familia, me forzaba a quedarme con ella. En la escena usábamos un intercomunicador de los 80 's que habían usado mis padres cuando éramos bebés. La anciana de Clara armaba rompecabezas y aunque las piezas no correspondieran, ella las hacía encajar a la fuerza con el puño y gritándoles: ¡Quedáte! 

También, cuando la conozco a mi amiga porteña tan de barrio de capital, le presento a mi familia en el conurbano como la de unos ignorantes y obtusos y cuando ella finalmente los conoce, y tarda bastante en conocer porque siempre soy yo la que va a capital, hasta que un buen día ella se toma el tren o el colectivo, no sé qué será y llega a la casa familiar y conoce a mi mamá y conoce a mi papá, y se entera por los portarretratos con fotos familiares que había un miembro más, una hermana que omití, que no mencioné, en meses de amistad, que venía de morir, hacía dos años nomás, y la amiga que me salva que no da crédito, me mira y aunque no le encajen las piezas no es a los golpes que las va a hacer encajar esta vez. Descubre en mi madre y padre a dos personas decentes y cariñosas y eso le cambia la mirada sobre mí, la orate que omitió el duelo, que omitió la amabilidad. La amiga que me salva me devuelve a mi familia en ese momento de alguna manera, me dice mirá me parece que son buenos y te quieren y te tratan bien y mirá me parece que se murió tu hermana y no lo estás pudiendo contar. Mi amiga que es poeta y que siempre lo fue, aún cuando hacía otras cosas, me salva y me devuelve a mi familia cuando me devuelve la posibilidad o la necesidad más bien, de decir, de contar.

RP