Hoy en día el amor está desanudado de las formas simbólicas que en otro contexto configuraban definidamente qué era lo que se esperaba de cada quien, particularmente para el hombre y la mujer, dentro de una relación.
Hoy es extraño lo que ocurre cuando alguien se encuentra con la pasión amorosa. No sabe muy bien qué tiene que hacer, qué tiene que esperar, qué puede pedir, puede ser que se pregunte con ansiedad qué es lo que le pasa al otro.
Dicho de otra manera, me refiero a cierta desestabilización de las identificaciones de la pareja, cierta disolución de los roles simbólicos de la pareja. En cierta ocasión, Jacques Lacan ubicaba como ejemplo de palabra plena la expresión tú eres mi mujer; en última instancia Lacan ponía a la palabra amorosa en la dimensión del pacto. Es una de las formas simbólicas que situaba, junto con el tú eres quien me seguirá, propio de la filiación, de la inscripción del nombre del padre.
Este aspecto no me parece menor, porque Lacan lo plantea en un seminario sobre las psicosis... cierta disolución de los roles simbólicos en la pareja da cuenta de lo que hoy en términos generales se presenta como un desconcierto en lo atinente a la vida amorosa. Estamos todos medio psicotizados por el amor; podríamos plantear una especie de psicosis generalizada de la vida amorosa.
Cuando digo “psicosis generalizada” me refiero a ciertos sentimientos personales y también a la interpretación de lo que le pasa al otro, en un contexto en el que no podríamos dar por sentado ciertos roles o exigencias simbólicas –al usar estos términos me refiero no tanto a lo que podríamos pensar como un estereotipo de género, sino a cierta incumbencia con algunos actos específicos.
Lo podemos pensar en clave histórica. El encuentro amoroso –salvo que fuera una situación que estuviese condenada socialmente–, al menos garantizaba que dos personas iban a volver a verse, porque eso suponía algún tipo de compromiso. Con esto me refiero a algo que es más que un estereotipo y que se relaciona con la dimensión del acto. Entre dos personas, cuando pasa algo, se espera que eso tenga un retorno y si no ocurría eso, ahí sí aparecían ciertas condenas públicas. Un ejemplo típico: quien dejaba plantado a alguien en el altar, tenía que irse a vivir a otra ciudad, no podía seguir caminando por la calle. No estar a la altura de ciertos actos implicaba tener que irse. No era algo que pasara desapercibido.
Ahora bien, hoy es cada vez más frecuente que cuando alguien nos cuenta que tuvo un encuentro con alguien, aparece inmediatamente la inquietud de “no sé qué va a pasar”. Quienes lo pueden decir con cierta ironía lo plantean como “si es que nos vamos a volver a ver”, dado que eso no está asegurado. Creo que en cierta medida la demanda amorosa se volvió especialmente intensa por esa erosión de los roles simbólicos.
Esto muestra la precariedad de los vínculos amorosos. Como decía recién, muchas personas se mantienen en ese nivel: “Si es que sigue, si esto dura”. La pregunta por la duración es muy frecuente. A veces con cierto escepticismo alguien dice “Bueno, mientras dure…”. Y, por otro lado, cuando la relación no está articulada con lo simbólico, recae sobre lo imaginario y se vuelve una demanda especialmente intensa –que es lo que encontramos en las nuevas figuras de control dentro de las relaciones amorosas, que a veces se diagnostican como toxicidad.
En esta línea, es notable cómo de un tiempo a esta parte las relaciones amorosas empezaron a evaluarse dentro de los patrones de salud. Cuando hablamos de lo tóxico, estamos haciendo una evaluación en términos de lo saludable. De hecho, a veces se piden tips para una relación sana. ¿Cómo es el amor sano? Eso es algo totalmente novedoso. Hace un siglo no se evaluaba al amor en términos de “salud”. Tendríamos que preguntarnos qué se modificó para eso. De hecho, las mejores páginas de algunos de los seminarios del Lacan de la década del ’50 y un libro como Fragmentos del discurso amoroso, de Barthes, todo el tiempo insisten en lo patológico del amor, pero porque no está considerado como lo opuesto a lo sano, sino lo patológico en el sentido de la pasión, de estar afectado por un pathos.
Hoy se desplazó el amor hacia la dimensión de la salud, cuando antes de esta evaluación del amor, estaba más sostenido por una dimensión simbólica, lo establecido era una dimensión ética, o sea un amor pensado en función de actos. De ahí que se pudiera decir de alguien que fuera un “cobarde” (para amar) y que la dimensión de la vergüenza fuera muy importante también en la vida amorosa. De ahí que también, hay ciertos actos que conciernen a alguien.
Si estar afectado por una pasión dirige hacia ciertos actos, en última instancia hay un reconocimiento mucho mayor de la no-complementariedad. Cada cual tiene que responder al acto que le concierne, mientras que, si algo caracteriza a la perspectiva imaginaria actual de la salud, es que se plantea al amor en términos de “hacernos bien” –una reciprocidad que no es igualitaria, como pretende, sino que destituye la disimetría del lazo.
El amor no inscribe la necesidad de un acto de simbolización. Cada uno quiere inventar el rol que quiere tener con otro. Casi al estilo de la creación delirante
“Tenemos que hacernos bien”, así son los enunciados generales, al estilo “mientras la pasemos bien”. Por otro lado, esta actitud vira hacia una demanda o particular posición en el amor hoy en día, en el planteo de quienes dicen que no buscan algo serio. Esto es parte de esta interpretación saludable del amor. “Disfrutémonos en el aquí y ahora, mientras sea en este momento”. Pareciera que ahí queda más claro que la cuestión está planteada en términos de “Mientras nada del acto se nos imponga, está todo bien”. El amor tiene que estar por fuera de la dimensión del acto: el amor salud, el amor sano, es un amor que está corrido de la evaluación respecto de algún acto. No exige actos. Donde empiezan a aparecer los actos y la exigencia de actos, aparece lo que se dice a veces como “me da paja, ya se puso demasiado intenso”.
Me parece que podríamos hablar, tomando esta idea de tomar a la psicosis como modelo para pensar la demanda amorosa hoy, de que efectivamente hay una forclusión del acto. El amor no inscribe la necesidad de un acto de simbolización. Cada uno quiere inventar el rol que quiere tener con otro. Casi al estilo de la creación delirante. Cada cual crea el “qué somos, vayamos armándolo entre los dos, veamos qué es esto”. Y por momentos en esa creación, nada amarra y es solamente una formación restituida, una forma de ir poniéndole asintóticamente un nombre a algo que se trata de que no se acerque demasiado a esa dimensión de acto.
La destitución de ciertas funciones simbólicas lo que produjo de un tiempo para acá es cierta desorganización, una pérdida del compromiso, una intensificación de las demandas
De ahí que muchas personas cuando empiezan a salir con alguien nombran al otro de una forma muy anónima. Ya no dicen “mi pareja, mi novio”, ni hablar marido y esposa porque esos roles ya no existen más. Sino que puede ser que alguien diga durante mucho tiempo “la chica con la que estoy saliendo”, puede ser que durante mucho tiempo nos hable de ella en esos términos. Que a veces ni siquiera la nombre por su nombre, como si fuera anónima. A veces se nombra al otro por alguna función.
Lacan dijo alguna vez que “El amor es amor por un nombre”. Creo que esa dimensión o esa forma del amor por un nombre ya no tiene tanta vigencia. Que el amor sea amor por un nombre, tenía como expresión el amor por el nombre de la persona amada, que se escribía en un corazón u otro tipo de gesto. Esto muestra que hay algo del amor que implica la nominación. Si el amor no supone la nominación, queda desenganchado de su dimensión simbólica, es un amor que no nomina. Por eso, a algunas personas cuando empiezan a salir, después de un tiempo, quizás se les impone la pregunta “bueno, y ¿qué somos?”. Yo escucho a muchas personas que a veces llevan un buen tiempo viéndose con alguien, y por todos los medios esa pregunta del qué somos se evita o se difiere. “Mantengámonos en el nivel de nos gustamos, del presente, del aquí y ahora”. Pareciera que, desde cierto punto de vista, uno podría decir “nos soltamos de las amarras de la institución que nos oprimía, y hoy en día somos más libres para amar”. Respecto de esto, no sé si somos mucho más libres en cuanto a amar, más bien, creería que el amor se enloqueció bastante. No sé si es que somos más libres para la realización amorosa. Más bien la destitución de ciertas funciones simbólicas lo que produjo de un tiempo para acá es cierta desorganización, una pérdida del compromiso, una intensificación de las demandas.
Las condiciones del encuentro amoroso se modificaron y quizás hablar de encuentro amoroso es hasta un poco optimista, en el amor no siempre hay encuentro. Hay algo de lo que se llama la experiencia amorosa que hoy no necesariamente encuentra.
LL