Estaba al lado de mi hijo y me quedé dormido y de golpe sentí una mano que recorría mi cara, iba lenta por los bordes del mentón, la cabeza, como si estuviera haciendo un registro facial, como si hubiera algo en la cara que él no podía observar mientras yo estuviera despierto. Eran caricias de exploración. La cara de tu padre dormido. Salvo que ahora yo estaba con los ojos cerrados y no estaba dormido, pero no quería perturbar con ningún movimiento esto que me estaba sucediendo: mi hijo de siete años examinaba mi rostro. Sentí que estaba sucediendo algo inaudito: te perdés en un bosque y de golpe te encontrás con un animal que pensaban extinguido que se acercó para verte. Es un segundo y si vos no mantenés la calma el animal se va a ir.
¿Por qué miramos a los animales? Tal vez sea la añoranza de un mundo perdido que ellos encarnan. No sé. Cuando era chico me dormían leyéndome un cuento, la mayoría de las veces sobre animales. Después uno entraba en el sueño con esa fábula en la cabeza y el inconsciente se ponía a armar historias extrañas. ¿Por qué mientras dormimos y soñamos y creamos historias somos geniales y cuando nos despertamos somos incapaces de poner una palabra detrás de otra y quedamos presa de cómo se debería escribir? En la soberanía del sueño, un personaje puede estar armado con tres personas que conocimos y el rostro de ese personaje puede ser el resto diurno de alguien que vimos fugazmente en la calle o en la tele antes de dormirnos. Pero cuando estamos despiertos y lo queremos escribir el personaje es chato o, a veces, la persona que lo inspiró ejerce sobre nosotros una dominancia que nos hace no poder cambiarlo, modificarlo: ahí es cuando la realidad funciona en contra y un poeta debe hacer que la realidad funcione siempre a su favor.
Yo creo que la canciones de Nirvana son tan pegadizas porque, a pesar de su momento hardcore, tienen en el fondo la melodía de las canciones de cuna: hay algo beatle en el corazón atormentado de Kurt Cobain.
Pensaba en los animales porque la próxima vez que lo vea a mi hijo Julián le voy a leer un libro que me produjo una gran emoción, se llama Mara, apuntes sobre la vida de un elefante. Está escrito por Paula Bombara e ilustrado por Raquel Cané. El libro narra la vida de Mara, una elefanta asiática que nació en la India y que tuvo una larga vida que la llevó a recorrer Europa y recalar en América del sur. Bombara escribe hablándole a Mara: “Estuve averiguando cosas sobre tu vida, Mara”. Ese registro lo vuelve muy íntimo al libro y le sirve también a la autora para narrar datos biológicos de la vida de los elefantes y datos biográficos de los desplazamientos de Mara por el mundo. Mara fue vendida a un lugar en Hamburgo donde se celebraba una feria de animales exóticos y ahí fue comprada por una familia que tenía un circo. Mara fue domesticada en el circo y tuvo una relación hermosa con uno de sus cuidadores, pero después la vendieron a otro circo y tuvo que padecer extrañar a su primer cuidador. Y después vino otro circo y otro cuidador y al final el circo quebró -ya en Buenos Aires- y Mara y otros animales quedaron a la deriva en una parque, alimentados por la generosidad de la gente. Hasta que los pudieron trasladar al zoológico de la ciudad, donde Mara convivió con otras dos elefantas con las que no se llevaba bien.
En el disco doble de Almendra está la canción “Los elefantes”. Es hermosa. De hecho, la música se mueve siguiendo el lento ondular de estos animales gigantes y que parecen venidos de un tiempo en que las cosas parecían durar más. “Vamos a verlo andar, mientras sea un elefante hasta el final”, canta Spinetta. Y después dice que si uno se mimetiza con ellos, podrás tener “una blanca, blanca calma”. Hemingway escribió cuentos magníficos. Me gustan mucho más sus cuentos que sus novelas. En “Colinas como elefantes blancos”, una pareja espera un tren mientras discuten algo que los perturba. Siguiendo la técnica del témpano que utilizaba el escritor (en el exterior se ve un poco, pero por debajo la masa de hielo es más grande y profunda), lo que produce la acción del cuento, lo que perturba al cuento nunca sale a la vista en la narración. Es una pareja que se ama -o eso dicen- y que están por vivir un momento traumático -posiblemente la mujer se vaya a hacer un aborto- pero quién sabe. En un momento la mujer, mientras mira una colina que está detrás de la estación de tren donde esperan, dice: “Parecen elefantes blancos”. El hombre dice que nunca vio un elefante, así que no puede opinar. Cuando el cuento ya está bastante avanzado, la mujer le pregunta si van a volver a ser felices y si entonces ella podrá decir con certeza “que las cosas son como elefantes blancos y que a vos te guste”.
A Mara decidieron liberarla -después de miles de trámites- en un santuario en el Mato Grosso, Brasil. Tuvieron que monitorearla porque al vivir domesticada y atendida por los humanos, se había debilitado y no sabía vivir de manera salvaje, defenderse de los enemigos, buscar comida. El 13 de mayo del 2020, Mara salió de una caja en la que la llevaron -le costó mucho salir, lo pensó bastante- y empezó una nueva vida en esta libertad controlada. Todos tenemos una libertad controlada. No hay afuera del Mercado. Las personas en condición de calle no sólo son una tragedia en nuestra sociedad, sino que funcionan como señaladores del capitalismo que te muestra lo que te puede pasar si no hacés bien los deberes.
Mara tuvo que atravesar miles de situaciones de duelo, dolor, fue llevada de un lado para otro, vendida, amada por sus cuidadores, domesticada, debilitada. Sus patas al no estar en constante movimiento -como lo hacen los elefantes en la selva- se lastimaron. Imaginemos que ahora ha logrado sanar sus traumas, que ahora está libre moviéndose por primera vez en su vida en un lugar amable. Cuando nos cruzamos con alguien desconocido en la calle, tendríamos que saber que esa persona tal vez, en el día, como Mara, viene de librar miles de batallas. Estaríamos más atentos, los trataríamos mejor. Y podríamos decir, sin problemas, que ciertas cosas, bajo determinada luz, son como elefantes blancos.
FC