Las grandes crisis de la democracia argentina tienen un hilo conductor que puede reconstruirse respondiendo a la pregunta: ¿cómo “desaparece” el cash en esos contextos? Revelador clave de las perturbaciones colectivas, el dinero es símbolo y método de las hecatombes financieras locales.
En 1989 la desaparición del valor del austral por el contexto hiperinflacionario fue un claro indicador de la desigualdad frente al acceso de bienes básicos de consumo. A medida que el dólar americano se devoraba la moneda nacional las barriadas más pobres se plagaban de ollas populares y de saqueos. En 2001 la estabilidad cambiaria le restaba atención a la cotización del dólar para concentrarla al nivel de los depósitos. Cuando estos llegaron a índices insostenibles el gobierno optó por poner un torniquete a la salida de dinero de los bancos. Este “corralito” produjo la segunda desaparición del cash de la era democrática. En ese verano caliente de principio de siglo, con la restricción a la circulación de efectivo, los barrios vulnerables se secaron de pesos. Esta segunda desaparición reflejaba la desigualdad en el mercado de trabajo, los más afectados fueron los desempleados y quienes hacían changas o trabajos informales. En marzo de 2020 el confinamiento dispuesto por el gobierno argentino produjo la tercera desaparición del cash de la era democrática. Esta no es igual a la de 1989 ni a la de 2001, tiene su origen en medidas de cuidado de la salud pública que dispararon una dinámica de desigualdades inédita.
Hasta mediados de septiembre esta fue la primera crisis de la era democrática donde la voz experta autorizada que ocupa el espacio público no la tomaron los economistas sino los epidemiólogos. Los de cantidad de muertos, enfermos y test realizados fueron los números públicos que reemplazaron a la cotización del dólar (1989) y al riesgo país (2001) para hacer inteligibles los acontecimientos que se desarrollan en el medio de la pandemia.
La sociedad argentina se encuentra desde hace décadas en un estrecho desfiladero donde el déficit estructural de su economía para generar los dólares que necesita para su desarrollo y el aumento de la inflación son pinzas que recortan el margen de maniobra de la política económica. Cada ciclo político se enfrenta también con otra evidencia tan persistente como cualquier dato macroeconómico. Gobiernos militares o democráticos, peronistas o radicales han chocado sistemáticamente con el dólar como moneda popular argentina.
Como contamos en Dólar. Historia de una moneda argentina (Crítica, 2019) el lento pero progresivo proceso de la popularización del dólar en la Argentina se desplegó desde la tercera década del siglo XX hasta la segunda del XXI.
La primera etapa de la popularización se ubica entre fines de la década de 1950 y principios de la de 1970, un período signado por una fuerte inestabilidad política y económica que se manifestaba, entre otras cosas, en una serie de devaluaciones periódicas de la moneda nacional. En ese período el dólar dejó de ser referencia exclusiva para los expertos de la economía o de la política y empezó a resultarle familiar a un público más amplio. La prensa cubría los movimientos bruscos del mercado cambiario, la publicidad convirtió al dólar en unos de sus íconos, la moneda norteamericana empezó a estabilizarse como termómetro de la realidad económica y política. Desde mediados de la década de 1970 hasta fines de la de 1980 –durante lo que los economistas suelen denominar régimen de alta inflación– la popularización del dólar se expandió y profundizó: una proporción creciente de distintos sectores sociales lo incorpora a sus repertorios financieros. Al mismo tiempo, algunos mercados domésticos pasan a utilizar el dólar como unidad de referencia y medio de cambio. En 1977 aparecieron los primeros avisos clasificados que nominaron en dólares los precios de los inmuebles a la venta.
La hiperinflación de 1989 señala sin dudas una inflexión en ese proceso. Ese año, que es también el del primer cambio presidencial posterior al regreso de la democracia en 1983, el dólar ocupó toda la atención pública: la fijación de precios y la realización de pagos en esa moneda alcanzaron a los servicios más cotidianos.
Tras esa experiencia de crisis monetaria terminal, que tuvo en la profundización del bimonetarismo una de sus principales expresiones, no llama la atención que el régimen de convertibilidad (1991-2001) haya sido planteado como un intento de legalización de prácticas que ya estaban extendidas, es decir, calcular, pagar, ahorrar e invertir en dólares. Las dramáticas consecuencias de ese proceso quedaron al desnudo en la crisis de 2001.
El nuevo ciclo político que se inició en 2003 no significó el fin del largo proceso de integración de la moneda norteamericana en los repertorios financieros de los argentinos, pero sí introdujeron algunas novedades en esa historia de larga duración. Cuando el gobierno de Cristina Kirchner restableció controles cambiarios con el propósito de frenar la caída de reservas, los opositores a su gobierno se movilizaron para reclamar por un nuevo derecho fundamental en Argentina: poder comprar dólares libremente. En ese periodo la desdolarización de la economía fue definida como una batalla cultural central por el gobierno. La asociación entre participación en el mercado cambiario y reclamo de derechos tendrá gravitación importante en el resultado de las elecciones que llevaron a Mauricio Macri a la presidencia de la república. En la campaña electoral de 2015 el candidato opositor prometió a su electorado que una vez que asumiese iba a liberar el mercado cambiario y cumplir con esta demanda de derechos. A la semana de ganar las elecciones, puso fin al “cepo” aunque estas medidas dejaron severas consecuencias para el resto de su mandato. Mientras el gobierno logró financiamiento externo – a condición de un feroz endeudamiento- pudo mantener el mercado cambiario liberado. Sin embargo, en el año 2018 este financiamiento tuvo un final abrupto y durante largos meses la moneda argentina tuvo bruscas devaluaciones. La suerte del gobierno de Macri quedó atada a un dólar que sin restricciones lo terminó sepultando. Con las elecciones de octubre de 2019 el peronismo volvió al poder sin saber que durante su primer año de gobierno Alberto Fernández debería cursar un seminario intensivo de gestión de una pandemia global.
La cultura es una palabra maldita a la hora de analizar el lugar del dólar en la sociedad argentina. Movilizada para iluminar cierta tendencia irreversible de la “preferencia” de los argentinos por la moneda norteamericana o estigmatizada como fuente de la ignorancia que oculta los verdaderos comportamientos racionales de los agentes económicos que orientan esta predilección. Ni una cosa ni la otra. Por un lado, la socio-historia de la popularización del dólar en la sociedad argentina muestra que el lugar que adquirió la moneda norteamericana fue un proceso lento y de larga duración. Por lo tanto, como todo proceso de esta naturaleza es susceptible de revertirse, transformarse, se encuentra lejos de ser un hecho inamovible. Por otro lado, la imagen de actor racional es “desperfecta” con respecto a una cultura monetaria que aloja significados y usos del dólar no tan evidentes.
El estudio de las culturas monetarias importa porque las personas no son una tabula rasa en sus relaciones con el dinero ni el dinero funciona en la vida social siempre de la misma manera sin importar el contexto y el lugar. Una cultura monetaria formateada por la popularizacion del dólar impone una ley de hierro a la democracia existente.
Los actores políticos (oficialistas y opositores) miden sus chances de éxito o fracaso a través del escurridizo valor de la moneda norteamericana. Más se escapa el dólar, más se aleja para el gobierno la posibilidad de un triunfo electoral. Mientras tanto, los ciudadanos de a pie no pueden dejar de prestar atención a las oscilaciones del billete verde. En ellas leen el rumbo de la economía, y también las alternativas de la política. Ignorar esa cifra que los medios de comunicación informan a diario equivale a quedar excluidos de la vida política. Unos y otros atan su suerte al dólar.
Esta ley de hierro es tan fuerte que incluso en tiempos extraordinarios el valor del dólar en el mercado cambiario opacó hasta el número de muertos y enfermos por covid-19.