Opinión

El atentado que planearon, el juicio que orquestaron

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Había hablado con ella algunas horas antes. Después de una negociación tensa con el entonces ministro de Economía, Sergio Massa, por el Refuerzo Alimentario para Adultos sin Ingresos,  –una transferencia a familias en situación de indigencia equivalente al 50% de la canasta básica alimentaria– Cristina me llamó para confirmarme que se había destrabado el tema. Se iba a pagar en los dos últimos meses del año y se realizaría una evaluación de su continuidad en el Palacio de Hacienda. 

Era un alivio para nosotros. El Movimiento de Trabajadores Excluidos estaba en pie de guerra. Los tres diputados de Patria Grande estaban dispuestos a romper el bloque si no se tomaba una medida compensatoria para los sectores humildes cuyo ingreso se había deteriorado seriamente tras el lamentable acuerdo con el Fondo Monetario Internacional elevando la tasa de indigencia a un 9% y la de pobreza a un 44%. Stornelli me había imputado por “sedición” en el marco de las protestas para impulsar esta propuesta. Pero era la diferencia entre comer y no comer para, en ese entonces, más de cuatro millones de argentinos indigentes. 

Como no podía ser de otro modo, me quejé por algunos criterios de implementación que reducían el universo de los beneficiarios. Cristina me dijo una de sus frases: “Vos siempre corriendo el arco”. Hasta ahí llegábamos. La gestión económica conservadora de Sergio Massa no daba para más. 

Terminada la conversación, lo compartí con los compañeros. Estábamos agradecidos con Cristina por cinchar nuevamente para los pobres. Teníamos esperanza en que esta medida fuera el primer paso para un Salario Básico Universal que –sin intermediación de ningún tipo– llegara a todos los trabajadores informalizados para garantizar la eliminación de la indigencia y una drástica reducción de la pobreza.

Pocas horas más tarde, vi el video de un arma sobre la sien de esa mujer que había destrabado un paquete de ayuda social para los más pobres. Desde ese momento no tuve ninguna duda de que se trataba de un atentado enmarcado en un proceso planificado de violencia incremental contra la vicepresidenta. Un atentado que falló por una mecánica tan improbable que, para los que creemos, sólo pudo obedecer a las verdaderas fuerzas del cielo: a la protección de la Virgen de la que Cristina es tan devota.

El atentado de Sabag Montiel fue el corolario de un proceso de violencia incremental que venía larvando desde años antes, que se veía venir, que tenía antecedentes de ataques físicos contra Cristina en los tribunales, en su lugar de trabajo, en su vivienda. Que se expresaba en amenazas permanentes, se escenificaba con bolsas mortuorias y guillotinas, que se convalidaba con la complacencia de medios y políticos, que se reforzaba con la violencia estatal extrema desplegada en el episodio de las vallas. 

El atentado surtió su efecto: humillar y descabezar al movimiento nacional, popular y latinoamericanista a pocos meses del proceso electoral. 

Más allá del efecto que debió tener en la propia Cristina, es evidente que dejó en estado de shock a su círculo íntimo y puso al descubierto la parálisis del Movimiento. La reacción de la dirigencia fue torpe y tibia: en vez de convocar a una huelga general, se convocó a un feriado nacional; en la gigantesca movilización, el pueblo que llenó Plaza de Mayo esperó durante horas la “cumbre” que el presidente convocó en la Casa Rosada que concluyó sin ninguna resolución. El acto finalizó con un discurso insustancial apenas audible leído por una actriz.

Luego de eso, los que seguimos el caso pudimos ver un proceso investigativo dirigido deliberadamente a sostener la hipótesis delictiva dictada por el sistema de poder argentino. Un loquito suelto… bueno, dos, tres o cuatro. Sin contactos políticos, sin financiación, sin inteligencia previa. Subterráneamente, se plantaba en la sociedad la hipótesis de un autoatentado, hipótesis que sigue creyendo una parte considerable de la población. 

No voy a recapitular la enorme cantidad de pruebas que demuestran que el atentado estuvo enmarcado en una campaña de violencia incremental que necesariamente derivaría en un hecho de sangre, hecho que tuvo un nivel de planificación –nacional e internacional– cuyo alcance posiblemente nunca conoceremos por el accionar criminalmente negligente o directamente cómplice de las instituciones judiciales y policiales. Les dejo un video.

Esta negligencia cómplice comenzó antes del propio atentado: la seguridad que debía proveer el Estado no funcionó, el sicario fue detenido por militantes ante la pasividad policial, el celular fue manipulado torpemente en la escena del crimen, el domicilio real del sicario fue detectado por militantes ante el despiste policial. 

La investigación descartó la enorme cantidad de “casualidades” que vinculan al segundo de Patricia Bullrich, profeta de atentados y experto en limpiezas (Gerardo Milman). Tampoco investigó los vínculos evidentes del grupo operativo de militantes neonazis inspirados en el Movimiento Azov denominado “Los Copitos” con el grupo de agitación denominado “Revolución Federal” –hoy integrado a La Libertad Avanza–. 

El financiamiento de la Familia Caputo a las acciones de intimidación pública de Revolución Federal sigue siendo investigado a pesar de las presiones del  actual ministro de Justicia, Cúneo Libarona, que representó legalmente a los financistas, pero lamentablemente gracias a los buenos oficios de la jueza Capuchetti las causas jamás se juntaron.

Así, al mantener separada la causa “Copitos” y “Revolución Federal”, la justicia mafiosa logró disociar el atentado en sí mismo de la secuencia de hechos que lo desencadenaron. 

Ayer comenzó el debate ante el Tribunal Oral Federal Nº 6. Los sicarios serán juzgados y condenados. Seguramente el fallo estará repleto de expresiones de indignación contra el magnicidio, la intolerancia y la violencia política, pero poco y nada se dirá sobre quiénes financiaron e hicieron posible dicha situación. Al contrario, se exhibirá la extravagancia de los sicarios, se abordará el tema como una comedia negra, se remarcará el narcisismo del ejecutor, algunos medios de comunicación tratarán incluso con ternura subrepticia a los sicarios: jóvenes indignados, un poquito locos, que intentaron hacer justicia por mano propia. Los instigadores y financistas no tendrán juicio alguno. Se tildará de teoría conspirativa a cualquier hipótesis que intente poner luz sobre la realidad de los hechos. Los propios militantes de nuestro campo olvidarán en un mar de frustraciones que fueron la violencia y la persecución la causa esencial de nuestra actual desorientación y crisis interna. Game over. 

El atentado contra Cristina corrió la frontera de lo posible dentro de la contienda política consagrando la “cultura de la doma” que avanzaba lentamente desde los lugares oscuros de las redes sociales. La reacción institucional y política frente a tamaño hecho fue tan lamentable que dejó herido el pacto democrático, permitiendo la aspiración del presidente reinante de asumir la suma del poder público. La respuesta del Movimiento Nacional fue tan tibia que dejó en evidencia la falta de capacidad de reacción, sentido de lealtad y coraje político de un espacio burocratizado y aburguesado.

Todo esto fue condición necesaria para el triunfo de Milei… tan necesaria que muchos de los implicados son parte de su gabinete. La conciencia de lo que realmente ocurrió, aunque no tenga juicio ni condena, es condición necesaria para retomar el rumbo, organizar la bronca y construir la alternativa. Para finalizar cabe destacar cómo esta gente se siente impune y sigue actuando con impunidad: la ministra Patricia Bullrich en una muestra más de provocación, el mismo día que comienza el juicio nombra al perito que se encargó de borrar los teléfonos de Milman y sus asesoras como director de Tecnología de la Información y Comunicaciones del Ministerio de Seguridad.

JG/DTC