OPINION

Auschwitz y los recuerdos del comunismo

26 de enero de 2025 00:01 h

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Mañana se cumplirán 80 años de la liberación de Auschwitz por el Ejército Rojo, uno de los episodios más emblemáticos del fin de la Segunda Guerra mundial. Auschwitz era el más notorio de los campos de concentración y exterminio que habían montado los nazis. En sus famosas cámaras de gas se implementó la “solución final” que Hitler y sus seguidores habían encontrado para el “problema judío”: matarlos a todos. Se calcula que allí murieron un millón cien mil personas, la gran mayoría judíos, pero también otros apresados por ser gitanos, eslavos, comunistas, prisioneros de guerra, disidentes u homosexuales. 

La llegada del ejército soviético encontró en Auschwitz unos pocos miles de prisioneros que habían conseguido sobrevivir. Lo que allí hallaron, las siniestras barracas, las cámaras de gas y crematorios, las pruebas de las torturas, el sadismo y los experimentos médicos que se realizaban, horrorizaron a la opinión pública mundial. Auschwitz se convirtió en un símbolo, el ejemplo patente de que la especie humana puede llegar a niveles de degradación insospechados y que eso está siempre latente como posibilidad, no importa qué tan “civilizada” sea una sociedad. Porque en la década de 1930 no había país más avanzado y culturalmente sofisticado que Alemania.

Hay aspectos del nazismo que, sin embargo, permanecieron poco visibles o se fueron olvidando con el paso del tiempo. Su conexión con los interese empresariales, por ejemplo. Durante mucho tiempo se intentó explicar el ascenso del fascismo en Alemania como una reacción defensiva de la clase media. Los historiadores, sin embargo, han dejado establecido que no hubo tal cosa. Hitler recibió apoyos de todos los sectores sociales, no particularmente de los medios, que repartieron sus lealtades y simpatías entre varios movimientos, el socialista incluido. Lo mismo vale para la clase trabajadora. Los únicos dos grupos que sí se volcaron más notoriamente hacia el nazismo fueron los pequeños propietarios rurales (en verdad solo los protestantes, no los católicos) y, sobre todo, el gran capital. Apenas estuvieron claras las intenciones de Hitler de destruir el movimiento socialista y comunista, los empresarios alemanes lo apoyaron de todo corazón. 

Más aún, Hitler retribuyó ese apoyo y las grandes empresas colaboraron con el régimen y se beneficiaron del trabajo forzado que proveían campos de concentración como Auschwitz. Fue una alianza perdurable. Algunas de las principales empresas alemanas, incluyendo las más conocidas, como Siemens, Volkswagen o BMW, entran en esa lista. Incluso las filiales europeas de empresas estadounidenses como General Motors o Ford utilizaron mano de obra esclava de los campos y colaboraron con todo gusto con los nazis antes de que su país entrara en la guerra. El magnate Henri Ford, de hecho, era un notorio antisemita y simpatizante de los nazis.

Que, además de racista, el nazismo fue esencialmente un movimiento de extrema derecha anticomunista es otra de las cosas que se ha ido olvidando con el correr de las décadas. Los contemporáneos lo entendían perfectamente y los historiadores lo confirmaron con posterioridad. Pocos ignoran hoy que el aparato de exterminio que montó Hitler asesinó a seis millones de judíos. Pero pocos retienen el número de los más de tres millones de comunistas y prisioneros de guerra soviéticos que también ejecutaron. Eso, sin contar los soviéticos que murieron como parte del intento de Hitler de destruir la URSS. 

A ese objetivo dedicaron los nazis el grueso de sus esfuerzos militares. La Segunda Guerra mundial se definió en el frente oriental, adonde Hitler destinó una cantidad incomparablemente mayor de soldados y armamentos que los que asignó al frente occidental. Cuando Alemania se embarcó en la invasión a la URSS en 1941 envió más de tres millones de soldados, a los que agregó muchos más en 1943. Los soviéticos destinaron una fuerza de 34.5 millones para contener el avance alemán y vieron morir 26 millones de civiles y soldados como consecuencia de la guerra. Comparativamente, el aporte del frente occidental a la derrota de los nazis fue muchísimo menor. La participación relevante de EEUU en la guerra comenzó recién en junio de 1944 con el desembarco de Normandía, en el que los aliados desplegaron apenas 175.000 soldados (la mitad de ellos estadounidenses). La derrota de los nazis fue mérito del Ejército Rojo más que de nadie más.

Sin embargo, su aporte se ha venido desdibujando a lo largo del tiempo, en medida no menor, gracias al aparato cultural estadounidense. En 1945, apenas terminada la guerra, se hizo una encuesta en Francia en la que se preguntó qué país había tenido el papel más importante en la derrota de los nazis. Un 57% respondió que el mérito había sido esencialmente soviético (el 20% lo asignó a EEUU y un 12% al Reino Unido). Los franceses lo tenían claro, incluso si ellos mismos habían sido liberados por tropas norteamericanas. La misma encuesta se repitió en 1994, pero entonces solo el 26% valoró el aporte de la URSS, mientras que el 49% respondió que la guerra la había ganado sobre todo EEUU. De nuevo se consultó lo mismo a los franceses en 2004 y un 58% agradeció a los norteamericanos por la derrota de los nazis. Si se repitiera hoy acaso nadie sabría siquiera que los soviéticos estuvieron allí.

Paralelamente, además de borrar la lucha soviética contra el fascismo, se buscó asociar con insistencia al régimen comunista de la URSS con el de los nazis en Alemania. En la época de la Guerra Fría, toda una corriente académica, con sede sobre todo el EEUU, postuló que ambos pertenecían a una familia común, llamada “totalitarismo”. A pesar que el nazismo había surgido en un país capitalista avanzadísimo, con apoyo de sus grandes empresarios y el objetivo de aplastar al comunismo, se sugería que era un fenómeno similar al que animaba la Unión Soviética que lo había enfrentado. Estudios académicos posteriores cuestionaron esa igualación, pero de todos modos quedó instalada en la opinión pública.

En estos días presenciamos un paso más en ese sentido, ya rayano en el absurdo. La ultraderecha global (la argentina incluida) se lanzó a afirmar que en verdad Hitler “era comunista” o “socialista”, en cualquier caso, un hombre de izquierda. La idea no resiste el menor análisis ni vale la pena discutir. Que la enarbole un magnate de ultraderecha como Elon Musk en el preciso momento en el que está dando su apoyo al partido que representa hoy a los neonazis en Alemania debería alcanzar para comprender el sentido de una confusión deliberadamente fabricada. Que además a esa misma figura “se le escape” un saludo al estilo nazi en la asunción de otro líder ultraderechista y racista como Trump debería advertirnos qué es lo que está en juego en el modo en que recordamos ese pasado.

EA/DTC