Llego a Nueva York hace poco más de una semana para empezar un proceso de ensayo de lo que en el mejor de los casos se convertirá en una obra. Me alojan en una habitación en la casa de una familia que es a la vez un teatro. O más bien, uno de sus grandes salones es usado como sala de teatro y salón de lecturas de poesía. La dueña de casa es poeta, el dueño actor y director. La casa, a su vez, antes perteneció a lxs madre y padre de Tony el actor, que fueron actriz y actor, a su vez. Entonces, como a él le tocó quedarse con la casa grande de actores, quiere compartirla con la comunidad y así es que reciben residencias, residentes, procesos de ensayo, ensayos musicales, proyecciones, lecturas y más.
La habitación que me asignaron da al contrafrente a un jardín que ahora está verde y tupido. Las ventanas de mi habitación victoriana y sin renovar están cubiertas de hojas de enredadera de verde fresco. Solo veo hacia afuera por entre el follaje y la luz de verano se filtra por el verde claro de las hojas.
Y entre todos los estímulos de la llegada a otra estación del año, el olor de una familia, el idioma y más, hay algo que percibo y me disloca hasta que puedo desentrañar. Hay un sonido que viene de afuera desde el primer momento. Está el rumor constante de los aires acondicionados, pero también hay algo más. Son aves, pero cuáles. Es el graznido de un ave, pero cuál. El sonido de las aves y los sonidos de las sirenas son siempre tan distintos y distintivos de cada lugar. Eso y el zumbido de los insectos, eso también. Busco en la base de datos de mi cuerpo y encuentro y reconozco: gaviotas. Son gaviotas lo que oigo, muchas gaviotas. Gaviotas en Manhattan, gaviotas en el centro de la ciudad de Nueva York. Lo comento con el dueño de casa, dice que sí, que efectivamente estamos bastante cerca del océano, desestima el fenómeno gaviota en medio de la ciudad, y puede ser cierto para esta parte de este barrio que tan lejos del río no está. Y sin embargo la otra tarde cerca de la 5ta Avenida en una zona detonada de gente y urbanidad, junto a nosotras, sobre la calle, tres gaviotas del tamaño de gansos aprovechan que no viene ningún auto para pasearse orondas por el pavimento. Descendieron de las alturas de los edificios para venir a picotear basura de la calle directo, dominio por ahora de las ratas solo. Y a juzgar por el tamaño de sus torsos, estas gaviotas podrían engullir una rata entera, como un pelícano.
En el ensayo del día siguiente una de las actrices que asistió al espectáculo de las gaviotas mutantes improvisa una línea en la que dice que cuando las aves vienen a las ciudades es porque algo terrible está por suceder. Creo que dice tsunami, creo que dice tornado o huracán; yo pienso que ni siquiera es tanto lo que tenga que suceder porque la basura acá ya lo ha tomado todo y no hay nadie que se pueda salvar. Todo todo todo en esta ciudad está hecho de, con o recubierto por: plástico. Las cortinas para pintar una casa, los muebles dentro de esa casa, los damascos orgánicos en el super, el pepino orgánico, recubierto de plástico profiláctico, el jugo, la porción de torta, el sánguche, el shawarma, el melón. Y un segundo después, ese plástico está dentro de otro plástico en torres de bolsas y cartones en la vía pública. El universo del cartón es demencial también: atados y atados de cartón impecable apilados en la vereda frente a los edificios. Ni siquiera llegó a arruinarse: contuvo algo un rato y pasó a ser descartado aún antes de arrugarse o poder ser utilizado para algo más.
Justo antes de venir para acá, estuvimos cuatro horas sentadas en el avión que nunca despegó. Con todos a bordo, cinturones ajustados y auriculares repartidos. Puertas, por supuesto, cerradas, lo primero que comunicaron fue que el avión tenía un desperfecto eléctrico que estaban intentando solucionar. Hora después, que estaban esperando que otro avión u aerolínea les proveyera esa “pieza” que les fallaba. Hora después que habían conseguido una pero que no sabían si iba a funcionar. Hora después, el comandante irritado, dice que no sabe qué es lo que está pasando porque a él tampoco le saben decir. Nosotrxs, los de abordo, todxs dóciles. Al rato, que podemos bajar del avión a la sala de espera porque ya no saben qué decir. Y mientras estoy bajando, vocifera el comandante desde el altavoz que la nave está definitivamente rota y que no se va a poder arreglar y que broken broken broken que abandonemos todxs ese avión. Así que hacemos el camino inverso a las dos de la mañana, volvemos a pasar por migraciones sin migrar, retiramos nuestro equipaje en la cinta y de nuevo el taxi y aquí no ha pasado nada. Entramos a la madrugada de sábado porteña en una noche de invierno neblinosa, oficial y técnicamente en tránsito/ fuera del país. Aprovecho ese día fuera del tiempo para ver a mi hijo Ramón una vez más, y esta vez la despedida ya es más acartonada, es una escena que ya hemos hecho el día anterior y para qué… Para qué.
Y en esas cuatro horas de vuelo sin jamás despegar, comienzo ansiosa películas que no hasta que doy con el reencuentro del elenco de la serie Friends 17 años después. No tolero ni la violencia ni el drama en aviones así que me digo qué mejor ocasión para ver esta programación aleatoria y prescindible más aún yendo hacia Nueva York aunque claro, en la serie todos sean decorados en galpones en la soleada Los Ángeles. Le doy play. Al principio me pregunto si podré tolerar el efecto del tiempo en los cuerpos, pero puedo. Intentando esquivar el ataque de pánico en la cabina del avión que no flota me concentro en estos actores reecontradxs y lo que tienen para contar. Sorteo el pánico, por suerte. Y el especial da recompensa. Hay registro de cuando grababan la serie en los noventa. Siempre estuvo la presencia de los reidores, convención que tanto shockea a Ramón. Cada vez que vemos algo y esas voces irrumpen me mira con cara de sorpresa e irritación. ¿Qué hacen esas voces ahí alterando el pacto de ficción? ¿Quiénes son? ¿O dónde están, entre quién quién? ¿Están, como nosotrxs, en el sillón? ¿O ahí en el estudio con los elencos? ¿Es esto que estamos viendo… Teatro? A mí, sinceramente, los reidores me gustan. Sin duda es generacional. Acaso sea solo algo de nostalgia de las primera series que veíamos dobladas. Pero me doy cuenta también de que en gran parte había acabado por pensar que las risas eran grabadas. Que citaban a reidores profesionales, capturaban sus risas particulares en intensidades y los dejaban ir. En el especial de Friends vemos cómo el elenco graba con público en vivo, con audiencia. Ensayaban en la semana y el viernes se grababa, imagino que a lo largo de horas. Un equipo de guionistas entonces supervisaba la reacción del público a cada chiste, y si no funcionaba ahí en el estudio tal como habían esperado, meta a reescribir, a 8 manos, a las que fueran necesarias. Ese fenómeno me fascinó. El de los guionistas trabajando en vivo, el del elenco actuando para un público, un material que se iría a registrar. Y que se puede ver aún. Ese cruce de disciplinas me llamó mucho la atención: es televisión. Pero teatro también, o algo parecido. Lxs actores actúan para un público real y para una cámara, o varias, también.
Ahora, intento escribirle una pieza a esta ciudad, tan llena de cosas que sobran, y que se descartan mucho antes de haber acabado su vida útil. Veo un mueble por cuadra que me serviría en mi casa de Buenos Aires, abandonado en la vía pública, reemplazado por algo mejor, o por lo menos más nuevo. Pensaba que la conciencia ecológica había llegado tarde a la Argentina y lamento descubrir que acá no llegó. O no pegó. Más bien la otra cara de la moneda. En la obra que estamos armando, usamos bolsas de basura seca recuperadas de la calle, bolsas transparentes llenas de cartón. La mayoría de las cajas son de fed ex y amazon. En una de nuestras bolsas seleccionadas hay una caja de cartón con la foto de una basura de cocina y en otra, una revista que reparte el ayuntamiento de Nueva York que reza “How to get rid of you stuff”. Un manual que pretende regular el desperdicio. Me llama la atención particularmente el “your” en esa frase: es basura, pero sigue siendo tuya.
Recuerdo un relato clásico de Tólstoi, Cuánta tierra necesita un hombre, que le regalaron ilustrado en su cumpleaños de tres a Ramón. Es una parábola en la que a un hombre ambicioso le dicen que le regalarán la extensión de tierra que él pueda recorrer en un día. El hombre se desespera, camina de más bajo el sol casi sin beber, y cuando al caer la tarde llega a darle la mano al hombre del trato, cae rendido y muere. Entonces cavan una fosa de dos por sesenta, para poner al campesino adentro, y esa era toda la tierra que necesitaba. Un poco extrema la parábola, ni qué decir para un niño de tres, pero se me ocurría esto de ¿cuánta basura necesita alguien? Y la fantasía de estar obligado a convivir o lidiar con la basura que uno mismo creó. Creo que intentaría armarme una casa con esos desechos. Paredes, lecho y muebles de basura seca y plásticos, jardín de mate, cáscaras de banana y de huevo. Pero, ¿y los huesos? ¿Y los huesos?
RP