Batallas extenuantes contra conspiradores a los que les salen todas bien

9 de abril de 2023 06:47 h

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El asesinato de un colectivero en una calle de La Matanza en plena madrugada es un mensaje mafioso; el ministro-soldado es “emboscado” cuando aterriza en la General Paz. El fallo de una jueza de Nueva York que podría costarle miles de millones de dólares al país es “una embestida de los buitres”. Las sentencias contra la vicepresidenta se cocinan en un quincho de Mauricio Macri. La promiscua relación del poder económico con Juntos por el Cambio (JxC) dispara la devaluación del peso. Magnetto mueve los hilos de Comodoro Py. Alberto Fernández “muerde la mano de quien le da de comer”. Las cloacas de Inteligencia se vuelcan contra Cristina. El Presidente saca a Eduardo “Wado” de Pedro de la foto con Lula por celos electorales. Telefé cambia las reglas de Gran Hermano para perjudicar a Romina porque es kirchnerista.

Una jubilada de Mar del Plata, un changuito que cursa el secundario en La Banda, una cartonera que sube al tren en José León Suárez, un investigador del Conicet en Posadas o una maestra de La Falda que elude estoicamente la metralleta mediática de Cadena 3 y el Grupo Clarín pueden dar por válidas todas las amenazas conspirativas que vienen advirtiendo Cristina Fernández de Kirchner y sus voceros desde hace tiempo. O acaso las crean parcialmente, porque Marcos les pareció lindo y bueno, y lo votaron para ganar Gran Hermano sin reparar tanto en que Romina había sido pareja del excamporista millonario Walter Festa. Algo hay, podrán pensar. Al fin y al cabo, el viaje de jueces y políticos larretistas a Lago Escondido existió, las mafias policiales andan por los barrios, Sabag Montiel gatilló a centímetros de la cara de la vicepresidenta, los sojeros retienen la cosecha, La Nación + informa como si Macri fuera su dueño y JxC atiende de los dos lados del mostrador en negocios lucrativos. Hay infinidad de aristas para discutir, pero si alguien quiere creer en las conspiraciones, tiene con qué.

Hace años que la actual vicepresidenta suele abordar los asuntos nacionales en virtud de lo que le pasa a su persona o el tamiz inigualable que fue —según su espejo retrovisor— el paso de ella y de Néstor Kirchner por la Casa Rosada

Mientras analizan o se enteran de refilón de las situaciones en las que Cristina dice ser víctima, la jubilada, el changuito, la cartonera y sus amigos encaran otros asuntos de la vida: dar examen, casarse, alquilar, tener sexo, ilusionarse con el próximo técnico de Boca y ganarle la carrera al aumento desorbitado de los precios de los alimentos. Y aunque intuyan que por algo odian tanto a Cristina, también se pueden preguntar cuál es la capacidad real de la vicepresidenta y su grupo para solucionar problemas, además de comentarlos.

Hace años que Cristina suele abordar los problemas nacionales en virtud de lo que le pasa a su persona o el tamiz inigualable que fue —según su espejo retrovisor— el paso de ella y de Néstor Kirchner por la Casa Rosada. Un sinfín de explicaciones sobre obstáculos que se agigantan porque ganan los malos. Aun si en una acción de profunda consciencia cívica, la jubilada marplatense y sus compañeros justifican la impotencia del cristinismo en virtud del poder omnímodo al que afirma enfrentarse, esta semana fue pródiga en indicios de que hay decisiones, políticas y personajes que emanan de la vicepresidenta que no sólo no solucionan los problemas, sino que los agravan. Allí están, para quienes quieran complicarse su propio cuadro binario de buenos y malos, las dudas sobre la pericia de Axel Kicillof cuando llevó a cabo la estatización de YPF, la entronización de Jaime Stiusso en la SIDE con el primer Kirchner, las sociedades con los Eskenazi y Lázaro Báez, y un extenso etcétera. Sergio Berni aportó esta semana un capítulo estelar sobre los tiros en el pie.

El soldado que va al frente

El lunes, el ministro de Seguridad de la Provincia hizo descender su helicóptero en la avenida-autovía que divide la Capital Federal y la Provincia de Buenos Aires. El ejército enemigo le tenía preparada una emboscada. Berni se dio cuenta, pero como “un soldado nunca retrocede”, avanzó mansito con la intención de negociar un cese el fuego. Las tropas rivales redujeron al cinturón negro de karate con un par de puñetazos. Tuvo que acudir a su rescate un tercer ejército, el del siempre alerta Horacio Rodríguez Larreta, que Berni no se percató a tiempo de que participaba de la emboscada.

Medido en términos bélicos en los que el ministro se inscribe, la planificación de su incursión merecería un juicio marcial. Puso en riesgo su vida y la de terceros, generó que las tropas enemigas se fortalecieran y sumaran a mercenarios peligrosos, y habilitó una victoria servida en bandeja al tercer ejército, que quedó como magnánimo protector. Fue a levantar un piquete e incentivó un volcán político que, una semana después, sigue emanando lava.

La actitud militarista de un ministro de un gobierno de pretensión progresista en el distrito más poblado de la Argentina podría limitarse a una farsa si no condujera a la tragedia. El rostro mayor del flagelo de la inseguridad agravado por la demagogia punitivista es el de un colectivero de 65 años que termina asesinado en una calle de un barrio popular a las 4.30 de la mañana de un día de abril.

Kicillof se subió a la tanqueta. En materia de seguridad, el gobernador culmina su primer mandato como lo empezó: inerte ante la extravagante estrategia manodurista que impone su jefa política y protectora del soldado, mientras la administración bonaerense lleva a cabo políticas en otras áreas para combatir y esclarecer casos de violencia institucional. Oficinas que deberían actuar coordinadas —Seguridad y Derechos Humanos— caminan hacia polos opuestos en un Gobierno loteado. Como resultado de esa esquizofrenia, Kicillof pierde por derecha y por izquierda, y se priva de iluminar datos alentadores, como la sostenida baja en la tasa de homicidios registrada en la Provincia durante los últimos años. Con similares métricas, Larreta se hace un festín publicitario y periodístico.

En materia de seguridad, Kicillof culmina su primer mandato como lo empezó: inerte ante la extravagante estrategia manodurista que impone su jefa política y protectora del soldado Berni

Apoyado en antecedentes del dream team de seguridad que orbita en JxC, que incluye o incluyó personalidades como Patricia Bullrich, Gerardo Milman, Marcelo D'Alessandro y Eugenio Burzaco, Kicillof sugirió un complot electoral en su contra. Habló de un robo “raro”, dado el despliegue de violencia en busca de un botín que inevitablemente —a esa hora, en ese lugar y con esas víctimas— sería exiguo. Repitió datos que, por lo visto, estaban flojos de papeles.

Del comentarismo, Kicillof y Berni pasaron a la acción. Montaron un vistoso operativo en Merlo y La Matanza para detener a dos de los agresores del soldado. El episodio alimentó la saga egocéntrica de la vicepresidenta, quien se permitió sugerir una mano de la larretista Policía de la Ciudad en la sobreactuación, elucubró si el arresto de los colectiveros violentos fue más veloz o más espectacular que el de Sabag Montiel y evaluó que el chofer asesinado tuvo peor suerte que ella, beneficiada por una bala que no salió.

La foto siniestra

Pero habría espacio para una postal más trágica. Berni puso a su Policía a realizar razzias en colectivos que transitan el conurbano. Se repite así una imagen icónica de la dictadura, con efectivos armados requisando a pasajeros que apoyan sus manos contra los ómnibus. Linda postal. Hace no mucho, se discutía en la Argentina si las fuerzas de seguridad tenían potestad para revisar mochilas y carteras, se supone que protegidas por el derecho constitucional a la privacidad. Las tropas de Berni se otorgaron un per sáltum y saldaron la cuestión. Este fin de semana largo, las razzias contra pasajeros, que ya habían sido retomadas con menos difusión hace un año, fueron filmadas como parte del plan propagandístico del Gobierno bonaerense. Hasta cayeron bien, informaron medios amigos. Mañana, los registros serán en alguna calle en penumbras, sin cámaras presentes y con resultados que dan miedo. “Basta de garantismo progre”, le contestaría el Kicillof de hoy al Kicillof de ayer.

El tándem con Berni fue un puente para que el gobernador bonaerense cerrara filas contra Alberto Fernández. Kicillof —a todas luces, el más competitivo y acaso el mejor gestor en el campo cristinista—, se encuentra en un laberinto de difícil salida. Su negocio no es el del jefe del PJ en la provincia de Buenos Aires, Máximo Kirchner. El diputado reclama más sillas para La Cámpora en el gabinete bonaerense y probablemente empuje al gobernador a la pelea electoral nacional para sacarlo del medio, una hipótesis tan dañina que, al parecer, no logra superar el primer anillo del maximismo.

En un punto, tampoco la suerte de Kicillof sintoniza con la de Cristina, pero carece de margen para separarse. El gobernador guarda lealtad a su mentora política y líder de una base considerable en la Provincia. Hasta allí, la minialianza Kicillof-Cristina funciona, y el lastre que supone Berni es presentado como un precio pragmático para evitar la multiplicación desorbitada del delito como en Rosario.

Pero el gobernador no puede romper del todo con quien lo privilegió desde 2019 con la transferencia de fondos y asignación de obras, Alberto Fernández. Primero, porque necesita terminar su mandato con números aceptables en infraestructura y políticas sociales que apacigüen la angustia por la inflación de la base electoral del peronismo. Y segundo, porque la reelección de Kicillof en un distrito que no tiene ballottage y que en las legislativas de 2021 terminó empatado requiere que quienes conformaron el Frente de Todos permanezcan en el barco. Dada la ausencia de un postulante presidencial con capital electoral propio en el campo cristinista, Kicillof arriesgaría una primaria muy deslucida si su candidatura bonaerense sólo va en la boleta de la línea ortodoxa.

¿Se cruzan los cables?

Un movimiento que habilita una lectura lógica está teniendo lugar en lo que se llamó hasta ahora Frente de Todos, dato no frecuente. La notoria debilidad electoral de Alberto deja florecer un operativo clamor para que presente su candidatura. Se cruzaron los cables. Hasta ahora, Máximo Kirchner y su círculo volcaban su energía para empujar al Presidente a renunciar a una nueva postulación. Antes que una estrategia real, el bombardeo vehiculizado por Andrés Larroque parecía un intento de ganar tiempo y saldar cuentas internas en confluencia con el reclamo de Sergio Massa para ser el candidato de la unidad. Las definiciones se aceleran y los fuegos de artificio deben aplacarse. Si Alberto tiene tan bajo capital electoral —en efecto, lo tiene—, ¿por qué no enfrentarlo para obtener una victoria accesible y así edificar a un postulante propio? ¿Alguien cree que Máximo Kirchner no quería enfrentar al Presidente en una primaria para no quitarle autoridad? Por esa característica propia de la política argentina de no rendir cuentas de lo que se dijo el día anterior, los referentes del cristinismo pasaron esta semana a instar a Alberto a presentarse a la reelección y, fieles a su instinto, hasta le quieren armar las listas nacionales y provinciales para dibujar al enemigo ideal.

El giro supone el desafío de abrir el juego para un Presidente que se replegó sobre sí mismo ante cada crisis. Si Alberto arbitra mal los equilibrios y desconfía de quienes podrían ser compañeros de ruta para vencer a La Cámpora, corre el riesgo de terminar como le auguran sus enemigos.

Nadie en la proximidad de Alberto está pensando seriamente en la hipótesis de una reelección. O, al menos, ninguna voz que le conste a este cronista. Sí, en cambio, crece el esbozo de un postulante que aglutine al peronismo que no adhiere a la versión actual de Cristina, con presencia territorial, trayectoria política y apartado de toda sospecha de ser hombre o mujer de Clarín, el FMI o el peronismo catalogado como “racional” o “republicano”; es decir, de derecha. Se piensa en alguien con potestad de encarar una campaña electoral sin inhibiciones, aunque la hipótesis de una derrota dura en las PASO, las generales o la segunda vuelta sobrevuela todas las tribus del peronismo, lo que no equivale a rendición. Con la vicepresidenta autoexcluida de la competencia, los peronistas no ortodoxamente cristinistas imaginan una carta factible. El nombre circula en el borrador mental de varios despachos de Casa Rosada. El aludido, por ahora, dice trabajar para buscar un candidato que no es él.

SL