“Siéntate a ver el día”, sugiere Luis Alberto Spinetta. “Mirá que gusto da ver el rayo justo donde empieza la avenida, descálzate en el aire para ir. No lleves ni papeles, hay tanta gloria allí, que al final nadie tiene un sueño sin laureles, que tu cuerpo al menos esté limpio para ir. Correte hasta el espacio, quiero que sepan hoy qué color es el que robé cuando dormías, ya móntate en el rayo para ir”.
“Poner un pie delante del otro es un acto transformador”, dice la escritora Cheryl Strayed. Lo es para el bebé cuando deja de gatear y se convierte en niñe. También la persona convaleciente cambia su estado físico, emocional y espiritual cuando logra salir de la cama, erguirse, ponerse de pie y caminar. Quien se traza un objetivo y marcha hacia ese destino o quien, sin destino, le encuentra sentido al andar, ese es un caminante.
Para que no digan que no hablé de las flores, conocida también como Caminando es una canción del brasileño Geraldo Vandré que se convirtió en símbolo de la resistencia contra la dictadura de Brasil. “Salgo a caminar por la cintura cósmica del sur”, inicia aquel himno latinoamericano con letra de Armando Tejada Gómez que es Canción con todos.
He visto comenzar a caminar a mis hijos y he visto a viejos queridos dejar de caminar. He asistido a maratones caminables y he peregrinado por justas causas. Vi en el cine a Forrest Gump correr y caminar por tres años y supe que una persona necesita disponer de 8 mil horas para trazar el sendero que dibuja el contorno del planeta.
“Caminamos por todo tipo de razones: para hacer la compra, para ir al centro, para acercarnos a casa de alguien, para pasear al perro, para aclararnos loas ideas o como fuente de inspiración. Todas tienen sentido”, dice Libby DeLana en el libro Camina (Koan), donde narra la experiencia de haber transitado 40 mil kilómetros, sumando el gesto sencillo y poderoso de caminar cada día de su vida, todas las mañanas desde 2011.
Caminamos también en busca de una idea o para despejarnos de algún pensamiento intrusivo, que nos hace daño. Caminando, ponemos en su lugar lo que dispara una obsesión, exiliamos el run run que nos atormenta, podemos decirle adiós a un dolor. Hace dos días que caminando pienso en Fabiola Yáñez y en la tremenda (ir)responsabilidad de aquellos medios de comunicación que difundieron sus fotos privadas. Hablo de aquellas imágenes que se encuentran en manos de la justicia, en una causa con secreto de sumario. Víctima de violencia, ella vuelve a ser atacada al ser expuesta su imagen de mujer golpeada. Una y otra vez, Yáñez recibe un golpe, reflexiono caminando, cuando el amarillismo y la morbosidad de ciertos señores con poder desde detrás de las pantallas desparraman esas fotos que muestran el cuerpo y la cara amoratados de Yáñez. Detesto a esos señores, cuando camino y siempre.
La Gran Marcha es el camino en procura de belleza y de justicia sobre la que ejerció su oficio de escritor Milan Kundera en La insoportable levedad del ser.
Camina como si besaras la Tierra con los pies, leo en un epígrafe que firma el monje budista zen Thich Nhat Hanh.
“Mientras uno pueda seguir caminando, todo irá bien”, escribió Søren Kierkegaard, el padre del existencialismo.
El éxodo jujeño fue una caminata de miles que emprendieron el camino polvoriento que va de San Salvador a Tucumán para resistir a los realistas.
Para participar del último duelo que hubo en el país, en 1968, el abogado, político y periodista Yoliván Biglieri tuvo que caminar de espaldas a su contrincante. A esa marcha breve y sus avatares, en movimientos discretos o gestos corporales coreográficos, los recrean los dúctiles actores Yamila Ulanovsky (Mercedes) y Mateo Chiarino (Enzo). Lo hacen con gracia y belleza en el Teatro del Pueblo, con la dirección acertada de Emiliano Samar y la fluida dramaturgia de Enrique Papatino.
“La obra de Saer abunda en paseos a pie –caminatas solitarias o entre amigos– y la cadencia de su prosa recuerda ese deambular donde los personajes y las situaciones entran y salen sin brusquedad de la memoria y del relato”, escribe Pablo de Santis en el texto Caminatas, sobre la obra de Juan José Saer.
“Basta imaginar la escena de algunos personajes de un dialogo de Platón, o una conversación entre sofistas, para imaginar cómo sus pasos, no sé por qué los imagino silenciosos, levantaban una brizna imperceptible de polvo”, escribió Luis Gusmán a propósito del libro de Edgardo Scott Caminantes, flÈneurs y vagabundos.
“Imagino la caminata de Moisés por el desierto, a Jesús y a sus apósteles evangelizando mientras caminaban por Galilea, lo imagino al judío errante, y a Frankenstein deambulando tambaleante y torpe por el bosque y un camino de hielo. ¿Por qué no los peregrinos de Chaucer y la cruzada de los niños?”, se pregunta el escritor y psicoanalista. “Y a los locos de los pueblos caminando desasosegados, aparentemente a la deriva, pero sin poder escapar del círculo de su infierno”.
“Este breve recorrido, esta indicación, muestra que siempre se caminó. Se caminó antes y después del flÈneur, antes de la prescripción médica, cuando el caminar era posesión del viajero o el meditabundo, antes de que la medicina o el deporte se apoderaran de esta actividad demasiado humana. Esta introducción nos señala que ya entramos en el recorrido al que nos invita el libro de Scott: Caminantes”.
“El epígrafe de Kafka que inaugura la caminata, es la flecha que indica la dirección a tomar como un letrero al principio de un camino: ”La historia de los hombres es un momento, entre los pasos de un caminante“. Agrego, la historia de las mujeres y las diversidades, también.
Por la mañana, en el momento exacto en que la noche le da paso al día, cuando la quietud callejera se vuelve rápido ajetreo, salgo a caminar por Agronomía. “Cuando nos cruzamos, nos saludamos con la mano o con un gesto de3 la cabeza. Es una especie de apretón de manos secreto”, escribe DeLana. Para mí es como ingresar al campo en plena ciudad. Disfruto de ese milagro de corredores estallados de árboles, donde escucho el canto de los pájaros, veo el cielo, me detengo, me integro por un rato a un mundo muy diferente al del resto de la ciudad, me dejo llevar por mis pies, inspiro sin contaminarme.
Puedo ir en silencio o, si camino acompañada, también converso, me siento más humana y me hermano a otras especies, en un gesto que mejora notablemente la vida.
LH/MF